Longitud (6 page)

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Authors: Dava Sobel

BOOK: Longitud
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A pesar de las limitaciones insuperables de su esquema, Whiston y Ditton tuvieron éxito empujando el problema de Longitud a su resolución.

A fuerza de su obstinada determinación y deseo por el reconocimiento público, ellos se unieron al interés de los navegantes en Londres. En la primavera de 1714, levantaron una petición firmada por «los capitanes de los navíos de Su Majestad, los comerciantes de Londres y los capitanes de buques mercantes».

Este documento, como un guantelete tirado en el suelo del Parlamento, exigió que el gobierno prestara atención al problema de la Longitud y aceleró el día cuando la Longitud debía dejar de ser un problema, ofreciendo grandes premios a cualquiera que pudiera encontrar un método para determinar la Longitud con precisión, en el mar.

Comerciantes y navegantes solicitaron que una comisión examinara la situación en aquellos momentos. Pidieron que se reunieran fondos para financiar la investigación y el desarrollo de las ideas más prometedoras, y que se concediera una auténtica fortuna a quien hallara la verdadera solución.

6. El premio

La fina camisola

Que de la muchacha llevaba,

De longitud escasa no obstante,

Era la mejor, y de ello se jactaba.

 

ROBERT BURNS, Tam o´Shanter.

 

La petición de los comerciantes y navegantes presionando por alguna acción en el tema de la Longitud llegó hasta el Palacio de Westminster en mayo de 1714. En junio, se reunió una comisión del Parlamento para dar respuesta a su desafío.

Bajo órdenes de actuar rápidamente, los miembros del comité solicitaron el consejo de Sir Isaac Newton, por entonces ya un hombre anciano de setenta y dos años de edad y el de su amigo Edmond Halley. Halley había ido a la isla Santa Elena algunos años antes para hacer un mapa de las estrellas del hemisferio Sur, virtualmente territorio virgen en esta materia. Halley publicó su catálogo de más de trescientas estrellas del hemisferio Sur, que le valió la elección como miembro de la Royal Society. También había viajado ampliamente y lejos para medir la variación magnética de la tierra, por lo tanto era muy versado en el tema de la Longitud y personalmente interesado en la cuestión.

Newton preparó un documento escrito para los miembros del comité, a quienes se lo leyó y contestó sus preguntas, a pesar de su “
fatiga mental
” de ese día. Resumió los medios existentes a la época para determinar la Longitud, diciendo que todos ellos eran valederos en teoría pero “
difíciles de ejecutar
”. Esto fue por supuesto una forma de darle un bajo perfil a los avances alcanzados. Por ejemplo, una descripción de Newton sobre la cuestión del reloj:

«Uno [de los métodos] consiste en un reloj que marque la hora con exactitud. Pero a causa de los movimientos del navío, la variación entre calor y frío, o entre humedad y sequedad, así como la diferencia de gravedad en las distintas latitudes, aún no se ha construido semejante aparato.»

Quizás Newton mencionó primeramente al reloj como un señuelo, antes de proceder con otros métodos más promisorios, aunque aún problemáticos, en el campo de la astronomía. Mencionó los eclipses de los satélites de Júpiter, que funcionaban en tierra firme, y sea como fuere, dejaban a los navegantes en total abandono.

Otros métodos astronómicos, dijo, basados en la desaparición predicha de estrellas conocidas, detrás de nuestra propia luna, o basados en la observación de la hora de los eclipses solares y lunares. También citó el grandioso plan de la “distancia lunar” para determinar la Longitud, basado en la medición de la distancia entre la Luna y las estrellas, en la noche (aún, como Newton expresara, Flamsteed se ganó un dolor de cabeza en el Observatorio Real, tratando de determinar la posición de las estrellas, para darle sustento a este muy ostentoso método).

La Comisión de la Longitud incorporó el testimonio de Newton en su informe oficial. El documento no era favorable a un método sobre otro, o aún el genio británico sobre alguna idea extranjera. Simplemente urgía al Parlamento que le diera la bienvenida a cualquier potencial solución, que viniera de cualquier campo del saber, ya fuera de la ciencia o el arte, y poner individuos o grupos de cualquier nacionalidad a trabajar y recompensar el buen éxito generosamente.

El Decreto de la Longitud, emitida durante el reinado de la Reina Ana, el 8 de julio de 1714, contenía todas esas cosas. En cuanto a la recompensa en dinero, se establecen tres premios como siguen:

£ 20.000 al método que determine la Longitud con una precisión de medio grado, medido en un círculo mayor.

£15.000 al método que determine la Longitud con una precisión de dos tercios de grado, medido en un círculo mayor.

£ 10.000 al método que determine la Longitud con una precisión de un grado, medido en un círculo mayor.

