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Authors: Jean M. Auel

Los refugios de piedra (11 page)

BOOK: Los refugios de piedra
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La donier adivinó que algo había pasado entre Ayla y Jondalar, algún tipo de aprobación o reafirmación. Sintió curiosidad, pero había aprendido que a menudo la observación y la paciencia satisfacían su curiosidad mejor que las preguntas.

Para contestar, Ayla se volvió hacia la Zelandoni.

–Creb era el Mog-ur del Clan de Brun, el que conocía el mundo de los espíritus, pero era mucho más que un Mog-ur. Era como tú, Zelandoni; era el Primero, el Mog-ur de todo el clan. Pero para mí Creb era… hombre de mi hogar, pese a que yo no nací allí, y la mujer con quien vivía, Iza, no era su compañera sino su hermana. Creb nunca tuvo compañera.

–¿Qué es el clan? ¿O quiénes lo forman? –preguntó la Zelandoni notando que Ayla hablaba con un acento más marcado al referirse a ellos.

–El clan es… Yo fui adoptada por el clan. Ellos me acogieron cuando estaba… sola. Creb e Iza cuidaron de mí, me criaron. Iza era madre, la única madre que recuerdo. Y era entendida en medicinas, curandera. En cierto sentido, Iza era también la Primera. Era la más respetada entre todas las mujeres entendidas en medicinas, como lo habían sido antes su madre y su abuela, y todas sus antepasadas en línea ininterrumpida hasta los orígenes del clan.

–¿Allí adquiriste tus aptitudes como curandera? –preguntó la Zelandoni inclinándose sobre los almohadones.

–Sí. Iza me enseñó, a pesar de no ser su verdadera hija ni tener sus recuerdos como los tenía Uba. Uba era mi hermana. No una verdadera hermana, pero aun así una hermana.

–¿Qué había sido de tu auténtica madre, tu familia, la gente con la que naciste? –quiso saber la Zelandoni.

Todos sentían curiosidad y fascinación, pero le dejaban a donier las preguntas.

Ayla se recostó y alzó la vista, como si buscara una respuesta. Luego miró a la corpulenta mujer que tan atentamente la observaba.

–No lo sé. No lo recuerdo. Yo era muy pequeña. Iza calculaba que no tendría más de cinco años…, aunque ellos no disponían de palabras para contar como los zelandonii. El clan daba nombre a los años desde el principio de la niñez: el primero era el «año del nacimiento», luego venían el «año del amamantamiento», el «año del destete», y así sucesivamente. Yo lo he expresado en palabras de contar –intentó explicar, pero de pronto se interrumpió. No podía explicarlo todo, relatar su vida entera con el clan. Sería mejor limitarse a contestar las preguntas.

–¿No recuerdas nada de tu propia gente? –insistió la Zelandoni.

–Sólo sé lo que Iza me contó. Un terremoto destruyó la caverna de mi gente, y el Clan de Brun buscaba una nueva cuando me encontraron inconsciente a la orilla del río. Llevaban un tiempo sin morada, pero Brun permitió a Iza que me llevara con ellos. Ella dijo que debía de haberme atacado un león cavernario, porque tenía las marcas de cuatro garras en la pierna, espaciadas con la misma anchura que las uñas de un león cavernario, y estaban… purulentas, envenenadas, corrompidas –dijo Ayla tratando de dar con las palabras exactas.

–Sí, te entiendo –afirmó la donier–. Infectadas, supurantes, quizá al borde de la putrefacción. Las garras de los felinos tienden a provocar ese estado.

–Aún tengo las cicatrices. Por eso supo Creb que el León Cavernario era mi tótem, pese a que normalmente es un tótem de hombre. A veces todavía sueño que estoy en un rincón oscuro y veo acercarse la zarpa de un gran felino –dijo Ayla.

–Ése es un sueño poderoso. ¿Tienes algún otro sueño? Acerca de esa etapa de tu vida, quiero decir.

