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Authors: Nicholas Sparks

Tags: #Romántico

Lo mejor de mi (39 page)

BOOK: Lo mejor de mi
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—Tenemos novedades —anunció el médico.

Ella alzó la cabeza, con la certeza de que iba a escuchar que ya habían agotado todas las esperanzas.

«Ya está. Sé acabó. Es el final», pensó, con una sensación de derrota.

En lugar de eso, detectó cierta esperanza en la expresión del médico.

—Hemos encontrado uno. Una oportunidad de esas que solo aparecen entre un millón.

Amanda notó un repentino subidón de adrenalina; cada nervio se despertó en su cuerpo mientras intentaba comprender lo que el médico le decía.

—¿Uno?

—Sí, un donante de corazón. En estos momentos lo están trasladando al hospital, y la operación ya ha sido programada. El equipo está reunido en estos momentos, mientras hablo con usted.

—¿Eso quiere decir que… Jared vivirá? —preguntó Amanda, con voz ronca.

—Ese es el plan —contestó el doctor Mills.

Por primera vez desde que había entrado en el hospital, Amanda rompió a llorar.

22

A
nte la insistencia del doctor Mills, Amanda finalmente accedió a irse a casa. Le habían explicado que iban a trasladar a Jared a la sala de preoperatorio, donde lo prepararían para la intervención quirúrgica, y que ella no podría estar con él. Después, procederían a operarlo. La intervención duraría entre cuatro y seis horas, en función de si había complicaciones.

—No —se adelantó el doctor Mills antes de que ella tuviera la oportunidad de preguntar—. No hay ningún motivo para esperar complicaciones.

A pesar de su rabia todavía persistente, llamó a Frank después de recibir la noticia, antes de abandonar el hospital. Al igual que ella, su marido no había dormido. Esperaba escuchar cómo se le trababa la lengua, como de costumbre, pero él contestó completamente sobrio. Su alivio al oír las noticias sobre Jared era más que obvio. Le dio las gracias por haberlo llamado.

Amanda no vio a Frank cuando llegó a casa. Supuso que, dado que su madre estaba en el cuarto de invitados, él debía estar durmiendo en el sofá del estudio. Aunque se sentía exhausta, lo que realmente necesitaba era darse una ducha. Se pasó un buen rato debajo del chorro de agua antes de enfilar hacia la cama arrastrando los pies.

Todavía faltaban una o dos horas para que amaneciera. Mientras cerraba los ojos, se dijo a sí misma que no dormiría mucho rato, solo echaría una cabezada antes de regresar al hospital.

Durmió profundamente, sin soñar nada, durante seis horas.

Su madre sostenía una taza de café cuando Amanda bajó corriendo las escaleras, nerviosa por llegar cuanto antes al hospital. Con un gran esfuerzo, intentó recordar dónde había dejado las llaves.

—Hace unos minutos que he llamado al hospital —le comentó Evelyn—. Lynn me ha dicho que todavía no hay noticias, aparte de que Jared sigue en el quirófano.

—De todos modos, he de ir —murmuró Amanda.

—Por supuesto. Pero antes toma una taza de café. —Evelyn le ofreció la taza—. Lo he preparado para ti.

Amanda rebuscó entre la pila de correo de propaganda y otras minucias que había sobre la encimera, en busca de las llaves.

—No tengo tiempo…

—Solo tardarás cinco minutos en bebértelo —insistió su madre, en un tono imperativo que no dejaba lugar a protestas. Puso la humeante taza en la mano de Amanda—. No pasa nada si te demoras cinco minutos; ambas sabemos que cuando llegues al hospital te tocará esperar. Lo único verdaderamente importante para Jared es que estés allí cuando despierte, y aún tardará varias horas. Así que tómate unos minutos antes de salir disparada por la puerta.

Su madre se sentó en una de las sillas de la cocina y señaló hacia la silla de al lado.

—Haz el favor de tomarte la taza de café y de comer algo.

—¡No puedo desayunar mientras están operando a mi hijo! —gritó Amanda.

—Sé que estás preocupada —repuso Evelyn, con una voz sorprendentemente conciliadora—. Yo también lo estoy. Pero soy tu madre, y también estoy preocupada por ti, porque sé que el resto de la familia depende totalmente de ti. Las dos sabemos que funcionarás mucho mejor cuando hayas comido algo y hayas tomado una taza de café.

Amanda titubeó unos instantes antes de llevarse la taza a los labios. El café estaba bueno.

—¿De verdad crees que no pasa nada si me retraso unos minutos? —vaciló con el ceño fruncido mientras tomaba asiento junto a su madre en la mesa de la cocina.

—Por supuesto que no. Tienes un día muy largo por delante. Jared necesitará que estés fuerte cuando te vea.

