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Authors: Bertrand Russell

Tags: #Filosofía

Los problemas de la filosofía (18 page)

BOOK: Los problemas de la filosofía
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Esto es, sin embargo, sólo una parte de la verdad con respecto a la incertidumbre de la filosofía. Hay muchas preguntas — y entre ellas las que son del más profundo interés para nuestra vida espiritual — que, tan lejos como podemos ver, deben permanecer sin solución al intelecto humano a menos que su potencial se convierta en algo totalmente distinto de lo que es ahora. ¿Tiene el universo algún plan unificador o propósito, o es tan sólo una fortuita interacción de sus átomos? ¿Es la conciencia una parte permanente del universo, dando esperanza al crecimiento indefinido de la sabiduría, o es sólo un accidente transitorio dado en un pequeño planeta en el que la vida algún día será imposible? ¿Son el bien y el mal de importancia para el universo o sólo para los hombres? Son estas preguntas las que se hace la filosofía, y sus respuestas son de tal variedad como diversidad de filósofos hay. Mas parece ser que, independientemente de si las respuestas a estas preguntas son capaces de ser descubiertas o no, las respuestas sugeridas por la filosofía no pueden ser demostradas como verdaderas. Aunque, a pesar de que la esperanza sea escasa para poder descubrir una respuesta, es parte del asunto de la filosofía continuar con el estudio de tales preguntas, para hacernos conscientes de su importancia, para examinar todas las aproximaciones a ellas, y para mantener con vida el interés especulativo en el universo, que es capaz de ser destruido por nuestro confinamiento al conocimiento cierto y definitivo.

Muchos filósofos, es verdad, han sostenido que la filosofía puede establecer la verdad de algunas respuestas a tales preguntas fundamentales. Han supuesto que lo que es de la mayor importancia para las creencias religiosas puede ser probado como verdadero por medio de la estricta demostración. Con el objeto de juzgar tales intentos, es necesario investigar el conocimiento humano y formar una opinión con respecto a sus métodos y limitaciones. En tal materia sería poco inteligente pronunciarnos dogmáticamente; pero si las investigaciones en los capítulos precedentes no nos han extraviado, nos vemos obligados a renunciar a la esperanza de encontrar pruebas filosóficas a las creencias religiosas. No podemos, por lo tanto, incluir como parte del valor de la filosofía un cuerpo definido de respuestas a tales preguntas. Por consiguiente, una vez más, el valor de la filosofía no debe depender sobre cualquier cuerpo supuesto de conocimiento definitivo y cierto que será adquirido por quienes la estudien.

El valor de la filosofía deberá ser buscado, de hecho, mayormente en su propia incertidumbre. El hombre que no posea de ni siquiera un nimio conocimiento de la filosofía transita a través de la vida encarcelado en los prejuicios derivados del sentido común, en las creencias habituales de su tiempo o de su patria, y en las convicciones que se han desarrollado en su mente sin la cooperación o consentimiento de su deliberada razón. Para tal hombre el mundo tiende a hacerse definitivo, finito, obvio; los objetos comunes no le producen dudas, y las posibilidades extrañas son rechazadas con desdén. Tan pronto cuando empezamos a filosofar, al contrario, encontramos, como hemos visto en los primeros capítulos, que inclusive las cosas más comunes nos llevan a los problemas de los que sólo se pueden dar respuestas incompletas. La filosofía, a pesar de no ser capaz de decirnos con certidumbre cuál es la respuesta correcta a las dudas que plantea, es capaz de sugerir muchas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y los libera de la tiranía de lo común. Así, mientras que nuestro sentimiento de certidumbre con respecto a lo que las cosas son se ve disminuido, incrementa de forma importante nuestro conocimiento de lo que pudieran ser; remueve ese dogmatismo algo arrogante de aquellos que nunca han viajado a la región de la duda liberadora, y mantiene con vida nuestra capacidad de asombro por medio de mostrarnos el aspecto extraño que las cosas familiares tienen.

