Llana de Gathol (18 page)

Read Llana de Gathol Online

Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: Llana de Gathol
5.78Mb size Format: txt, pdf, ePub

Gan-Hor, el dwar, estaba sentado ante un refugio jugando al jetan con un padwar cuando Kor-An me llevó ante él. Nos miró a ambos de arriba a bajo durante todo un minuto.

–¡En el nombre de Issus! – exclamó-. ¿Qué habéis estado haciendo los dos? ¿Jugando con un rebaño de banths? ¿O con una tribu de monos blancos? ¿Y quién es éste? No es ni rojo ni negro.

–Un prisionero -dijo Kor-An; luego explicó con bastante honradez por qué estábamos en aquellas condiciones. Gan-Hor frunció el ceño.

–Trataré de esta cuestión contigo más tarde, Kor-An -dijo; luego se volvió hacia mí.

–Soy el padre de Tara de Helium -dije-, la princesa de tu jed.

Gan-Hor se puso en pie de un salto, y Kor-An vaciló como si le hubiese golpeado; pensé que iba a caerse.

–¡John Carter! – exclamó Gan-Hor-. La piel blanca, los ojos grises, la maestría con la espada que ha relatado Kor-An. Nunca he visto a John Carter, pero no puede ser otro. – Entonces se volvió hacia Kor-An.

–¡Y arrastraste al Príncipe de Helium y Señor de la Guerra de Barsoom a lo largo de un kilómetro al extremo de tu cuerda! – estaba casi gritando-. ¡Morirás por ello!

–No -dije yo-. Kor-An y yo hemos ajustado cuentas; no va a ser castigado más.

Estos pastores-guerreros de Gathol vivían de forma parecida a nuestros nómadas de desierto, desplazándose de un lugar a otro según distaban la necesidad de pastos y la presencia del agua. No hay agua de superficie en Gathol, salvo la del pantano salado que rodea la ciudad; pero en ciertos lugares podía encontrarse agua cavando pozos, y en esos puntos levantaban sus campamentos, como aquí en el bosquecillo de sorapo al cual me habían conducido.

Gan-Hor ordenó que me trajeran agua; y, mientras me lavaba el pigmento negro, la suciedad y la sangre, le conté que Llana de Gathol y dos compañeros estaban no lejos del sitio donde Kor-An me había capturado; él envió a uno de sus padwars con cierto número de guerreros y tres thoats extra para traerlos aquí.

–Y ahora -le dije-, cuéntame qué está sucediendo en Gathol. El hecho de que fuéramos atacados anoche, junto con el anillo de hogueras que rodeaban la ciudad, sugiere que algún enemigo está sitiando Gathol.

–Tienes razón -replicó Gan-Hor-. Gathol está rodeado por las tropas de Hin Abtol, que se titula a sí mismo
Jeddak de Jeddaks del Norte.
Apareció aquí hace algún tiempo con una nave vieja y anticuada, pero como vino en son de paz fue tratado por Gahan como un honorable invitado. Dicen que se portó como un fanfarrón egoísta y un insufrible patán, y acabó por exigir a Gahan que le diera a Llana por mujer… aunque se jactó de tener siete ya.

»Por supuesto, Gahan le dijo que Llana de Gathol elegiría su propia pareja; y cuando Llana rehusó sus proposiciones, amenazó que volvería a tomarla por la fuerza. Luego se marchó, y al siguiente día nuestra princesa partió para Helium en una nave con veinticinco miembros de su guardia personal. Nunca alcanzó Helium, y nadie la ha visto ni había sabido de ella hasta que me contaste que está viva y que ha retornado a Gathol.

»Pero pronto supimos de Hin Abtol. Volvió con una gran flota compuesta por las naves más viejas y anticuadas que jamás he visto; algunas de sus naves deben tener más de cien años. Hin Abtol volvió, y exigió la rendición de Gathol.

»Sus naves estaban abarrotadas de guerreros, miles de los cuales saltaron de ellas y descendieron con equilimotores sobre la ciudad. Durante todo un día se luchó en las avenidas y las terrazas de los edificios, pero al fin los destruimos e hicimos prisioneros a todos; por lo tanto, al descubrir que no podía tomar la ciudad por asalto, Hin Abtol la sitió.

