—Sí, claro —dijo Patrik—. Pero nos gustaría oír su opinión y sus reflexiones. Toda la información que pueda facilitarnos resultará valiosa.
—Muy bien —dijo Nils-Erik Lund—. No utilizaré terminología específica, que además, pueden leer en el historial, pero en resumen podría decirse que le habían dado en la cabeza golpes y patadas que le ocasionaron un derrame cerebral menor y fracturas en varios huesos de la cara y hematomas. Asimismo, presentaba lesiones en el abdomen, dos costillas rotas y, en consecuencia, el bazo también estaba afectado. Su estado era muy grave y lo operamos de inmediato. También tuvimos que sacar radiografías para hacernos una idea de la extensión del derrame cerebral.
—¿Se trataba de lesiones mortales, en su opinión? —preguntó Paula.
—Bueno, consideramos que su estado era crítico, y el paciente llegó al hospital inconsciente. Una vez que comprobamos que el derrame era leve y que no precisaba cirugía, nos centramos en las lesiones del abdomen. Temíamos que alguna de las costillas rotas le produjera una lesión pulmonar, situación nada deseable.
—Pero, al final, lograron estabilizarlo, ¿no es cierto?
—Pues me atrevería a decir que nuestra intervención fue brillante. Rápida y eficaz. Un excelente trabajo de equipo.
—¿Mencionó Mats Sverin algo de lo que le había ocurrido? ¿Cualquier cosa relacionada con la agresión? —preguntó Patrik.
Nils-Erik se mesaba la barba mientras hacía memoria. Era un milagro que le quedase algún pelo, pensó Patrik, teniendo en cuenta que no paraba.
—No, al menos no lo recuerdo.
—¿Le pareció asustado? ¿Como si se sintiera amenazado y tratase de ocultar algo?
—Pues no sé, eso no lo recuerdo. Pero como decía, han pasado varios meses y han sido muchos los pacientes desde entonces. Tendrán que preguntar a los responsables de la investigación.
—¿Recibió alguna visita mientras estuvo ingresado?
—Puede ser, pero por desgracia, de eso no sé nada.
—Bueno, en fin, gracias por atendernos —dijo Patrik levantándose—. ¿Esto son copias? —preguntó señalando la carpeta.
—Sí, puede llevárselas —dijo Nils-Erik Lund ya de pie.
Cuando salían, Patrik tuvo una idea.
—¿Le hacemos una visita a Pedersen? Puede que ya tenga algo de lo nuestro.
—Claro —dijo Paula.
Siguió a Patrik que, en esta ocasión, sí parecía orientarse bien por los pasillos. Aún notaba cierto malestar. Estaba convencida de que la visita al depósito lo arreglaría todo.
¿A
qué dedicaría su vida ahora? Signe se había levantado, había preparado el desayuno y luego el almuerzo. Ninguno de los dos probó bocado. Pasó la aspiradora por la planta baja, lavó las sábanas y preparó un café que no se tomaron. Hizo todo lo que solía hacer, en un intento de imitar la vida que llevaban hacía tan solo unos días, pero era como si estuviera tan muerta como Matte. Lo único que conseguía era desplazar por la casa un cuerpo sin contenido, sin vida.
Se desplomó en el sofá. El cable de la aspiradora cayó al suelo, pero ninguno de los dos reaccionó. Gunnar estaba en la cocina. Allí se habían pasado el día. Como si se hubieran cambiado los papeles. Ayer aún podía moverse, mientras que ella solo con un esfuerzo de voluntad enorme lograba que los músculos colaborasen con el cerebro adormecido. Hoy era él quien permanecía inmóvil, en tanto que ella trataba de llenar el vacío del corazón moviéndose con una actividad febril.
Clavó la vista en la nuca de Gunnar y, como en tantas otras ocasiones, reparó en que Matte había heredado exactamente el mismo remolino abajo, donde quedaba el borde del cuello de la camisa. Ya nadie lo transmitiría al pequeño de pelo rizado con el que ella tantas veces había soñado despierta. O a la niña, claro. Niño o niña, eso era lo de menos, cualquiera de los dos habría sido igual de bien recibido, con tal de que ella hubiera tenido a alguien a quien mimar, a quien dar caramelos antes de la comida y montones de regalos por Navidad. Un pequeñín con los ojos de Matte y la boca de otra persona. Porque también había soñado con eso, con ver un día a la mujer a la que llevaría a casa. ¿Cómo sería? ¿Conocería a alguien que se pareciera a ella, o más bien que fuera su opuesto? Desde luego, no podía negar que sentía una gran curiosidad, pero habría sido muy buena con ella de todos modos. No una de esas suegras terribles de las que a veces oía hablar, sino una nada entrometida, solo dispuesta a hacer de canguro cuando quisieran.
Bien era verdad que había empezado a perder la esperanza poco a poco. En alguna ocasión incluso se había preguntado si las inclinaciones de Matte no serían otras. A ella le habría supuesto un esfuerzo de adaptación, y habría sido una pena por lo de los nietos, pero también se habría alegrado. Ella solo quería que fuera feliz. Pero no apareció nadie, y ahora la esperanza se había esfumado para siempre. Nunca vería al rubito al que darle a hurtadillas un caramelo antes de comer. Ni regalos navideños inútiles, de los que hacían mucho ruido y se rompían al cabo de unas semanas. Nada, salvo el vacío. Los años se presentaban ante ellos como una carretera desierta. Miró a Gunnar, inmóvil junto a la mesa. ¿A qué dedicarían su vida ahora? ¿A qué dedicaría ella su vida?
-C
ómo te habría gustado ir a Gotemburgo, ¿eh?
Annika levantó la vista de la pantalla y se quedó mirando a Martin. Era su protegido en la comisaría, y entre ellos había un vínculo.
—Pues sí —confesó Martin—. Pero esto también es importante.
—¿Quieres saber por qué Patrik se ha llevado a Paula? —dijo Annika.
—Bah, no tiene importancia. Lógicamente, Patrik puede elegir a quien quiera —respondió Martin un tanto mustio. Antes de que llegara Paula, él casi siempre había sido la primera elección de Patrik. En honor a la verdad, quizá se debía al hecho de que la comisaría no contaba con nadie mejor que ofrecer, pero no podía negar que se sentía herido.
—Patrik ve a Paula algo tristona y yo creo que quiere que tenga otra cosa en la que pensar.
—Vaya, pues no me había dado cuenta —dijo Martin con un punto de remordimiento—. ¿Tú sabes qué le pasa?
—No tengo ni idea. Paula no es muy habladora, pero estoy de acuerdo con Patrik, algo le ocurre. No es la de siempre.
—Ya, bueno, por lo que a mí respecta, la sola idea de vivir con Mellberg acabaría conmigo.
—Sí, desde luego —rio Annika, pero enseguida se puso seria otra vez—. De todos modos, yo creo que no tiene nada que ver con eso. Habrá que dejarla tranquila, hasta que ella misma quiera contarlo. Pero ahora ya sabes por qué Patrik se lo ha pedido a Paula.
—Gracias.
Martin se sentía aún algo avergonzado por lo inmaduro de su reacción. Se trataba de sacar adelante el trabajo, no de quién lo hacía.
—Bueno, ¿nos ponemos manos a la obra? —dijo irguiéndose en la silla—. Estaría bien que recabáramos un poco más de información sobre Sverin para cuando vuelvan.
—Me parece una buena idea —respondió Annika, y empezó a teclear.
-¿P
iensas en él en algún momento?
Anders daba sorbitos de café. Vivianne y él habían quedado para almorzar en el Lilla Berith, cosa que hacían casi a diario para librarse del jaleo de las obras de Badis.
