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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (11 page)

BOOK: Los héroes
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—¿Lo prometes? —preguntó Wonderful.

—¿Por qué narices estamos aquí…? —masculló entre dientes Agrick mientras se frotaba la cabeza y se alejaba para observar cómo Yon y Athroc entrenaban.

—Yo sí sé por qué estoy aquí —aseveró Whirrun, quien había alzado lentamente su largo dedo índice y tenía una brizna de hierba entre los dientes que mascaba mientras hablaba. Como Craw había creído que estaba dormido, se había tumbado sobre su espalda y había utilizado la empuñadura de su espada como almohada. Pero Whirrun siempre parecía estar dormido, aunque, en realidad, nunca lo estaba—. Porque Shoglig me dijo que un hombre con un hueso atragantado me…

—Te guiaría a tu destino —apostilló Wonderful, llevándose las manos a las caderas—. Sí, eso ya lo hemos oído otras veces.

Craw hinchó los carrillos y resopló.

—Como si no fuera bastante responsabilidad velar por las vidas de ocho hombres, ahora encima tengo que llevar la pesada losa del destino de un loco sobre mis hombros.

Whirrun se incorporó y echó la cabeza hacia atrás.

—No estoy para nada de acuerdo con eso último y mucho menos con lo de que estoy loco. Es que… tengo mi propia manera de ver las cosas.

—Las ves como las vería un loco —masculló Wonderful en voz baja, al mismo tiempo que Whirrun se ponía en pie, se sacudía el culo para limpiarse los pantalones y se colocaba su espada envainada sobre el hombro.

Whirrun frunció el ceño, pasó de apoyar el peso de su cuerpo de una pierna a otra y, a continuación, se rascó sus partes.

—Necesito mear. ¿Tú qué harías? ¿Te meterías en el río, o mearías en una de esas piedras?

Craw se lo pensó un momento.

—En el río. Orinar en esas piedras podría parecer un poco… irrespetuoso.

—¿Acaso crees que nos observan los dioses?

—No hay manera de saberlo.

—Cierto —Whirrun se llevó la brizna de hierba que estaba mascando a la otra comisura de sus labios y descendió por la colina—. Entonces, lo haré en el río. Quizá incluso le eche una mano a Brack para pescar. Shoglig solía ser capaz de convencer a los peces de que salieran del agua, pero nunca fui capaz de aprender ese truco.

—¡Sácalos a golpes con ese chisme que tienes capaz de talar un árbol! —le gritó Wonderful a sus espaldas.

—¡Quizá lo haga! —acto seguido, alzó al Padre de las Espadas por encima de su cabeza, que prácticamente era tan grande como un hombre de la empuñadura a la punta—. ¡Hace mucho que no mato nada!

A Craw no le habría importado que reprimiera sus ganas de matar un poco más. En aquellos momentos albergaba la esperanza de abandonar el valle sin dejar ningún muerto detrás. Lo cual era un extraño deseo viniendo de un soldado, si uno se detiene a pensarlo un poco. Tanto él como Wonderful permanecieron en silencio un buen rato, uno junto al otro. Tras ellos, el acero chilló cuando Yon apartó a Athroc de un empujón y lo hizo retroceder tambaleándose.

—¡Esfuérzate un poco más! ¿Es que no puedes mover la muñeca?

La nostalgia se estaba apoderando de Craw, algo que últimamente le sucedía cada vez con más frecuencia.

—A Colwen le encantaba el sol.

—¿Ah, sí? —inquirió Wonderful, alzando una ceja.

—Siempre se burlaba de mí porque me quedaba en la sombra.

—¿Ah, sí?

—Debería haberme casado con ella —masculló.

—Sí, deberías, pero no lo hiciste. ¿Por qué?

—Entre otras razones, porque me dijiste que no lo hiciera.

—Cierto. Esa mujer tenía la lengua muy afilada. Pero, normalmente, sueles ignorarme sin ningún problema.