»Ha alejado a todas sus naves salvo unas pocas, y creemos que retornaron al helado Norte en busca de refuerzos. Los que estábamos de pastores al principio del asedio, fuimos incapaces de volver a la ciudad, pero estamos hostigando continuamente a los guerreros de Hin Abtol acampados en la llanura.

–Así que usan equilimotores -comenté-. Parece extraño que un pueblo del helado Norte los posea. Eran absolutamente desconocidos en Okar cuando estuve allí.

El equilimotor es un ingenioso aparato para el vuelo individual. Consiste en un grueso cinturón no muy diferente a un salvavidas terrestre; el cinturón está relleno del octavo rayo barsoomiano, o rayo de la propulsión, en un grado suficiente para igualar la fuerza de gravedad, y así mantener a una persona en equilibrio entre esta fuerza y la opuesta ejercida por el octavo rayo. Un pequeño motor de radio está adosado a la trasera del cinturón, con sus mandos en el frente del mismo; fijada rígidamente al borde superior del cinturón, y proyectándose desde él, dispone una aleta fuerte y ligera, con pequeñas palancas para alterar rápidamente su posición. Podía comprender que tal aparato se mostraría muy efectivo para tropas que aterrizaran de noche en una ciudad enemiga.

Había escuchado a Gan-Hor con sentimiento de profunda preocupación, puesto que sabía que Gathol no era un país poderoso y que un asedio largo y persistente lo reduciría con toda seguridad, a menos que llegara ayuda del exterior.

Para su abastecimiento de víveres, Gathol depende de las llanuras que prácticamente abarcan todo su territorio, la zona noroeste del país está cortada por uno de los famosos canales de Barsoom; y allí crecen los granos, verdura y frutas que suministran a la ciudad, mientras en las llanuras pastan los rebaños que la abastecen de carne. Un enemigo que rodee la ciudad cortaría estos suministros; y aunque, sin duda, Gahan disponía de reservas almacenadas en la ciudad, éstas no podían durar indefinidamente.

Discutiendo esto con Gan-Hor, le hice notar que si yo pudiese conseguir una nave, retornaría a Helium y traería una flota de sus poderosas naves de guerra, y transportes con hombres y cañones suficientes para borrar a Hin Abtol y sus panars de la faz de Barsoom.

–Bien -dijo Gan-Hor-. Tu nave está aquí, vino con la flota de Hin Abtol. Uno de mis hombres reconoció su insignia en cuanto la vio, y hemos estado tratando de imaginar cómo la consiguió Hin Abtol; tiene naves de un montón de naciones distintas, y no se ha molestado en borrar sus insignias.

–La encontró en un patio de la ciudad desierta de Horz -expliqué- y, cuando fue atacado por hombres verdes, se escabulló en ella con un par de sus guerreros, dejando que mataran a los demás.

Justo en ese momento, el padwar que había ido a por Llana, Pan Dan Chee y Jad-Han retornó con su destacamento… ¡y tres thoats sin jinetes!

–No estaban allí -dijo-, aunque buscamos por todas partes, no pudimos encontrarlos; pero había sangre donde habían estado.

IV

¡Así que había perdido de nuevo a Llana de Gathol! De que había sido capturada por guerreros de Hin Abtol, había poca duda. Le pedí a Gan-Hor un thoat para examinar el lugar donde el grupo había sido capturado; y no sólo aceptó, sino que me acompañó con un destacamento de sus guerreros.

Evidentemente, un combate había tenido lugar en el sitio en que los dejé; la vegetación estaba pisoteada y ensangrentada; pero el alfombrado musgoso que recubre el fondo de los mares secos de Marte es tan elástico que, exceptuando la sangre, los últimos vestigios del encuentro estaban desapareciendo rápidamente; y no había señal de la dirección tomada por los captores de Llana.

–¿A qué distancia están sus líneas desde aquí? – pregunté a Gan-Hor.

