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Authors: Bret Easton Ellis

Tags: #Drama, Relato

Los confidentes (20 page)

BOOK: Los confidentes
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–No, guapa, ya te usé del todo -dice Martin-. No es que diga que estuviste estupenda, pero cualquier día de éstos te daré un telefonazo.

La chica asiente con la cabeza, sonríe, se marcha.

–Está buena, ¿verdad? – dice Leon, mirando a la chica que se aleja-. ¿Te lo hiciste con ella, Rocko? – No lo sé -es la respuesta de Rocko.

–Sí, está bastante buena, se folló a todos a los que conozco, es un ángel, le cuesta acordarse de su número de teléfono, de cómo se llama su madre, de respirar. – Martin suspira.

–Pero la cuestión es que yo me la podría follar con toda facilidad -dice Leon.

La chica sentada en los almohadones que conoce algo a Leon baja la vista.

–Tú podrías follarte a una farola -dice Martin, bostezando, desperezándose-. A una farola, con tal de que esté limpia y de que parezca que tiene algo de talento. En definitiva, a una farola.

Me vuelvo a llevar las manos a la cabeza, luego me toco los pantalones vaqueros.

–Bien -empieza Martin-. Todo eso fue muy refrescante. Pero ¿qué hemos venido a hacer aquí, Leon? ¿Eh? ¿Qué hemos venido a hacer aquí.

–No lo sé. – Leon se encoge de hombros-. ¿Qué hemos venido a hacer aquí?

–Te lo estoy preguntando yo… ¿qué hemos venido a hacer aquí?

–No lo sé -dice Leon, volviendo a encogerse de hombros-. No lo sé. Pregúntaselo a él.

Martin me mira.

–Yo tampoco sé lo que hemos venido a hacer aquí -digo, sobresaltado.

–¿Cómo que no sabes lo que hemos venido a hacer aquí? – Martin vuelve a mirar a Leon.

–Mierda -dice Leon-. Hablaremos de ello después. Vamos a tomarnos un descanso. Tengo algo de hambre. ¿Sabe alguien quién tiene cerveza? Hal, ¿tú tienes cerveza? – le pregunta al cámara.

–El aparato del humo está averiado -dice el cámara.

Martin suspira.

–Escucha, Leon.

Ahora Leon se está mirando en el espejo de mano, retocándose el pelo, un enorme y tieso tupé de un rubio casi blanco.

–Leon, ¿me estás escuchando? – susurra Martin.

Me dispongo a irme, me dirijo a la puerta, paso sobre la chica del montón de almohadones, que se está echando una botella de agua por encima de la cabeza, de un modo triste o que no sé expresar. Bajo los escalones, paso junto a las chicas, una de las cuales dice:

–Bonito Porsche.

–Bonito culo -dice la otra.

Y luego me subo al coche y me alejo.

Después de terminar parte de una ensalada hecha con diez tipos de lechuga distintos, lo único que pidió, Christie menciona que a Tommy, que es de Liverpool, lo encontraron en México la semana pasada y que le había pasado algo raro porque su cuerpo estaba completamente desangrado y lo habían degollado y habían desaparecido algunos órganos vitales aunque las autoridades mexicanas dicen que Tommy «se ahogó», y que si no se ahogó exactamente entonces a lo mejor sólo se trataba de un «suicidio», pero Christie está segura de que no se ahogó en absoluto y estamos en un restaurante de Melrose y yo no tengo tabaco y ella no se quita las gafas de sol cuando me dice que Martin es un buen tipo, de modo que no puedo verle los ojos que de todos modos probablemente no me dirían nada. Dice algo sobre una culpabilidad inmensa y traen la cuenta.

–Olvídalo -digo yo-. La verdad que no me gusta demasiado que lo hayas sacado a relucir.

–Es un buen tipo -dice ella.

–Sí -digo yo-. Es un buen tipo.

–No lo sé -dice ella.

–¿Te acostaste con él?