Dado que un grado de Longitud, abarca 60 millas náuticas (el equivalente a 68 millas geográficas) sobre la superficie del globo terráqueo, en el Ecuador, entonces cualquier fracción de grado significa una gran distancia y, consecuentemente, un gran margen de error cuando se trata de determinar el “más o menos dónde” de un buque, comparado con su destino.

El hecho que el gobierno estuviera anhelante de recompensar con tal cantidad de dinero a unos métodos “practicables y ventajosos” que equivocarían la posición del buque por muchas millas, expresa elocuentemente la desesperación de la nación sobre el lamentable estado en que se encontraba la navegación.

El Decreto de la Longitud nombró un jurado de especialistas que habría de conocerse con el nombre de Consejo de la Longitud. Este jurado, compuesto por científicos, oficiales de marina y funcionarios gubernamentales, tenía competencia absoluta sobre la concesión de los premios. El director del Real Observatorio participaba en calidad de miembro de oficio, al igual que el presidente de la Royal Society, el ministro de Marina, el presidente de la Cámara de los Comunes, el delegado del Ejército y los profesores que ocupaban las diversas cátedras de matemáticas en las universidades de Oxford y Cambridge. (Newton, que había seguido sus estudios en Cambridge, ocupó la cátedra lucasiana durante treinta años, y en 1714 la presidencia de la Royal Society.)

El Consejo, de acuerdo al Decreto de la Longitud, podía dar incentivos para desarrollar ideas a los inventores que tuvieran conceptos promisorios. Este poder sobre esa bolsa de dinero, quizás hizo del Consejo de la Longitud a la primera oficina oficial de investigación y desarrollo (sin embargo, nadie habría podido vislumbrar que el Consejo de la Longitud permanecería vigente por más de cien años. Con el tiempo finalmente se disolvió en 1828, habiendo gastado más de £ 100.000).

Con el objeto que los comisionados pudieran juzgar la exactitud del método sometido a examen, este debía ser probado en uno de los buques de Su Majestad, “
navegando por el océano, desde Gran Bretaña a cualquier puerto de las Indias Occidentales que los comisionados eligieran... sin perder su Longitud más allá de los límites ya mencionados
”.

Diez o doce pretendidas soluciones al problema de la Longitud se habían revisado antes que el Decreto estuviera vigente. Después de 1714 con su valor potencial alzado exponencialmente, la cantidad de eventuales soluciones proliferó grandemente. El Consejo se vio literalmente asediado por la gran cantidad de pillos y personas bien intencionadas que había oído del premio y que querían ganarlo. Algunos de esos esperanzados contendores eran animados por codicia y nunca se detuvieron a considerar las condiciones de la contienda.

Por esto el Consejo recibía ideas para mejorar el timón de los buques, para potabilizar el agua de mar y para perfeccionar las velas para ser usadas en las tormentas. En el curso de esta larga historia, el Consejo analizó muchísimas ideas de máquinas de movimiento perpetuo, métodos para hacer la cuadratura del círculo o hacer racional el número pi.

En la estela del Decreto de la Longitud, el concepto de “descubrimiento de la Longitud” llegó a ser sinónimo de “intentar lo imposible”. La Longitud era un tópico normal de conversación, blanco de los chistes y se enraizó en la literatura de la época.

En “Los Viajes de Gulliver” por ejemplo, el buen capitán Lemuel Gulliver, cuando se le pidió que se imaginara a sí mismo como un inmortal
Struldbrugg
, preveía el goce de ser testigo del regreso de varios cometas, la transformación de poderosos ríos en pequeños arroyos, y “el descubrimiento de la
Longitud
,
el movimiento perpetuo, la medicina universal
y muchas otras grandes invenciones que llevaban a la perfección suprema”.

Como resultado del juego de abordar el problema de la Longitud se produjo la ridiculización de los otros en competencia. Un panfleto firmado por “R.B.” decía del señor Winston, el que proponía las bengalas, “
Si tiene alguna de esas cosas en su cerebro, está realmente mal

Sin duda, una de las expresiones más sucintas y agudas de rechazo y desprecio hacia otros competidores se debe a la pluma de Jeremy Thacker, de Beverly, Inglaterra.

Al tener noticia de las disparatadas tentativas para averiguar la longitud mediante estampidos de cañón, agujas de brújula calentadas con fuego, los movimientos de la Luna, la altitud del Sol y sabe Dios cuántas cosas más, Thacker ideó un reloj que iba instalado en una cámara de vacío parcial y proclamó que el suyo era el mejor de todos los métodos: «En pocas palabras, me complace que mis lectores empiecen a pensar que los fonómetros, pirómetros, selenómetros, heliómetros y demás metros no merecen compararse con mi cronómetro».

