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Authors: Nicholas Sparks

Tags: #Romántico

Lo mejor de mi (40 page)

BOOK: Lo mejor de mi
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Después de que Tuck le revelara sus planes para Dawson y Amanda, había temido por su propia seguridad, así que se dedicó a indagar todo lo que pudo acerca de los Cole. Aunque Tuck ponía la mano en el fuego por Dawson, Tanner se tomó su tiempo para hablar con el
sheriff
que lo había arrestado, así como con el fiscal y con el abogado de oficio. La comunidad jurídica en el condado de Pamlico era pequeña, así que le resultó bastante fácil conseguir que sus colegas hablaran sobre uno de los crímenes más notorios de Oriental.

Tanto el fiscal como el abogado de oficio habían creído que había habido otro vehículo en la carretera aquella noche y que Dawson se había salido para evitar el choque frontal. Pero dado que en aquella época el juez y el
sheriff
eran amigos de la familia de Marilyn Bonner, no pudieron hacer gran cosa. La explicación bastó para que Tanner comprendiera cómo funcionaba la justicia en los pequeños pueblos. Después habló con el carcelero retirado de la prisión de Halifax, quien le aseguró que Dawson había sido un preso ejemplar. También llamó a varios de sus antiguos jefes en Luisiana, que le confirmaron que era una persona cabal y de confianza. Solo entonces aceptó la solicitud de ayuda de Tuck.

En esos momentos, aparte de ultimar los detalles del legado de Tuck —y de encargarse de la cuestión del Stingray—, su papel en el caso había concluido. Teniendo en cuenta todo lo que había pasado, incluidos los arrestos de Ted y Abee Cole, se sentía afortunado de que su nombre no hubiera aparecido en ninguna de las conversaciones que había oído por casualidad en el bar Irvin. Y como abogado profesional que era, tampoco había aportado ningún dato.

Sin embargo, la situación le preocupaba más de lo que dejaba entrever. Durante los dos últimos días, incluso se había arriesgado a realizar llamadas poco ortodoxas, posicionándose fuera de los límites legales en los que se sentía totalmente cómodo.

Tanner dio la espalda al coche y examinó el banco de trabajo, en busca de la orden de trabajo. Esperaba que incluyera el número de teléfono del propietario del Stingray. Encontró la ficha. Un rápido vistazo le bastó para constatar que contenía toda la información que necesitaba. Iba a depositar la ficha de nuevo sobre el banco cuando vio algo que le resultaba familiar.

Lo recogió, con la impresión de que ya lo había visto antes. Lo examinó solo un momento. Consideró todo lo que aquello podía conllevar, pero, aun así, hundió la mano en el bolsillo en busca de su teléfono móvil. Buscó en la lista de contactos, encontró el nombre y pulsó la tecla de llamada.

Al otro lado de la línea, el teléfono empezó a sonar.

Amanda se había pasado la mayor parte de los dos últimos días en el hospital con Jared, y la verdad era que tenía muchas ganas de dormir en su propia cama. La silla de la habitación del hospital donde estaba ingresado su hijo era increíblemente incómoda. Además Jared le había pedido que se marchara.

«Necesito estar solo», le había dicho.

Mientras se hallaba sentada en el pequeño patio, respirando un poco de aire fresco, Jared estaba en la habitación con la psicóloga, por primera vez. Amanda se sentía aliviada. Físicamente, sabía que Jared estaba haciendo magníficos progresos; emocionalmente, en cambio, era otra cuestión. Aunque Amanda quería creer que la conversación que había mantenido con él había abierto la puerta —o, por lo menos, una fisura— hacia una nueva forma de enfocar la situación, Jared sufría al pensar en los años que le habían sido robados de su vida. Quería lo que tenía antes, un cuerpo perfectamente sano y un futuro sin mayores complicaciones, pero eso no era posible.

Su hijo tenía que tomar inmunosupresores para que su cuerpo no rechazara el nuevo corazón y, dado que los medicamentos hacían que fuera más propenso a tener infecciones, también debía tomar elevadas dosis de antibióticos y un diurético que le habían recetado para evitar la retención de líquidos. Y aunque iban a darle el alta a la semana siguiente, tendría que ir a la consulta del médico con regularidad, como mínimo durante un año, para poder llevar un control de su progreso. También necesitaría realizar ejercicios de fisioterapia supervisados, y le habían dicho que tendría que hacer una dieta muy severa. Por si eso fuera poco, había que añadir la terapia semanal con la psicóloga.

La familia tenía un duro camino por delante, pero allí donde unos días antes no había habido nada más que desesperación, Amanda veía ahora ante sí un mundo de esperanza. Jared era más fuerte de lo que él creía. Necesitaría tiempo, pero hallaría el modo de superar todo aquello. En los dos días previos, Amanda había detectado indicios de fortaleza, a pesar de que Jared no fuera consciente de ello, y sabía que la psicóloga sería de gran ayuda.

Frank y su madre se habían dedicado a llevar a Annette de casa al hospital y del hospital a casa; Lynn se valía por sí sola, ya que podía conducir. Amanda sabía que no estaba pasando tanto tiempo con sus hijas como debería. Ellas también lo estaban pasando mal, pero ¿qué opción le quedaba?

