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Authors: Daniel Mares

Tags: #Histórico, Intriga, otros

Los horrores del escalpelo (97 page)

BOOK: Los horrores del escalpelo
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—¿Cómo se encuentra? —Me sentía... bien. No creo que pueda explicarles mi situación, para eso tendrían que haber muerto y resucitado, y eso no lo harán hasta el final de los tiempos, cuando Dios nuestro Señor venga a pedirnos cuentas. Imaginen que desaparecen todos sus dolores, hasta el más mínimo, todas las molestias y taras, en un instante. No es una sensación de alivio, es vértigo, asombro ante un abismo de vacío sensorial—. Perfecto. Por esto hago todo, a esto he dedicado mi vida. Camine. —Di un paso, luego otro. Anduve por toda la habitación, sin cojear, sin balancearme.

—Santa madre de Dios —susurré—. ¿Qué...?

Dios ni su familia tienen nada que ver. He aquí que había un hombre enfermo, tarado, mutilado, y por obra de mi saber, ahora es un ser completo y pleno. —No parecía hablar conmigo, declamaba.

—¿Quién es usted?

—¿Nombre? He tenido muchos, antes, cuando era un simple hombre, y con el tiempo gané más. En Inglaterra me han llamado Armero, Dragón y Jack. A ustedes los británicos les gusta llamar a sus pesadillas Jack... —¡El Destripador!, estaba junto a él.

—No soy inglés.

—Aquí me llaman
herr
Ewigkeit.

Una puerta se abrió y la cruzó Pottsdale, que se plantó ante mí, mirándome de arriba abajo. La luz al aumentar me hizo notar algo extraño en mi vista. Veía más. Veía por mi ojo izquierdo.

—¿Ray? ¿Eres tú? —Asentí, notando cierta rigidez en mi cuello—. Tienes buen aspecto. ¿Quieres verte? —Miró a
herr
Ewigkeit, buscando aprobación. Él movió un brazo hacia la puerta, un brazo largo y no humano que asomó por debajo de sus mantos, a golpes secos, como los fotogramas de una película cinematográfica.

Salimos fuera. Era una casa elegante. La sala a la que me condujeron no se parecía nada al frío taller donde renací. En ese cuarto, todo tapizado en rojos y dorados, iluminado por una lámpara espléndida suspendida del techo y más luces en cada esquina, había un gran espejo, de pared a pared. Tardé en comprender que ese maniquí que veía impreso sobre el azogue, ese muñeco de costurera sin vestir, era yo. Mi cuerpo era más pequeño, un barril metálico en lo que antes era mi pecho, lleno de palancas y ruedas, y un fuelle ascendiendo y bajando sin parar. De él salían largas piernas y brazos y... bueno, ya me tienen muy visto, esto es lo que vi, algo parecido a lo que contemplan ustedes aquí postrado, ahora viejo y herrumbroso.

Un muñeco de cuerda.

Un autómata.

—Pude salvar todo el cuerpo —dijo el señor Ewigkeit—. La estocada limpia atravesó el pericardio, corazón y pulmón izquierdo. Certera y eficaz, el organismo apenas sufrió. No es tiempo para los escrúpulos, necesitaba un cuerpo perfecto para lo que ha de hacer.

Era feliz. No sé si esa es la reacción que debiera tener, puede que el disfrutar con semejantes actos contra natura me condenen definitivamente, da igual, no pude evitarlo. Ahora veía, me movía, oía como una persona normal, mejor que una persona normal. Y pensaba, mi mente era rápida, tanto que me mareaba.

—¿Qué es lo que he de hacer?

—Matar a quien le ha matado, acabar con la más miserable criatura de entre las que hollan esta tierra, devolverme lo que es mío, corregir mis fracasos... hercúleas tareas para un simple hombre, y para un tullido como era usted. Por eso necesitaba de alguien perfecto, de su nuevo ser. —Potts me puso un abrigo por los hombros, y un sombrero de ala ancha, como aquel que llevara Burney. Parecía un hombre, más que cuando estaba vivo. Si me viera Torres...