Amanda agarró la taza con ambas manos.

—Tengo miedo —admitió.

Para sorpresa de Amanda, su madre alargó los brazos y le cubrió las manos con las suyas.

—Lo sé. Yo también.

Amanda clavó la vista en las manos, que todavía envolvían la taza de café, rodeadas y protegidas por las diminutas manos de su madre, que, como siempre, lucían una manicura perfecta.

—Gracias por venir.

Evelyn se permitió a sí misma sonreír levemente.

—No tenía alternativa —dijo—. Eres mi hija y me necesitas.

Amanda y su madre fueron juntas en coche al hospital, donde se reunieron con el resto de la familia en la sala de espera. Annette y Lynn corrieron a darle un abrazo a Amanda y hundieron las caras en su cuello. Frank hizo un leve gesto con la cabeza al tiempo que murmuraba un saludo. Su madre, que al instante percibió la tensión entre ellos, se llevó a sus dos nietas a la cafetería.

Cuando Amanda y Frank se quedaron solos, él se volvió hacia ella.

—Lo siento. Siento todo lo que ha pasado.

Amanda lo miró a los ojos.

—Lo sé.

—Sé que debería ser yo quien estuviera ahí dentro, y no Jared.

Amanda no dijo nada.

—Puedo dejarte sola, si quieres —apuntó en medio del incómodo silencio—. Puedo buscar otro sitio donde sentarme a esperar.

Amanda suspiró antes de sacudir la cabeza.

—No, es tu hijo; tienes todo el derecho a quedarte.

Frank tragó saliva.

—He dejado de beber, si eso significa algo. De verdad, esta vez va en serio.

Amanda alzó la mano para indicarle que se callara.

—Mira…, no sigas, ¿vale? No quiero hablar de eso. No es ni el lugar ni el momento oportuno. Lo único que conseguirás es sulfurarme más de lo que ya lo estoy. Te he oído tantas veces decir lo mismo… En estos momentos, no estoy en condiciones de pensar en nada más.

Frank asintió. Dio media vuelta y regresó a su silla. Amanda tomó asiento junto a la pared opuesta. No volvieron a dirigirse la palabra hasta que Evelyn regresó con las niñas.

Pasado el mediodía, el doctor Mills entró en la sala de espera. Todos se pusieron de pie. Amanda escrutó su cara, esperando lo peor, pero sus temores se disiparon casi inmediatamente al ver el semblante satisfecho y a la vez agotado del médico.

—La operación ha salido bien —anunció, antes de referirles los pormenores del proceso.

Cuando acabó, Annette tiró de su manga.

—¿Jared se pondrá bien?

—Sí —contestó el doctor con una sonrisa, al tiempo que alzaba la mano para acariciarle la cabeza—. Tu hermano se pondrá bien.

—¿Cuándo podremos verlo? —preguntó Amanda.

—En estos momentos está en la sala de recuperación; quizá dentro de unas horas.

—¿Estará despierto?

—Sí, estará despierto —contestó el doctor Mills.

Cuando avisaron a la familia de que ya podían ir a ver a Jared, Frank sacudió la cabeza.

—Ve tú —le dijo a Amanda—. Nosotros esperaremos aquí. Entraremos a verlo cuando salgas.

Amanda siguió a la enfermera hasta la sala de recuperación. El doctor Mills la estaba esperando a mitad del pasillo.

—Está despierto —le informó el médico, mientras reanudaba la marcha junto a ella—. Pero quiero advertirle que ha hecho muchas preguntas y que las noticias no le han sentado muy bien. Lo único que le pido es que procure no angustiarlo.

—¿Qué debo decirle?

—Hable con él. Seguro que sabrá qué debe decir: es su madre.

Se detuvieron frente a la puerta de la sala de recuperación. Amanda aspiró hondo y el doctor Mills abrió la puerta. Ella entró en aquella estancia intensamente iluminada. Enseguida vio a su hijo en una cama con las cortinas corridas.

Jared ofrecía una palidez fantasmagórica. Sus mejillas seguían profundamente hundidas. Volvió la cabeza hacia la puerta y una breve sonrisa se dibujó en sus labios.

—Mamá… —susurró, balbuceando todavía por los efectos de la anestesia.

Amanda le acarició el brazo, con cuidado de no tocar los innumerables tubos y ringleras de cinta adhesiva médica e instrumentos pegados a su cuerpo.

—Hola, cielo; ¿cómo te encuentras?

—Cansado. Dolorido.

—Lo sé —asintió ella. Le apartó con ternura el cabello de la frente antes de tomar asiento en la silla de plástico duro junto a él—. Y probablemente te sentirás así durante una temporada. Pero no tendrás que quedarte aquí mucho tiempo; solo una semana, más o menos.

