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Authors: Dava Sobel

Longitud (15 page)

BOOK: Longitud
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Aún más: Harrison se quejó que el H-4 había sido expuesto a la luz directa del Sol. En el interior de una caja con una cubierta de cristal, el reloj soportó un calor tan sofocante como el de un invernadero. Además, el termómetro para medir la temperatura ambiental del reloj se encontraba en el otro extremo de la habitación, y a la sombra.

Maskelyne ni siquiera se molestó en contestar uno solo de estos alegatos, y no volvió a dirigir la palabra a los Harrison, ni ellos a él.

Harrison esperaba recuperar el H-4 tras haber aceptado el desafío de Maskelyne. Pidió al Consejo de la Longitud que se lo devolvieran. El Consejo rehusó. A sus setenta y cuatro años, Harrison tuvo que rehacer dos de sus relojes basándose en su experiencia pasada y en los recuerdos del H-4. A modo de guía, el Consejo le facilitó un par de ejemplares del libro en el que aparecían los dibujos y las descripciones del propio Harrison, publicados hacía poco por Maskelyne con el título
The Principles of Mr. Harrison 's Timekeeper with Plates of the Same
(Principios del reloj del señor Harrison con láminas del mismo). Al fin y al cabo, lo que perseguía este libro era permitir que cualquiera reconstruyera el H-4. (A decir verdad, era imposible comprender la descripción, porque la había redactado Harrison.)

Con el fin de encontrar pruebas que el H-4 podía reproducirse, el Consejo también contrató al relojero Larcum Kendall para que intentara fabricar una copia exacta. Esto pone de manifiesto lo implacablemente que el Consejo seguía el espíritu de la ley tal como sus miembros la interpretaban, porque el Decreto de la Longitud original no estipulaba que el método «factible y útil» tuviera que ser copiado por su inventor ni por ninguna otra persona.

Kendall, conocido y respetado por Harrison, había sido aprendiz de Jefferys. Quizás ayudara en la construcción del reloj de bolsillo de Jefferys, e incluso en la del H-4. También había actuado como perito en el exhaustivo «descubrimiento» del H-4, aquel que duró seis días. En definitiva, era el más indicado para construir la reproducción. Incluso Harrison lo creía así.

Kendall la terminó al cabo de dos años y medio. Al recibir el K-1, en enero de 1 770, el Consejo de la Longitud volvió a convocar a la comisión que había examinado el H-4, pues sus miembros serían seguramente los mejores jueces de la semejanza entre ambos aparatos. A tal efecto, se reunieron para examinar el K-1 John Michell, William Ludlam, Thomas Mudge, William Mathews y John Bird. Kendall se ausentó en esta ocasión, como era de esperar. Naturalmente, su puesto en el jurado lo ocupó William Harrison. Por unanimidad se consideró al K-1 la exacta reproducción del H-4, salvo por el hecho de llevar más ornamentos grabados en la placa en la que Kendall había puesto su nombre.

Pródigo en elogios, William Harrison expresó ante el Consejo que, en algunos aspectos, la destreza de Kendall superaba a la de su padre. Seguramente le hubiera gustado tragarse sus palabras cuando, más adelante, el Consejo eligió el K-1 y no el H-4 para navegar por el Pacífico con el capitán Cook.

La decisión del Consejo no tenía nada que ver con cuál era el mejor reloj, porque consideraba el H-4 y el K-1 como gemelos. Se trataba simplemente que hubiera aparcado el H-4. De modo que Cook se llevó el K-1 en su viaje alrededor del mundo, así como tres imitaciones más baratas ofrecidas por un fabricante de cronómetros advenedizo llamado John Arnold.

Mientras tanto, ya en 1770, Harrison, a pesar de lo mal que le habían tratado, de su avanzada edad, su escasa vista y unos ataques periódicos de gota, había terminado el primero de los dos relojes cuya construcción le había ordenado el Consejo. El que en la actualidad se conoce como H-5 tiene la misma complejidad interna del H-4, pero un aspecto externo austero. La esfera no lleva ningún adorno en especial. La pequeña explosión de estrellas de cobre del centro parece en cierto modo ornamental, cual una florerilla de ocho pétalos. En realidad, se trata de un botón moleteado que atraviesa la cubierta de cristal de la esfera: al darle la vuelta se ajustan las manillas sin necesidad de levantarla, y de este modo se elimina la acumulación de polvo.

Tal vez Harrison deseara que la estrella fuera una especie de mensaje subliminal. Dado que recuerda la posición y la forma de una rosa de los vientos, recuerda asimismo el otro instrumento, más antiguo, la brújula magnética, en el que confiaron los navegantes durante tanto tiempo para hallar el rumbo.

La chapa del H-5 parece vacía y uniforme en comparación con la exuberancia decorativa de la pieza correspondiente del H-4. En realidad, el H-5 es obra de un hombre más triste pero también más prudente, obligado a hacer lo que antaño había hecho de buen grado, incluso con alegría. Sin embargo, el H-5 es un objeto bello por su misma sencillez. Actualmente ocupa un lugar central en el Museo de relojeros de Guildhall de Londres, literalmente en medio de la estancia, donde descansa sobre el raído cojín de satén rojo que incluye su caja original de madera.

