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Authors: Dava Sobel

Longitud (9 page)

BOOK: Longitud
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Señor:

El instrumento que es puesto a bordo de su barco, ha sido aprobado por todos los matemáticos de la ciudad que lo han visto (solo unos pocos no lo han hecho) por se el mejor que se ha hecho para medir el tiempo; cómo se comporta en el mar, usted será el juez; he escrito a Sir John Norris pidiéndole que envíe de retorno el instrumento y su fabricante (pienso que está con Ud.) en el primer barco que venga... El hombre, al decir de los que lo conocen mejor, es un hombre muy ingenioso y muy sobrio y capaz de desarrollar mucho más de lo que ha hecho, si encuentra el estímulo adecuado. Deseo, sin embargo, que Ud le trate cortésmente, y que le muestre cuanta amabilidad le sea posible.

El Capitán Proctor respondió inmediatamente para decir:

El instrumento está ubicado en mi camarote, para darle al hombre todas las facilidades posibles para que haga sus observaciones, a quien encuentro muy sobrio, muy laborioso y por sobretodo, muy modesto y mis buenos deseos son solo atenderle con mi mejor voluntad; mas la dificultad de medir el tiempo con exactitud, cuando a ello se oponen tan desproporcionados movimientos y conmociones, me causa preocupación por este honrado hombre y me hace temer que haya intentado lo imposible. No obstante, señor, le favoreceré en todo cuanto pueda y le prestaré cuanta ayuda esté en mi poder prestarle. Asimismo, pondré en su conocimiento la preocupación que siente usted por su éxito y que me ha encarecido que se le trate bien...

Proctor no necesitaba preocuparse por el funcionamiento de la máquina de Harrison: fue el estómago del hombre el que le causaba problemas. La ruda travesía mantuvo al relojero colgando por la borda, la mayoría del tiempo, cuando no estaba en el camarote del capitán dándole mantención a su reloj. Una pena que Harrison no pudiera ajustar su propio interior, con los dos balancines con forma de pesas y con los cuatro resortes helicoidales que ayudaron al H-1 a mantener su precisión en la jornada. Felizmente, fuertes vientos soplaron y el
Centurion
llegó en una semana a Lisboa.

El buen Capitán Proctor murió repentinamente, inmediatamente que el barco llegó al puerto de Lisboa, sin haber escrito el reporte completo de su viaje. Solo cuatro días después, Roger Wills, patrón del
HMS Orford
, recibió instrucciones de embarcar inmediatamente a Harrison a Inglaterra. El clima, como Wills registrara fue “
muy mezclado con vendavales y calmas
” que alargaron el viaje de retorno a casi un mes.

Cuando finalmente el buque estuvo cerca de tierra, Wills asumió que debía ser Start, un promontorio muy conocido de la costa sur alrededor de Dartmouth. Allí era donde su cálculo situaba a la nave. Harrison sin embargo, guiado por su reloj de mar, consideraba que la tierra avistada era Lizard, en la península de Penzance, más de sesenta millas al oeste de Start. Y así fue.

Esta corrección impresionó gratamente a Master Wills. Después, admitía su propio error y elogiaba la exactitud del reloj. Wills dio su certificación, el 24 de junio de 1737, a Harrison, como un respaldo oficial. Esto marca el inicio de una semana de fama para Harrison, porque el día 30 los comisionados del Consejo de la Longitud, se convocaron por primera vez, veintitrés años después de su creación, para examinar su máquina maravillosa.

Harrison compareció y presentó el H-1 ante los ocho miembros del Consejo que iban a juzgar su obra. Entre ellos reconoció varias caras amistosas. Además del doctor Halley, que ya estaba de su parte, vio a sir Charles, del Ministerio de Marina, que había escrito una carta en la que expresaba su interés en ocasión del viaje inaugural del H-1, pidiendo que Harrison recibiera buen trato. Los dos expertos académicos que asistieron a la reunión, un profesor de astronomía de la Universidad de Cambridge, el doctor Robert Smith, y el doctor James Bradley, el
Savilian Professor
de astronomía de Oxford, que también patrocinaba a Harrison, y ambos habían firmado la carta de respaldo que Graham escribió por la Royal Society. El Dr. Smith también compartía con Harrison su interés por la música y tenían sus propios puntos de vista divergentes respecto la escala musical. Sir Hans Sloane, presidente de la Royal Society, evitó la representación científica en la reunión. Los otros dos miembros del Consejo, desconocidos para Harrison, eran el Honorable Arthur Onslow, vocero de la Casa de los Comunes y Lord Monson, comisionado de Tierras y Plantaciones, que reflejaba el toque político del Consejo.

Harrison lo tenía todo para ganar. Estaba parado ahí con su preciada posesión, ante un grupo de profesionales y políticos predispuestos a estar orgullosos por lo que él había hecho por el rey y por el país. Tenía todo el derecho de solicitar la prueba de las Indias Occidentales para probar el H-1, y ser merecedor de las £20.000 prometidas en el Decreto de la Longitud. Pero él era muy perfeccionista para hacerlo.

