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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Llana de Gathol (16 page)

BOOK: Llana de Gathol
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Debería haberle matado y seguir con mi plan, pero de pronto un espíritu de valentía me invadió. Me enfrentaría a todos ellos, dejándoles ver, una vez más, la mejor espada de dos mundos, para que se dieran cuenta, cuando hubiera escapado, que era el más grande en todas las cosas que el mejor de los Primeros Nacidos. Sabía que aquello era una temeridad; pero ahora que seguía al guerrero al salón, me di cuenta de que la suerte estaba echada y que era demasiado tarde para echarme atrás.

Nadie se fijó en mí mientras entraba en el salón, solamente era un esclavo. Cuatro mesas formando un cuadro estaban llenas de hombres y mujeres maravillosamente vestidos que hablaban y reían, mientras que un pequeño ejército de esclavos traía más comida y bebida. Algunos de los invitados estaban bastante ebrios, y era evidente que Doxus estaba embriagado como el que más. Rodeaba con un brazo a su mujer y besaba a la mujer de otro por el otro lado.

El guerrero que me fue a buscar le susurró algo al oído del jeddak, y luego Doxus golpeó con fuerza un enorme gong, para pedir silencio. Cuando todos le prestaron atención, les habló:

–Durante mucho tiempo los Primeros Nacidos del Valle del Dor han presumido de su habilidad con la espada en combate, pero debo admitir que tengo en mi palacio a un esclavo, un vulgar esclavo, el cual puede vencer al mejor del Valle del Dor. Está aquí, en este momento, para enseñarnos sus maravillosas habilidades en un encuentro contra uno de mis nobles. No será a muerte, sino que durará hasta que uno de ellos sea herido. ¿No hay nadie del Valle del Dor que crea que le puede vencer a mi esclavo?

Se levantó un noble.

–Es un desafío -dijo-. El dator Zithad es la mejor espada de los que están aquí; pero si él no se enfrenta al esclavo, yo lo haré, por el honor de Dor. Hemos oído comentarios sobre este esclavo desde que hemos llegado a Kamtol y de cómo le ganó a la mejor espada; y yo me sentiré feliz de herirle.

Entonces se levantó Zithad, orgulloso y arrogante.

–Nunca he manchado mi espada con la sangre de un esclavo -dijo-. Pero tendré el placer de remediar la vergüenza de Kamtol. ¿Dónde está el esclavo?

¡Zithad! Había sido el dator de la Guardia de Issus en tiempos de la revuelta de los esclavos, cuando éstos vencieron a Issus. Tenía motivos para recordarme y odiarme.

Cuando nos enfrentamos, en el centro formado por las cuatro mesas del salón de banquetes de Doxus, jeddak de los Primeros Nacidos de Kamtol, pareció desconcertado durante unos instantes y luego se echó para atrás e intentó hablar.

–¡Así que tienes miedo de enfrentarte a un esclavo! – le provoqué-. ¡Venga! quiero ver cómo me puedes herir, no vayamos a desilusionarles.

Le toqué con la punta de mi espada mientras le hablaba.

–¡Calot! – gritó mientras se lanzaba sobre mí.

Era mejor espadachín que Nolat, pero le dejé en ridículo. Le hice girar alrededor de las mesas manteniéndole a la defensiva; mas no le herí. Estaba furioso y con miedo. Los invitados permanecían en absoluto silencio.

De pronto gritó:

–¡Idiotas! ¿No sabéis quien es este esclavo? Es…

En ese momento le traspasé el corazón.

Al instante se formó un gran revuelo. Cien espadas salieron de sus fundas, mas no esperé a ver más. ¡Había visto ya suficiente! Con la espada en la mano, corrí hacia una de las mesas y, con un movimiento, mientras que una mujer gritaba, salí por una puerta que estaba detrás de ellos al jardín.

