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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los gritos del pasado (15 page)

BOOK: Los gritos del pasado
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Patrik lanzó un suspiro mientras batía la leche para mezclar bien el O'boy.

—Bueno, va, pero poco más. Una suerte que la policía científica consiguiese revisar el lugar del crimen antes de que empezara a llover. Si las hubiésemos encontrado hoy y no anteayer, no nos habría quedado nada que buscar. Por cierto, gracias por el material que me conseguiste, ha sido de gran utilidad.

Mientras esperaba a que se calentase el chocolate, se sentó frente a Erica.

—Y tú, dime, ¿qué tal estás? Y el bebé, ¿todo bien?

—Sí, los dos estamos bien. Nuestro futuro jugador de fútbol ha estado haciendo de las suyas, como de costumbre, pero, desde que se fueron Conny y Britta, he tenido un día estupendo. Tal vez era eso lo que necesitaba para poder relajarme y sentarme a leer un rato: un buen puñado de parientes chalados.

—¡Qué bien! En ese caso, no tengo que preocuparme por vosotros.

—No, ni un ápice.

—¿Quieres que intente quedarme en casa mañana? Tal vez pueda trabajar un poco desde aquí y, además, estoy cerca.

—Eres un encanto, pero estoy bien, de verdad. Creo que es más importante que emplees tus fuerzas en encontrar al asesino antes de que se enfríen las pistas. Ya llegará el momento en que te exija que no te alejes de mí más de un metro. —Acompañó sus palabras de una sonrisa y le dio una palmadita en la mano antes de proseguir—: Además, me temo que se está suscitando una especie de histeria general. Hoy me han llamado varias personas para sonsacarme cuánto sabéis; naturalmente, yo no digo nada, aunque lo supiera, que no es el caso. —Aquí tuvo que detenerse a recobrar el aliento—. Y, al parecer, la oficina de información ha recibido un montón de anulaciones de reservas de gente que no se atreve a venir, y gran parte de los veleros se ha marchado en busca de otros puertos. Así que, aunque la industria turística local no ha empezado a presionaros aún, ya podéis prepararos para la que vendrá.

Patrik asintió, pues ya se temía él que aquello ocurriría. La histeria se propagaría e iría en aumento hasta que lograsen meter a alguien entre rejas. Para un pueblo como el de Fjällbacka, que vivía del turismo, aquello era una catástrofe. Recordaba un verano de hacía un par de años, en el que un psicópata llegó a consumar cuatro violaciones en el mes de julio, antes de que consiguieran atraparlo. Los comerciantes de la zona lo pasaron fatal esas semanas, pues los turistas optaron por irse a alguno de los pueblos cercanos, como Grebbestad o Strömstad. Con un asesinato, la situación sería aún peor. Por suerte, la responsabilidad sobre ese tipo de cuestiones era cosa del comisario jefe y Patrik le cedía de mil amores a Mellberg las eventuales entrevistas.

Se frotó con los dedos la base de la nariz. Notaba que se iba avecinando un fuerte dolor de cabeza. Estaba a punto de tomarse un analgésico cuando, de pronto, cayó en la cuenta de que no había comido en todo el día. Por lo general, la comida era uno de los vicios que se permitía en la vida, como testimoniaba una incipiente flacidez en torno a la cintura y, de hecho, era incapaz de recordar cuándo había sido la última vez que se saltó una comida. Estaba demasiado cansado para ponerse a cocinar algo, así que se preparó dos bocadillos de queso y caviar, que fue mojando en el chocolate caliente. Erica lo miró con repulsión, como siempre que contemplaba aquellas combinaciones que, en su opinión, resultaban repugnantes desde un punto de vista gastronómico; en cambio, para Patrik, eran un manjar de dioses. Después de los dos bocadillos, el dolor de cabeza no era más que un recuerdo y sintió que recobraba la energía.

