Authors: Dava Sobel
A pesar del prematuro despegue del catálogo de estrellas, Newton continuó creyendo que el movimiento regular del reloj del Universo, predominaría en la guía de los buques por el océano.
Un relojero podía probar, sin lugar a dudas, que el reloj sería un accesorio muy útil para llevar la cuenta astronómica, pero nunca reemplazarla. Después de siete años de servicio en el Consejo de la Longitud, en 1721, Newton escribió estas impresiones, en una carta que le envió a Josiah Burchett, secretario del Almirantazgo:
“Un buen reloj puede servir para mantener el conteo en el mar por algunos días, y para conocer la hora de la observación celestial, y para este fin es suficiente el reloj de rubíes, hasta que una mejor forma de observación se encuentre. Pero cuando la Longitud en el mar se pierde, no hay forma de volverla a encontrar con un reloj”.
Newton murió en 1727, y por consiguiente, no vivió para ver que el gran premio a Longitud se entregase por fin, cuarenta años más tarde, a un autodidacta fabricante de un gran reloj de bolsillo.
¡Ah! Era perfecta, sin posible parangón:
ninguna santa moderna se le podría comparar.
Tan por encima de los poderes infernales
Que su ángel guardián abandonó la vigilancia.
Aun sus mínimos movimientos eran tan perfectos
Como los del mejor reloj que Harrison crear pudiera.
LORD BYRON, Don Juan.
Poco se conoce de la etapa temprana de la vida de John Harrison, por lo que los biógrafos han tenido que hilar con algunos delgados hilos, la tela completa.
Estos momentos culminantes, sin embargo, se relacionan con elementos sobresalientes en la vida de otros hombres legendarios, que dan buen pie a la historia de Harrison. Por ejemplo, Harrison fue autodidacta, con la misma ansiedad de conocimientos con que el joven Abraham Lincoln leía por las noches alumbrado por una vela. Aunque no conoció la miseria, fue de principios ciertamente humildes, y se enriqueció gracias a su propia inventiva y diligencia, de la misma forma que lo hizo Tomás Alva Edison o Benjamín Franklin. Y a riesgo de exagerar la metáfora, Harrison, empezó como carpintero, pasando los primeros treinta años de su vida en virtual anonimato, antes que sus ideas empezaran a ser atractivas a la atención del público.
John “Longitud” Harrison nació el 24 de marzo de 1693, en el condado de Yorkshire, el mayor de cinco hermanos. Su familia, respetando las tradiciones de su tiempo, asignaba nombres tan parsimoniosamente que sería imposible seguir a todos los Henry, John y Elizabeth sin un lápiz y papel. Graciosamente, el nombre John Harrison fue impuesto igualmente al hijo, nieto, al hermano y tío de un Henry Harrison u otro, en tanto su madre, su hermana, sus esposas, su única hija y dos de sus tres nueras respondían al nombre de Elizabeth.
“En la memoria del Sr. JOHN HARRISON, vecino de Red-Lion Square, Londres. Inventor del reloj marino para comprobar la LONGITUD en el mar. Nació en Foulby, en el condado de York, y era el hijo de un constructor en ese lugar, quien lo inició en la misma profesión. Antes que cumpliera 21 años de edad, sin ninguna instrucción, se dedicó a la limpieza, reparación y fabricación de relojes antiguos, principalmente de madera. En la edad de 25 se dedicó por entero a las mejoras de su cronómetro. Fue el inventor del péndulo compensador de rejilla y del método para prevenir el efecto del calor y frío sobre los relojes mediante dos barras de distintos metales dispuestos juntos. Introdujo el resorte secundario mantenerlos funcionando, mientras se le daba cuerda; y fue el inventor de la mayoría (o de todas las) mejoras en relojes durante su época. En el año 1735, enviaron su primer reloj marino a Lisboa, y en 1764 fue enviado a Barbados su cuarto reloj marino y los Consejeros de la Longitud certificaron que había determinado la longitud dentro de un tercio de la mitad de grado de un gran círculo, errando no más que 40 segundos el tiempo. Después de que cerca de cincuenta años dedicado a las búsquedas antedichas, salió de esta vida en el día 24 del marzo de 1776, de 83 años de edad.
Su primer hogar parece haber estado en un lugar llamado Nostell Priory, de un rico terrateniente quien dio empleo al padre Harrison como carpintero y guardia. Temprano en la vida de John, quizás en su cumpleaños número cuatro, pero nunca más allá del séptimo, la familia se trasladó, por razones que no se conocen, a una villa alejada a unas sesenta millas, llamada Barrow en Lincolnshire, y también se le conocía como Barrow-on-Humber, porque se asentaba en la ribera sur de ese río.
En Barrow, el joven John aprendió el trabajo en madera con su padre. No se sabe dónde se inició en la música, pero tocaba la viola, tañía y templaba las campanas de la iglesia, y acabaron por nombrarle director del coro de la iglesia parroquial de Barrow (muchos años después, en 1775, como un adjunto a una publicación explicativa de su reloj, “
A Description Concerning Such Mechanism...”,
Harrison expuso su radical teoría de la escala musical).