–Uno que es aún más aterrador, pero difícil de contar. Nunca lo recuerdo del todo. Es más una sensación, una sensación de terremoto. –La joven se estremeció–. ¡Me horrorizan los terremotos!

La Zelandoni asintió con la cabeza dando a entender que la comprendía.

–¿Algún otro?

–No…, o sí, hay otro, pero ese sueño lo tuve sólo una vez, cuando Jondalar estaba aún convaleciente y me enseñaba a hablar…

La Zelandoni pensó que era una peculiar manera de expresarlo, y miró a Marthona para ver si compartía su extrañeza.

–Comprendía un poco su lengua –explicó Ayla–. Había aprendido muchas palabras, pero me costaba juntarlas, y fue por entonces cuando soñé con mi madre, mi auténtica madre. Vi su cara, y me habló. A partir de ese momento, el aprendizaje me resultó más fácil.

–Ah, ése es un sueño muy importante –comentó La Que Servía–. Siempre tiene una gran importancia cuando la Madre se aparece en tus sueños, sea cual sea la forma que adopte, pero especialmente cuando adopta la forma de tu propia madre hablándote desde el otro mundo.

Jondalar recordó haber soñado con la Madre cuando estaban aún en el valle de Ayla. Fue un sueño muy raro. «He de contárselo alguna vez a la Zelandoni», pensó.

–Y si soñaste con la Madre, ¿por qué no te dirigiste a Ella para que ayudara a Thonolan a encontrar su camino en el otro mundo? No entiendo por qué invocaste al espíritu de un oso cavernario y no a la Gran Madre Tierra.

–No conocía a la Gran Madre Tierra hasta que Jondalar me habló de ella cuando yo ya había aprendido vuestra lengua.

–¿No conocías a Doni, la Gran Madre Tierra? –preguntó Folara atónita.

Entre los zelandonii nunca se había tenido noticia de nadie que no reconociera a la Gran Madre por alguno de sus nombres o formas. Todos se habían quedado perplejos.

–El clan honra a Ursus, el Gran Oso Cavernario –explicó Ayla–. Por eso invoqué a Ursus para que guiara al espíritu del hombre muerto, cuyo nombre aún no conocía, pese a no pertenecer al clan. También imploré ayuda al espíritu del León Cavernario, puesto que era mi tótem.

–Bueno, si no conocías a la Madre, y dadas las circunstancias, hiciste lo que debías. Estoy segura de que sirvió –declaró la Zelandoni, pero su inquietud era mayor de lo que aparentaba. ¿Cómo era posible que no conociera a la Madre una de sus hijas?

–Yo también tengo un tótem –dijo Willamar irguiéndose un poco–. El mío es el Águila Dorada. Me contó mi madre que cuando era niño un águila me atrapó e intentó llevarme, pero ella me agarró y me mantuvo bien sujeto. Aún se me notan las cicatrices. La Zelandoni le dijo que el espíritu del Águila Dorada me reconoció como uno de los suyos. No hay mucha gente con tótems personales, al menos entre los zelandonii, pero cuando uno lo tiene se considera señal de buena suerte.

–Desde luego, ya fue bastante suerte que escaparas con vida –afirmó Joharran.

–Y supongo que yo puedo considerar una suerte haber escapado del león cavernario que me atacó –añadió Ayla–, y lo mismo puede decirse de Jondalar. Creo que su tótem es también el León Cavernario. ¿Tú qué opinas, Zelandoni?

Desde que Ayla era capaz de hablar a Jondalar en su lengua le había repetido una y otra vez que el espíritu del León Cavernario lo había elegido. Daba la impresión de que los tótems individuales no eran tan importantes para su gente como para el clan, pero para ella sí era importante. No deseaba correr riesgos.

