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Authors: Eduardo Mendicutti

Mae West y yo (19 page)

BOOK: Mae West y yo
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-No tengo aquí a mis chicas -se excusó Felipe-. Han preferido quedarse en Madrid, haciendo su vida.

-¡Tenemos a Pinki! -dijo Vero-. ¿Verdad, Candela, que vamos a prestarle a Pinki al tío Felipe, para que Pinki hable?

Pinki crujió un poco, Candela no tenía ninguna piedad con sus huesecillos, ni con sus pulmones, la pobre Pinki empezaría a boquear, asfixiadísima, sólo con que Candela la estrujase contra su pechito chino un poco más.

-No conozco a Pinki -Felipe, hablando como se supone que hay que hablarle a una niña de cinco años, se resistía al numerito ventrílocuo propuesto por sus hermanas-. No conozco su carácter, su personalidad, sus sentimientos, sus gustos.

«Tiene toda la pinta», le susurré a Felipe, «de que le guste jugar a los médicos con la parte sensible de sus compañeritos de clase. Segurísimo.»

-Le gustan los espaguetis, ¿verdad, Candela? -Vero parecía haber sufrido una regresión psicopática al parvulario, por cómo le hablaba a Candela para tratar de convencerla, pero Candela no decía ni que sí ni que no-. También le gustan los dibujitos animados, los vestiditos de hada, los lápices de colores, la plastilina y las chuches, aunque las chuches tiene que comerlas con moderación para no ponerse mala de la barriguita, ¿verdad, cariño?

Candela miraba a Felipe como si aquel señor que hablaba de pronto igual que los dibujos animados hubiese venido para llevarse adoptada a Pinki.

-¿De verdad que no te has traído ni a Mae West, ni a Marlene Dietrich, ni a Marilyn Monroe? -preguntó Marisol, muy decepcionada-. Qué lástima, son divertidísimas.

«Marilyn y Marlene no son divertidísimas», protesté yo, sólo para Felipe, «una es adorable y la otra es ácida, pero no son divertidísimas.»

-No aptas para menores -advirtió Fede, severo.

-Mola -dijo Adrián-. ¿Esas señoras quiénes son, tío?

-Unas frescas -zanjó Vero-. Aquí la que va a hablar como un señorita educada en un colegio del Opus, que nuestro dinero nos cuesta, es Pinki, ¿verdad, mi vida?

En ese momento, Candela hizo algo inesperado: estiró su bracito chino, todo lo que daba de sí, hacia Felipe, ofreciéndole incondicionalmente a Pinki. Felipe no pudo resistirse a tanta entrega y confianza.

-Está bien -dijo-, a ver cómo se porta Pinki.

Todos aplaudieron. Todos menos Candela, que permanecía seria como un soldado de terracota chino.

Felipe agarró con dos dedos a Pinki por los tobillos y la obligó a hacer monerías, reverencias, saltitos de contento, contoneos picarones. Todos sonreían encantados, menos Candela y yo. A mí Pinki me recordaba de repente a Claire Bloom, la de
Candilejas,
que iba de mosquita muerta y luego no se conformaba con cualquier cosa la señoritinga, y Candela había fruncido un poco su diminuto entrecejo de porcelana Ming, como preguntándose de dónde habría salido aquella lagarta.

-¡Hola, Pinki! -dijo Felipe, y luego cerró los labios y Pinki se puso eléctrica y parlanchína y dijo:

-¡Hola a todos!, ¿cómo están ustedes? -«¡Bieeeen!», contestó a coro la familia entera, menos Candela, que empezaba a estar descompuesta-, qué casa más chula, qué rico estaba todo, ¿verdad?, cómo cocina la tía Carmeli, cocina para chuparse los dedos, los espaguetis estaban más ricos que las chuches, ¡vivan los espaguetis de la tía Carmeli!

-¡Vivan! -corearon todos, menos Candela, que daba la impresión de estar a punto de vomitar los espaguetis uno por uno.

-Si sois buenos, le vamos a decir al tío Felipe que nos lleve después a ver las tiendas de Villa Horacia, hay una que tiene unos pasteles riquísimos -dijo Pinki.

-¡Bieeeeen! -corearon todos, menos Candela, que estaba claro que no se fiaba nada de aquella Pinki.

-Pinki -dijo Robert, el hijo mediano de Vero y Vicente-, pregúntale al tío Felipe a quién va a dejarle el dinerito cuando se muera. Mamá dice que a lo mejor se lo deja todo a Candela, que para eso es su padrino.

Todo el mundo se quedó helado, pero enseguida se oyeron risitas y Vero dijo:

-Ay, niño, de eso no se habla. Además, ¿quién ha dicho que el tío Felipe se va a morir, no ves lo requetebién que está?

Felipe sonrió con esa retranca con la que sonreía Bette Davis, en sus papeles de mala malísima, y Pinki dijo:

-El dinerito es como el Príncipe Azul, viene y se va.