De algún modo, el adolescente John, fue conocido como el aprendedor del libro prestado. Lo podría haber dicho verbalmente, o quizás su fascinación por saber la forma en que las cosas trabajan, hacía que sus ojos brillaran de manera que los otros lo notaban. De cualquier manera, por el año 1712 aproximadamente, un cura que estaba de visita en la parroquia, le animó la curiosidad al prestarle un libro muy preciado, una copia manuscrita de una serie de conferencias sobre filosofía natural, escrita por el matemático Nicolás Saunderson, de la Universidad de Cambridge.
Por la época en que el libro llegó a sus manos, John Harrison ya leía y escribía correctamente. Aplicó ambos aprendizajes en el trabajo de Saunderson, haciendo su propia copia comentada, que llamó “La Mecánica del señor Saunderson”. Copió cada una de las palabras, dibujó y rotuló cada uno de los diagramas, con el fin de entender mejor la naturaleza de las leyes del movimiento. Releyó una y otra vez su copia, como un estudioso de la Biblia, continuando con la adición de sus propias notas laterales y visiones posteriores, aún después de varios años. Su escritura es clara, pequeña y regular, como se esperaría de un hombre de mente metódica.
Aunque John Harrison abjuraba de Shakespeare, no permitiendo nunca los trabajos del escritor en su casa, el
Principia
de Newton y las conferencias de Saunderson permanecieron en un lugar destacado por el resto de su vida, fortaleciendo firmemente sus conceptos del mundo real.
Harrison completó su primer reloj de péndulo en 1713, antes de cumplir los veinte años. Por qué escogió asumir este proyecto y cómo fue un aventajado constructor sin la experiencia previa más que como aprendiz de un relojero, sigue siendo un misterio. Todavía existe el reloj original. Su máquina y esfera, reliquias firmadas y fechadas de aquella etapa de formación, ocupan ahora una vitrina de exhibición en un cuarto del Excelentísimo Gremio de Relojeros (
The Worshipful Company of Clockmakers
), en Guildhall, Londres.
Aparte del hecho que el gran John Harrison lo construyó, el reloj es singular por otro rasgo distintivo: está construido casi completamente de madera. Éste es el reloj de un ebanista, con los engranajes de roble y ejes de boj conectados y guarnecidos por pequeñas piezas de bronce y acero. Harrison, siempre práctico y de muchos recursos, tomó los materiales que tenía a la mano, y los utilizó bien. Los dientes de madera de los engranajes nunca se rompieron con el uso normal, desafiando su destrucción por su diseño que aprovecha la veta de la madera del resistente roble.
Los historiadores se preguntan, qué relojes podría haber desmantelado y estudiado antes de hacer el suyo. Una historia, probablemente apócrifa, afirmaba que mantuvo el ánimo durante una enfermedad infantil, escuchando el tictac de un reloj de bolsillo puesto bajo su almohada. Pero nadie puede suponer dónde el muchacho habría conseguido semejante cosa. Los relojes de pared y bolsillo tenían altos precios en los tiempos de la juventud de Harrison. Aun cuando su familia pudiera permitirse el lujo de comprar uno, no se ha podido encontrar pruebas de ello. Ningún relojero conocido, aparte del autodidacta Harrison, vivió o trabajó cerca del norte de Lincolnshire en el inicio del siglo XVIII.
Adicionalmente, Harrison construyó otros dos relojes de madera casi idénticos, en 1715 y 1717. Con los siglos siguientes a su fabricación, los péndulos y las grandes cajas que los contenían irían desapareciendo, y sólo las máquinas han llegado hasta nosotros. La excepción es un pedazo del tamaño aproximado de un documento legal, de la puerta de madera del último de los tres. De hecho, un documento real, pegado por la parte interior de la superficie de la puerta, parece haber protegido la suave madera para la posteridad. Este papel protector, la tabla de Harrison de la “Ecuación del Tiempo", puede verse hoy en la misma vitrina de exhibición de Guildhall, junto a su primer reloj.
La tabla le permitía al usuario del reloj rectificar, en una reglilla corrediza, la diferencia entre la hora solar, o tiempo "verdadero" (como el que muestra un reloj de sol) con el artificial pero más regular, tiempo "erróneo" (como el que miden los relojes que golpean el mediodía cada veinticuatro horas). La disparidad entre el mediodía solar y el mediodía erróneo aumenta o disminuye de acuerdo al cambio de estaciones. Hoy no tomamos ninguna nota del tiempo solar y confiamos en Greenwich; nuestra norma es solamente el tiempo erróneo, pero en la era de Harrison los relojes de sol todavía disfrutaban de un uso muy amplio. Un buen reloj mecánico tenía que ser corregido por la hora universal y ello se hacía a través de la de la aplicación de un artificio matemático llamado Ecuación del Tiempo. Harrison no sólo entendió estos cálculos en su juventud, sino que también hizo sus propias observaciones astronómicas y generó los datos de la ecuación por sí solo.