Christie respira hondo, luego me mira.

–Parece ser que «está» con Nina.

–Pero me dijo que Nina está, bueno, loca -le digo-. Martin me dijo que Nina está loca y que obliga a su hijo a que vaya a un gimnasio y el niño sólo tiene cuatro años. – Pausa-. Martín me dijo que lo tuvo que evitar.

–No va a estar en mala forma sólo porque sea un niño -dice Christie.

–Ya veo.

–Graham -empieza Christie-. Martin no significa nada. Estuviste a punto de perder los nervios la semana pasada. No puedo soportar que te pases el tiempo sentado en una silla sin decir nada y con un aguacate gigante en la mano.

–Pero ¿ es que no estamos saliendo el uno con el otro, o algo por el estilo? – pregunto.

–Eso parece. – Christie suspira-. Ahora estarnos juntos. Ahora tomo una ensalada contigo. – Se interrumpe, se baja las Wayfarers de Martin, pero de todos modos no la estoy mirando-. Olvídate de Martin. Además, ¿a quién le importa si salimos con otras personas?

–¿Salir con ellas o follar con ellas?

–Follar. – Christie suspira-. Creo. – Pausa-. Supongo.

–Vale -digo yo-. ¿Quién sabe, verdad?

Más tarde pregunta, sonriendo, echándome loción solar:

–¿Te importó que me acostara con él? – y luego añade-: Bonita definición.

–No -digo yo, finalmente.

Me despierta el sonido de unos disparos. Miro a Martin, que está tumbado boca abajo, desnudo, respirando pesadamente, con Christie entre nosotros, con dos mullidos gatos de trapo y un conejillo de Indias que no había visto nunca, que lleva puesta una gargantilla de pequeños diamantes, y disparan otro par de disparos y los dos se sobresaltan en sueños. Me levanto de la cama y me pongo unas Bermudas y una camiseta de FLIP y bajo en el ascensor al portal. Cuando se abren las puertas del ascensor, disparan dos veces más. Atravieso despacio el portal a oscuras. El portero de noche, un tipo joven, bronceado, rubio, de unos veinte años, con un walkman colgado del cuello, está parado a la puerta, mirando afuera. En Wilshire hay siete u ocho coches de la policía aparcados frente al edificio del otro lado de la calle. Se oye otro disparo desde el edificio de apartamentos. El portero mira, confuso, con la boca abierta. En el walkman suenan los Dire Straits.

–¿Qué pasa? – pregunto.

–No lo sé. Creo que un tipo tiene a su mujer ahí arriba y, bueno, amenaza con disparar contra ella o algo así. Algo parecido, vaya -dice el portero-. A lo mejor ya le ha pegado un tiro. A lo mejor ya ha liquidado a un montón de gente.

Me acerco a él principalmente porque me gusta la canción del walkman. En el portal hace frío y se nos ve el aliento.

–Creo que hay un grupo de geos en el edificio tratando de hablar con él -dice el portero-. No creo que debas abrir la puerta.

–No la voy a abrir -digo yo.

Otro disparo. Llega otro coche de la policía. Luego una ambulancia. La que fue mi madrastra durante unos diez meses, con la que terminé acostándome un par de veces, se apea de una furgoneta, la iluminan y se coloca delante de una cámara. Yo bostezo, estremeciéndome.

–¿Te despertaron los disparos? – pregunta el portero.

–Sí. – Asiento con la cabeza.

–Eres el que vive en el piso once, ¿verdad? El que dirige vídeos, Jason o algo así, te visita mucho.

–¿Martin? – digo yo.

–Sí, hola, me llamo Jack -dice el portero.

–Yo me llamo Graham. – Nos estrechamos la mano.

–He hablado un par de veces con Martin -dice Jack.

–¿De qué?

–Sólo de que él conoce a uno de un grupo en el que yo estuve a punto de tocar. – Jack saca un paquete de pitillos, me ofrece uno. Tres disparos más, luego un helicóptero empieza a trazar círculos-. ¿A qué te dedicas tú? – pregunta.