Aparentemente el gracioso neologismo de Thacker, es la primera vez que se acuña la palabra
Cronómetro.
Lo que él dijo en 1714, quizás en broma, después ganó aceptación como el perfecto monitor de los relojes marinos. Nosotros todavía le llamamos cronómetro a este aparato. Sin embrago, el cronómetro de Thacker, no fue más que un buen nombre. Pero en su crédito es necesario destacar dos avances importantes. Uno de ellos fue el domo de vidrio, la cámara de vacío que protegía al cronómetro de los problemáticos cambios de presión y humedad atmosféricos. El otro fue un inteligente conjunto de barras pareadas para darle cuerda, configuradas de modo que la máquina se mantuviera en movimiento mientras se hacía la operación de bobinar la cuerda.

Hasta antes de la introducción de Thacker de su “mantenedor de energía”, simplemente el reloj se detenía, perdiendo la precisión de la medición, mientras duraba la operación de echarle cuerda. Thacker también tomó la precaución de montar toda la máquina en balancines, igual que la brújula de los buques, para protegerlo de los golpes durante las tormentas.

Lo que el cronómetro de bolsillo de Thacker no pudo sortear fue el ajuste por las variaciones de la temperatura. Aunque la cámara de vacío lo aislaba de los efectos del calor y frío, el aparato no era perfecto, y Thacker lo sabía.

La temperatura ambiente ejercía una influencia muy fuerte en la mantención del ritmo de cualquier reloj, El péndulo de barras metálicas se elongaba con el calor y se contraía con el frío y contaba los segundos a diferente ritmo, dependiendo de la temperatura. Similarmente, el resorte de balance se tornaba flojo y débil con el calor, y rígido y fuerte con el frío. Thacker había considerado este problema con mucha anticipación, cuando probaba su cronómetro. De hecho, la propuesta que sometió al Consejo de la Longitud contenía sus cuidadosos registros de las variaciones del ritmo de su cronómetro y la temperatura, junto con una escala en donde se veía el error que se podría esperar en función de las diferentes temperaturas. El navegante que usara este cronómetro simplemente tendría que ponderar la hora que marcaba por la temperatura medida en un termómetro de mercurio y haciendo los cálculos necesarios. Aquí es donde el plan se cae a pedazos: Alguien tendría que observar el reloj constantemente, anotando todos los cambios de temperatura ambiente y considerándolos en la lectura de longitud. Además Thacker sabía que aún bajo circunstancias ideales, su cronómetro tenía variaciones de aproximadamente seis segundos por día.

Seis segundos suenan como si fueran nada comparado con los quince minutos que usualmente perdían los relojes anteriores. Entonces ¿por qué tirarse los cabellos? Pues a causa de las consecuencias, y del dinero, involucrado.

Para probar ser merecedor del premio de £20.000, un reloj debía lograr encontrar la Longitud dentro de medio grado. Esto significa que no debía adelantarse o atrasarse más de tres segundos cada veinticuatro horas; aritméticamente, medio grado de Longitud equivale a dos minutos de tiempo, máximo error permisible en el curso de un viaje de seis semanas que duraba de Inglaterra y El Caribe. Un error de solamente tres segundos por día, sumado día a día, durante los cuarenta días que duraba la travesía, arrojaba un error de más de dos minutos al término de la jornada.

El panfleto de Thacker, el mejor de los que recibió el Consejo de la Longitud, durante su primer año, no elevaba demasiado la esperanza. Quedaba mucho por hacer y en ese tiempo se había hecho muy poco.

Newton se puso impaciente. Estaba claro para él que cualquier esperanza de determinar la Longitud yacía en las estrellas. El método de la distancia lunar que había sido propuesto varias veces en los siglos precedentes, ganaba prestigio y adherentes, en la medida que la ciencia de la Astronomía mejoraba. Gracias a los propios esfuerzos de Newton, en la formulación de la Ley de Gravitación Universal, el movimiento de la Luna se entendió mejor y en cierta forma más predecible. Aún el mundo esperaba que Flamsteed terminara el mapa de las estrellas.

Flamsteed, meticuloso al extremo, había invertido cuarenta años mapeando los cielos, y todavía no entregaba sus datos. Los guardó calladamente en Greenwich. Newton y Halley presionaron para conseguir los datos de Flamsteed, a través del Observatorio Real, y publicaron sus propias ediciones piratas de su catálogo de estrellas, en 1712. Flamsteed se vengó colectando y quemando trescientas copias de las cuatrocientas que se hicieron.

“Yo las he quemado hace unos quince días atrás” escribía Flamsteed a su antiguo asistente de observaciones, Abraham Sharp. “Si el señor I. N. hubiera sido juicioso, yo les habría hecho, a él y el señor Halley, un gran regalo. En otras palabras, las posiciones publicadas, insuficientemente verificadas como están, solamente pueden desacreditar la respetable reputación de la Astronomía”.

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