—Oye, ¿por qué no invitamos a Dan y a su chica este fin de semana? Podemos hacer algo a la parrilla.

Erica arrugó la nariz, pues la idea no parecía entusiasmarle.

—Venga, no le has dado a Maria ni una oportunidad. ¿Cuántas veces la has visto? ¿Dos?

—Sí, sí, ya lo sé. Pero es que sólo tiene… —se esforzaba por encontrar la palabra adecuada— … veintiuno.

—Ya, pero eso no es culpa suya. Ser joven, vamos. Claro que a veces parece un poco tonta, pero, quién sabe, puede que sólo sea timidez. Y, al menos por Dan, creo que valdría la pena esforzarse un poco. Quiero decir que, después de todo, es su elección. Después de separarse de Pernilla, no tiene nada de extraño que haya conocido a otra mujer.

—Vaya, pues sí que te has vuelto tú tolerante —dijo Erica un tanto arisca, aunque no podía por menos de reconocer que Patrik tenía parte de razón.

—¿Cómo es que estás tan generoso?

—Yo siempre soy generoso cuando se trata de chicas de veintiún años, porque tienen unas cualidades espléndidas…

—¿Ah, sí? ¿Cuáles? —preguntó Erica enojada, hasta que comprendió que Patrik estaba tomándole el pelo—. ¡Bah! ¡Venga ya! Sí, creo que tienes razón. Vamos a invitar a Dan y a su quinceañera.

—¡Oye!

—Vale, vale, a Dan y a Maria. Seguro que lo pasaremos bien. Puedo sacar la casita de muñecas de Emma y así tendrá algo que hacer mientras cenamos los mayores.

—Erica…

—Vale, ya lo dejo, pero es que no puedo evitarlo. Es como una especie de tic.

—¡Qué mala eres! Ven aquí y dame un abrazo, en lugar de andar maquinando crueldades.

Ella le tomó la palabra y acabaron los dos acurrucados en el sofá. En el caso de Patrik, aquello era lo que le daba fuerzas para enfrentarse al lado oscuro de la humanidad que veía en su trabajo: Erica y la idea de que tal vez él pudiese contribuir, por poco que fuera, a que el mundo resultase más seguro para aquel pequeño que le empujaba con los pies, en la palma de la mano, desde dentro de la tensa piel del vientre de Erica. Al otro lado de la ventana, el viento empezaba a amainar a medida que caía la tarde y el color del cielo pasaba de gris a rosa incandescente. Mañana, pronosticó para sí mismo, volverá a brillar el sol.

L
as previsiones de sol que se había hecho Patrik resultaron ciertas. Al día siguiente, parecía que jamás hubiese llovido y, hacia mediodía, el asfalto ardía de nuevo. Martin no paraba de sudar, pese a que llevaba pantalón corto y camiseta, pero lo de transpirar constantemente empezaba a antojársele un estado natural, y recordaba el frescor experimentado el día anterior como si hubiese sido un sueño.

Se sentía un tanto indeciso sobre el modo de seguir adelante con el trabajo. Patrik estaba en el despacho de Mellberg, así que no había tenido tiempo aún de intercambiar opiniones con él. Uno de los problemas que se le planteaban era la información que obtuviesen de Alemania. Los colegas alemanes podían llamar en cualquier momento y temía que se le escapase algo de lo que dijeran a causa de su escaso conocimiento de la lengua. Así que lo mejor sería buscar a alguien que hiciese de intérprete en una conversación a tres bandas. Pero ¿a quién recurrir? Los intérpretes con los que había contado en ocasiones anteriores lo eran de lenguas bálticas, ruso y polaco, por los problemas que habían tenido con los casos de coches robados para ser vendidos en esos países, pero hasta ahora jamás habían precisado asistencia con el alemán. Sacó la guía telefónica y la hojeó un poco al azar, sin saber bien qué buscaba en realidad. Uno de los apartados le inspiró una brillante idea. Teniendo en cuenta la gran cantidad de turistas alemanes que pasaban por Fjällbacka cada año, la oficina de turismo del pueblo tendría sin duda algún empleado que dominase esa lengua. Ansioso por comprobarlo, marcó el número de la oficina, desde donde le respondió una voz clara y dulce de mujer.