-¡Pinki habla! -exclamó Vero, atropellada y con tanto entusiasmo como el de la Metro cuando empezó el sonoro y por todas partes anunciaban «¡Garbo habla!». Se estrenaba
Anna Christie,
la primera película en la que Greta Garbo hablaba; como un grillo, las cosas como son, pero hablaba.

Dijo Pinki:

-Todo estaba riquísimo, sobre todo el tocino de cielo, ¡pero a mí no me habéis dejado ni probarlo! -a Pinki le salió la frasecita en un tono que parecía dar a entender que estaba dispuesta a vengarse, lo que hizo que a Candela se le saltaran las lágrimas, y Felipe, alarmado, trató de rebajar la tensión y dijo:

-No te preocupes, Pinki, Carmeli va a hacer enseguida un tocino de cielo sólo para Candela y para ti, ¿verdad, Carmeli?

-Claro que sí -dijo Carmeli, en un tono tontorrón de
nurse
melindrosa que no le pegaba nada, muy a lo Julie Andrews en
Mary Poppins,
pero Pinki nos había salido rencorosa, porque dijo:

-Candela no me ha dado ni un mordisquito, así que el tocino que haga ahora la tía Carmeli será para mí y sólo para mí.

-Uhhhhhh -la abuchearon Robert, el hijo mediano de Vero y Vicente, y Adrián, el hijo único de Marisol y Fede. Candela parecía ya Fay Wray delante de King Kong.

-Ay, cariño -le dijo Vero a Candela, y la niña se apartó bruscamente cuando su madre trató de hacerle una carantoña-, yo creo que Pinki nos está saliendo un poco egoísta, vamos a tener que castigarla a escribir cien veces «no seré egoísta y compartiré con Candela el tocino de cielo». ¿Verdad, cariño?

Candela tenía apretada toda la cara, como un soldado chino de carne y hueso a punto de atacar a los soldados enemigos. Felipe había empezado a sudar, y Candela también.

-A ver, Pinki, prométele a Candela que vas a compartir con ella el tocino de cielo -dijo Felipe, conciliador, y luego cerró y apretó los labios y Pinki dijo:

-Y un jamón. Si quiere probar el tocino de cielo, va a tener que morderme la lengua.

Candela se puso a temblar como si le hubiera subido de golpe la fiebre y Vero, angustiadísima, se apresuró a ponerle a la chiquilla la mano en la frente.

-Ay, por Dios, esta niña se ha puesto mala, está sudando de calentura, qué salvaje eres, Felipe, qué salvaje.

Vero estaba indignada con su hermano. Felipe se había quedado mudo, con los labios apretados, pero más desconcertado que asustado o arrepentido.

-Pinki se come a las niñas -dije yo con mi voz grave, pastosa, medio aguardentosa, y todo el mundo me oyó-. Se las come crudas.

Candela, aterrorizada, se libró a tirones de los brazos amorosos y protectores de Vero y salió corriendo como loca, y luego costó Dios y ayuda encontrarla, porque se había escondido debajo de la cama del dormitorio de invitados, y Vero no paraba de poner como los trapos a Felipe, y él no hacía más que pedir perdón, perdón, perdón, no sé cómo ha podido ocurrir, se me ha escapado la voz de Mae West, de verdad que se me ha escapado, qué horror, cuánto lo siento, lo siento muchísimo, pero Vero le recordó que no sólo había sido mi voz, que con lo que había hecho decir a Pinki también se había despachado a gusto, qué tranquilo te has quedado, ¿verdad?, por Dios, ¿dónde se habrá metido esta niña?, y todos llamaban a Candela como llamaban a Garbancito en el cuento de Garbancito, y cualquiera diría que a Candela también se la había comido un buey, hasta que su hermano Robert dio con ella debajo de la cama, pegada a la pared, acurrucada, tiritando de miedo, o de frío, o de las dos cosas, está helada, dijo su madre, vámonos ahora mismo, Vicente, vámonos de aquí, y toda la familia se fue como si tuvieran que escapar del diablo, y les siguieron enseguida Marisol y Fede y su hijo Adrián, casi sin despedirse, pero más atónitos que enfadados o escandalizados, y Adrián dijo:

-Cómo mola.

Por la noche, Felipe intentó hablar con su hermana Vero, pero ella no le contestaba las llamadas, como el ingrato de Thiago. Hace días que no llamo a Thiago, dijo Felipe, y entonces llamó a Marisol, y ella sí respondió, Marisol también estaba indignada, que qué demonios le había pasado, Vero ha jurado no volver a hablarte en la vida, yo ya advertí que no conocía el carácter de Pinki, dijo Felipe, y Marisol le dijo que no fuera imbécil, por favor, que no saliera ahora con aquella patochada, la pobre Candela lleva toda la tarde delirando, medio adormilada, pero con pesadillas, no quiere ver a Pinki ni en pintura, se pone a chillar como una posesa, dice que Pinki quiere comérsela cruda, Vero ha tenido que quemar a Pinki delante de la niña, como lo oyes, a esta niña va a quedarle un trauma de por vida, pesadillas va a tener con esa Pinki hasta que se muera, ¿cómo has podido ser tan cruel, Felipe?, ¿qué ventolera te ha entrado?, esa criatura es un ángel, chino, pero un ángel, y Felipe no hacía más que repetir lo siento, lo siento, lo siento, y luego, cuando terminaron la conversación, porque Marisol le dijo que Fede le estaba haciendo gestos con los dedos para que cortase, ya sabes cómo es, y que ya hablarían más despacio, que ya le llamaría ella, más adelante, Felipe me dijo que no volviera a abrir la boca o pedía que le operasen aunque no sirviera de nada, sólo para librarse de mí. Entonces sonó su teléfono. Llamada sin número. Felipe decidió que él sería ahora el que no contestase.

