Longitud (14 page)

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Authors: Dava Sobel

BOOK: Longitud
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Como golpe de gracia, el Consejo se empeñó en que Harrison volviera a ensamblar el Reloj y que lo entregase, cerrado con llave en su caja, para ser confinado (secuestrado, en realidad) en un almacén del Ministerio de Marina. Al mismo tiempo, tenía que empezar a construir las dos reproducciones, sin el Reloj para servirle de guía y desprovisto incluso de sus esquemas y descripciones originales, que Maskelyne había enviado a la imprenta para que los copiaran, grabaran y editaran en forma de libro, que se vendería al público.

Qué situación para posar ante un pintor. Sin embargo, fue en esta tesitura cuando King pintó a Harrison. Quizás adoptara una expresión de tranquilidad a finales de aquel otoño, cuando acabó recibiendo las 10.000 libras que le había prometido el Consejo.

A principios de 1766, Harrison volvió a tener noticias de Ferdinand Berthoud, que llegó de París con muchas esperanzas de conseguir lo que no había logrado en su viaje anterior, en 1763: enterarse de los detalles de la construcción del H-4. Harrison no se sentía muy inclinado a confiar en Berthoud. ¿Por qué habría de confesar sus secretos a nadie que no pudiera obligarle a hacerlo? El Parlamento estaba dispuesto a pagar 10.000 libras por la información que al parecer Berthoud esperaba gratis. En nombre del Gobierno francés, Berthoud le ofreció 500 libras por realizar un viaje con el H-4. Harrison rechazó la oferta.

Sin embargo, antes de ir a Londres, Berthoud había mantenido correspondencia, de relojero a relojero, con Thomas Mudge. Al estar en la ciudad, pasó por la tienda de Mudge, en Fleet Street. Al parecer, nadie le había dicho a Mudge —ni a ninguno de los demás peritos— que las explicaciones de Harrison eran asunto confidencial. Mientras cenaba con el relojero francés, Mudge se explayó con el H-4. Lo había tenido en sus manos y se le habían enseñado sus más íntimos detalles, que compartía ahora con Berthoud. Incluso hizo dibujos.

Se comprobó luego que Berthoud y los demás relojeros del continente no robaron la idea de Harrison para la construcción de su propio reloj marino. Sin embargo, Harrison tenía razones para sentirse humillado ante el descuido con que se había aireado su caso.

Los miembros del Consejo de la Longitud no se disgustaron demasiado con Mudge por su indiscreción, y, por otra parte, tenían otras cosas que examinar aparte del asunto de Harrison. Entre ellas destacaba la petición del reverendo Maskelyne, que quería empezar a publicar anualmente las efemérides náuticas para los navegantes interesados en averiguar la Longitud mediante el método de la distancia lunar. Al aportar cuantiosos datos prefigurados, reduciría el número de cálculos aritméticos a realizar por el marino y, por consiguiente, acortaría drásticamente el tiempo necesario para averiguar una posición: de cuatro horas a unos treinta minutos. El director del observatorio aseguraba estar más que dispuesto a cargar con la responsabilidad del trabajo. Lo único que necesitaba del Consejo, en tanto que editor oficial, era recursos económicos para pagar salarios a dos ordenadores humanos que se encargarían de las matemáticas, así como los honorarios del impresor.

Maskelyne publicó el primer volumen del
Nautical Almanac and Astronomical Ephemeris
(Almanaque náutico y efemérides astronómicas) en 1766, y continuó supervisándolo hasta el día de su muerte. Incluso después de su muerte, en 1811, los marinos siguieron utilizando su obra unos años, ya que la edición de 1811 contenía predicciones hasta 18 15. Otras personas recibieron el legado y siguieron publicando las tablas lunares hasta 1907, y el Almanaque hasta nuestros días.

El Almanaque representa la imperecedera aportación de Maskelyne a la navegación, a la vez que la tarea perfecta para él pues abarca múltiples detalles, realmente in soportables: doce páginas llenas de datos para cada mes, abreviados y en tipo menudo, con la posición de la Luna calculada cada tres horas respecto al Sol o las diez estrellas indicadoras. Todos coincidían en que el Almanaque y el libro que lo acompañaba, las
Requisite Tables
(Tablas imprescindibles), proporcionaban a los marinos la forma más segura de fijar la posición en el mar.

En abril de 1766, después de que el retrato de Harrison estuviese acabado, el Consejo le propinó otro golpe que bien pudo cambiar su semblante.

Con el fin de aclarar todas las dudas que pudieran quedar acerca de la exactitud del H-4, el Consejo decidió someterlo a otra prueba, más rigurosa aún que los dos viajes anteriores. Con tal fin, habría que trasladar el Reloj del Ministerio de Marina al Real Observatorio, donde, durante un período de diez meses, sería sometido a pruebas diarias realizadas por Nevil Maskelyne en su condición de director del observatorio. También habría que enviar las tres grandes máquinas de longitudes (los tres relojes marinos) a Greenwich, para que cotejaran su marcha con la del gran reloj regulador del observatorio.

