Los refugios de piedra (92 page)

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Authors: Jean M. Auel

BOOK: Los refugios de piedra
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»Los zelandonii son un pueblo fuerte porque trabajan unidos y se ayudan mutuamente. La Gran Madre Tierra nos ha provisto de todo lo que necesitamos para vivir. Todo aquello que se caza o recoge nos lo da la Doni y a cambio ha de compartirse con todos. Como aceptar lo que Ella ofrece puede ser difícil y a veces peligroso, quienes más dan son los más respetados. Por eso los mejores proveedores y aquellos que están dispuestos a trabajar por todos los hijos de la Madre tienen un mayor rango y son jefes respetados. Están dispuestos a ayudar a los suyos, y cuando no es así la gente deja de acudir a ellos y reconocen a otro como jefe. –No añadió que también ésa era la razón por la que los zelandonia gozaban de una elevada posición.

La Zelandoni era una buena oradora, y Ayla la escuchaba embelesada. Quería aprender todo lo posible acerca de la gente del hombre con quien pronto se emparejaría, que ahora era también su gente, pero cuanto más pensaba en ello, más cuenta se daba de que el clan no era muy distinto a los zelandonii. También ellos lo compartían todo, y nadie pasaba hambre, ni siquiera la mujer que le habían dicho que había muerto en el terremoto. La mujer era de otro clan, no había tenido hijos, y tras la muerte de su compañero, otro hombre había tenido que tomarla como segunda mujer. Siempre se la había considerado una carga, pero pese a ser su posición la más baja dentro del Clan de Brun, nunca pasó hambre y siempre tuvo ropa suficiente.

El clan sabía todo eso y no necesitaban expresarlo con palabras. La gente del clan no hacía tanto uso de las palabras como los Otros. Las parejas también se compartían. Se entendía que las necesidades de un hombre debían aliviarse. Ninguna mujer del clan rechazaba a un hombre que le hiciera la señal. No conocía a nadie a quien se le hubiera ocurrido negarse… excepto ella. Pero ahora sabía que lo que quería Broud no eran placeres. Incluso entonces lo sabía, aunque no fuera capaz de expresarlo. Él no le hacía la señal porque quisiera compartir el don o para aliviar sus necesidades, sólo lo hacía porque sabía que ella no podía soportarlo.

–Recordad –decía la donier– que es vuestro compañero quien ha de ayudaros y manteneros a vosotras y a vuestros hijos, sobre todo cuando estéis encinta, acabéis de dar a luz o estéis amamantando. Si estáis bien avenidos, si compartís los placeres a menudo y sois felices juntos, vuestro hombre cuidará a gusto de vosotras y vuestros hijos. Quizá algunas no entendáis por qué insisto tanto en este punto. Hablad con vuestras madres. Cuando estéis cansadas y cargadas de hijos, puede haber momentos en que no os apetezca tanto compartir el don. Y hay muchos momentos en que no se ha de compartir, pero de eso ya hablaremos más adelante.

»Doni se siente siempre más complacida y favorece más a aquellos hijos que se parecen a vuestros compañeros. También los hombres se sienten a veces más unidos a esos hijos. Si queréis que vuestros hijos se parezcan a vuestro compañero, tenéis que pasar mucho tiempo juntos para que sea su espíritu el escogido. Los espíritus tienen un comportamiento antojadizo. No hay manera de saber cuándo uno decidirá dejarse elegir, cuándo la Madre decidirá que ha llegado la hora de mezclarlos. Pero si os gustáis y estáis bien avenidos, vuestro compañero deseará quedarse con vosotras, y su espíritu se unirá con el vuestro de buen grado. ¿Todas me seguís por ahora? Si tenéis preguntas que hacer, éste es el momento –dijo la Primera, y esperó.

–Y si me pongo enferma y no puedo sentir el placer –preguntó una mujer.

Otras se volvieron para mirar quién había hablado.

–Tu compañero debería entenderlo, y en definitiva quien decide eres tú. Hay quienes están emparejados y prácticamente nunca comparten placeres. Si eres buena y comprensiva con tu compañero, él normalmente te corresponderá del mismo modo. Los hombres también son hijos de la Madre. Enferman y por lo general es su compañera quien los cuida. Lo más habitual es que vuestros compañeros os cuiden a vosotras cuando estéis enfermas.

La muchacha asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa de incertidumbre.

–Lo que quiero decir es que los dos miembros de una pareja han de demostrar consideración y respeto mutuos. El don del placer puede proporcionaros felicidad a los dos y ayudaros a hacer feliz a vuestro compañero para que la unión dure. ¿Alguna otra pregunta? –La Primera esperó por si alguien tenía más preguntas y después continuó–. Pero emparejarse es mucho más que el hecho de que dos personas decidan vivir juntas. Participan vuestros parientes, vuestra caverna y también el mundo de los espíritus. Por eso las madres y sus compañeros se lo piensan bien antes de dejar que sus hijos se emparejen. ¿Con quién vivirán? ¿Vosotras o vuestro compañero seréis una buena aportación para la caverna con la que viviréis? También son importantes los sentimientos del uno hacia el otro. Si la unión se inicia sin afecto, no puede durar mucho. Si la unión no dura, la responsabilidad de los hijos normalmente recae en la familia de la madre y la caverna, del mismo modo que si uno de vosotros muriese.

Ayla estaba fascinada con lo que oía. Estuvo a punto de hacer una pregunta sobre la mezcla de espíritus que daba origen a una vida. Estaba más convencida que nunca de que era el don de los placeres lo necesario para que se iniciara una vida, pero decidió no comentarlo en ese momento.

–Me consta –prosiguió la Zelandoni– que ahora casi todas vosotras estáis deseando tener vuestro primer hijo, pero puede haber momentos en que empiece una vida que no debería iniciarse. Hasta que no hayáis recibido el elandon de vuestro hijo de manos de vuestro Zelandoni, el niño no tendrá un espíritu propio, sino únicamente los espíritus combinados que lo han iniciado. En ese momento la Gran Madre Tierra aceptará al niño, separará los espíritus y los devolverá. Pero es mejor detener la continuación de la vida antes de que esté preparada para nacer, y es mejor hacerlo dentro de los tres primeros meses de embarazo.

–¿Por qué íbamos a querer interrumpir una vida que ya se ha iniciado? –preguntó una muchacha–. ¿No son bienvenidos todos los niños?

–Casi todos lo son –contestó la Zelandoni–, pero puede haber razones para que una mujer no quiera tener más. No pasa con frecuencia, pero puede quedarse encinta cuando todavía está amamantando y dar a luz a un niño cuando todavía tiene uno muy pequeño. Normalmente, las madres no pueden cuidar como es debido a otro niño tan pronto. Tiene prioridad el que ya está aquí y posee un nombre, sobre todo si está sano. Ya mueren demasiados niños, especialmente en el primer año. No es prudente arriesgar la vida de un hijo que está sano dejando de amamantarlo demasiado pronto. Después del primer año, el destete es el período más difícil de un niño. Si se interrumpe la lactancia demasiado pronto, antes de los tres años, el niño puede debilitarse, y puede dificultarse su crecimiento. Es mejor tener un hijo sano que se convierta en un adulto fuerte que no dos o tres débiles, que acaso no vivan demasiado.

–Ah, no lo había pensado –dijo la muchacha.

–Otro ejemplo puede ser el de una mujer que ha dado a luz a varios niños mal formados que luego han muerto. ¿Ha de seguir padeciendo embarazos y el posterior sufrimiento cada vez? Por no hablar ya de los perjuicios para su salud.

–¿Pero y si ella quiere un hijo como todo el mundo? –preguntó una muchacha con lágrimas en los ojos.

–No todas las mujeres tienen hijos –contestó la Zelandoni–. Algunas deciden no tener. En otras no se inicia nunca la vida. Algunos embarazos no llegan al final, o nacen niños muertos o con malformaciones y no pueden sobrevivir.

–Pero ¿por qué? –preguntó la muchacha llorosa.

–Nadie lo sabe. Quizá alguien que tenía algo contra ellas las ha maldecido. Quizá un espíritu maligno ha encontrado una manera de perjudicar al niño que aún no ha nacido. A los animales también les pasa. Todos hemos visto caballos o ciervos con malformaciones. Hay quienes creen que los animales blancos son consecuencia de un espíritu maligno cuyos intentos se han visto frustrados, y que por eso son afortunados. También hay personas que nacen blancas y con los ojos rosados. Hay animales que tienen crías muertas y otras que no viven mucho tiempo, aunque imagino que los carnívoros las devoran tan pronto que ni siquiera llegamos a verlas. Las cosas son así.

La muchacha seguía llorando, y Ayla no entendía cómo viendo la reacción de la joven la donier podía hablar con tal frialdad.

–Su hermana ha tenido dificultades para dar a luz, y ha estado encinta dos o tres veces –explicó Velima en voz baja–. Supongo que tiene miedo de que le pase también a ella.

–La Zelandoni hace bien en no alimentar falsas esperanzas. A veces es un problema de familia –susurró Marthona–. Y si aun siendo así la joven consigue tener un hijo, más satisfecha quedará.

Ayla contempló a la muchacha y se sintió tan conmovida que no pudo evitar hablar.

–Cuando veníamos hacia aquí… –empezó a decir.

Todo el mundo miró con sorpresa a la recién llegada que había tomado la palabra, y muchas mujeres repararon en su peculiar pronunciación.

–… Jondalar y yo paramos en una caverna losadunai –prosiguió Ayla–. Había una mujer que nunca había podido tener hijos. Una mujer de una cueva cercana había muerto y había dejado a su compañero con tres niños pequeños. La mujer que no tenía hijos fue a vivir con ellos con la intención de llegar a un acuerdo provechoso para todos. Si se entendían, ella adoptaría a los niños y se uniría al hombre.

Se produjo un breve silencio seguido de unos murmullos.

–Es un buen ejemplo, Ayla –dijo la Zelandoni–. Es verdad, las mujeres pueden adoptar niños. ¿La mujer sin hijos tenía pareja?

–No, me parece que no –contestó Ayla.

–Aunque hubiera tenido un compañero, la mujer podría haberse unido al otro hombre, si aquél y éste hubieran estado dispuestos a aceptar el doble emparejamiento. La ayuda de otro hombre para mantener a los niños puede ser bien recibida. Ayla ha hecho un comentario interesante. Las mujeres que no pueden dar a luz a sus propios hijos no siempre han de quedarse sin niños –declaró la Zelandoni, y continuó–. Hay otras razones por las cuales una mujer puede decidir poner fin a un embarazo. Una madre puede tener ya demasiados hijos y puede ser que le cueste cuidar de todos, como también a su compañero y a la caverna que los acoge. Hay mujeres en esta situación que no quieren tener más niños, y desearían que la Madre no fuera tan generosa con ellas.

–Conozco una mujer que tenía un hijo tras otro –comentó otra muchacha. Después de oír a Ayla otras mujeres empezaron a animarse a hablar–. Le dio dos a su hermana y uno a una prima para que los adoptasen.