—Oficina de turismo de Fjällbacka, buenos días, le habla Pia.

—Hola, soy Martin Molin, de la comisaría de policía de Tanumshede. Verás, quería saber si tenéis a alguien que sea un hacha en alemán.

—Pues… podría ser yo, pero ¿para qué?

La voz de la joven sonaba cada vez más atractiva y Martin tuvo una inspiración.

—¿Podría ir a verte para hablar del asunto cara a cara? ¿Tienes tiempo?

—Por supuesto. Salgo a comer dentro de media hora. Si te va bien, podríamos encontrarnos en el Café Bryggan, ¿qué te parece?

—Perfecto. Pues nos vemos allí dentro de media hora.

Martin colgó el auricular muy animado. No estaba muy seguro de cuál era la locura que se le había metido en la cabeza, pero la muchacha sonaba tan dulce y agradable por teléfono…

Cuando, media hora más tarde, aparcó el coche delante de Jarnboden y, sorteando turistas, cruzó la plaza de Ingrid Bergman, empezó a replantearse el asunto. Esto no es una cita, intentaba convencerse, es una misión policial…, aunque no podía negar que sería una cruel decepción ver que Pía, la joven de la oficina de turismo, pesaba doscientos kilos y tenía los dientes salidos.

Llegó al café y pasó por entre las mesas mirando a su alrededor. Sentada a una de ellas, vio a una joven que le hacía señas con la mano y que llevaba una camisa azul y un colorido pañuelo con el logotipo de la oficina de turismo. Al comprobar que había acertado en sus expectativas, se le escapó un suspiro de alivio seguido de una sensación de triunfo. Pia era un bombón: tenía los ojos grandes y castaños, una hermosa cabellera de rizos trigueños, una amplia sonrisa que dejaba al descubierto sus dientes de un blanco perfecto y, en sus mejillas, dos simpáticos hoyuelos. Aquel almuerzo sería mucho más agradable que la opción de engullir una fría ensalada de pasta en la cocina de la comisaría y en compañía de Hedström. Y no es que no le gustara Hedström, pero desde luego no podía decirse que fuese una belleza.

—Martin Molin.

—Hola, Pia Lofstedt.

Una vez superada la presentación, le pidieron dos sopas de pescado a una camarera alta y rubia.

—Tenemos suerte. Sillen estará aquí toda la semana.

Pía se percató de que Martin ignoraba a qué se refería.

—Christian Hellberg, el cocinero del año 2001, es de Fjällbacka. Ya verás cuando pruebes la sopa de pescado, ¡es divina!

La joven no dejaba de gesticular mientras hablaba y Martin se dio cuenta de que se había quedado mirándola, presa de la más absoluta fascinación. Pia era totalmente distinta a las chicas con las que solía salir y tal vez por esa razón se sentía tan a gusto en su compañía. Se vio obligado a decirse a sí mismo una vez más que no era un almuerzo de relaciones sociales, sino que tenía una misión que cumplir.

—He de reconocer que no recibimos muchas llamadas de la policía. Supongo que guarda relación con los cadáveres de Kungsklyftan, ¿no?

Le preguntó en un tono de fría constatación, sin curiosidad malsana, y Martin le confirmó su sospecha.

—Así es. La joven era una turista alemana, como ya habréis oído, y vamos a necesitar la ayuda de un intérprete. ¿Crees que tú podrías hacerlo?

—Estuve dos años estudiando en Alemania, así que no creo que tenga ningún problema.