–A unos nueve haads -replicó (mas o menos, cinco kilómetros terrestres).

–Podemos retornar al campamento -dije-. No disponemos de una fuerza lo suficientemente poderosa para lograr algo ahora. Yo volveré cuando haya oscurecido.

–Podríamos realizar una pequeña incursión en uno de sus campamentos esta noche -sugirió Gan-Hor.

–Iré solo -le manifesté-. Tengo un plan.

–Pero eso no será seguro -objetó él-. Tengo un centenar de hombres con los cuales los estoy hostigando constantemente; cabalgaremos contigo gustosamente.

–Sólo busco información, Gan-Hor; puedo conseguirla mejor yo solo.

Retornamos al campamento, y, con la ayuda de uno de los guerreros de Gan-Hor, apliqué a mi cara y cuerpo el pigmento rojo que siempre llevo conmigo para cuando encuentro necesario disfrazarme de hombre rojo nativo. Es un ungüento cobrizo igual al que me proporcionaron por primera vez los hermanos Ptor de Zodanga hace muchos años.

Cuando oscureció, me puse en marcha en un thoat, acompañado por Gan-Hor y uno de sus guerreros, ya que había aceptado su oferta de conducirme a un punto cercano a las líneas. Afortunadamente, el cielo estaba por el momento desprovisto de lunas, y llegamos bastante cerca de las primeras hogueras antes de que yo desmontara y me despidiera de mis nuevos amigos.

–¡Buena suerte! – dijo Gan-Hor-. La necesitarás.

Kor-An era uno de los guerreros que nos acompañaban.

–Me gustaría ir contigo, príncipe -dijo-; así podría expiar lo que hice.

–Si pudiera llevar a alguien, te llevaría a ti, Kor-An -le aseguré-. De todas formas, no tienes que expiar nada; pero si quieres hacer algo por mí, prométeme que siempre lucharás por Tara de Helium y Llana de Gathol.

–Lo juro sobre mi espada -dijo él; y luego los dejé y me aproximé con cautela al campamento panar.

Una vez más, como en tantas otras ocasiones, usé las tácticas de otra raza de guerreros rojos, los apaches de nuestro suroeste, deslizándome con el vientre pegado a tierra como un gusano, más y más cerca de las líneas del enemigo. Pude divisar las formas de guerreros apiñados alrededor de sus hogueras, y pude percibir sus voces y sus roncas risas; y, según me acercaba, los juramentos y obscenidades de los labios de los soldados que eran proferidas con la mayor naturalidad; y, cuando una ráfaga de viento sopló desde el campamento hacia mí, incluso pude oler el sudor y el cuero, mezclado con la ocre humareda de sus hogueras.

Un centinela rondaba entre mi posición y las hogueras; cuando se me acercó, me aplasté contra el suelo. Lo oí bostezar. Cuando estaba casi encima de mí, me levanté delante de él; y, antes de que pudiera proferir un grito de alerta, lo aferré por la garganta. Tres veces apuñalé su corazón. Odio matar así, pero ahora no había otra forma, y no era por mí por quien había matado; era por Llana de Gathol, por Tara de Helium y por Dejah Thoris, mi amada princesa.

Apenas había depositado el cuerpo en el suelo, un guerrero de la hoguera más cercana se incorporó y miró hacia nosotros.

–¿Qué fue eso? – preguntó a sus amigos.

–El centinela -replicó uno de ellos-. Está allí ahora -pues yo estaba haciendo la ronda lentamente, esperando que nadie viniera a investigar.

–Juraría que vi a dos hombres luchando allí.

–Tú siempre estás viendo cosas -dijo un tercero.

Rondé hasta que cesaron de discutir sobre ese tema y volvieron su atención a otras cosas; entonces me arrodillé junto al muerto y lo despojé de su correaje y armas, que me puse de inmediato. Ahora, en apariencia exterior, era un soldado de Hin Abtol, un panar de una acristalada ciudad-invernadero del helado Norte.