Tras haber construido este reloj en tres años, Harrison dedicó otros dos a probarlo y ajustarlo. Cuando llegó a convencerle, tenía setenta y nueve años. No podía iniciar otro proyecto de las mismas proporciones. Incluso si hubiera podido terminar el trabajo, las pruebas oficiales se hubieran prolongado hasta la siguiente década, algo que no ocurriría con su vida. Esta sensación de encontrarse entre la espada y la pared, sin esperanza que se le hiciera justicia, le dio coraje para llevar sus cuitas ante el rey.

Su Majestad el rey Jorge III se interesaba vivamente por la ciencia, y había seguido de cerca las pruebas del H-4. Incluso había concedido audiencia a John y William Harrison cuando el H-4 volvió de su primer viaje a Jamaica. Con anterioridad, el rey Jorge había inaugurado un observatorio privado en Richmond, justo a tiempo de contemplar la culminación de Venus, en 1769.

En enero de 1772, William escribió una conmovedora carta al rey contándole las penurias de su padre con el Consejo de la Longitud y el Real Observatorio. Preguntaba cortésmente, suplicante, si el nuevo reloj, el H-5, podía «alojarse durante cierto tiempo en el observatorio de Richmond con el fin de comprobar y manifestar su grado de excelencia».

El rey mantuvo una larga entrevista con William en el castillo de Windsor. En un relato posterior de este encuentro fundamental, escrito en 1835 por el hijo de William, John, se cuenta que el rey murmuró: «A esta gente la han tratado cruelmente». Y le prometió en voz alta: « ¡Por Dios, Harrison, yo me encargaré que se le haga justicia!».

Fiel a su palabra, Jorge III confió el H-5 a su tutor particular en ciencia, S. C. T. Demainbray, para una prueba de seis semanas, algo que recuerda el
modus operandi
de Maskelyne. Al igual que en las anteriores pruebas en tierra y mar, se cerró la caja del H-5 y las tres llaves se distribuyeron entre tres personas: una fue para el doctor Demainbray, otra para William y una tercera para el rey. Los tres se reunían en el observatorio todos los días, a mediodía, para confrontar el reloj con el regulador y darle cuerda.

A pesar de tan respetuoso trato, el reloj no se portó bien en un principio. Adelantaba y atrasaba sin explicación, para gran bochorno de los Harrison. Un buen día, el rey recordó que había guardado unos imanes naturales en un armario cerca de donde se encontraba el reloj, y él mismo se precipitó a quitarlos de allí. Liberado de la atracción de aquellas piedras, el H-5 recobró la calma y actuó tal como todos esperaban.

El rey amplió el plazo de la prueba en previsión de las objeciones de los enemigos de Harrison. Al cabo de diez semanas de observaciones cotidianas, entre mayo y julio de 1772, defendió con orgullo el nuevo reloj, porque el H-5 había demostrado su precisión hasta el límite de un tercio de segundo al día.

Tomó a los Harrison bajo su protección y les ayudó a superar la contumacia del Consejo, recurriendo directamente al primer ministro, lord North, y al Parlamento, en busca de «simple justicia», como la denominaba William.

Acuciados por el gobierno, los miembros del Consejo se reunieron el 24 de abril de 1773 para rastrear el tortuoso curso del caso de Harrison una vez más, ante dos testigos del Parlamento, donde se debatieron los pormenores tres días después. Por sugerencia del rey, Harrison abandonó las reclamaciones por vía judicial y se limitó a apelar al corazón de los ministros. Era un anciano. Había dedicado toda su vida a estas tareas. Y aunque había alcanzado el éxito, sólo le recompensaban con la mitad del premio, a lo que añadían otras exigencias que se le hacían imposibles.

Esta forma de proceder dio buen resultado. La resolución definitiva tardó aún unas semanas en canalizarse, pero a finales de junio Harrison recibió £ 8.750. Esta suma casi totalizaba el resto del premio de la longitud que se le debía, pero no era el premio codiciado. Se trataba de una gratificación concedida por la benevolencia del Parlamento, muy a pesar del Consejo de la Longitud.

Poco después, otro decreto del Parlamento anunciaba los términos dentro de los cuales aún se podía obtener el premio. Este nuevo decreto de 1773 revocaba toda la reglamentación anterior sobre la Longitud. Las reglas para poner a prueba nuevos relojes imponían las condiciones más estrictas: todos los participantes tenían que presentarse por duplicado, y someterse a pruebas de un año entero en Greenwich y, a continuación, dos viajes marítimos alrededor de Gran Bretaña (el primero en dirección este, el segundo hacia el oeste), así como de otras travesías con el punto de destino que decidiese el Consejo, culminando en hasta doce meses de observación en el Real Observatorio. Se oyó comentar riendo a Maskelyne que el decreto «les ha dado a los mecánicos un hueso tan duro de roer que se les van a romper los dientes».