—Dios mío... —Una extraña sensación me convulsionó, una emoción que mi nuevo cuerpo no podía sacar, quise llorar y mis ojos broncíneos no me dejaron.

—Esta es la diferencia, esto es lo que no entendieron, este fue el error. Me dieron un hombre fraccionado y yo lo he completado, y es feliz. En cambio, con un ser completo, un hombre enfermo por su completitud, no pude sino agravar sus defectos. Entonces destruí la perfecta obra de la naturaleza, ahora la he mejorado.

¿Matar? ¿Había dicho matar? Mi cerebro reparado hacía juegos malabares con los pensamientos a tanta velocidad que no podía seguirlos. ¿Quién me mató?

—Yo no voy a matar...

—Le he devuelto a la vida, debe hacer lo que le digo. —Sí, era cierto como cierta era la gratitud que sentía hacia él. Se acercó y puso su mano sobre mi hombro—. Ahora es una máquina perfecta, eterna, la muerte y la vejez le han olvidado. Se alimentará con esto. —En su otra mano había una cantimplora con una caña de madera—. Contiene el azúcar y los nutrientes que requiere el buen funcionamiento de su cerebro. Su cuerpo no precisa más.

Cogió la palanca de mi pecho y la hizo girar. Tic, tac, tic, tac. Sentí que el tamborileo que llenaba mi cabeza aumentaba, aumentaba aún más, mis pulmones, o el fuelle que hacía su función, dobló su cadencia.

—Así puede hacer cuanto quiera, incrementará su fuerza, su destreza alcanzará una precisión matemática. Puede detenerse hasta casi parecer muerto, inerte. Es perfecto, incansable, ajeno al dolor y al placer que distraerían sus pensamientos. A cambio de todo esto, solo tiene que matar a quien quiso matarle.

—Gracias. —No supe decir otra cosa.

—Muy bien. Veo que su mente funciona a la perfección. Él le trajo aquí, él y ese yanqui repugnante, y luego cuando hice lo que debía, cuando devolví las cosas a su sitio, rectificando lo que su Dios había permitido que se estropeara, él, ellos se fueron, me dejaron, insultándome, amenazándome una vez más. Ahora van a morir. No pueden escapar, incluí en él, sin que lo supiera, el veneno que lo matará, que lo atraerá hacia el final como a un néctar de fragancia ineludible... sí. Ese hombre es quién ha sumido a esta ciudad en el horror, el asesino más grande de la historia, es un monstruo al que hay que parar, y solo usted puede. Es Jack, el otro Jack, el que llena de sangre las noches, el mayor horror que ha salido de vientre materno, y que clavos y martillos han perfeccionado en su vileza. ¡No lo hice yo! ¡Su creación no puede pesar en mis faltas! ¡Fui forzado por aquellos que ansían el don que solo puede pertenecer a unos pocos!

Se apartó de mí, caminando furioso, o eso interpreté yo viendo sus convulsiones, su temblor, como un dragón herido.

—Usted lo hizo, como a mí...

—¡No! Me obligó él. Él me forzó. Dijo que necesitaba una prueba, algo que mostrar a sus importantes amigos deseosos de una vida eterna que no merecen. Pues ya tienen su demostración, la tienen corriendo por las calles de Whitechapel.

—¿Cómo le obligó?

—Con mi amada. Yo la rescaté de las garras de la muerte, y él me la arrebató del modo más cruel...

—¿Era su esposa?