Será fácil imaginar la reacción de Harrison al ver que su tesoro, el H-4, tras haber languidecido muchos meses en una torre solitaria del Ministerio de Marina, iba a caer en manos de su peor enemigo. Al cabo de unos días, oyó que alguien llamaba a su puerta: era Maskelyne, que llegaba sin previo aviso y con una orden para incautarse de los relojes marinos.

«Señor John Harrison —comenzaba la misiva—. Nosotros, los miembros del Consejo de la Longitud, designados por los decretos del Parlamento para el descubrimiento de la Longitud en el mar, os requerimos que entreguéis al reverendo Nevil Maskelyne, director del Real Observatorio de Greenwich, los tres relojes o máquinas que aún se encuentran en vuestras manos y que pasarán a ser bienes públicos.»

Acorralado, Harrison llevó a Maskelyne a la habitación en la que guardaba los relojes que habían sido sus fieles compañeros durante treinta años. Todos estaban en funcionamiento, cada uno con su forma característica, como viejos amigos en animada conversación. Poco les importaba que el tiempo los hubiese dejado desfasados. Seguían charlando entre sí, ajenos al resto del mundo, bien atendidos en aquella casa tan acogedora.

Antes de separarse de sus relojes marinos, Harrison le pidió a Maskelyne que le hiciera una concesión: que firmara una declaración en la que se aseguraba que los relojes se hallaban en perfectas condiciones cuando él los había encontrado bajo el techo de Harrison. Maskelyne protestó; después accedió a admitir que, según todas las apariencias, se encontraban en perfectas condiciones, y estampó su firma. La cólera fue intensificándose por ambas partes, de modo que cuando Maskelyne le preguntó a harrison cómo debía transportar los relojes (es decir, si había que llevarlos tal cual estaban o parcialmente desmontados), Harrison se enfadó y dio a entender que cualquier consejo que diera se utilizaría en su contra si ocurría algún incidente. Finalmente dijo que el H-3 podía ser llevado tal cual, pero que había que quitarles algunas piezas al H-1 y al H-2. Pero no se sentía capaz de presenciar tal ignominia, y se fue al piso de arriba para estar solo en sus habitaciones. Desde allí oyó el estrépito de algo que se estrellaba contra el suelo. Los trabajadores que había llevado Maskelyne habían dejado caer el H-1 al llevarlo al carro que esperaba a la puerta. Por supuesto, se había tratado de un accidente.

Aun cuando el H-4 había viajado en un barco en compañía de Larcum Kendall, por el río Támesis hasta

Greenwich, los otros tres relojes marinos fueron por las calles de Londres dando tumbos en un carro sin suspensión. Cualquiera puede imaginar la reacción de Harrison. El medallón en esmalte vidriado con su retrato de perfil, obra de James Tassie, fechado en 1770, representa al relojero con sus delgados labios vueltos hacia abajo.

13. El segundo viaje del capitán James Cook

Cuando el más valiente de los viajeros ingleses

pereció,

Fue un salvaje quien oyó sus últimos lamentos,

Y lejos de la tierra donde su memoria se venera,

En una isla tropical yacen sus huesos.

[In]justo fue el destino que el movimiento

detuvo

de quien con vigor inquebrantable, con firme

dedicación,

examinó cada costa y todo océano explicó,

en zonas tórridas, frías y templadas.

 

GEORGE B. AIRY (sexto director del Real Observatorio), Dolcoath.

 

Col en salmuera.

Ésa fue la consigna del segundo viaje triunfal del capitán James Cook, que comenzó en 1772. Al añadir generosas raciones de este típico alimento alemán a la dieta de su tripulación inglesa (algunos hombres le hacían ascos), el gran navegante logró erradicar el escorbuto de sus naves. La col, cargada de vitamina C, se corta finamente y se deja en sal hasta que fermenta y se pone agria. Se mantiene indefinidamente en un barco, o al menos el tiempo que se tarda en dar la vuelta al mundo. Cook la adoptó como verdura de alta mar, y la col salvó la vida de los marinos hasta que el zumo de limón, y más adelante de lima, la sustituyeron en las provisiones de la Marina de Guerra inglesa.

Con sus hombres bien alimentados, Cook tenía todas las manos disponibles para realizar exploraciones y experimentos científicos. También llevó a cabo trabajos de campo para el Consejo de la Longitud, cotejando el método de la distancia lunar, que Cook dominaba como buen marino que era, con varios relojes marinos nuevos construidos a imagen y semejanza del de Harrison.

«He de hacer constar que nuestro error (en longitud) no puede ser muy grande, siempre que contemos con tan buena guía como la del reloj», dice Cook en su diario durante la travesía del
Resolution.

Harrison quería que Cook llevase el H-4 original, no una copia ni una imitación. De buen grado hubiera apostado el saldo de su premio dejando que la pérdida o la ganancia de las £ 10.000 restantes dependiesen de la actuación del reloj bajo las órdenes de Cook. Pero el Consejo de la Longitud dijo que el H-4 tenía que quedarse en casa, dentro de las fronteras del reino, hasta que se decidiera su situación respecto al resto del premio de la longitud.