Por el contrario, Harrison precisó las debilidades de H-1. Era la única persona en el cuarto capacitada para decir cualquier cosa crítica del reloj de mar, que no había errado más que algunos segundos en veinticuatro horas desde o hacia Lisboa en el viaje de prueba. No obstante, Harrison dijo que había encontrado algunos “defectos” que deseaba corregir. Aceptó que necesitaba aplicarse un poco más en el mecanismo. Pensó que podía hacer un reloj mucho más pequeño. Con otros dos años de trabajo, si el Consejo podía considerar un avance de más fondos, podría producir un nuevo reloj, incluso mejor. Y después volvería al Consejo y solicitaría un ensayo oficial en un viaje a Indias Occidentales. Pero no ahora.

El Consejo dio su aprobación a una oferta que no podía rechazar. En cuanto a las £500 que Harrison deseaba como dinero para continuar, el Consejo le prometió que pagaría la mitad cuanto antes. Harrison podría demandar la otra mitad una vez que retornara de la vuelta de prueba que diera en el buque insignia de la Royal Navy.

En ese punto, según el acuerdo registrado en la reunión, Harrison podría acompañar el nuevo reloj a Indias Occidentales, o podría designar a "alguna persona apropiada" para ir en su lugar (quizás los Comisionados habían oído decir del mareo de Harrison y lo tenían en cuenta).

Con una última disposición se terminó el acuerdo. A la vuelta de su ensayo en el mar del segundo reloj, Harrison lo entregaría, junto con el primer reloj del mar, "para el uso público."

Un hombre mejor para los negocios podría haber frustrado este punto. De hecho, Harrison habría podido discutir que mientras el Consejo tenía derecho a la segunda máquina, construida gracias a su subsidio, no tenía ningún derecho sobre la primera máquina que se había construido a su propio costo. Pero, más que discutir las sutilezas de los derechos de propiedad, lo tomó como un incentivo el interés del Consejo. Dedujo que ahora estaba empleado, como un artista comisionado para crear un gran trabajo para el trono, y por lo tanto sería generosamente recompensado.

Harrison escribió con cierta pomposidad, en la esfera del segundo reloj, el H-2, austera y sin ornamentación. Por encima hay una placa plateada con arabescos grabados alrededor de la siguiente inscripción: «Fabricado para Su Majestad el Rey Jorge II, por orden de la Comisión que se reunió el 30 de junio de 1737».

Si Harrison abrigó alguna ilusión de grandeza sobre H-2, se desilusionó al poco tiempo. Para el momento en que presentó el nuevo reloj al Consejo de la Longitud en enero de 1741, ya estaba disgustado con la máquina; le mostró a los Comisionados la repetición del funcionamiento de su reloj anterior: lo único que él realmente quería, según dijo, era su bendición para ir a casa y a intentarlo otra vez. Consecuentemente, H-2 nunca fue al mar.

El segundo reloj, que había resultado ser una pesada máquina de 86 libras de bronce (aunque cupo en una caja más pequeña, según lo prometido), fue cada pulgada tan extraordinario como el primero. Incorporó varias nuevas mejoras, incluyendo un mecanismo para asegurar una impulsión uniforme y un dispositivo más reactivo para compensar los cambios de la temperatura, cada uno de los cuales constituyó individualmente una pequeña revolución en la precisión. También la máquina entera pasó muchas pruebas rigurosas. El informe de 1741-1742 de la Royal Society dice que estas pruebas consistieron en someter el H-2 al calentamiento, al enfriamiento, y a ser “agitado por muchas horas y con mayor violencia, que la que podría recibir sobre una nave en una tormenta".

El H-2 sobrevivió no sólo esta paliza sino que ganó el respaldo completo de la Royal Society: "y el resultado de estos experimentos, es éste; eso (hasta donde puede ser determinado sin una travesía por mar) el movimiento es lo suficientemente regular y exacto, para encontrar la Longitud de una nave, dentro de los límites propuestos por el parlamento y probablemente mucho más cerca."

Pero Harrison no se conformaba con eso. Con la misma convicción que le impulsaba a crear sus mejores innovaciones, junto con su personal forma de pensar, sin tener en cuenta las opiniones de los demás, hizo oídos sordos a los elogios. ¿Qué importaba lo que dijera la Royal Society del H-2 si su mecanismo no le convencía a él?

Harrison, por entonces residente en Londres y con cuarenta y ocho años de edad, se encerró en su taller y no se supo prácticamente nada de él durante los casi veinte años que dedicó a la construcción del H-3, al que él llamaba su «curiosa tercera máquina». Sólo aparecía de vez en cuando, para pedir al Consejo 500 libras y recogerlas, mientras se afanaba por superar las dificultades de transformar los volantes en forma de barra de los dos primeros relojes en las ruedas catalina circulares que acabaría ostentando el tercero.