–Yo también la conozco –dijo la Zelandoni–. Por lo visto es una mujer de especial fortaleza que apenas padece los embarazos y encuentra pocas dificultades para dar a luz. Es una mujer afortunada. Ha hecho un gran favor a su hermana, que no puede tener hijos, creo que debido a un accidente, y a su prima, que quería tener otro hijo sin pasar por el embarazo. –La corpulenta donier retomó el hilo–. Pero no todas las mujeres son tan sanas ni tan afortunadas. Las hay con grandes dificultades para dar a luz uno o dos niños, y si tuvieran más hijos podrían llegar a morir y a dejar a los hijos vivos sin madre. Cada mujer es distinta. Por suerte, casi todas las mujeres pueden tener hijos, pero incluso es posible que algunas no deseen tenerlos o que por alguna razón no convenga que concluyan el embarazo.

»Existe una serie de soluciones para interrumpir un embarazo. Algunas pueden ser peligrosas. Una infusión fuerte con una planta entera de tanaceto, con raíz y todo, puede provocar la sangre, pero también puede ser mortal. Una ramita pelada y resinosa de olmo introducida profundamente en la abertura por donde nacen los niños también puede ser eficaz, pero siempre es mejor que habléis con vuestro donier, porque él sabrá cómo ha de ser de intensa la infusión o cómo se ha de introducir la ramita. Hay otros métodos. Vuestras madres o vuestros zelandonia os darán más detalles si se presenta el caso.

»Lo mismo ocurre con el parto. Hay muchas medicinas que pueden acelerarlo, detener la hemorragia o aliviar el dolor. En un parto casi siempre hay dolores –dijo la Primera–. La Gran Madre también padeció, pero la mayoría de las mujeres tienen pocos problemas en el parto y el dolor pronto se olvida. Todos tenemos que padecer un poco de dolor en la vida. El dolor forma parte de la vida, y no es posible eludirlo. Es mejor aceptarlo.

Ayla sentía interés por las medicinas de que hablaba la Zelandoni, si bien las que había mencionado eran bastante conocidas y elementales. Casi todas las mujeres conocían uno u otro método para poner fin a un embarazo, pero unos parecían más peligrosos que otros. Normalmente, a los hombres no les entusiasmaba la idea, e Iza y las otras curanderas del clan les ocultaban las prácticas de interrupción de embarazo para que no se lo prohibiesen.

La donier no había hablado de cómo impedir que una vida se iniciase, y Ayla deseaba hablar con ella y comparar sus respectivos conocimientos. Había actuado como comadrona en más de un parto. De pronto pensó que no tardaría en ser ella quien diera a luz. Sí, la Zelandoni tenía razón: el dolor formaba parte de la vida. Ella había sufrido mucho en el parto de Durc, había estado a punto de morir, pero como en el caso del luminoso hijo de la Madre, había merecido la pena.

–En la vida hay otros dolores además del físico –decía la Zelandoni. Ayla volvió a centrar su atención en la donier–. Hay dolores peores que el dolor físico, pero también deben aceptarse. Por el hecho de ser mujeres, tenéis una gran responsabilidad y un deber que, a veces, es difícil cumplir, pero que posiblemente algún día deberéis tener en cuenta. Hay momentos en que la vida que lleváis dentro es muy tenaz, y hagáis lo que hagáis, nada impide la continuidad del embarazo, por más que hayáis decidido que esa vida no debería haberse iniciado. Una vez que el niño ha nacido es más difícil devolverlo a la Madre, pero a veces ha de hacerse.

»Recordad que los que ya están aquí tienen preferencia. Si nace un segundo hijo demasiado pronto, o viene al mundo con grandes malformaciones, o existen otras razones de peso, el niño ha de volver a Doni. Es siempre decisión de la madre, pero debéis recordar vuestras responsabilidades, y debe hacerse sin demora. En cuanto podáis, tenéis que sacarlo a la intemperie y dejarlo en el seno de la Gran Madre Tierra, lo más lejos posible de vuestra morada, y nunca en un campo sagrado de enterramiento porque un espíritu errante podría intentar habitar su cuerpo. Si esto ocurriera, el espíritu se desorientaría y nunca encontraría el camino al otro mundo. Estos espíritus pueden volverse perversos. ¿Alguna no ha entendido lo que acabo de decir?

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