Authors: Dava Sobel
Estos árboles producen una madera con una veta ancha y de gran resistencia, debido al alto porcentaje de madera nueva. (Al microscopio, los anillos de crecimiento se parecen un panal de miel con sus celdas, mientras la madera nueva, entre los anillos, parece sólida.) Por otra parte, dondequiera que Harrison no necesitaba gran resistencia, como en las porciones centrales de las ruedas, cambiaba a un material liviano, usaba roble de crecimiento lento; los anillos de crecimiento se desarrollan más juntos y la madera parece más fibrosa y pesa menos.
Los profundos conocimientos que poseía Harrison sobre la madera quizá se aprecien mejor en nuestros días, cuando gracias a una percepción hoy «normal», así como a los rayos X, podemos valorar sus logros.
Mirando retrospectivamente, también es obvio que Harrison dio su primer paso importante hacia la construcción de un reloj de mar, allí en la torre de Brocklesby, eliminando la necesidad de aceitar los engranajes. Un reloj que no necesita lubricación, en ese entonces este concepto era completamente inusitado, estaría en mucho mejor pie para persistir largo tiempo en el mar, que cualquier otro reloj que se hubiera construido. Porque los lubricantes se ponen más viscosos o más delgados, ya fuera que la temperatura baje o suba, en el curso del viaje, haciendo correr el reloj más rápido o más lentamente o incluso deteniéndolo totalmente.
Cuando Harrison construyó más relojes, se asoció con su hermano James, once años menor pero, como él, un artesano extraordinario. De 1725 a 1727 los hermanos construyeron dos relojes de caja o pie.
James Harrison los firmó ambos, en gruesa escritura, en sus esferas de madera pintadas. El nombre que John Harrison no aparece ninguna parte, ni fuera ni dentro de los relojes, aunque no hay un relojero en el mundo que dude que fuera John el diseñador y la inteligencia en la construcción de estos relojes. A partir de los actos de generosidad de John en su vida, es fácil pensar que le dio un empujón a su hermano menor, permitiéndole poner su propia firma en esta aventura.
Dos nuevos mejoramientos permitieron a estos relojes mantener una precisión casi perfecta. Estas invenciones de precisión de Harrison, las llamaron "la parrilla" y " el saltamontes". Usted puede ver cómo “la parrilla” obtuvo su nombre si se asoma a la pequeña portilla de vidrio del reloj de los hermanos Harrison, que está de pie contra la pared de atrás de Guildhall.
La parte del péndulo que se muestra allí consiste en varias barras alternas de dos metales diferentes, muy parecida a las barras paralelas de las parrillas de una cocina, donde se asaba la carne. Y este péndulo de grilla puede resistir el calor, sin efectos negativos.
La mayoría de los péndulos del tiempo de Harrison, se dilataban con el calor, y en la medida que se hacían más largos, hacían tictac más lento, atrasándose. Por el contrario, con el frío se acortan y por lo tanto los relojes se aceleran, llevando la marcación del tiempo, en el sentido opuesto. Todos los metales muestran esta especial característica, aunque lo hacen de acuerdo a su propia naturaleza. Combinando barras cortas y largas de dos diferentes metales, bronce y acero, en un péndulo, Harrison soslayó el problema. El uso conjunto de los dos tipos de metales dispuestos ingeniosamente, neutralizan los cambios de la longitud del péndulo, debido a los cambios de temperatura, y así el péndulo mantenía su cadencia de oscilación.
El escape de «saltamontes», la pieza que contaba los latidos del marcapasos del reloj, recibió tal nombre por los movimientos de sus elementos entrecruzados, semejantes a los de las patas posteriores de uno de estos insectos en pleno salto, silenciosos y sin el rozamiento a que estaban sometidos los escapes entonces existentes.
Los hermanos Harrison probaron la exactitud de su parrilla-saltamontes comparándola con los movimientos regulares de las estrellas. La retícula del ocular de su instrumento casero de rastreo astronómico, con que ellos apuntaron con precisión las posiciones de las estrellas, consistía en el borde de una ventana y la silueta del cañón de la chimenea del vecino. Noche tras noche, anotaban la hora del reloj cuando las estrellas terminaban de pasar por su campo visual detrás de la chimenea. De una noche a la próxima, debido a la rotación de la Tierra, una estrella debe transitar exactamente 3 minutos y 56 segundos (de tiempo solar) más temprano que la noche anterior. Cualquier reloj que puede rastrear este horario sideral se demuestra tan perfecto como la magnífica maquinaria de reloj de Dios.
En estas pruebas nocturnas, los relojes de Harrison no erraron nunca más de un solo segundo en un mes entero. En comparación, la calidad más fina que se había producido en cualquier parte del mundo hasta ese momento, oscilaba en aproximadamente un minuto diario. La otra cosa más notable aún que la exactitud extraordinaria de los relojes de Harrison, era el hecho que tal precisión inaudita había sido lograda por un par de patanes rurales que trabajaban independientemente, y no por uno de los señores como Thomas Tompion o George Graham que ordenaron materiales caros y a los maquinistas experimentados en los centros del reloj de la cosmopolita ciudad de Londres.