Decidió que aquella noche, de camino a casa, compraría unas pizzas y que, después, quizá verían una película juntos. No era mucho, pero en esos momentos eso era todo lo que podía ofrecerles. Cuando Jared saliera del hospital, las cosas volverían poco a poco a la normalidad. Debería llamar a su madre para contarle los planes…

Hundió la mano en el bolso y sacó el teléfono móvil. En la pantalla había una llamada perdida de un número de teléfono desconocido. También tenía un mensaje en el buzón de voz.

Con curiosidad, pulsó la tecla del buzón de voz y acercó el teléfono a la oreja. Transcurridos unos segundos, oyó la voz pausada de Morgan Tanner, que le pedía que lo llamara cuando pudiera.

Amanda marcó el número. Tanner contestó inmediatamente.

—Gracias por llamar —le dijo él, con la misma cordialidad formal que había mostrado cuando Amanda y Dawson fueron a verlo a su despacho—. Ante todo, siento mucho llamarla en unos momentos tan delicados para usted.

Ella parpadeó varias veces seguidas con confusión, preguntándose cómo sabía Tanner lo que había sucedido.

—Gracias…, pero Jared ya está mucho mejor. Estamos mucho más tranquilos.

Tanner se quedó en silencio, como si intentara interpretar lo que ella le acababa de decir.

—Yo… llamaba porque esta mañana he pasado por la casa de Tuck y mientras estaba examinando el coche…

—¡Ah, sí! —lo interrumpió Amanda—. Pensaba decírselo. Dawson acabó de repararlo antes de marcharse. Ya está listo para que el propietario pase a buscarlo.

De nuevo Tanner tardó unos segundos antes de proseguir.

—Bueno…, la cuestión es que he encontrado la carta que Tuck le escribió a Dawson. Debió olvidarla en el taller. No sé si usted quiere que se la envíe.

Amanda se pasó el teléfono a la otra oreja, preguntándose por qué la estaba llamando a ella.

—Pero es de Dawson —arguyó, desconcertada—. Lo más lógico es que se la envíe a él, ¿no le parece?

Oyó que Tanner carraspeaba incómodo.

—Me parece que no sabe lo que pasó, ¿verdad? —advirtió el abogado lentamente—. ¿El domingo por la noche, en el Tidewater?

—¿Qué pasó? —Amanda frunció el ceño, completamente confundida.

—No me gusta tener que darle la noticia por teléfono. ¿Podría pasarse por mi despacho esta tarde? ¿O mañana por la mañana?

—No —contestó ella—. Estoy en Durham. Pero ¿qué pasa? ¿Qué sucedió el domingo?

—De verdad, creo que sería mucho mejor si pudiera decírselo en persona.

—Lo siento, pero no puede ser —replicó ella, con un creciente tono de impaciencia—. Por favor, dígame qué sucede. ¿Qué pasó en el Tidewater? ¿Y por qué no puede enviarle la carta a Dawson?

Tanner vaciló antes de volver a carraspear con nerviosismo.

—Hubo un… altercado en el bar. El local quedó prácticamente destrozado. También hubo un tiroteo. Ted y Abee Cole fueron arrestados. Un joven llamado Alan Bonner resultó gravemente herido. Bonner todavía está en el hospital, pero, según dicen, se recuperará.

Al oír aquellos nombres, uno tras otro, Amanda notó una fuerte opresión en el pecho. Sabía, por supuesto, el nombre que faltaba en aquella ecuación. Con un hilo de voz, preguntó:

—¿Estaba Dawson allí?

—Sí —contestó Morgan Tanner.

—¿Qué pasó?

—Por lo que he podido averiguar, Ted y Abee Cole estaban dándole una paliza a Alan Bonner cuando Dawson entró de repente en el bar. En ese momento, Ted y Abee Cole fueron a por él. —Tanner hizo una pausa—. Ha de comprender que la policía todavía no ha dado la versión oficial…

—¿Está bien Dawson? —lo interrumpió ella—. Eso es lo único que quiero saber.

Amanda podía oír la respiración agitada de Tanner al otro lado de la línea.

—Dawson estaba ayudando a Alan Bonner a salir del bar cuando Ted disparó. Dawson…

Amanda sintió que cada músculo de su cuerpo se tensaba y se preparó para lo que ya sabía que iba a escuchar a continuación. Aquellas palabras, como muchas de las que había oído en los últimos días, parecían imposibles de entender.

—Dawson… recibió un disparo en la cabeza. No pudieron hacer nada por salvarlo, Amanda. Estaba cerebralmente muerto cuando llegó al hospital…

Mientras Tanner seguía hablando, ella notó que era incapaz de sostener el teléfono. Al cabo de unos segundos, el aparato cayó al suelo con estrépito. Amanda se lo quedó mirando fijamente, tirado sobre la gravilla, antes de agacharse y pulsar el botón para colgar.

«No, Dawson no. No podía estar muerto.»

Pero volvió a oír las palabras que le había dicho Tanner. Dawson había ido al Tidewater. Ted y Abee estaban allí. Él había salvado a Alan Bonner y ahora estaba muerto.