Inmediatamente salieron tras de mí, pero me escondí en los arbustos del jardín, y lo atravesé escondido hasta llegar debajo de mi ventana. Era un pequeño salto el que tenía que dar para llegar a ella; un momento más tarde, crucé por mi habitación y por una rampa, y llegué al piso de abajo.

Estaba a oscuras, pero conocía cada palmo del camino que tenía que recorrer. Me había preparado para esta situación. Llegué a la sala donde Doxus me había entrevistado por primera vez, y pasé por la puerta que estaba detrás del escritorio, que daba a la habitación secreta en donde se encontraba la máquina.

Sabía que nadie adivinaría a dónde había ido; y como Myr-Lo se encontraba en el banquete, podría cumplir, con facilidad, con lo que había venido a hacer.

Mientras abría la puerta del cuarto mayor, Myr-Lo se levantó del sofá y se enfrentó a mí.

–¿Qué estás haciendo aquí, esclavo? – preguntó.

XII

Todo me salía mal. Primero tener que ir al salón del banquete, después la lucha con Zithad y ahora Myr-Lo. No quería hacerlo, pero no había otra salida.

–¡En guardia! – le dije.

No soy un asesino; así que no podía matarle, sin que tuviera una espada en su mano; pero Myr-Lo no tenía tanta ética. Desenfundó la pistola de radium que colgaba de su cadera. ¡Fatal error! Crucé el espacio que nos separaba de un salto y de una estocada en el corazón maté a Myr-Lo, el inventor de Kamtol.

Sin limpiar la sangre de mi espada, corrí a la sala más pequeña, donde estaba el mecanismo maestro que controlaba a doscientas mil almas, la horrible invención que había llenado el borde de los riscos de grandes cantidades de esqueletos.

Miré a mi alrededor y encontré un trozo de un metal muy pesado; me acerqué a aquella máquina demencial y, con toda la fuerza que pude, la lancé contra ella. En poco minutos era un montón de chatarra.

Rápidamente regresé a la otra sala, le quité el correaje y las armas al cadáver de Myr-Lo, mientras me quitaba las mías, y saqué de mi bolsillo el artículo que había comprado en la pequeña tienda. Era un tarro de crema de color negro ébano, con la cual las mujeres de los Primeros Nacidos trababan de esconder los fallos de su piel.

En diez minutos, era tan negro como el más negro de los piratas negros de Barsoom. Me puse el correaje y las armas de Myr-Lo; y con la excepción de mis ojos grises, era exactamente igual que un noble de los Primeros Nacidos. Me alegré de que Myr-Lo no estuviera en el banquete, pues su correaje me ayudaría a atravesar el palacio y salir de él, una tarea que no emprendería con mucho agrado.

Pasé por el palacio sin encontrarme con nadie, y cuando llegué a la verja comencé a tambalearme. Quería que pensaran los guardias que un invitado ebrio se marchaba temprano. Contuve la respiración, mientras me acercaba a los guerreros que estaban de guardia; pero se limitaron a saludarme con respeto y salí a las avenidas de Kamtol. Mi plan había sido el de subir por la fachada de los hangares, cosa que hubiera hecho, ya que su ornamentación lo permitía; pero eso habría significado tener una lucha con el guardián del tejado cuando hubiera llegado arriba. Ahora mi intención era sacar adelante otro plan, no menos peligroso.

Caminé directamente a la entrada. Solamente había un guerrero de guardia. No le hice caso y entré. Pareció confuso, después me saludó y continué mi camino, subiendo por una rampa. Se había impresionado por la maravillosa vestimenta de Myr-Lo, el noble.

Mi mayor obstáculo era el guardia del tejado, donde era seguro que encontraría a varios de ellos. Seria difícil convencerlos de que un noble quisiera volar a estas horas de la noche, pero cuando llegué al tejado, no había ningún guerrero a la vista.

Tardé sólo un momento en encontrar la nave que había elegido previamente para escapar, y rápidamente subí a bordo, me situé frente a los paneles de control y puse la nave en marcha.