—Tienes razón. Supongo que fui demasiado cobarde como para pedirle matrimonio —además, en aquella época tenía muchas ganas de marcharse y labrarse una reputación con sus hazañas.

Ahora, sin embargo, no alcanzaba a comprender cómo había podido pensar de esa manera.

—Por aquel entonces, no sabía qué quería. Pensaba que me faltaba algo y que podría conseguirlo con una espada.

—¿Sigues pensando en ella? —preguntó Wonderful.

—No muy a menudo.

—Mentiroso.

Craw sonrió abiertamente. Lo conocía demasiado bien.

—Considéralo una verdad a medias. En realidad, ya no pienso en ella. La mitad de las veces no consigo recordar su cara. Pero sí pienso en cómo podría haber sido mi vida si hubiera tomado ese camino en vez de este otro —se imaginó sentado con su pipa, bajo el porche, sonriendo mientras el sol se ponía en el mar y profirió un suspiro—. Pero hay cosas que no se pueden cambiar, ¿eh? ¿Y qué me cuentas de tu marido?

Wonderful respiró hondo.

—Casi seguro que ahora se esté preparando para recoger la cosecha. Y los niños también.

—¿Te gustaría estar ahora con ellos?

—Sí, a veces.

—Mentirosa. Este año has ido a verlos dos veces, ¿verdad?

Wonderful contempló con el ceño fruncido el sereno valle.

—Voy a verlos cuando puedo. Ya lo saben. Saben lo que soy.

—¿Y aun así te soportan?

Permaneció callada por un momento y, acto seguido, se encogió de hombros.

—Hay cosas que no se pueden cambiar, ¿eh?

—¡Jefe! —exclamó Agrick, quien venía corriendo desde la otra punta de los Héroes—. ¡Drofd ha vuelto! Y no viene solo.

—¿Ah, no? —Craw esbozó un gesto de dolor en cuanto movió la rodilla que tenía fastidiada—. ¿Quién lo acompaña?

Agrick puso la misma cara que habría puesto si se hubiera sentado sobre un cardo.

—Me ha parecido que era Caul Escalofríos.

—¿Escalofríos? —rezongó Yon, girando la cabeza con gran celeridad hacia un lado. Era el momento que había estado esperando Athroc, quien sorteó el escudo que Yon había bajado un poco y le propinó un rodillazo en sus partes—. Aaaay, serás cabrón…

Yon cayó al suelo, con los ojos desorbitados.

En cualquier otro momento, Craw habría estallado en carcajadas, pero el mero hecho de haber oído el nombre de Escalofríos le había puesto de muy mal humor. Cruzó aquel círculo de hierba, deseando que Agrick se hubiera equivocado, a pesar de que era consciente de que eso era muy poco probable. Las esperanzas de Craw solían acabar sumidas en un baño de sangre; además, Escalofríos era alguien muy difícil de confundir.

Ese alguien ascendía ahora hacia los Héroes montado a caballo, por el camino empinado de la ladera norte de la colina. Craw no apartó la mirada de él durante todo el ascenso, se sentía como cuando un pastor observa que se aproximan unos nubarrones.

—Mierda —murmuró Wonderful.

—Sí —replicó Craw—. Mierda.

Escalofríos dejó que Drofd guiara cojeando a sus caballos hasta el muro de piedra seca y recorrió el resto del camino a pie. Miró a Craw y a Wonderful, y al Jovial Yon también; tenía la parte destrozada de su rostro tan flácida e inerte como la cara de un ahorcado, el lado izquierdo era poco más que una enorme quemadura que atravesaba su ojo metálico. No existía un hijo puta más aterrador en toda la faz de la tierra.

—Craw —susurró con voz ronca.

—Escalofríos. ¿Qué te trae aquí?

—Me envía Dow.

—Eso me lo suponía. Pero quiero saber por qué.

—Dice que debes asegurar esta colina y vigilar por si se acerca alguien de la Unión.

—Eso ya me lo había ordenado —replicó Craw, con más brusquedad de la que pretendía. Lo cual provocó que permaneciera callado un momento—. Así que… dime, ¿por qué te ha enviado de verdad?