«Una vida a cambio de otra», pensó. La cruel condición de Dios.

De repente, revivió la imagen de los dos paseando por el jardín de flores silvestres, cogidos de la mano. Y cuando finalmente las lágrimas afloraron, lloró por Dawson y por los días que ya nunca podrían compartir, hasta que quizá, como en el caso de Tuck y Clara, sus cenizas confluyeran en un prado soleado, lejos del camino trillado de las vidas ordinarias.

Dos años más tarde

A
manda colocó dos bandejas de lasaña en la nevera, antes de echar un vistazo al pastel que se doraba en el horno. Aunque todavía faltaban un par de meses para el cumpleaños de Jared, para ella el 23 de junio se había convertido en una especie de segundo cumpleaños de su hijo. Ese día, dos años antes, él había recibido un nuevo corazón; ese día, le habían concedido una segunda oportunidad en la vida. Amanda pensaba que, si aquello no era motivo de celebración, entonces nada podía serlo.

Estaba sola en casa. Frank todavía no había regresado de la consulta; Annette aún no había vuelto de una fiesta de pijamas en casa de una amiga, mientras que Lynn estaba trabajando en Gap, una tienda de ropa juvenil, una ocupación que había encontrado para los meses de verano. Jared tenía intención de disfrutar de sus últimos días libres antes del inicio de unas prácticas en una empresa de capital de riesgo; por eso había decidido ir a jugar a
softball
con un grupo de amigos. Amanda le había advertido de que iba a ser un día caluroso y le había hecho prometer que bebería mucha agua.

—Iré con cuidado —le aseguró él antes de marcharse.

Últimamente, Jared —quizá porque estaba madurando, o quizá por todo lo que le había pasado— parecía comprender que preocuparse era una condición inherente del hecho de ser madre.

No siempre había sido tan tolerante. Inmediatamente después del accidente, todo parecía molestarle y sentarle mal. Si Amanda se mostraba preocupada por él, Jared espetaba que lo estaba ahogando; si intentaba entablar una conversación, él la cortaba sin remilgos. Comprendía las razones que alimentaban su mal genio; la recuperación era dolorosa y los medicamentos que tomaba solían provocarle náuseas. Los músculos que una vez habían estado fuertes y tensos empezaban a atrofiarse a pesar de la fisioterapia, lo que aumentaba su sensación de impotencia. Su recuperación emocional se complicaba por el hecho de que, a diferencia de muchos pacientes que habían recibido un trasplante de órgano después de haber estado esperando con impaciencia una oportunidad para poder prolongar sus vidas unos años más, Jared no podía evitar sentir que a él le habían arrebatado unos años de su vida. A veces se ensañaba con los amigos que pasaban a verlo. Melody, la chica por la que había mostrado tanto interés en aquel fatídico día, le dijo unas semanas después del accidente que había empezado a salir con otro chico. Visiblemente deprimido, Jared decidió tomarse un año sabático.

Era un camino largo y a veces desalentador, pero, con la ayuda de la psicóloga, empezó a recuperarse de forma gradual. La terapeuta también sugirió que Frank y Amanda se reunieran con ella con regularidad para hablar de la situación de Jared y de cuál era la mejor forma de reaccionar con él y brindarle apoyo. Dados sus propios problemas de pareja, a veces les resultaba duro apartar a un lado sus conflictos personales para proporcionarle a Jared la seguridad y el ánimo que necesitaba. Sin embargo, al final el amor que ambos sentían por su hijo logró anteponerse a todo. Hicieron todo lo que estuvo en sus manos para apoyar a Jared mientras él atravesaba progresivamente periodos de aflicción, desmoralización y rabia, hasta que llegó un momento en que por fin el chico empezó a aceptar sus nuevas circunstancias.

A principios del verano anterior, optó por matricularse en un curso de finanzas en una escuela universitaria cercana y, para gran orgullo y alivio de sus padres, poco después anunció que había decidido retomar los estudios en la Universidad de Davidson en otoño. Más tarde, aquella misma semana, mencionó durante la cena, con una expresión indiferente, que había leído un artículo sobre un hombre que había vivido treinta y un años después de que le implantaran un corazón. Dado que la medicina avanzaba tanto cada año, Jared comentó que probablemente él incluso podría vivir más años.

Cuando empezó de nuevo a estudiar en la universidad, su estado de ánimo continuó mejorando. Después de consultar con varios médicos, retomó la actividad de correr, hasta el punto de que en esos momentos corría unos diez kilómetros al día. Empezó a ir al gimnasio tres o cuatro veces por semana, y gradualmente fue recuperando el estado físico que tenía antes del accidente. Fascinado por el curso que había estudiado en verano, decidió centrarse en la economía cuando regresó a la Universidad de Davidson. Apenas unas semanas después del inicio de las clases, conoció a otra estudiante de Económicas, una chica que se llamaba Lauren. Los dos se enamoraron perdidamente, incluso hablaban de casarse cuando se graduaran. Durante las últimas dos semanas, la parejita había estado en Haití, en una misión humanitaria que había organizado la iglesia de la localidad.

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