—¿En quién? —respondió Vivianne, pese a que debía de imaginarse perfectamente a quién se refería. Lo había advertido en lo fuerte que la vio agarrar la taza de café.
—En Olof.
Siempre lo llamaban por el nombre de pila. Él había insistido en que así lo hicieran y otra cosa les habría parecido antinatural. No merecía otro tratamiento.
—Pues sí, a veces.
Vivianne miraba el césped, fuera del restaurante Galärbacken. El pueblo empezaba a despertar a la vida. Había más gente en movimiento y era como si Fjällbacka empezara a desperezarse, a estirar las articulaciones y a prepararse para la invasión. El verano exigía una adaptación radical en relación con el sopor en que el pueblo se encontraba inmerso el resto del año.
—¿En qué estás pensando?
Vivianne se volvió hacia él y lo miró con encono.
—¿Por qué me hablas de él ahora? Ya no existe. No significa nada.
—No lo sé —respondió Anders—. Fjällbacka tiene algo… No sé por qué, pero aquí me siento seguro. Lo bastante como para pensar en él.
—Bueno, no te acomodes demasiado. No nos quedaremos aquí mucho más tiempo —respondió ella cortante, aunque enseguida se arrepintió del tono. No estaba enfadada con Anders, sino con Olof, y por el hecho de que Anders hubiera empezado a hablar de él en ese momento. ¿Para qué? Pero respiró hondo y decidió responder a su pregunta. Él la había apoyado, la había seguido a todas partes y había sido su sostén en la vida: lo menos que podía hacer era responderle.
—Pienso en lo mucho que lo odio. —Notó que se le tensaban las mandíbulas—. Pienso en el daño que ha hecho, y en lo mucho que ha destrozado, en lo mucho que me ha arrebatado a mí, a los dos. ¿Tú no piensas en ello?
De repente, sintió miedo. El odio hacia Olof siempre los había unido. Era el aglutinante que los mantenía juntos, impidiendo que tomaran caminos separados en la vida, y les había permitido encajar conjuntamente éxitos y fracasos. Principalmente, fracasos.
—No lo sé —dijo Anders volviendo la vista al mar—. Quizá ya sea hora de…
—¿Hora de qué?
—De perdonar.
Ahí estaban. Esas palabras, que ella no quería oír, la idea en la que no quería pensar. ¿Cómo podrían perdonar a Olof? Les había robado la infancia, los había convertido en unos adultos que se aferraban el uno al otro como barcos naufragados. Él era la fuerza motriz de cuanto habían hecho y de lo que aún seguían haciendo.
—He estado pensando mucho en eso últimamente —continuó Anders—. Y no podemos seguir así. Estamos huyendo, Vivianne. Huimos de algo de lo que no podemos librarnos, porque está aquí dentro —dijo señalándose la cabeza con una mirada penetrante y resuelta.
—¿Qué estás tratando de decirme? No irás a echarte atrás, ¿verdad? —Vivianne sintió el escozor de las lágrimas en los párpados. ¿Acaso iba a abandonarla ahora? ¿A traicionarla, igual que Olof?
—Es como si anduviésemos siempre tras el caldero de oro al pie del arcoíris en la creencia de que Olof desaparecerá tan pronto como lo hayamos encontrado. Pero yo empiezo a tener cada vez más claro que es en vano. No encontraremos nunca ese caldero, porque no existe.
Vivianne cerró los ojos. Recordaba muy claramente la suciedad, los olores, las personas que iban y venían sin que Olof estuviera allí para protegerlos. Olof, que los odiaba. Incluso se lo decía abiertamente, que no deberían haber nacido nunca, que los había tenido en castigo por sus pecados. Que eran despreciables, feos y malos, y que eran la causa de la muerte de su madre.
Volvió a abrir los ojos de pronto. ¿Cómo podía hablar Anders de perdón? Él, que se había interpuesto en tantas ocasiones, que la había protegido con su cuerpo, recibiendo así los peores golpes.