En 1727, como recordaría Harrison al final de su vida, ante la idea del premio de la Longitud, su mente se entregó al desafío especial que suponía el reloj marino. Comprendió que podía hacerse rico y famoso si conseguía que sus maquinarias navegasen.
Ya había encontrado una solución al problema de la lubricación, había alcanzado una alta meta en la precisión, con un mecanismo libre de fricción y había desarrollado un péndulo para todas las estaciones. Estaba listo para asumir el aire marino y el mar tormentoso. Irónicamente, Harrison vio que tendría que tendría que desechar su péndulo compensador, para ganar las £20,000.
Aunque el péndulo compensador había triunfado en la tierra, un péndulo era todavía un péndulo, y ningún péndulo podría sobrevivir rodando en un océano. En lugar de la parrilla estriada oscilante con su peso colgando, Harrison empezó a imaginarse un juego de columpios, autónomo y contrapesado para resistir las olas más salvajes.
Cuando quedó satisfecho con el nuevo artilugio, lo que le tomó casi cuatro años, se puso en camino hacia Londres, una jornada de doscientas millas, para exponer su plan ante el Consejo de la Longitud.
¿Dónde podré hallar, en este mundo banal,
>una longitud que no sea lugar común?
CHRISTOPHER FRY, La dama no es para la hoguera.
Cuando John Harrison llegó a Londres en el verano de 1730, no encontró al Consejo de la Longitud por ninguna parte. Aunque ese cuerpo augusto había existido por más de quince años, no tenía ninguna sede oficial. De hecho, nunca se habían reunido.
Así de indiferentes y mediocres eran las propuestas sometidas al Consejo; un individuo estaba comisionado para simplemente mandar las cartas de rechazo a los inventores esperanzados.
Ni una sola de las soluciones sugeridas había sido lo suficientemente promisoria como para inspirar a cualquiera de los cinco comisionados, el mínimo requerido por el Decreto de la Longitud, para una discusión seria de los méritos del método.
Harrison, sin embargo, conocía la identidad de uno de los miembros más famosos del Consejo de la Longitud, el gran Dr. Edmond Halley, y se dirigió directamente hacia el Observatorio Real en Greenwich para encontrarle.
Halley se había convertido en el segundo astrónomo real de Inglaterra en 1720, después de la muerte de John Flamsteed. El puritano Flamsteed tenía razón para darse vuelta en su tumba, frente a este progreso, ya que en vida había denunciado Halley por beber coñac y jurar "como un capitán de mar". Y claro, Flamsteed nunca perdonó Halley, o a su cómplice Newton, por hurtar el catálogo de estrellas y publicándolo en contra de su voluntad.
Apreciado por la mayoría, amable con sus subordinados, Halley dirigía el observatorio con sentido del humor. Contribuyó indeciblemente al lustre de la institución con sus observaciones de la Luna y el descubrimiento del movimiento exacto de las estrellas, incluso si es cierto lo que se cuenta sobre la noche en que Pedro el Grande y él se divirtieron como dos colegiales montados en una carretilla que empujaban por turnos entre los setos.
Halley recibió a Harrison educadamente. Escuchó el propósito de su nuevo concepto para el reloj de mar. Se impresionó con los dibujos, y se lo comentó. Halley sabía que al Consejo de la Longitud no le gustaría una respuesta mecánica a lo que vio como una pregunta astronómica.
Hemos de recordar que el Consejo estaba desequilibrado, pues había una mayoría de astrónomos, matemáticos y navegantes. El propio Halley pasaba la mayor parte de los días y las noches trabajando en el tema del movimiento de nuestro satélite con el fin de ampliar el método de la distancia lunar para averiguar la longitud, pero mantenía una postura abierta.
En lugar de arrojar a Harrison a las fieras, Halley le envió que viera al muy conocido relojero George Graham. El "Honrado" George Graham, como se le llamaría después, sería el mejor juez del reloj de mar que Harrison propuso construir. Por lo menos él entendería los puntos más sutiles de su plan.
Harrison temía que Graham le robara la idea, pero sin embargo siguió el consejo de Halley. ¿Qué otra cosa podría hacer?
Graham, aproximadamente veinte años mayor que Harrison, se volvió su patrocinador al final de un largo día. Harrison describió su primera reunión en su prosa inimitable, «... Graham empezó a mi juicio siendo muy grosero conmigo, lo cual podría haberme inducido a mí a ponerme también grosero; pero cuando rompimos el hielo..., se quedó inmensamente sorprendido ante las ideas o los métodos que yo había seguido».