Según las creencias del clan, en los emparejamientos, el tótem del hombre debía ser más fuerte que el de la mujer para que ella engendrara hijos. Por eso inquietaba tanto a Iza que Ayla tuviera un tótem masculino y fuerte. A pesar de su poderoso tótem, Ayla tuvo un hijo, pero con dificultades ya en el embarazo, luego en el parto y también, a juicio de muchos, posteriormente. Estaban convencidos de que el niño era desafortunado, y parecía confirmarlo el hecho de que su madre no tuviera compañero, ningún hombre para criarlo debidamente. Las dificultades e infortunios se atribuían a la circunstancia de que Ayla era una mujer con tótem masculino. Ahora que volvía a estar encinta no quería problemas para este hijo que Jondalar había engendrado, ni para ella ni para el niño. Aunque había aprendido muchas cosas acerca de la Madre, no había olvidado las enseñanzas del clan, y si el tótem de Jondalar era un León Cavernario, como el de ella, tenía la certeza de que sería lo bastante fuerte para permitirle tener un niño sano, capaz de llevar una vida normal.

Algo en el tono de voz de Ayla llamó la atención de la Zelandoni, que escrutó a la joven. «Quiere que Jondalar tenga un León Cavernario por tótem, comprendió la mujer. Es muy importante para ella. Los espíritus de los tótems deben de poseer mayor significación para la gente de ese clan en el que se crio. Probablemente sea cierto que el León Cavernario es ahora el tótem de Jondalar, y a él no le perjudicará en modo alguno que los demás lo consideren un hombre con suerte. ¡Probablemente lo es si ha conseguido volver!»

–Opino que tienes razón, Ayla –dictaminó la donier–. Jondalar bien puede afirmar que el León Cavernario es su tótem, y que es un hombre con suerte. Para él fue una gran suerte que tú estuvieras allí cuando te necesitaba.

–¡Ya te lo había dicho, Jondalar! –exclamó Ayla con alivio visible.

«¿Por qué Ayla o ese clan conceden tanta importancia al espíritu del León Cavernario? ¿O al del Oso Cavernario?, se preguntó la Zelandoni. Todos los espíritus son importantes, los de los animales, o incluso los de las plantas y los insectos, todos; pero es la Gran Madre quien los ha creado. ¿Quiénes son esa gente, ese clan?»

–Has dicho que vivías sola en un valle, ¿no? ¿Dónde habitaba ese clan que te crio, Ayla? –inquirió la donier.

–Sí, también a mí me gustaría saberlo –añadió Joharran–. ¿No te ha presentado Jondalar como Ayla de los Mamutoi?

–Has dicho que no conocías a la Madre, pero al llegar nos has saludado en el nombre de la «Gran Madre de Todos», que es una de las maneras de llamar a Doni –observó Folara.

Ayla los miró uno a uno y, por último, con un asomo de pánico, se volvió hacia Jondalar, en cuyo semblante se dibujaba una ligera sonrisa, como si le divirtiera el desconcierto que las sinceras respuestas de ella causaban en los demás. Él le apretó de nuevo la mano, pero permaneció en silencio. Tenía interés en ver cómo reaccionaba. Ayla se relajó un poco.

–Mi clan vivía en el extremo sur de la gran extensión de tierra que se adentra en el Mar de Beran. Iza me dijo justo antes de morir que debía buscar a mi propia gente. Me explicó que vivían al norte, en la tierra continental, pero cuando por fin fui en su busca no encontré a nadie. Faltaba poco para el final del verano cuando llegué al valle, y temía que la estación fría empezara y yo no estuviera preparada para recibirla. El valle era un buen sitio, protegido del viento, con un riachuelo, muchos animales y plantas, e incluso una pequeña caverna. Decidí quedarme hasta el final del invierno, y acabé pasando allí tres años, sin más compañía que Whinney y Bebé. Quizá estaba esperando a Jondalar –agregó sonriéndole–. Lo encontré a finales de la primavera, y él no estuvo en condiciones de viajar hasta casi pasado el verano. Decidimos organizar una pequeña expedición para explorar la zona. Cada noche acampábamos en un sitio distinto, alejándonos del valle más de lo que yo me había alejado nunca. Un día conocimos a Talut, el jefe del Campamento del León, y nos invitó a visitarlo. Nos quedamos con ellos hasta principios del verano siguiente, y mientras estaba allí, me adoptaron. Querían que Jondalar se quedara también y se convirtiera en uno de ellos, pero ya entonces tenía previsto regresar aquí.