–Estudio.

Jack me enciende el pitillo.

–¿Sí? ¿Y dónde estudias?

–Bueno, estudio… -Me interrumpo-. Bueno, estudio en la U… bueno, en la USC.

–¿Sí? ¿A qué curso vas? ¿A primero?

–Empezaré segundo en otoño -le digo-. O eso creo.

–¿Sí? Estupendo. – Jack piensa en ello durante un momento-. ¿Conoces a Tim Price? Es un tipo rubio. Guapo de verdad, pero, bueno, la peor persona del mundo. Creo que pertenece a un club de estudiantes.

–Creo que no -le digo. Llega un grito espantoso desde el otro lado de Wilshire, luego humo.

–¿Y a Dirk Erickson? – pregunta él.

Hago como que pienso en eso durante un minuto, luego contesto:

–No, creo que no. – Pausa-. Pero conozco a uno que se llama Wave. – Pausa-. Está muy en forma y su familia es prácticamente dueña de Lake Tahoe.

Llega otro coche de la policía.

–¿Estudias tú? – pregunto, al cabo de un rato.

–No, en realidad soy actor.

–¿Sí? – pregunto-. ¿En qué películas has trabajado?

–En un anuncio de chicle. En un anuncio de Clearasil. – Jack se encoge de hombros-. Como uno no esté dispuesto a hacer cosas espantosas en esta ciudad es difícil conseguir trabajo… y quiero trabajar.

–Claro, eso supongo.

–En realidad quiero trabajar en la industria del vídeo -dice Jack,

–Claro -digo yo-. El vídeo, colega.

–Sí, por eso Mark es un contacto bueno de verdad.

Hay un ruido tremendo, luego más humo, luego otra ambulancia.

–Querrás decir Martin -digo yo-. Probablemente te vendría bien, colega, aprender correctamente los nombres.

–Eso, Martin -dice él-. Es un buen contacto.

–Sí, es un buen contacto -digo, lentamente. Termino el pitillo y me quedo junto a la puerta, esperando oír más disparos. Cuando parece que no van a pasar muchas cosas más, Jack me ofrece un canuto y yo niego con la cabeza y digo que voy a tomar un poco de zumo y luego a dormir algo más-. Hay dos gatos de trapo y un conejillo de Indias que nunca había visto arriba, en mi cama. – Pausa-. Además necesito tomar un poco más de zumo.

–Claro, colega, claro, me hago cargo -dice el portero, con voz alegre-. Tío, el zumo está muy bien.

El costo tiene un olor dulzón y casi me entran ganas de quedarme. Otro disparo, más gritos. Me dirijo hacia el ascensor.

–Oye, creo que va a pasar algo -dice el portero cuando me meto en el ascensor.

–¿Qué? – pregunto, mientras mantengo las puertas abiertas.

–A lo mejor va a pasar algo -dice el portero.

–¿Sí? – digo yo, sin saber qué hacer. Miro al portero, que sigue en el portal, fumando un canuto, y los dos nos quedamos esperando.

Recibo una llamada de mi madre, del abogado de mi padre y de alguien de los estudios donde trabaja mi padre, a las once de la mañana siguiente. Escucho, luego les digo que iré en avión a Las Vegas hoy mismo, y cuelgo para hacer la reserva de los billetes.

Martin se despierta, me mira bostezando. Me pregunto dónde estará Christie.

–Tío -se queja Martin, desperezándose-. ¿Qué hora es? ¿Pasa algo?

–Son las once. Ha muerto mi padre.

Una larga pausa.

–Tú… ¿tenías padre? – pregunta Martin.

–Sí.

–¿Cómo fue? – Martin se sienta, luego se vuelve a tumbar, confuso-. ¿Cómo, tío?

–En un accidente de aviación -digo yo.

Cojo la pipa de la mesilla de noche, busco un encendedor.

–¿Hablas en serio? – pregunta.