Escalofríos se encogió de hombros.

—Para cerciorarse de que cumplas las órdenes.

—Gracias por la confianza y el apoyo.

—Eso agradéceselo a Dow.

Lo haré.

Le agradará. ¿Habéis visto a alguien de la Unión por aquí?

—No desde que Hardbread se marchó hace cuatro noches.

—Conozco a Hardbread. Es un capullo muy testarudo y viejo. Tal vez vuelva.

—Si lo hace, tendrá que regresar por uno de los tres caminos que hay para cruzar el río. No hay más, que yo sepa —le explicó Craw, a la vez que se los señalaba—. El Puente Viejo al oeste cerca de las ciénagas, el puente nuevo de Osrung y los bajíos al pie de la colina. Tenemos vigilados todos esos sitios y el valle es un espacio abierto. Desde aquí, podríamos ver hasta cómo una oveja cruza el río.

—No creo que necesitemos contarle a Dow el Negro si una oveja cruza el río —dijo Escalofríos, acercando más la parte destrozada de su cara a su interlocutor—. Pero será mejor que lo avisemos si aparece la Unión por aquí. ¿Qué te parece si cantamos algunas canciones mientras esperamos?

—¿Eres capaz de no desentonar? —inquirió Wonderful.

—Mierda, no. Pero no te atrevas a impedir que lo intente —replicó y, a continuación, se alejó por el círculo de hierba. Athroc y Agrick se apartaron para dejarle sitio. Craw los comprendió. Escalofríos era uno de esos hombres que parecían tener un espacio a su alrededor que era mejor no ocupar.

Craw se volvió lentamente hacia Drofd.

—Qué bien lo has hecho.

El muchacho alzó ambas manos.

—¿Y qué esperabas? ¿Qué le dijera que no quería que viniese? Al menos, tú no has tenido que pasar dos días cabalgando con él, ni dos noches durmiendo junto a él cerca de una hoguera. Nunca cierra ese ojo, ¿sabes? Es como si te estuviera mirando toda la noche. Te juro que no he pegado ojo desde que partimos.

—No puede ver con él, so necio —le espetó Yon—, al igual que yo no podría ver si tuviera tu hebilla del cinturón por ojo.

—Lo sé, pero aun así… —Drofd miró a su alrededor y bajó el tono de voz—. ¿De verdad creéis que la Unión viene hacia aquí?

—No —respondió Wonderful—. No lo creo.

Le lanzó a Drofd una de sus peculiares miradas y a éste se le hundieron los hombros. A continuación, se alejó mascullando algo entre dientes sobre qué otra cosa podría haber hecho. Después, Wonderful se acercó a Craw y se inclinó sobre él.

—¿De verdad crees que la Unión viene hacia aquí?

—Lo dudo. Pero tengo una sensación rara en la boca del estómago —contestó, mientras observaba preocupado la oscura silueta de Escalofríos, quien se encontraba apoyado sobre uno de los Héroes, tras el cual el valle se hallaba intensamente iluminado. Entonces, se llevó una mano al estómago—. Y he aprendido a hacer caso a mis tripas.

Wonderful resopló.

—Ya, supongo que es difícil ignorar algo tan grande.

Veteranos

—¿Tunny?

—¿Eh? —éste abrió un ojo y el sol lo apuñaló directamente en los sesos—. ¡Ah! —exclamó, volvió a cerrar el ojo y recorrió con la lengua su boca reseca, que sabía a muerte lenta y podredumbre vieja—. Oh —entonces, intentó abrir el otro ojo, sólo un poco, y lo fijó en una silueta oscura que se alzaba sobre él. Cuando se acercó aún más, el sol dibujó unas dagas brillantes a su lado.

—¡Tunny!