–Me alegro de que así fuera –comentó Marthona.

–Por lo visto eres muy afortunada, teniendo gente tan dispuesta a adoptarte –dijo la Zelandoni. No podía evitar cierto asombro ante la extraña historia de Ayla, y no era la única que albergaba reservas. Todo sonaba demasiado quimérico, y la Zelandoni tenía aún más preguntas que respuestas.

–Estoy segura de que inicialmente la idea salió de Nezzie, la compañera de Talut. Creo que ella lo convenció porque ayudé a Rydag cuando tuvo un… problema serio. Rydag sufría del… –Notando que desconocía las palabras precisas, Ayla se sintió frustrada. Jondalar no se las había enseñado. Él podía proporcionarle las palabras exactas para diversas clases de pedernal y palabras concretas para los procesos a través de los cuales se lo transformaba en armas y herramientas, pero la terminología específica del ámbito de las medicinas y curaciones no formaba parte de su vocabulario normal. Se volvió hacia él y le habló en mamutoi–. ¿Cómo llamáis a la dedalera, aquella planta que siempre iba a recoger para Rydag?

Él se lo dijo; pero antes de que Ayla pudiera repetirla e intentar explicarse, la Zelandoni se había hecho una idea de lo ocurrido. Tan pronto como oyó pronunciar la palabra a Jondalar, identificó no sólo la planta, sino también sus usos. Llegó a la conclusión de que la persona a quien se refería Ayla sufría de una debilidad interna en el órgano que bombeaba la sangre, el corazón, que podía aliviarse mediante la correcta extracción de elementos de la dedalera. También comprendió que una persona deseara adoptar a una curandera con pericia suficiente para utilizar algo tan beneficioso –aunque potencialmente peligroso– como esa planta. Y si la persona en particular se hallaba en una posición de autoridad, como era el caso de la compañera de un jefe, podía entender por qué Ayla había sido adoptada tan deprisa. Tras oír contar a Ayla lo que en esencia ella había ya conjeturado, hizo otra suposición.

–Esa persona, Rydag, ¿era un niño? –preguntó para confirmar su última intuición.

–Sí –respondió Ayla asaltada por una momentánea tristeza.

La Zelandoni creyó comprender el vínculo entre Ayla y los mamutoi, pero seguía perpleja respecto al clan. Decidió enfocar la cuestión de otra manera.

–Me consta que posees una gran preparación en cuanto a procedimientos curativos, Ayla, pero a menudo aquellos que llegan a entendidos tienen una marca para que la gente los reconozca. Como ésta –dijo tocándose un tatuaje hecho en la frente, sobre la sien izquierda–. No veo en ti ninguna marca.

Ayla observó el tatuaje con atención. Era un rectángulo dividido en seis rectángulos más pequeños, casi cuadrados, dispuestos en dos hileras de tres cada una, con cuatro patas sobre las cuales, caso de unirse con líneas, habrían formado una tercera hilera de cuadrados. El contorno de los rectángulos era oscuro, pero por dentro tres de los cuadrados habían sido coloreados en distintas tonalidades de rojo y uno en amarillo.

Aunque era una marca única, varias de las personas que había visto tenían tatuajes de un tipo u otro, incluidos Marthona, Joharran y Willamar. Ignoraba si esas marcas representaban algo en particular, pero, tras escuchar la explicación de la Zelandoni sobre el significado de la suya, sospechaba que sí.

–Mamut tenía una marca en la mejilla –dijo Ayla llevándose los dedos al lugar exacto en su mejilla–, y todos los mamutoi. Algunos tenían también otras marcas. Me habrían puesto una si me hubiera quedado. Mamut empezó a instruirme poco después de adoptarme, pero cuando me marché no estaba totalmente preparada, y por eso no recibí la marca.

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