La noche era oscura; ni siquiera las lunas estaban en el cielo. Subí en vuelo vertical hasta que estuve por encima de la ciudad, y entonces me dirigí a la torre del palacio de Nastor, donde Llana de Gathol se encontraba prisionera.

El negro casco de la nave me hacía invisible, y estaba a salvo de que me observaran desde las avenidas en una noche tan oscura como ésta. Llegué a la torre convencido de que todo mi plan iba a salir con increíble éxito, a pesar de los incidentes que parecían que lo iban a hacer fracasar, en su etapa inicial.

Mientras me acercaba a la ventana de la habitación de Llana, oí un grito de mujer y una voz de hombre que gritaba con ira. Un poco más tarde, el morro de mi vehículo tocaba la pared, por la parte baja de su ventana y, cogiendo un cabo, salté al interior con la espada de Myr-Lo en mi mano.

Al otro lado de la habitación, un hombre estaba forcejeando con Llana de Gathol sobre un sofá. Ella le estaba golpeando, y él le gritaba.

–¡Basta! – grité, y el hombre soltó a Llana y se dirigió a mí. Era Nastor, el dator.

–¿Quién eres? – preguntó-. ¿Qué haces aquí?

–Soy John Carter, príncipe de Helium -le contesté-. Y estoy aquí para matarte.

Él había sacado su espada, y las cruzamos, mientras yo hablaba.

–Quizás me recordarás mejor como Dotar Sojat, el esclavo que te hizo perder cien mil tanpi -le dije.

Comenzó a gritar, llamando a la guardia, y oí el sonido de pisadas, como si corrieran por una rampa, al otro lado de la puerta. Supe que tenía que terminar con Nastor rápidamente; pero resultó mejor espadachín de lo que esperaba. Sin embargo, la lucha derivó rápidamente en una carrera alrededor de la habitación.

La guardia se estaba acercando, cuando Llana corrió a la puerta y la cerró con una barra que la atravesaba; llegando muy a tiempo, ya que al instante oí golpear la puerta y los gritos de los guerreros afuera; y entonces tropecé con una piel que se había caído del sofá durante la lucha entre Llana y Nastor, y caí de espaldas. Al instante, Nastor saltó para atravesarme el corazón. Mi espada le apuntaba, pero él tenía toda la ventaja. Estaba a punto de morir.

Solamente el rápido ingenio de Llana me salvó. Se fue hacia Nastor por la espalda, le cogió por los tobillos y lo tiró. Cayó sobre mí, y mi espada atravesó su corazón, saliéndole la punta por detrás de su espalda. Necesité todas mis fuerzas para arrancarla.

–¡Deprisa, Llana! – dije.

–¿Adónde? – preguntó-. La salida está llena de guerreros.

–Por la ventana -dije-. ¡Vamos!

Mientras me acercaba, vi la punta del cabo, que se había soltado durante la lucha, desaparecer por el borde de la ventana. Mi nave se había alejado y nos encontramos atrapados.

Corrí a la ventana. A unos diez metros de distancia y a unos dos por debajo de la ventana, se alejaba nuestro medio de fuga y nuestra libertad. Allí flotaba la posibilidad de seguir con vida para Llana de Gathol, Pan Dan Chee, Jad-Han y para mí.

Había una sola esperanza. Subí al borde de la ventana, calculé la distancia y salté, aterrizando sobre la cubierta de la nave. Un momento más tarde estaba al lado nuevamente y Llana subió a bordo.

–¡Pan Dan Chee! – dijo.

–¿Qué hay de él?

–Es cruel abandonarle a su destino.

Pan Dan Chee hubiera sido el hombre más feliz del mundo, si hubiera sabido que su primer pensamiento había sido para él, pero yo sabía que, con toda seguridad, ella lo despreciaría o lo insultaría a la primera oportunidad que se le presentara. Las mujeres son muy particulares en este sentido.

Bajé rápidamente a la Plaza.