Resumiendo la esencia de su tabla de conversión en un artículo escrito a mano, Harrison lo llamó
"Una tabla de la salida y puesta de sol, en la Latitud de Barrow, 53° 18'; también de diferencia que debe haber y hay entre el péndulo y el Sol, si el reloj fuese preciso
". Esta descripción debe su sonido elegante en parte a su antigüedad, y en parte a la ambigüedad.
Harrison, según la mayoría de aquellos que lo admiraron, nunca pudo expresarse claramente por escrito. Al escribir, decían, parecía estar comiendo sopas, pero con la pluma. No importaba qué brillantes ideas se le formaran en su mente, o se cristalizaran en sus máquinas de reloj, sus descripciones verbales no brillaban con la misma luz. Su último trabajo publicado, en que describe toda la historia de sus insípidas relaciones con el Consejo de la Longitud, tiene el más alto estilo de una circunlocución interminable. La primera frase ocupa, virtualmente sin puntuación, veinticinco páginas enteras.
Franco en sus encuentros personales, Harrison propuso matrimonio al Elizabeth Barrel, y se casaron el 30 de agosto de 1718. Su hijo, John, nació en el verano siguiente. Entonces Elizabeth cayó gravemente enferma y murió por la primavera, antes que el muchacho cumpliera siete años.
No puede ser ninguna sorpresa que no dejara ningún diario o cartas que describieran sus actividades, sus angustias o algún detalle respecto a su vida privada de viudo. No obstante, la parroquia registra que encontró a una nueva novia, diez años más joven, a los seis meses de la muerte de Elizabeth. Se casa con su segunda esposa, Elizabeth Scott, el 23 de noviembre de 1726. Al inicio de lo que iban a ser cincuenta años de matrimonio, tenían dos niños, William, nacido en 1728, quien sería el seguidor de su padre y su mano derecha, y Elizabeth, nacida en 1732, sobre quien nada se conoce, excepto la fecha de su bautismo, el 21 de diciembre. John, el niño del primer matrimonio de Harrison, murió cuando tenía tan sólo dieciocho años.
Nadie sabe cuándo o cómo Harrison oyó por primera vez sobre el tema del premio de la Longitud. Algunos dicen que fue en el puerto cercano de Hull, a sólo cinco millas al norte de su casa y el tercer puerto más grande en Inglaterra. De allí, cualquier marinero o comerciante habría llevado los anuncios a Humber.
Uno imaginaría que Harrison creció muy consciente del problema de la Longitud así como cualquier escolar atento sabe hoy de los esfuerzos que se hacen para la cura del cáncer y que no hay ninguna manera buena de librarse de la basura nuclear. La Longitud propuso el gran desafío tecnológico de la era de Harrison. Parece haber empezado a pensar la manera de decir el tiempo y la Longitud en el mar, incluso antes que el Parlamento prometiera cualquier premio por hacerlo, o por lo menos antes de que él supiera de la existencia del premio anunciado. En todo caso, si el premio ayudó o no a sus pensamientos para resolver el problema de la Longitud no se sabe; Harrison se mantuvo muy ocupado en sus tareas.
Alrededor de 1720, después que Harrison hubiera adquirido algo de reputación local como relojero, el señor Charles Pelham le contrató para construir una torre para un reloj, sobre su nuevo establo, en su casa ubicada en sus posesiones en Brocklesby Park.
La torre de Brocklesby devolvió a Harrison, que de muchacho tocaba las campanas de la iglesia, a una situación que le resultaba conocida; sólo que en esta ocasión, en lugar de balancearse colgado de la soga de una campana, tenía que inventar un instrumento que desde las alturas anunciase la hora real a los cuatro vientos.
El reloj de la torre que Harrison terminó, aproximadamente, en 1722, aún dice la hora en Brocklesby Park. Ha estado corriendo continuamente para más de 270 años, excepto por un breve periodo en 1884, cuando fue detenido por restauración.
De su fina caja a sus engranajes libres de fricción, el reloj revela a su fabricante como un maestro de carpinteros, por ejemplo, funciona sin necesidad de aceite. El reloj nunca necesita la lubricación, porque las partes que normalmente lo requerirían se tallaron de
lignum vitae
, una madera tropical dura que exuda su propia grasa. Harrison evitó cuidadosamente el uso de hierro o acero en cualquier parte en la maquinaria del reloj, por temor a la oxidación en condiciones húmedas. Dondequiera que él necesitó metal, instaló partes hechas de bronce.
Cuando llegó el momento de fabricar trenes de engranajes, Harrison inventó un nuevo tipo de rueda dentada. Cada una de las que constituyen el sistema móvil de engranajes del reloj semeja un dibujo infantil del Sol, con las líneas de las vetas de la madera irradiando desde el centro de la rueda hasta los extremos de los dientes como si se hubieran trazado con lápiz y regla. Aseguró aún más la estructura duradera de los dientes seleccionando robles de desarrollo rápido, cuyos anillos de crecimiento anual forman en el tronco ondulaciones muy separadas entre sí.