Curiosamente, el H-4, que había superado dos pruebas marítimas, obtenido la aclamación de tres capitanes e incluso un testimonio en favor de su precisión del Consejo de la Longitud, falló la prueba de diez meses en el Real Observatorio, entre mayo de 1766 y marzo de 1767. Funcionaba irregularmente, de modo que a veces se adelantaba hasta veinte segundos al día. Quizá fuera consecuencia de los daños sufridos cuando se desmontó para revelar la maquinaria. Algunos autores aseguran que Nevil Maskelyne lo trató mal mientras se encargaba de darle cuerda diariamente. Otros opinan que distorsionó la prueba a propósito.

Hay algo extraño en la lógica empleada por Maskelyne para recoger las estadísticas que servirían como descalificación del H-4. Hizo como si el reloj estuviera realizando seis viajes a las Indias Occidentales, cada uno de ellos de seis semanas de duración, volviendo a los términos originales del Decreto de la Longitud de 1714, que aún estaba en vigor. No tuvo en cuenta el hecho que el reloj parecía haber sufrido daños, evidentes en la forma variable y exagerada de reaccionar ante los cambios de temperatura en lugar de aclimatarse tranquilamente y con precisión, tal como era su característica. Por el contrario, Maskelyne se limitó a registrar las estadísticas de su actuación en cada «viaje», mientras el H-4 permanecía encerrado en el observatorio. Después, tradujo el adelanto en tiempo en grados de longitud, y esto a su vez en distancia al ecuador, expresada en millas náuticas. En el primer simulacro de viaje, por ejemplo, el H-4 se adelantó trece minutos y veinte segundos, ó 3 grados, 20 minutos de longitud, de modo que cometió un error de doscientas millas náuticas. Salió un poco mejor parado en las siguientes excursiones, sobre todo en la quinta tentativa, cuando erró sólo ochenta y cinco millas al haberse adelantado cinco minutos y cuarenta segundos, es decir, 1 grado 25 minutos de longitud. Así, Maskelyne se vio obligado a concluir que: «No se puede confiar en el reloj del señor Harrison para mantener la longitud dentro de los límites de un grado en un viaje a las Indias Occidentales de seis semanas de duración».

Sin embargo, las pruebas anteriores demostraban que el reloj de Harrison ya había mantenido la longitud dentro de los límites de medio grado, o incluso algo mejor, en dos viajes reales a las Indias Occidentales.

Pero Maskelyne sostenía que no podía confiarse en que el reloj mantuviese la posición de un barco en una travesía de seis semanas «ni mantuviese la longitud dentro de los límites de medio grado durante más de unos cuantos días, y quizá no tanto, si el frío es muy intenso. No obstante, se trata de un invento útil y valioso, y, en combinación con las observaciones de la distancia de la Luna desde el Sol y las estrellas fijas, puede resultar de considerable provecho para la navegación».

Con estas palabras de débil alabanza, Maskelyne admitía con tacto la existencia de ciertos defectos en el método de la distancia lunar, a saber: todos los meses, du rante unos seis días, la Luna está tan cerca del Sol que no se la ve, y no pueden efectuarse mediciones de la distancia lunar. En tales ocasiones, no cabe duda que el H-4 podría «resultar de considerable provecho para la navegación». También vendría bien un reloj para los trece días al mes en que la Luna ilumina la noche y se encuentra en el extremo opuesto del mundo respecto al Sol. Incapaces de medir la enorme distancia entre los dos grandes cuerpos durante esas semanas, los navegantes establecían la relación entre la Luna y las estrellas fijas. Comprobaban las horas de sus observaciones nocturnas con un reloj corriente que podía no ser suficientemente exacto, en cuyo caso no les valía la pena tanto desvelo. Con un reloj como el H-4 a bordo podía fijarse la distancia lunar con absoluta precisión temporal. Por tanto, en opinión de Maskelyne, el reloj podía realzar el método de la distancia lunar, pero no reemplazarlo.

En definitiva, Maskelyne consideraba el reloj menos constante que los astros.

Harrison interpuso una andanada de objeciones en un opúsculo que costeó él mismo, aunque sin duda lo escribió con ayuda de un
négre
, porque su diatriba está en un lenguaje claro e inteligible. Uno de los puntos del opúsculo ataca a las personas que supuestamente debían de estar presentes cuando Maskelyne manipulaba el H-4, todos los días. Estos individuos residían en el cercano hospital Real de Greenwich, institución para marinos que ya no estaban en condiciones de trabajar. Harrison sostenía que los antiguos navegantes eran demasiado viejos y respiraban con demasiada dificultad como para subir la empinada cuesta hasta el observatorio. Incluso si hubieran tenido suficiente aliento como para llegar a la cima, no se hubieran atrevido a contradecir al director, por lo que se limitaban a estampar su firma en el registro, secundando lo que escribiese Maskelyne.

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