—No lo sé. No recuerdo apenas nada. ¿Lo entiende? Eso es lo que me quitó. Primero me la robó, en América, en el fuego. Lo perseguí hasta aquí, la busqué con todo mi empeño, y me fue fácil. Él quería que lo encontrara, me quería a mí, me tentaba con ella. Tomé mis precauciones, tengo demasiados años para dejarme engañar. Tenía conmigo a uno de sus hombres, uno que abandonó medio muerto entre las llamas y que yo devolví a la vida, lleno de odio hacia él. Lo tenía, y entonces la mató, la... la asesinó desp... despiadadamente. —Las convulsiones apenas le permitían moverse o hablar. Echó mano a su pecho, semejante al mío, y se dio cuerda, hasta que su voz se convirtió en un susurro calmado—. Creí que eso era lo peor, mi infierno. Pensé que la ira hacia él me quemaría hasta morir. Su crueldad no se detuvo en eso. Cometí un error. Llevado por una furia devastadora destruí todo lo que era suyo, o eso intenté. La rabia me cegó, me equivoqué y me atrapó. No me mató, eso sería una nimiedad para una mente nacida para causar dolor, como la suya. Me quitó su memoria, su memoria. Entonces conocí el verdadero odio, la cólera sin origen, sin motivo, que lo quemaba todo. Sé que la amaba... pero no recuerdo su cara, su voz, no queda nada del tiempo hermoso que debimos pasar juntos. ¿Cuál era su nombre? ¿Qué sueños compartimos? ¿Cómo era su caminar, su sonrisa...? Solo hay vacío y dolor, años de vacío y dolor. Me tendió una trampa, me derrotó, después de ser explotada, manoseada por ese Tumblety... la habían asesinado y borrado su paso por la tierra. Me volví loco. Juré venganza, exigí su vuelta, seguí quemando cada uno de sus proyectos. Él se negó a devolvérmelo a menos que accediera a sus peticiones, a asegurarle la vida a él y a su cuadrilla de megalómanos...

—¿El monstruo? ¿Tumblety?

—Un hombre despreciable —pareció más calmado—, aunque útil. Su odio hacia mi enemigo me ayudó. Lo utilicé, a él y a la frustrada creación que ellos me proporcionaron, a su «Jack», para forzarlo a devolverme mi pasado; no cedió. Ahora ha pagado, le he quitado a su querida niña, por siempre. Venganza por venganza... esto tiene que acabar, usted lo va a acabar.

—¿Por qué no lo hace usted?

—Me lo impediría. Tiene mi voluntad atrapada junto con ella... si solo pudiera saber cómo era, cuál era su nombre, el color de su pelo... Usted, usted es perfecto, puro, no podrán detenerlo. Mate a Jack, acabe con mis errores. — Volvió a girar la palanca de su pecho, despacio—. Ofrecieron a un pobre desgraciado al sacrificio, estaba dispuesto a inmolarse por salvar a su amor, ¡cuán importante es el amor, y a mí se me niega hasta su recuerdo...! Pero otro fue la víctima, un enfermo, y ahora un asesino. Acabe con él. Luego vaya a su casa y traiga la memoria de mi amada.

La memoria de su amada; sin duda se refería a aquel artilugio que me pidieron localizar, cuando aún estaba vivo, ahora todo quedaba claro. Siendo algo tan valioso para Dembow, algo que le mantenía a salvo de ese Dragón, debía tenerlo muy cerca de él, con él. Creí saber dónde la escondía, conocía Forlornhope, recordaba las máquinas, mis congéneres. Sin embargo, dije:

—No iré.

—Puede que no sea necesario ir a ningún sitio. —Giró su abominable mirada hacia Potts, que sonrió asintiendo—. Parece que ellos vendrán a nosotros, en dos días, y usted será mi arma secreta. ¿No es así?

—Así es —contestó Potts—. Aunque tras mi última visita... creo que andan algo desquiciados.

—Mejor para nuestros fines.

—No lo haré —interrumpí.

—Pues mataré a su amigo español. Este caballero —señaló a Potts—, me ha sido fiel desde hace muchos años, no le importará asesinar por mí, ¿verdad, herr Pottsdale?

—Todo lo contrario,
herr
Ewigkeit. Siempre es un placer y un honor atender a sus deseos.

—Por otro lado, no me parece mal acuerdo, el evidente talento del señor Torres juega en mi contra, empiezo a no ser necesario ni indispensable para mi amigo, y eso es lo único que impide que destruya lo que más deseo.

Salvar a Torres, ahora podía salvar a Torres, y estaba en un peligro por encima del que nadie había estado. Proteger a mi amigo, mi único amigo, y pagar la deuda contraída con mi benefactor, mi mayor benefactor.

—Si le ayudo...

—Desapareceré en la noche, lejos del hombre. Solo. Con mis recuerdos.

Claro que acepté, a nadie en la historia se le ha ofrecido trato tan ventajoso, tanto para él como para el resto de la humanidad. El hombre que me diera una nueva vida me pedía que salvara a mi único amigo, consiguiendo para él su amor perdido, y entonces se iría, sin más. Por si no fuera suficiente, como parte del trabajo impuesto, habría de acabar con Jack el Destripador.

—Lord Dembow no me permitirá...

—Para eso le he hecho perfecto. Nadie puede detenerle.

—Debiera probar mi perfección. —Miré a Potts. El rió.


Herr
Pottsdale —continuó Ewigkeit—, ¿está todo acordado?

—Así es. —Potts parecía tan arrogante que hubiera vomitado de tener estómago—. Tras el mal trago del incidente en su salón, nos dejamos engañar, como usted indicó, y se han avenido a razones. Se creen muy listos. Mañana nos han citado en... —decidió omitir el lugar ante mi presencia—, y como usted planeó, encontrarán algo más de lo que esperan. Me mostré sumiso y complaciente con ese Dembow, aunque en el estado en que lo encontré no creo que...

—En ese caso,
herr
Pottsdale, sus servicios ya no me son necesarios. —Nos dio la espalda. Potts dejó de reír y yo lo maté.

No fue una venganza, no por Lawrence, ni por mis camaradas de la parada de fenómenos. No hubo tiempo para pensar en ellos, ni en las humillaciones que me hiciera pasar, en las exhibiciones impúdicas, en el dinero tintineando en sus manos, en las risas ante la muestra de vergüenzas y deformidades; nada de eso. Fue el convencimiento, la sincera certeza de que por una vez en mi vida hacía algo bueno, algo por el resto de la humanidad. El mundo iba a ser más hermoso cuando esa criatura dejara de respirar. La cara de asombro de Efrain Pottsdale antes de su final, su mirada fija en la espalda de su amo, y su cuello crujiendo, todo en un segundo, me hicieron comprender que él no sería el último estigma que eliminaría con mis manos. Ahora eran poderosas, como las de un oso, ahora tenían un propósito: un monstruo que acabaría con todos los monstruos.

Herr Ewigkeit ignoró el cadáver de quien había compartido su suerte durante diez años. Ahora, que sin alcanzar su edad me aproximo algo más, sé que una muerte es una cuenta más en un rosario; se reza un avemaria y se pasa a la siguiente. El Dragón se limitó a apartar el cuerpo y explicarme cómo cazar a Jack el Destripador. Había perdido el contacto con Tumblety. ¡Con Tumblety! ¡Era él! En sus palabras se fundían ambos nombres en uno, Jack y Tumblety. ¿Tenía yo razón? ¿Era el doctor indio el asesino? Cómo deseé hacer partícipe a Torres de la confirmación de mi éxito entonces.

—Tumblety es... ¿es Jack? —musité, y
herr
Ewigkeit rió con ese remedo de risa propia de quién no ha nacido para reír, como la mía ahora...

—Todos somos Jack, en cierto modo —respondió enigmático como parecía ser su costumbre. Dijo suponer que Tumblety estaría refugiado en algún antro, como había estado los últimos meses, un nido de fieras desde el que iniciar sus carnicerías.

No me explicó la causa de la marcha del sujeto, mi nuevo cerebro me llevó a pensar que Tumblety escapaba de donde no veía beneficio económico alguno, ni satisfacciones a sus apetitos. Cualquiera que fuera el trato que tenía con herr Ewigkeit (y siendo este un hombre con los talentos del Armero, podía ser muy provechoso), debió ver que no iba a cumplirse, o se modificó de modo muy desagradable, y escapó. Herr Ewigkeit tenía hombres buscándolo. Cuando averiguara dónde se escondía, me lo haría saber. Toda la policía, el comité de vigilancia, el barrio entero había fracasado en encontrar al asesino, ¿y lo iba a hacer él?

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