Caminando hasta el límite de mi puesto, lo abandoné y entré en el campamento a alguna distancia del grupo que incluía al guerrero cuyas sospechas había despertado. Aunque pasé al lado de otro grupo de guerreros, ninguno se fijó en mí. Otros individuos vagaban de hoguera en hoguera, por lo que mis movimientos no llamaron la atención.

Debía haber caminado todo un haad dentro de las líneas desde mi punto de entrada, antes de que sintiera que ya era seguro detenerme y mezclarme con los guerreros. Finalmente, vi un guerrero solitario sentado ante una hoguera, y me aproximé a él.

–¡Kaor! – dije, utilizando el saludo universal de Barsoom.

–¡Kaor! – respondió-. Siéntate. Soy extraño aquí y no tengo amigos en este dar -un dar es una unidad de muchos hombres, análogo a un regimiento terrestre-. Acabo de llegar hoy con un contingente de refresco de Pankor. Es bueno moverse y ver otra vez el mundo, después de haber estado congelado cincuenta años.

–¡No has salido de Pankor en cincuenta años! – exclamé, suponiendo que Pankor era el nombre de la ciudad ártica de la cual provenía, y confiando en suponer bien.

–No -dijo-. ¿Y tú? ¿Cuánto tiempo has estado congelado?

–Nunca he estado en Pankor -le dije-. Soy un panthan y acabo de unirme a las fuerzas de Hin Abtol cuando bajaron al sur.

Pensé que ésta era la posición más segura, ya que estaba seguro de levantar sospechas si pretendía estar familiarizado con Pankor sin haber estado allí nunca.

–Bien -repuso mi compañero-, debes de estar loco.

–¿Por qué? – pregunté.

–Nadie salvo un loco se pondría en manos de Hin Abtol. Bien, lo has hecho; y ahora te llevarán a Pankor cuando acabe esta guerra, a menos que tengas la suerte de que te maten; y te quedarás allí congelado hasta que Hin Abtol te necesite para otra campaña. ¿Cómo te llamas?

–Dotar Sojat -respondí, recurriendo al viejo nombre que me había dado la horda marciana verde de Thark muchos años atrás.

–Yo Em-Tar; soy de Kobol.

–Creí que habías dicho que eras de Pankor.

–Soy Koboliano de nacimiento -explicó-. ¿De dónde eres tú?

–Los panthanes no tenemos patria -le recordé.

–Pero debes haber nacido en alguna parte -insistió.

–Cuanto menos se diga, mejor -le dije, guiñando maliciosamente.

–Siento haberlo preguntado -dijo, riendo.

A veces, cuando un hombre comete un crimen político, se ofrece una generosa recompensa por información concerniente a su paradero; así que éste, además de cambiar de nombre, nunca divulga cuál es su país. Dejé creer a Em-Tar que yo era un fugitivo de la justicia.

–¿Cómo crees que va la campaña? – le pregunté.

–Si Hin Abtol logra matarlos de hambre, puede ganar -contestó Em-par-. Pero, por lo que he oído, nunca tomará la ciudad por asalto. Puede decirse de los que combatimos a las órdenes de Hin Abtol que no ponemos en ello los corazones, que no tenemos sentimientos de lealtad hacia Hin Abtol; pero estos gatholianos luchan por sus casas y por su jed, y aman a ambos. Dicen que la princesa de Gahan es hija del señor Guerrero de Barsoom. Dicen que si se entera de este asunto y trae de Helium un ejército y una armada, podemos empezar a cavar nuestras tumbas.

–¿Hemos capturado muchos prisioneros? – le pregunté.

–No muchos. Cogieron tres esta mañana; uno de ellos era la hija de Gahan, el jed de Gathol; los otros dos eran hombres.

Other books

The Cloister Walk by Kathleen Norris
Home Is Burning by Dan Marshall
Bruno by Pokorney, Stephanie
Sword Dance by Marie Laval
His Wicked Ways by Joanne Rock
Together Forever by Vicki Green
Call of Glengarron by Nancy Buckingham
Dancing in the Dark by Mary Jane Clark
Deadly Patterns by Melissa Bourbon
The List of My Desires by Gregoire Delacourt