Entre tanto, el H-1 seguía en el candelero. Harrison se lo había prestado a Graham, quien lo tenía expuesto en su tienda, a la que acudían gentes de todas partes sólo para echarle un vistazo.

Pierre Le Roy de París, el heredero de Julien Le Roy, padre del reloj en Francia, hizo un tributo al H-1. En su visita en 1738 a Londres, llamó al reloj "la invención más ingeniosa".

El rival de Le Roy, el relojero suizo Ferdinand Berthoud, repitió ese sentimiento cuando vio por primera vez el H-1 en 1763.

El pintor inglés William Hogarth, conocido por su obsesión con el tiempo y su medición, y que había empezado como grabador de estuches de relojes de bolsillo, se tomó un interés muy especial por el H-1. En 1735 retrató a un «loco de la longitud», garabateando una solución delirante al problema que nos ocupa en las paredes del manicomio de Bedlam en su popular cuadro The Rake's Progress.

El H-1 había elevado el tema de la Longitud de simple diversión al nivel de la ciencia en combinación con el arte. En su obra Análisis de la Belleza, publicada en 1753, Hogarth describe el H-1 como «uno de los mecanismos más exquisitos jamás realizados».

9. Las manecillas del reloj celeste

La Luna movediza subía al cielo,

Precisamente donde no hallaría morada:

Lenta se elevaba, teniendo a su lado

Una o dos estrellas.

 

SAMUEL TAYLOR COLERIDGE, La balada del viejo marinero.

 

Los movimientos de la luna llena, de la luna menguante o de la luna creciente era, para los navegantes del siglo XVIII, una brillante manecilla del reloj celestial. La amplia extensión del cielo servía como dial para este reloj celestial, mientras que el sol, los planetas, y las estrellas pintaban los números en su cara.

Un marino no podía interpretar el reloj celeste con una rápida ojeada, sino que debía valerse de complicados instrumentos, combinaciones de observaciones que tenía que repetir al menos siete veces seguidas en aras de la precisión, y tablas de logaritmos que habían recopilado de antemano ordenadores humanos para uso de los navegantes en travesías largas. Se tardaba unas cuatro horas en calcular la hora con la esfera celeste, cuando el cielo estaba despejado, naturalmente. Si aparecían nubes, el reloj quedaba oculto tras ellas.

El reloj celestial fue la principal competencia de John Harrison para el premio de la Longitud; el método lunar de la distancia para encontrar Longitud, basado en medir los movimientos de la luna, constituyó la única alternativa razonable a los cronómetros de Harrison. Por una confluencia magnífica, Harrison produjo sus relojes de mar exactamente al mismo tiempo en que los científicos finalmente combinaron con cierto éxito, las teorías, los instrumentos, y la información necesaria para hacer uso el reloj celestial.

La determinación de la Longitud, constituyó un esfuerzo notable donde por siglos nada había concordado, y dos acercamientos de igual mérito funcionaron repentinamente de extremo a extremo. El perfeccionamiento de los dos métodos fue dejando rastros paralelos de sus desarrollos en el período de 1730 al 1760.

Harrison, siempre solitario, siguió su propio curso reservado a través del laberinto de su maravillosa máquina, mientras que sus opositores, los profesores de astronomía y matemática, prometieron la luna a los comerciantes, a los marinos y al Parlamento.

En 1731, el año siguiente que Harrison pusiera su procedimiento por escrito del H-1, en palabras y figuras, dos inventores independientes, uno de ellos inglés y el otro americano, crearon el instrumento largamente buscado del cual dependía el método lunar de la distancia.

Los anales de la historia de la ciencia dan igual crédito a John Hadley, un hacendado que primero mostró este instrumento a la Royal Society, y a Thomas Godfrey, un vidriero indigente de Filadelfia que fue tocado, casi simultáneamente, por la misma inspiración (se descubrió más adelante que sir Isaac Newton también había dibujado los planos de un dispositivo casi idéntico, pero la descripción estuvo perdida hasta que largo tiempo después de su muerte, la encontró Edmond Halley bajo una montaña del papeles.

Halley mismo, así como Roberto Hooke antes que él, habían bosquejado diseños similares para el mismo propósito).

La mayoría de los marinos británicos llamaron el cuadrante Hadley al instrumento (no Godfrey), absolutamente comprensible. Algunos lo llamaron octante, porque su escala curvada era la octava parte de un círculo; otros prefirieron llamarle el cuadrante de reflexión, precisando que los espejos del artilugio doblaban su capacidad. Cualquiera hubiera sido el nombre, pronto los marinos calculaban su latitud y longitud ayudados del instrumento.

Otros instrumentos más viejos, desde el astrolabio hasta el cuarto de cuadrante y la ballestilla, habían sido utilizados por siglos para determinar la latitud y la hora local, determinando la altura del sol o de una estrella dada sobre el horizonte.

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