Sus palabras resultaron proféticas, porque nadie llegó a reclamar el dinero del premio.

Sin embargo, Harrison volvió a sentirse vengado en julio de 1775, cuando Cook regresó de su segundo viaje deshaciéndose en alabanzas hacia el método de encontrar la longitud por medio de un reloj.

«El reloj del señor Kendall (que cuesta £ 450) supera las expectativas de su más entusiasta defensor, y al ser corregido de vez en cuando con observaciones lunares, ha resultado nuestro guía más fiel a lo largo de las vicisitudes de los climas», escribió el capitán.

En el diario de navegación del
Resolution
aparecen numerosas referencias al reloj, al que Cook llama «nuestro buen amigo el reloj» y «nuestra guía infalible, el reloj». Con su ayuda, trazó las primeras cartas de las islas del Pacífico sur, de gran precisión.

«No haría justicia a los señores Harrison y Kendall si no reconociese que hemos recibido gran ayuda de este reloj tan útil y valioso», anotó Cook asimismo en el diario.

Tan encantado estaba con el K-1 que lo llevó en su tercera expedición, el 12 de julio de 1776. Este viaje no fue tan afortunado como los dos anteriores. A pesar de la gran diplomacia de este renombrado explorador y de sus esfuerzos por respetar a los nativos de las tierras a las que llegaba, tuvo graves problemas en el archipiélago de Hawai.

En su encuentro inicial con Cook, el primer hombre blanco al que veían, los hawaianos pensaron que se trataba de la encarnación de su dios, Lono. Pero cuando regresó a su isla meses más tarde, tras diversas incursiones por Alaska, empezaron a incrementarse las tensiones y tuvo que marcharse de allí rápidamente. Por desgracia, al cabo de unos días, el palo de trinquete sufrió un percance que obligó a Cook a regresar a la bahía de Kealakekua. En el transcurso de las hostilidades que siguieron a este accidente, el capitán fue asesinado.

Casi en el mismo momento en que moría Cook, en 1779, según un relato de la época, el K-1 dejó de funcionar.

14. La producción en masa del genio

Nadie quiere a las estrellas: apagadlas.

Empaquetad la Luna, el Sol desmantelad.

 

W.H. AUDEN, Canto.

 

Cuando murió John Harrison, el 24 de marzo de 1776, exactamente a los ochenta y tres años del día de su nacimiento, en 1693, adquirió estatus de mártir entre los relojeros.

Durante décadas enteras se había mantenido al margen, prácticamente solo, siendo la única persona en el mundo que buscaba una solución seria al problema de la longitud con un reloj. Y de pronto, a raíz de su éxito con el H-4, legiones enteras de relojeros empezaron a atender la llamada de controlar el tiempo marítimo. Pasó la suya a ser industria puntera en una nación de navegantes. De hecho, algunos relojeros actuales aseguran que la obra de Harrison facilitó el dominio inglés de los océanos y que, por consiguiente, desembocó en la creación del Imperio británico, pues gracias al cronómetro las islas británicas se adueñaron de los mares.

En París, los grandes relojeros Pierre Le Roy y Ferdinand Berthoud perfeccionaron sus
montres marines y horloges marines
, pero ninguno de ellos, rivales declarados, construyó un reloj que pudiera reproducirse rápidamente y a buen precio.

La máquina de Harrison, como no se cansaba de repetirle el Consejo de la Longitud, era demasiado compleja como para ser reproducida y, además, carísima. Cuando Larcum Kendall la copió, los miembros del Consejo le dieron 500 libras por sus esfuerzos de más de dos años. Cuando le solicitaron que enseñara a otros relojeros con el objeto de conseguir más copias, Kendall rehusó con la excusa de que el producto era demasiado caro.

«Soy de la opinión de que habrán de pasar muchos años (si acaso) para que se pueda comprar un reloj del mismo tipo que el del señor Harrison por £ 200», manifestó Kendall ante el Consejo.

Mientras tanto, un marino podía adquirir un buen sextante y las tablas de la distancia lunar por una cantidad mínima, unas 20 libras. Con semejante diferencia entre los dos métodos, el reloj marino tenía que ofrecer algo más que facilidad de uso y mayor exactitud: tenía que ser más asequible.

Kendall trató de derribar a Harrison con una imitación barata del Reloj original. Tras haber construido el K-1 a imagen y semejanza del H-4, Kendall terminó el K-2 en 1772, tras otros dos años de plena dedicación. El Consejo de la Longitud le pagó £ 200 por él. Aunque el K-2 tenía aproximadamente el mismo tamaño del K-1 y el H-4, interiormente era inferior, porque Kendall había omitido la corona, el mecanismo que reparte la potencia del muelle real de modo que la fuerza que se aplica al elemento del cronometraje sigue igual tanto si se acaba de dar cuerda al reloj como si ésta está a punto de terminarse. Sin tal pieza, el reloj adelantaba al principio, después de haberle dado cuerda, y a continuación retrasaba, por todo lo cual el K-2 no se distinguió especialmente durante las pruebas en Greenwich.

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