Aparte de su utilidad para mostrarnos posibilidades impensadas, la filosofía tiene el valor — tal vez el más importante y precisamente por la grandeza de los objetos que contempla — de liberarnos de las metas angostas y personales que resulta de esta contemplación. La vida del hombre instintivo está encerrada en el círculo de sus intereses privados: familia y amistades se pueden incluir, pero el mundo exterior no es tomado en cuenta a menos que ayude o estorbe lo que esté dentro del círculo de los deseos instintivos. En tal vida hay algo febril y confinado en comparación con la vida filosófica, que es calma y libre. El mundo privado de los intereses instintivos es muy reducido, ubicado en medio de un mundo grande y poderoso que deberá, tarde o temprano, reducir a ruinas nuestro mundo privado. A menos que podamos ampliar de tal manera nuestros intereses que incluyan la totalidad del mundo exterior, permaneceremos como en una guarnición de una fortaleza sitiada, sabiendo que el enemigo nos impide la escapatoria y que la rendición final es inevitable. En tal vida no hay paz, sino la lucha constante entre el deseo insistente y la impotencia de la voluntad. De una forma u otra, si queremos una vida maravillosa y libre, debemos escapar a esta prisión y a esta lucha.

Una forma de escapar es por medio de la contemplación filosófica. La contemplación filosófica no divide, en su forma más amplia, el universo en dos territorios hostiles — amigos y enemigos, útil e inútil, bueno y malo — sino que ve el todo imparcialmente. La contemplación filosófica, cuando no está contaminada, no apunta a la prueba de que el resto del universo es semejante al hombre. Toda adquisición de conocimiento es una ampliación del Yo, pero esta ampliación se consigue mejor cuando no es buscada directamente. Se obtiene cuando el deseo de conocimiento se opera por sí, por medio del estudio que no desea por adelantado, que sus objetos tengan tales y tales características, mas que se adapte el Yo a las características que encuentre en sus objetos. Esta ampliación del Yo no se obtiene cuando, tomando al Yo por lo que es, tratamos de mostrar que el mundo es tan similar a este Yo que el conocimiento de él es posible sin ninguna admisión de lo que parece extraño. El deseo por probar esto es una forma de auto-afirmación y, como toda autoafirmación, es un obstáculo al crecimiento del Yo que desea y sabe de lo que es capaz. La auto-afirmación, en la especulación filosófica como en cualquier otra parte, ve al mundo como el medio de su propio fin; de esta manera reduce al mundo a tener menor importancia que el Yo, y el Yo así instala barreras a la grandeza de sus bienes. En la contemplación, por el contrario, empezamos del no-Yo y a través de su grandeza los límites del Yo son ampliados; a través de la infinitud del universo la mente que lo contempla alcanza a compartir algo de esta infinitud.

Por esta razón la grandeza del alma no es favorecida por aquellas filosofías que asimilan el universo al Hombre. El conocimiento es una forma de unión entre el Yo y el noYo; como toda unión, es perjudicada si se le quiere dominar, y por lo tanto se le perjudica por cualquier intento para forzar al universo a conformarse con lo que hay en nosotros. Existe una muy difundida tendencia filosófica hacia la visión que nos dice que el Hombre es la medida de todas las cosas, que la verdad es artificial, que el espacio y el tiempo y el mundo de los universales son propiedades de la mente, y que, si hay algo que no ha sido creado por la mente, no puede sernos cognoscible y no podemos dar cuenta de él. Este punto de vista, si nuestras discusiones previas fueron acertadas, no es verdad; pero además de su irrealidad, tiene el efecto de robar a la contemplación filosófica todo lo que de ella vale, ya que encadena la contemplación al Yo. Lo que llama por conocimiento no es la unión con el no-Yo, mas un juego de prejuicios, hábitos y deseos, interponiendo un velo impenetrable entre nosotros y el mundo más allá. El hombre que encuentre placer en tal teoría del conocimiento, es como el hombre que nunca abandona el círculo doméstico por temor a descubrir que su palabra puede ser que no sea la ley.

La verdadera contemplación filosófica, en cambio, encuentra satisfacción en cada ampliación del no-Yo, en todo lo que magnifique a los objetos contemplados y por lo tanto al sujeto que contempla. Todo, en la contemplación, que es personal o privado, todo lo que dependa de los hábitos, del interés propio, o deseo, distorsiona al objeto, y así imposibilita la unión que el intelecto busca. Así al interponer una barrera entre el sujeto y el objeto, dichas cosas personales y privadas se convierten en una prisión para el intelecto. El intelecto libre podrá ver de la forma en que Dios ve, sin un
aquí
y
ahora
, sin esperanzas ni miedos, sin las trabas de las creencias comunes y prejuicios tradicionales, con calma, sin apasionamientos, con el único y exclusivo deseo de conocimiento — el conocimiento es impersonal, es puramente contemplativo, como es posible a un hombre tener. Es así como también el libre intelecto valorará más lo abstracto y al conocimiento universal en donde los accidentes de la historia privada no tienen cabida, que el conocimiento obtenido por los sentidos, y dependientes, como tal conocimiento debe ser, sobre un punto de vista exclusivo y personal y de un cuerpo cuyos órganos sensoriales distorsionan tanto como revelan.

La mente que se ha acostumbrado a la libertad e imparcialidad de la contemplación filosófica preservará algo de la misma libertad e imparcialidad en el mundo de la acción y la emoción. Verá sus propósitos y deseos como parte de un todo, con la ausencia de la insistencia en que esos resultados deben ser vistos como fragmentos infinitesimales en un mundo en donde lo demás permanece sin afectación por cualquier acción del hombre. La imparcialidad que, en la contemplación, es el deseo de la verdad sin contaminación, es la misma cualidad de la mente que, en acción, es justicia, y en emoción es ese amor universal que puede ser dado a todos, y no sólo a aquellos que son juzgados como útiles o admirables. Así la contemplación amplía no sólo los objetos de nuestros pensamientos, sino también los objetos de nuestras acciones y afectos: nos hace ciudadanos del universo, no sólo de una ciudad amurallada en guerra con los demás. En esta ciudadanía del universo consiste la verdadera libertad del hombre, y su liberación de la esclavitud de las estrechas esperanzas y miedos.

Así, para sumar a nuestra discusión sobre el valor de la filosofía, la Filosofía debe ser estudiada, no en nombre de cualquier respuesta definitiva a sus preguntas, ya que ninguna respuesta definitiva puede, como regla, ser conocida como verdadera, sino en nombre de las preguntas en sí mismas; porque estas preguntas amplían nuestra concepción de lo que es posible, enriquecen nuestra imaginación intelectual y disminuyen la seguridad dogmática que encierra a la mente y la previene de la especulación; pero más que nada porque, a través de la grandeza del universo que contempla la filosofía, la mente también participa de esa grandeza y se hace capaz de esa unión con el universo que constituye su más alto bien.

Nota bibliográfica

El estudiante que desee adquirir un conocimiento elemental de la filosofía, encontrará tanto más fácil como más útil leer algunas de las obras de los grandes filósofos en vez de intentar derivar una visión general de los manuales. Los siguientes libros se recomiendan especialmente:

Platón:
República
, especialmente los Libros VI y VII.

Descartes:
Meditaciones
.

Spinoza:
Ética
.

Leibniz:
La monadología
.

Berkeley:
Tres diálogos entre Hilas y Pilonio
.

Hume:
Tratado sobre la naturaleza humana
.

Kant:
Prolegómenos a toda metafísica futura que quiera presentarse como ciencia
.

Bertrand Arthur William Russell, 3er Conde de Russell, OM, MRS, (18 de mayo de 1872, Trellech, Monmouthshire, Gales - 2 de febrero de 1970, Penrhyndeudraeth, Gales) fue un filósofo, matemático, lógico y escritor británico ganador del Premio Nobel de Literatura y conocido por su influencia en la filosofía analítica, sus trabajos matemáticos y su activismo social . Contrajo matrimonio cuatro veces y tuvo tres hijos.

Notas

[1]
Cf. Whitehead, A.N.;
Introduction to Mathematics
(Home University Library).
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[2]
“La cosa en sí” de Kant es idéntica
en definición
con el objeto físico, a saber, es la causa de las sensaciones. En las propiedades deducidas a partir de la definición, “la cosa en sí” no es idéntica, ya que Kant sostuvo (a pesar de cierta inconsistencia con respecto a la causa) que podemos saber que ninguna de las categorías son aplicables a “la cosa en sí”.
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