Harrison fue a ver a Graham a las diez de la mañana, y por las ocho de esa noche todavía estaban hablando en la tienda. Graham, el primer fabricante de instrumentos científicos y miembro de la Sociedad Real, invitó a Harrison, el carpintero del pueblo, a quedarse a la cena.
Cuando Graham finalmente le dio las buenas noches, le envió de vuelta a Barrow muy estimulado, incluso con un generoso préstamo, que sería reembolsado sin prisa y a ningún interés.
Harrison pasó los siguientes cinco años armando el primer reloj del mar, el que se la ha dado el nombre de Harrison Nº 1, para denotar al primero de una serie de intentos, en corto, H-1. Su hermano James le ayudó, pero ninguno de ellos firmó la máquina, aunque parezca muy extraño. El sistema de engranajes funcionaba con ruedas dentadas de madera, como en los anteriores que habían construido en colaboración los dos hombres, pero en general, no se parecía a ningún reloj que se hubiera visto hasta entonces, ni que pudiera verse después.
Fabricado en reluciente bronce, con barras y volantes que asoman por los ángulos, su ancha parte inferior y los salientes a gran altura recuerdan un buque antiguo que jamás hubiese existido. Parece un cruce entre galera y galeón, con su elevada popa ornamentada, dos imponentes palos sin velas y nudosos remos de bronce manejados por hileras de remeros invisibles. Es como una maqueta escapada de la botella, flotando en el mar del tiempo.
Los diales numerados en la cara de H-1, obviamente sirven para la marcación del tiempo: un dial marca las horas, el otro cuenta los minutos, un tercero señala los segundos, y el cuarto denota el día del mes.
Sin embargo, el aspecto del artilugio en conjunto, sumamente complejo, da a entender que se trata de algo más que un reloj perfecto. Los grandes resortes en espiral y la extraña maquinaria tientan a apropiarse del objeto en cuestión y trasladarlo a otra época. Si bien los escenógrafos de Hollywood han llegado muy lejos en este terreno, no hay ninguna película sobre viajes en el tiempo en la que aparezca una máquina tan convincente como ésta.
El H-1 pesa setenta y cinco libras y se instaló en una caja vidriada de cuatro pies por lado, alto, ancho, y profundidad. La caja original podría haber escondido los secretos de la máquina del reloj, y quizás sólo la cara con sus cuatro diales rodeados por ocho querubines tallados y cuatro coronas, en un enredo de sogas, serpentinas o vides deshojadas, se mostraba al exterior. Sin embargo, las cajas, como es el caso de los primeros relojes de Harrison, se han perdidos, exponiendo los trabajos al escrutinio general.
En la actualidad, el H-1 se aloja y trabaja (con cuerda diaria) en su caja blindada de vidrio en el National Maritime Museum de Greenwich, donde todavía funciona con sus famosos engranajes sin fricción, para deleite de los visitantes. La esfera decorada choca con la máquina desnuda, de la misma forma que una mujer muy bien vestida podría lucir, parada detrás de una pantalla de proyección con su pecho abierto mostrando los latidos de su corazón.
Incluso al inicio de su larga carrera, el H-1 constituyó un estudio de contrastes. Era un adelantado para su época y cuando llegó, el mundo estaba cansado de esperarlo. Aunque H-1 hizo lo que se suponía que tenía que hacer, lo realizó tan singularmente que la gente estaba perpleja por su éxito. Los hermanos Harrison sacaron el H-1 en una barcaza en el río Humber para las pruebas. Entonces John lo llevó a Londres en 1735, y quedó liberado de su promesa a George Graham.
Muy agradado, Graham no mostró el maravilloso reloj de mar al Consejo de la Longitud, sino a la Sociedad Real, que le dio la bienvenida de un héroe.
Concurriendo con el doctor Halley y tres otros compañeros igualmente impresionados de la Sociedad, Graham escribió esta nota del H-1 y su fabricante:
“John Harrison, con grandes esfuerzos y dispendios, ha ideado y ejecutado una máquina para medir el tiempo en el mar, basándose en un principio que, a nuestro juicio, promete un grado de exactitud considerable y suficiente. Opinamos que merece apoyo público, así como ser sometida a una minuciosa prueba, con el fin de mejorar los diversos artefactos y evitar las irregularidades horarias que producen de forma natural los diferentes grados de calor y frío, la temperatura húmeda y seca del aire y las perturbaciones varias del buque”.
A pesar del éxito, el Almirantazgo arrastró sus pies durante un año entero para hacer el ensayo formal. Y entonces, en lugar de enviar H-1 a las Indias Orientales, como lo requería el Decreto de la Longitud, los almirantes pidieron que Harrison llevara su reloj a Spithead, al buque H.M.S. Centurión, en las cercanías de Lisboa. El ministro de Marina, Sir Charles Wager, envió la siguiente carta de presentación al Capitán Proctor, comandante del Centurión, el 14 de mayo de 1736: