Read Los héroes Online

Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (14 page)

BOOK: Los héroes
2.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Beck torció aún más el morro.

—¿Cómo? ¿El hijo de Bethod? Pero si ya no es príncipe, ¿no?

—Está casado con la hija de Reachey, ¿no? —comentó Brait con su vocecilla aguda—. Quizá haya venido a presentar sus respetos a su suegro.

—O, a juzgar por su reputación, a intentar recuperar el trono de su padre valiéndose de mentiras —aseveró Reft.

Beck resopló.

—No creo que Dow el Negro vaya a lograr que cambie mucho.

—No, es más probable que le acaben marcando con la cruz de sangre —gruñó Stodder, mientras se chupaba los dedos al acabar de comer.

—Supongo que acabará ahorcado y quemado —conjeturó Colving con su voz atiplada—. Eso es lo que Dow el Negro suele hacer con los cobardes y traidores.

—Sí —afirmó Brait, como si fuera un gran experto—. Los prende fuego él mismo y observa cómo se retuercen.

—No puedo decir que lloraré por él —aseveró Beck, quien de inmediato lanzó una mirada siniestra a Calder, el cual todavía se estaba abriendo paso a través de los reclutas, donde destacaba por encima de los demás montado en su silla. Ese cabrón era todo lo opuesto a un hombre de honor—. No tiene pinta de guerrero.

—¿Y? —Reft, sin dejar sonreír, bajó la mirada hasta el dobladillo de la capa de Beck, del que asomaba la punta roma de la vaina de su espada—. Tú sí pareces un guerrero. Aunque no por eso tienes que serlo.

Beck no estaba dispuesto a soportar esa afrenta. Apartó la capa de su madre, se la colocó sobre el hombro para poder maniobrar mejor y apretó los puños.

—¿Estás insinuando que soy un cobarde?

Stodder se apartó de su camino con sumo cuidado. Colving clavó su asustada mirada en el suelo. Brait siguió esbozando su sonrisilla desvalida.

Si bien Reft se encogió de hombros y no aceptó el desafío, tampoco se acobardó del todo.

—No sé si tienes madera para esto, no te conozco bien. ¿Has luchado ya en alguna batalla?

—No en una oficial —contestó con brusquedad Beck, con la esperanza de que creyeran que había participado en algunas escaramuzas cuando, en realidad, aparte de las peleas a puñetazos con los muchachos de la aldea, sólo había combatido con los árboles de su casa.

—Entonces, todavía no sabes bien qué eres, ¿verdad? Nunca se puede saber qué hará un hombre una vez se han desenvainado las espadas y se encuentra hombro con hombro con sus compañeros de armas, a la espera de la carga del enemigo. Tal vez no huyas y luches como el mismísimo Skarling. O tal vez salgas corriendo. Quizá sólo seas un charlatán que afirma ser un guerrero.

—¡Te voy a enseñar lo que es una lucha de verdad!

Beck avanzó y alzó un puño. Colving gimoteó y se cubrió la cara como si fuera él quien fuera a recibir el golpe. Reft retrocedió un paso y apartó su capa hacia atrás con una mano. Beck atisbo en ese instante la empuñadura de un largo cuchillo y se percató de que, cuando había echado su capa hacia atrás, le había mostrado la empuñadura de la espada de su padre a ese muchacho, que pendía justo junto a su mano; de repente, se dio cuenta de que estaba arriesgando la vida por una tontería. Se dio cuenta súbitamente de que aquello quizá no iba a acabar como las peleas con los chavales de la aldea. Vio el miedo en los ojos de Reft y, al instante, perdió todo su valor y coraje. Titubeó por un momento, sin tener muy claro cómo habían acabado las cosas así o qué debería hacer…

—¡Eh! —exclamó Flood, quien emergió de la multitud trastabillando y arrastrando su pierna mala—. ¡Ya basta! —Beck bajó lentamente el puño y, sinceramente, se sintió tremendamente aliviado ante esa interrupción—. Me alegro de comprobar que poseéis ardor guerrero, pero ya tendréis la posibilidad de demostrarlo en las muchas batallas que libraremos con los sureños, por eso no os preocupéis. Mañana tenemos una larga marcha por delante y caminaréis mejor si no os han partido la boca —entonces, Flood sostuvo su puño en alto ante Beck y Reft; tenía pelos grises en el dorso y los nudillos marcados por un centenar de viejas heridas—. Pero eso es justo lo que conseguiréis a menos que os comportéis, ¿entendido?

—Sí, jefe —contestó de mala gana Beck, quien lanzó una mirada desafiante a Reft, a pesar de que los latidos de su corazón resonaban con tanta fuerza en sus oídos que creía que le iban a estallar de un momento a otro.

—Sí, por supuesto —respondió Reft, a la vez que cerraba su capa.

—Lo primero que tiene que aprender un guerrero es cuándo no debe pelear. Y ahora id para allá los dos.

Entonces, Beck se dio cuenta de que la fila que había estado delante de él se había esfumado y que ahora entre él y la mesa, sobre la cual había un toldo de lona empapado que la protegía de la lluvia, sólo había un tramo de barro pisoteado. Un anciano de barba gris se encontraba aguardándolo, con cara de que no le hacía mucha gracia estar ahí esperándolo. Era manco, por lo que llevaba una manga de su abrigo doblada y cosida al pecho. En la mano que le quedaba sostenía una pluma. Al parecer, estaban dejando constancia por escrito de los nombres de todos ellos en un gran libro. La escritura era una nueva forma de hacer las cosas, como muchas otras. Beck supuso que a su padre eso le habría dado igual y obró en consecuencia. Pero ¿qué sentido tenía combatir contra los sureños si uno acababa aceptando sus usos y costumbres? Al final, atravesó penosamente el barrizal, con cara de circunstancias.

—¿Nombre?

—¿Mi nombre?

—¿De quién coño va a ser si no?

—Beck.

El hombre de barba gris garabateó su nombre en un papel.

—¿De dónde eres?

—De una granja valle arriba.

—¿Edad?

—Diecisiete años.

De inmediato, el hombre alzó la vista y frunció el ceño.

—Pues estás muy crecidito. Llegas unos cuantos veranos tarde, chaval. ¿Dónde te habías metido?

—Estaba ayudando a mi madre en la granja —entonces, se escuchó un bufido a sus espaldas y Beck se giró súbitamente para lanzar una mirada iracunda al responsable de ese ruido. Brait respondió con una sonrisilla compungida que pronto se desdibujó en su rostro y, acto seguido, bajó la mirada para contemplar sus zapatos destrozados—. Como tiene que cuidar de dos hijos pequeños, me quedé a ayudarla. Eso también es una tarea propia de un hombre.

—Bueno, eso da igual, lo que importa es que estás aquí.

—Así es.

—¿Cómo se llama tu padre?

—Shama el Cruel.

En cuanto oyó ese nombre, el viejo alzó la cabeza de inmediato.

—¡No me tomes el pelo, chico!

—No lo hago, anciano. Shama el Cruel era mi padre. Ésta de aquí es su espada.

Beck la desenvainó y el metal siseó. Al sentir su peso en la mano volvió a recobrar el valor y el ánimo. Acto seguido, la colocó sobre la mesa con la punta hacia abajo.

El anciano manco la observó de arriba abajo por un momento, su oro brillaba bajo la luz del crepúsculo y su excelente acero relucía como un espejo.

—Bueno, esto sí que no me lo esperaba. Esperemos que estés hecho de la misma pasta que tu padre.

—Lo estoy.

—Ya lo veremos. Ésta es tu primera paga, chaval —dijo, colocando una diminuta moneda de plata en la palma de la mano de Beck para, a continuación, coger de nuevo su pluma—. Siguiente.

Y de ese modo, dejó de ser un granjero. Así se unió a las filas de Caul Reachey y ya estuvo preparado para luchar en el bando de Dow el Negro contra la Unión. Beck envainó la espada y permaneció de pie en medio de una lluvia cada vez más intensa, sumido en una oscuridad cada vez mayor. Una chica pelirroja, cuyo pelo se había tornado marrón por el aguacero que estaba cayendo, estaba sirviendo ponche a todos aquellos que ya habían dado su nombre al manco, Beck cogió su ración y se remojó del gaznate. Después, arrojó la copa, mientras observaba cómo Reft, Colving y Stodder respondían al anciano, pensando en que importaba una mierda lo que pensasen esos necios. Se labraría una gran reputación. Les demostraría quién era en verdad un cobarde.

Y quién un héroe.

Reachey

—¡Pero si es el marido de mi hija! —exclamó Reachey, con una amplia sonrisa en la que le faltaba un diente—. No hace falta que andes de puntillas, muchacho.

—Es que hay mucho barro —replicó Calder.

—Y a ti siempre te ha gustado tener las botas limpias.

—Son de cuero estirio, me las trajeron en barco desde Talins.

Acto seguido, colocó una de sus botas sobre una piedra junto al fuego para que los viejos Grandes Guerreros de Reachey pudieran verlas mejor.

—Así que te las trajeron en barco —refunfuñó Reachey, como si se estuviera lamentando porque todo lo bueno que había en el mundo se estaba perdiendo—. Por los muertos. ¿Cómo una chica tan lista como mi hija ha podido enamorarse de un mequetrefe como tú?

—¿Cómo es posible que una mala bestia como tú haya engendrado a una belleza como mi esposa?

Reachey sonrió de oreja a oreja y sus hombres hicieron lo mismo, mientras las llamas resaltaban cada arruga y recoveco de sus curtidos rostros.

—Siempre me lo he preguntado. Aunque menos veces que tú, pues yo conocí a su madre —un par de aquellos viejos gruñeron, ambos tenían la mirada perdida—. Además, era muy apuesto antes de que los golpes de la vida estropearan mi aspecto.

Los mismos viejos de antes se rieron entre dientes. Eran bromas de ancianos, sobre lo bueno que era todo antes.

—Los golpes de la vida —repitió uno de ellos, moviendo de lado a lado la cabeza.

—¿Podemos hablar un momento? —inquirió Calder.

—Por mi hijo, soy capaz de cualquier cosa. Muchachos.

Al instante, los hombres más leales de Reachey se pusieron en pie, aunque algunos tuvieron que realizar un esfuerzo más que evidente para lograrlo y, a continuación, se desvanecieron en la oscuridad gruñendo. Calder escogió un lugar junto al fuego donde se puso de cuclillas y extendió las manos para calentarse.

—¿Quieres fumar en pipa? —le preguntó Reachey, quien le ofreció una pipa humeante.

—No, gracias.

Calder sabía que tenía que pensar siempre con claridad, incluso cuando se hallase entre gente que supuestamente era amiga suya. Últimamente caminaba por un sendero muy estrecho y no podía permitirse el lujo de tambalearse, ya que una larga caída lo aguardaba a ambos lados y al fondo no lo esperaba nada blando.

Reachey dio una calada a la pipa, lanzó un par de anillitos de humo de color marrón al aire y observó cómo ascendían.

—¿Cómo está mi hija?

—Es la mejor mujer del mundo.

Por una vez, no tuvo que mentir.

—Siempre sabes qué hay que decir, ¿verdad, Calder? Pero no pienso llevarte la contraria. ¿Y mi nieto?

—Aún es muy pequeño como para poder ayudarnos a combatir a la Unión en esta ocasión, pero está creciendo. Ya se pueden sentir sus pataditas.

—No me lo puedo creer —afirmó Reachey, quien se quedó contemplando las llamas, mientras negaba con la cabeza lentamente y se rascaba su corta barba blanca con las uñas—. Voy a ser abuelo. ¡Ja! Parece que fue ayer cuando aún era un niño. Es como si esta misma mañana hubiera notado las pataditas de Seff en el vientre de su madre. El tiempo pasa tan deprisa y apenas te das cuenta. El tiempo fluye como las hojas de los árboles que arrastra el agua. Disfruta de los pequeños momentos, hijo, ése es mi consejo. En eso consiste la vida. En todo lo que sucede cuando estás esperando que ocurra otra cosa. Tengo entendido que Dow el Negro quiere verte muerto.

Calder procuró disimular que el repentino cambio de tema lo había sorprendido, pero fracasó en el intento.

—¿Quién lo dice?

—Dow el Negro.

Aunque no fue una sorpresa, oírlo decir de una manera tan franca y directa no ayudó a levantarle el ánimo a Calder, que ya se hallaba por los suelos.

—Me lo suponía.

—Creo que te ha soltado para dar con una manera sencilla de matarte, o para que algún otro, que quiera ganarse su favor, lo haga. Creo que piensa que vas a intrigar contra él, que vas a volver a sus hombres en su contra y vas a intentar arrebatarle el trono. Entonces, en cuanto se descubra tu complot, tendrá la excusa perfecta para ahorcarte de un modo justo y nadie podrá quejarse al respecto.

—Cree que si me entrega el cuchillo, me apuñalaré yo solo.

—Algo así.

—Quizá sea más hábil de lo que él cree.

—Espero que sí. Lo único que digo es que, si estás pensando en urdir algún plan, será mejor que tengas en cuenta que espera que trames algo, que está esperando a que des un paso en falso. Siempre que no se canse de demorar la cuestión y le ordene a Caul Escalofríos que afile su hacha con tu sesera.

—Unas cuantas personas se llevarían un disgusto si eso ocurriera.

—Cierto. Además, medio Norte ya está bastante disgustado por culpa de tanta guerra y tantos impuestos. La guerra es una tradición que cultivamos por estos lares, por supuesto, pero los impuestos nunca han sido populares. Hoy en día, Dow debe tener mucho cuidado para no herir la susceptibilidad de la gente, y lo sabe. Aunque sería de necios confiar en que nunca se le va a agotar la paciencia. No es un hombre que haya nacido para actuar con cautela.

—¿Y se supone que yo sí?

—No hay que avergonzarse de ser precavido, muchacho. En el Norte, nos gustan los hombres grandes y estúpidos, los hombres que provocan baños de sangre y demás. Cantamos canciones sobre ellos. Pero esos hombres no consiguen nada solos, ésa es una gran verdad. Se necesita otro tipo de personas. Gente que piensa. Como tú. Como tu padre. Que no nos sobran, precisamente. ¿Quieres que te dé un consejo?

En opinión de Calder, Reachey se podía guardar su consejo. Había venido a por hombres y espadas, a por gente de corazón frío dispuesta a la traición. No obstante, hacía ya mucho tiempo que había aprendido que a la mayoría de los hombres lo que más les gusta es que les escuchen. Sobre todo, a los más poderosos. Reachey era uno de los cinco Jefes Guerreros de Dow y no había nadie más poderoso en aquellos tiempos. Así que Calder hizo lo que se le daba mejor: mentir.

—He venido aquí, precisamente, a recibir consejo.

—Entonces, deja las cosas estar. En vez de intentar nadar contra una feroz corriente, de arriesgarlo todo en las gélidas profundidades, siéntate en una playa y tómate las cosas con calma. ¿Quién sabe? Quizá llegue el momento en que el mar traiga a la orilla lo que deseas.

—¿Eso crees?

Desde el punto de vista de Calder, el mar sólo le había traído un montón de mierda tras otro desde que su padre falleció.

BOOK: Los héroes
2.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Nightmare by Chelsea M. Cameron
Wrong Number by Rachelle Christensen
Consumed by Emily Snow
Final Edit by Robert A Carter