–¿Adónde vas? – me preguntó Llana-. ¿No temes que te apresen de nuevo en este lugar?

–Voy a recoger a Pan Dan Chee y Jad-Han -le respondí, y un momento más tarde aterrizaba en la plaza que estaba cerca del palacio de Nastor, y dos hombres salieron de las sombras y se acercaron a la nave. Eran Pan Dan Chee y Jad-Han.

Tan pronto como estuvieron a bordo, subí rápidamente y me dirigí a Gathol. Sentí la mirada de Pan Dan Chee y finalmente no se pudo contener más.

–¿Quién eres? – preguntó-. ¿Dónde está John Carter?

–Ahora soy Myr-Lo, el inventor -le dije-. Hace poco era Dotar Sojat, el esclavo, pero siempre soy John Carter.

–Estamos juntos todos, otra vez -dijo-. Y vivos, pero ¿por cuánto tiempo? ¿Te has olvidado de los esqueletos del borde del risco?

A continuación, se dirigió a Llana.

–Llana de Gathol, hemos pasado muchas cosas juntos, y no se puede saber lo que el futuro nos deparará. Otra vez más pongo mi corazón a tus pies.

–Lo puedes recoger -le dijo Llana de Gathol-. Estoy cansada y deseo dormir.

UNA HUIDA EN MARTE
I

Eramos cuatro a bordo de la nave que había robado del hangar de Kamtol para llevar a cabo nuestra fuga del valle del Primer Nacido: Llana de Gathol, Pan Dan Chee de Horz, Jad-Han, hermano de Janai de Amhor, y yo, John Carter, Príncipe de Helium y Señor de la Guerra de Barsoom.

Era una de aquellas sobrecogedoras y magníficas noches marcianas que le quitan a uno la respiración. En el aire poco denso del moribundo planeta, cada estrella destaca en brillante magnificencia contra la aterciopelada oscuridad del firmamento, con un esplendor inconcebible para un habitante de la Tierra.

Mientras sobrepasábamos la gran grieta del valle, las dos lunas de Marte eran visibles, y la Tierra y Venus estaban en conjunción, proporcionándonos un espectáculo de belleza incomparable. Clorus, la luna más alejada, avanzaba con majestuosa dignidad por la bóveda celeste a treinta mil kilómetros de distancia, mientras Thuria, sólo a siete mil kilómetros, cruzaba la noche de horizonte a horizonte en menos de cuatro horas, recortando sombras cambiantes en el suelo bajo nosotros, produciendo la impresión de constante movimiento, como si la superficie de Marte estuviese cubierta de innumerables cosas deslizantes, hormigueantes. Desearía poder expresarte una idea de la extrañeza misteriosa y sobrecogedora de la escena, y de su belleza; pero, desgraciadamente, mis facultades de descripción son totalmente inadecuadas. Pero quizás, algún día, tú también visitarás Marte.

Mientras franqueábamos la falla de la impresionante escarpadura que limita el valle, puse rumbo a Gathol y apreté el acelerador, ya que preveía una posible persecución; pero, conociendo la velocidad de este tipo de nave, y la ventaja que llevábamos, estaba seguro de que nada en Kamtol podría alcanzarnos a menos que tuviéramos mala suerte.

Muchos suponen que Gathol es la más antigua ciudad habitada de Marte, y que es una de las pocas que han conservado su libertad; y, aunque ricas minas de diamantes son las más antiguas conocidas, a diferencia de prácticamente todos los demás yacimientos, son aparentemente tan inagotables como siempre.

En la antigüedad, la ciudad fue construida sobre una isla del Throxeus, el mayor de los cinco océanos del viejo Barsoom. Cuando el océano se retiró, Gathol fue creciendo por la falda de la montaña, la cima de la cual era la isla sobre la que había sido fundada, hasta llegar al día de hoy, que cubre las laderas desde la cima a la base, mientras las entrañas de la gran colina están llenas de galerías mineras.

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