En ese momento les sirvieron la sopa y, tras haberla probado, Martin no pudo por menos que coincidir con Pia: estaba «divina». Se sorprendió intentando no sorber, pero abandonó enseguida. Esperaba que Pia hubiese visto
Emil el terrible
: «Hay que sorber, si no, uno no sabe que es sopa lo que está comiendo».

—Resulta un tanto curioso… —Pia hizo una pausa para tomar otra cucharada de sopa. De vez en cuando corría por entre las mesas una suave brisa que brindaba algunos segundos de frescor. Ambos se quedaron contemplando un hermoso y antiguo balandro que luchaba por abrirse paso sobre las aguas con la vela al viento. No era un buen día para hacer vela, pues no soplaba lo suficiente, de modo que la mayoría de las embarcaciones navegaba a motor. Pia prosiguió—: Esa chica alemana, Tanja, ¿no?, vino a la oficina de turismo hace poco más de una semana y nos pidió que le ayudásemos a traducir unos artículos.

Aquel comentario despertó enseguida el interés de Martin.

—¿Qué artículos?

—Unos sobre aquellas dos chicas cuyos esqueletos encontraron bajo su cadáver. Eran noticias viejas que ella había fotocopiado, seguramente de la biblioteca, me figuro.

A Martin, con la excitación, se le escapó de entre los dedos la cuchara, que cayó en el cuenco con un tintineo.

—¿Y te dijo por qué quería traducirlas?

—No, no dijo nada y yo tampoco pregunté. En realidad se supone que no podemos dedicarnos a esas cosas durante la jornada laboral, pero era mediodía y todos los turistas estaban bañándose en la playa, así que no había problema. Además, parecía tener tanto interés… que me dio pena. —Pia vaciló un instante, antes de continuar—: ¿Puede tener eso algo que ver con el asesinato? Tal vez debería haber llamado para contarlo…

Martin se apresuró a tranquilizarla. Por alguna razón, le molestaba sobremanera que ella experimentase cualquier sensación desagradable por su causa.

—No, ¿cómo ibas a saberlo tú? Pero ha estado bien que me lo contases ahora.

Continuaron con el almuerzo, charlando de temas más placenteros, hasta que el rato del que la joven disponía para comer se esfumó. Pia tuvo que volver a toda prisa a la pequeña oficina de turismo, que se hallaba en el centro de la plaza, para no disgustar a la compañera que se iba a comer después que ella. Antes de que Martin pudiese reaccionar, la muchacha ya se había ido, tras una despedida demasiado acelerada para su gusto. Se le había ocurrido invitarla a salir y tuvo la pregunta en la punta de la lengua, pero no logró formularla. Rezongando y maldiciendo, se encaminó al coche, pero, de regreso a Tanumshede, sus pensamientos se deslizaron sin querer hacia lo que Pia le había contado sobre Tanja: que le había pedido ayuda para traducir unos artículos acerca de las dos chicas desaparecidas. ¿Por qué le interesaría aquello? ¿Quién era Tanja? ¿Qué relación, invisible para ellos, existiría entre ella, Siv y Mona?

La vida era deliciosa. La vida era incluso muy deliciosa. Ya no recordaba cuándo fue la última vez que el aire le pareció tan limpio, los aromas tan intensos y los colores tan brillantes. La vida era, en verdad, deliciosa.

M
ellberg observaba a Hedström sentado enfrente. Un joven elegante y un buen policía. Bueno, tal vez él no lo había expresado nunca con esas palabras, pero ahora aprovecharía la ocasión. Era importante que los colaboradores se sintieran apreciados. Un buen líder reparte tanto las críticas como las alabanzas con la misma mano firme, según había leído en algún lugar. Con las críticas quizá se había pasado de generoso hasta ahora, admitió gracias a su recién conseguida clarividencia, pero no era nada que no pudiese compensar.

—¿Qué tal va la investigación?

Hedström le expuso lo principal del trabajo que habían realizado.

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