—No quiero hablar de Olof —afirmó con voz quebrada por el esfuerzo de contenerse. La inundaba el terror. ¿Qué implicaba el hecho de que Anders hablara de perdón, cuando no había perdón que conceder?
—Yo te quiero, hermanita —dijo Anders acariciándole la mejilla. Pero Vivianne no lo oía. Un sinfín de recuerdos tenebrosos le zumbaba ruidosamente en los oídos.
-V
aya, qué sorpresa, una visita de lo más distinguida. —Tord Pedersen los miraba por encima de las gafas.
—Sí, nos pareció que más valía que la montaña fuera a Mahoma —dijo Patrik con una sonrisa, y se acercó a estrecharle la mano—. Esta es mi colega, Paula Morales. Hemos estado en el Sahlgrenska, haciendo algunas averiguaciones acerca de Mats Sverin. Y hemos pensado aprovechar para preguntarte cómo te va.
—Os habéis adelantado un poco —dijo Pedersen meneando la cabeza.
—¿No tienes nada todavía?
—Bueno, he podido echarle un vistazo.
—¿Y qué opinas?
Pedersen se echó a reír.
—Yo creía que lo peor que me podía pasar era tener a Patrik agobiándome a todas horas.
—Perdón —dijo Paula, aunque mirando a Pedersen como si siguiera esperando una respuesta.
—Bueno, venid, vamos a mi despacho.
Pedersen abrió una puerta que había a la izquierda.
Lo siguieron y se sentaron delante del escritorio. Pedersen se sentó enfrente y cruzó las manos.
—Tras una inspección ocular externa, solo puedo decir que la única lesión evidente es un agujero de bala en la nuca. En cambio, se aprecian una serie de lesiones ya curadas que parecen bastante recientes y que, seguramente, le causaron cuando le agredieron hace unos meses.
Patrik asintió.
—Sí, de eso hemos estado hablando en el hospital. ¿Cuánto crees que llevaba muerto?
—No más de una semana, diría yo. Pero eso lo dirá la autopsia.
—¿Tienes idea de qué tipo de arma utilizaron? —preguntó Paula inclinándose en la silla.
—La bala sigue en la cabeza, pero en cuanto la haya extraído, podréis haceros una idea, siempre y cuando se encuentre en un estado aceptable.
—Ya —dijo Paula—, pero tú habrás visto infinidad de heridas de bala. ¿No tienes ni idea? —insistió, evitando conscientemente hablar de lo que indicaba el casquillo, pues quería oír la opinión de Pedersen.
—Otra que no se rinde —rio Pedersen, que parecía casi entusiasmado—. Si me prometéis que vais a considerarlo como la suposición que es, yo diría que seguramente se trata de una nueve milímetros. Pero ya os digo que es una suposición, puedo estar equivocado —aseguró, haciendo un gesto de advertencia con el dedo.
—Lo comprendemos —dijo Patrik—. ¿Cuándo podrás hacer la autopsia para que tengamos la bala?
—Veamos… —Pedersen se volvió hacia el ordenador e hizo clic con el ratón—. La autopsia está programada para el lunes de la semana que viene. Así que tendréis el informe el miércoles.
—¿Y no puede ser antes?
—Lo siento. Hemos tenido un mes de perros. Han caído personas como moscas, a saber por qué, y además, dos empleados están de baja indefinida por enfermedad. Estrés laboral. Este trabajo produce ese efecto en ciertas personas —aclaró Pedersen, dejando muy claro que él no se consideraba perteneciente a esa categoría.
—Bueno, no parece que tenga mucho remedio. Pero me llamarás cuando sepas algo más, ¿verdad? Y doy por hecho que la bala llegará lo antes posible al laboratorio, ¿no?
—Por supuesto —respondió Pedersen, ligeramente ofendido. Es cierto que estamos un poco sobrecargados en estos momentos, pero hacemos nuestro trabajo a la perfección.