–Sí.

–¿Y cómo te ha sentado? – pregunta-. ¿Lo puedes soportar?

–Sí, supongo -digo, dando una chupada.

–Uau -dice él-. Supongo que lo siento. – Hay una pausa-. ¿Lo debo sentir?

–No hace falta -digo, marcando información del aeropuerto de Los Ángeles.

Me dirijo al lugar del accidente con un especialista en los motores de los Cessna 172 que tiene que sacar fotos del estado del motor para los archivos de su empresa y con un guardabosques que hace de guía montaña arriba y que fue la primera persona en aparecer por donde se estrelló la avioneta el viernes. Me reúno con los dos en mi suite del MGM Grand y subimos a un todoterreno que nos lleva hasta más o menos media ladera. Desde allí seguimos a pie por un estrecho sendero muy empinado y cubierto de hojas secas. Camino del lugar del accidente hablo con el guardabosques, que de hecho es un tipo joven, puede que de diecinueve años, más o menos de mi edad, y guapo. Le pregunto al guardabosques qué pinta tenía el cuerpo cuando lo encontró.

–¿Lo quieres saber de verdad? – pregunta el guardabosques, y en su cara tranquila y cuadrada se insinúa una sonrisa.

–Sí. – Asiento con la cabeza.

–Bien, te parecerá espantosamente divertido pero cuando lo vi por primera vez, no sé, me pareció algo así como una… como una miniatura de Darth Vader de cincuenta kilos -me dice, rascándose la cabeza.

–¿Una qué? – pregunto.

–Sí, como una miniatura de Darth Vader. Un Darth Vader en pequeño. Ya sabes. Darth Vader, el de
La
guerra
de las galaxias,
¿entiendes? – El guardabosques dice esto con un leve acento que no consigo localizar.

El guardabosques, con el que me parece que estoy empezando a coquetear o algo así, continúa. El torso y la cabeza estaban completamente sin piel y sentados muy tiesos. Lo que quedaba de los huesos del brazo descansaba donde debían de haber estado los mandos. De la cabina no quedaba nada.

–El torso estaba sentado allí, en el propio suelo. Estaba completamente achicharrado, negro, y se le veían los huesos por muchos sitios. – El guardabosques deja de andar y mira la montaña-. Sí, tenía muy mal aspecto, pero he visto a muchos con peor aspecto todavía.

–¿Por ejemplo?

–Una vez vi a un gran grupo de hormigas negras arrastrando parte del intestino de una persona para llevárselo a su reina.

–Es… impresionante.

–Eso digo yo.

–¿Y qué más? – pregunto-. ¿Darth Vader? Uau, tío.

El guardabosques me mira y luego al especialista en motores que va delante de nosotros y continúa sendero arriba.

–¿Te interesa de verdad?

–Eso creo -digo.

–Bueno, pues alrededor había muchas moscas. Apestaba -dice el guardabosques.

Después de caminar durante otros cuarenta minutos llegamos al lugar del accidente. Busco con la mirada lo que queda del avión. La cabina está casi totalmente destrozada y no queda mucho más excepto los extremos de las alas y la cola, que está intacta. Pero no hay morro y el motor está completamente aplastado. No han encontrado la hélice, aunque la han buscado intensamente. Tampoco hay cuadro de mandos, ni siquiera trozos fundidos. Parece que el chasis de aluminio del avión se destrozó debido al impacto y luego se fundió.

Como los pequeños Cessna son unas avionetas que pesan muy poco, consigo levantar la cola y apartarla. El especialista me dice que el fuego que fundió el avión probablemente lo provocó la rotura debido al impacto de los depósitos de combustibles. En un Cessna los depósitos de combustible están en las alas, a ambos lados de la cabina. También encuentro trozos de hueso entre las cenizas y piezas de la cámara de fotos de mi padre. Me detengo junto a una roca al lado del guardabosques mientras el especialista en los Cessna nos saca vacilante unas fotografías que quiero tener.

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