—¡Ya le he oído, maldita sea! —intentó sentarse y el mundo se balanceó como un barco en una tormenta—, ¡Ah! —entonces, se percató de que estaba en una hamaca. Estuvo a punto de caerse porque, como se le habían quedado los pies enredados en la malla, intentó desenredarlos tirando con fuerza; de algún modo, logró colocarse sentado, mientras hacía grandes esfuerzos por reprimir una abrumadora necesidad de vomitar—. Sargento primero Forest. Es todo un placer. ¿Qué hora es?

—Una hora en la que ya debería estar trabajando. ¿De dónde ha sacado esas botas?

Tunny bajó la mirada, desconcertado. Llevaba un par de botas de caballería con ornamentos dorados y se hallaban soberbiamente lustrosas. El sol se reflejaba de un modo tan intenso en los dedos de sus pies que incluso hacía daño a la vista.

—Ah —dijo sonriendo a pesar de la agonía que sentía, mientras algunos detalles de la noche anterior comenzaron a emerger de los lugares más recónditos de su mente—. Se las gané… a un oficial… llamado… —alzó la vista, con los ojos entornados, en dirección a las ramas del árbol al que estaba atada la hamaca— No. No lo recuerdo.

Forest negó con la cabeza sumamente sorprendido.

—¿Todavía queda alguien en la división tan estúpido como para jugar a cartas con usted?

—Bueno, ésa es una de las muchas cosas buenas que tienen los tiempos de guerra, sargento. Que mucha gente va dejando la división —su regimiento había dejado a cuarenta hombres en las enfermerías de campaña solamente en las últimas dos semanas—. Eso significa que siempre están llegando muchos novatos dispuestos a jugar a cartas, ¿verdad?

—Así es, Tunny, así es —replicó Forest, con una pequeña sonrisa burlona dibujada en su cara marcada.

—Oh, no —dijo Tunny.

—Oh, sí.

—¡No, no, no!

—Sí. ¡Acérquense, muchachos!

Los cuatro se aproximaron. Se trataba de unos nuevos reclutas, que, por su aspecto, acababan de bajarse de un barco procedente de Midderland. Hacía poco que debían de haberse despedido con unos besos de sus madres o de sus novias o de ambas. Sus uniformes eran nuevos y estaban muy bien planchados, sus tirantes relucían y sus hebillas brillaban; sí, estaban preparados para experimentar la noble existencia del soldado. Forest señaló con un gesto a Tunny, como si fuera el director de un espectáculo que les estuviera mostrando a un monstruo de feria y, a continuación, soltó la misma arenga de siempre.

—Muchachos, éste de aquí es el famoso cabo Tunny, uno de los oficiales que lleva más tiempo sirviendo en la división del general Jalenhorm. Un veterano que ha sobrevivido a la Rebelión de Starikland, a la Guerra Gurka, a la última Guerra del Norte, al Asedio de Adua, al desagradable conflicto que ahora nos ocupa y a ciertos periodos de paz que habrían matado de aburrimiento a alguien con una mente más aguda. Ha sobrevivido a las prisas, a la suciedad, al hacinamiento, a los escalofríos otoñales, a las caricias de los vientos del Norte, a los zarandeos de las mujeres sureñas, a marchas de miles de kilómetros, a muchos años de comer las raciones de Su Majestad e incluso a unas pocas batallas de vez en cuando, por eso ahora puede hallarse… sentado ante ustedes. En cuatro ocasiones ha llegado a ser el brigada Tunny, una vez incluso llegó a ser el sargento Tunny, pero siempre, cual paloma mensajera que siempre regresa a su humilde jaula, ha vuelto a su rango actual. Ahora tiene el excelso honor de ser el portaestandarte del indómito Primer Regimiento de caballería de su Augusta Majestad. Es un puesto de gran responsabilidad —Tunny gruñó ante la mera mención de esa última palabra— por el que debe ocuparse de los jinetes del regimiento a los que se les ha encomendado la misión de enviar mensajes a nuestro admirado comandante en jefe, el coronel Vallimir, así como de comunicarnos sus órdenes. Y ahí precisamente es donde entran ustedes, muchachos.

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