Jared pestañeó varias veces seguidas; sus párpados se movían despacio, tal y como solía hacer cuando era pequeño, justo antes de que ella apagara las luces a la hora de dormir.

—Tengo un corazón nuevo —dijo—. El médico me ha dicho que no había ninguna otra opción.

—Así es —contestó ella.

—¿Qué significa? —El brazo de Jared se agitó con nerviosismo—. ¿Podré llevar una vida normal?

—Por supuesto que sí —Amanda procuró calmarlo.

—Me han quitado el corazón, mamá. —Aferró la sábana de la cama con dedos crispados—. Me han dicho que tendré que medicarme toda la vida.

La confusión y la aprensión se plasmó en sus jóvenes rasgos. Jared comprendía que su futuro había sido irrevocablemente alterado. A pesar de que Amanda deseaba aislarlo de aquella nueva realidad, sabía que no podía.

—Sí —admitió ella sin titubear—. Te han hecho un trasplante de corazón y, sí, tendrás que tomar medicación toda tu vida. Pero eso también significa que estás vivo.

—¿Por cuánto tiempo? Ni siquiera los médicos pueden decírmelo.

—¿Acaso importa, en estos momentos?

—Claro que importa —espetó Jared—. Me han dicho que un trasplante dura entre quince y veinte años de media. Y entonces probablemente necesitaré otro corazón.

—Entonces te pondrán otro corazón. Y entre tanto, vivirás, y después, seguirás viviendo unos años más, como el resto de los mortales.

—No entiendes lo que intento decirte. —Jared volvió la cara hacia el otro lado, hacia la pared más alejada de la cama.

Amanda vio su reacción y buscó las palabras adecuadas para aplacar sus temores, para ayudarlo a aceptar el nuevo mundo en el que había despertado.

—¿Sabes en qué pensaba durante estos dos últimos días que he estado esperando en el hospital? —empezó a decir—. Estaba pensando que hay un montón de cosas que todavía no has hecho, cosas que todavía no has experimentado, como la satisfacción de graduarte en la universidad, o la emoción de comprar una casa, o la alegría de encontrar un trabajo perfecto, o de conocer a la chica de tus sueños y enamorarte.

Jared no mostraba señales de haberla oído, pero por su estado alerta de quietud, ella podía adivinar que la estaba escuchando.

—Podrás hacer todas estas cosas —prosiguió ella—. Cometerás fallos y a veces te costará seguir adelante, como a todo el mundo, pero cuando estés con la persona adecuada, sentirás algo muy próximo a la perfecta alegría, como si fueras la persona más afortunada del mundo. —Se inclinó hacia él y le propinó unas palmaditas en el brazo—. Un trasplante de corazón no te privará de disfrutar de esas experiencias. Porque todavía estás vivo. Y eso significa que amarás y te amarán… y, a fin de cuentas, eso es lo único que importa.

Jared seguía inmóvil. Amanda se preguntó si se había quedado dormido en su confusión postoperatoria. Entonces, gradualmente, empezó a volver la cabeza hacia ella.

—¿De verdad crees todo lo que acabas de decir? —Su voz era tentativa.

Por primera vez desde que se había enterado del accidente, Amanda pensó en Dawson Cole. Se inclinó hacia la cama para acercarse más a su hijo y contestó:

—Sí, de verdad lo creo.

23

M
organ Tanner se hallaba en el taller de Tuck, con las manos entrelazadas a la espalda mientras examinaba el amasijo de chatarra que una vez había constituido el Stingray. Esbozó una mueca de disgusto, pensando que al propietario no le iba a hacer ni pizca de gracia lo que había pasado con su coche.

Parecía claro que el estropicio era reciente. Vio una llave de cruz que asomaba por debajo de un panel lateral parcialmente arrancado del chasis. Tanner estaba seguro de que ni Dawson ni Amanda lo habrían dejado en aquel estado, si lo hubieran visto. Tampoco podían ser responsables de la silla que había atravesado la ventana en el porche. Probablemente, todo aquello era obra de Ted y Abee Cole.

Aunque no era oriundo del pueblo, estaba al corriente de sus ritmos sociales. Con el tiempo había aprendido que, si prestaba la debida atención a las conversaciones en el Irvin, podía enterarse de un sinfín de historias acerca de aquella pequeña parte del mundo y de la gente que vivía allí. Por supuesto, en un sitio como el Irvin, cualquier información tenía que ser tomada con pinzas. Los rumores, los chismes y las indirectas eran tan frecuentes como la historias reales. Sin embargo, Tanner sabía más sobre la familia Cole de lo que mucha gente habría esperado. Incluso un poco sobre los avatares de Dawson.

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