Yo: «Un aroma pegajoso»

16 de julio, viernes

Anoche apenas pude conciliar el sueño. Quizás dormí bien un par de horas nada más acostarme muy pronto, porque estaba agotado por culpa del ajetreo y de las wagnerianas emociones de la comida familiar, pero el resto de la noche, hasta las siete de la mañana, se me fue confusamente en duermevela, con la boca seca, una continua necesidad de ir al baño a pesar de haber olvidado tomarme durante el día todas esas pastillas que deben aligerar el flujo urinario, la cabeza embotada y la imagen de la pobre Pinki ardiendo como una bruja medieval ante la mirada china y aterrorizada de Candela. Me levanté cansado, destemplado, con los ríñones doloridos. Estuve un buen rato moviéndome por toda la casa porque sé que ese trasiego matinal me ayuda a vaciar del todo la vejiga -saqué algunas prendas del cesto de la ropa sucia y las metí en la lavadora, aunque no la puse en marcha; guardé en el armario los pantalones que había llevado el día anterior y saqué otros para hoy; abrí todas las ventanas de la casa y deshice la cama, para hacerla más tarde, porque nunca me ha gustado que me la haga la asistenta, a veces incluso en los hoteles la deshago y la vuelvo a hacer a mi gusto-, antes de encerrarme en el cuarto de baño. Luego, me hice la cama y el desayuno y me senté con el café y las tostadas con un chorreón de aceite en el cuarto de estar chico. Marcos me dejó los periódicos dos minutos después de las ocho y media. Casi a la vez, otro chico pasó en bicicleta por la acera de enfrente, tirando los periódicos por encima de las verjas de los chalés. No era Borja.

-A lo mejor también ha desaparecido -dijo Mae West-. Debe de ser cosa de familia.

-Te he dicho que no vuelvas a abrir esa bocaza, o me opero y me libro de ti de una maldita vez.

Desde luego, no eran horas para presentarme en casa de Pilar y preguntarle si ocurría algo -no podía olvidar el «menudo marrón, joder», del chico-, aunque la lámpara de pie que ella tenía junto al ventanal estaba encendida y yo sabía que la había apagado a las once y media la noche anterior. Vigilar es a veces inventar la vida del otro, releer el diario desde esa vida inventada.

La Voz del Sur
publicaba un reportaje fotográfico de Paco Luna sobre una fiesta en el club de golf, con nutrida asistencia de distinguidos veraneantes de El Puerto y de Jerez que, junto a los más destacados residentes en Villa Horacia Village & Resort, animaron una velada inolvidable. Paco Luna es único como cronista del gran mundo local. Ni una palabra sobre el caso Meneses.

A las nueve y cuarto llegó Carmeli y lo primero que preguntó fue:

-¿Hay parte de guerra?

-Ha muerto Pinki -dije-. Carbonizada. Mi hermana Vero la quemó por boquisuelta y, sobre todo, porque Candela no la puede ni ver y tiene pesadillas en las que Pinki se la come cruda.

-Esa chiquilla va a terminar para el médico de los nervios -diagnosticó Carmeli-. Hoy habrá almuerzo sencillito, te advierto, que el cuerpo de casa tiene mucha trabajera después de los Sanfermines que organizó aquí la parentela. Hay que ver cómo está todo.

Me fui detrás de Carmeli, con la bandeja del desayuno.

-Me da pena la chiquilla, la verdad -reconocí-. Y me parece bien que a la dichosa Pinki la hayan incinerado viva.

-Pinki no tuvo ninguna culpa -Carmeli había empezado a sacar del friegaplatos toda la vajilla mortificada en la comida familiar y la iba colocando, en perfecto orden, en las vitrinas del aparador.

-Ya lo sé -admití-, la culpa la tuve yo. Se me fue la lengua de Pinki. Y la de Mae West.

-Tú tampoco tienes toda la culpa. ¿Qué hace Vero hablando con los niños de a quién le vas a dejar el dinerito? Si ese niño no escuchara en casa lo que oye, no le habría pedido a Pinki que te lo preguntase.

-Vale -dije-. Tú crees que por eso a mí se me escapó la lengua de Pinki. Y la de Mae West.

-Como me llamo Carmeli. Y te diré, para que no te pongas ahora a comerte el tarro, que a mí no sólo se me habría escapado la lengua.

Yo estaba todavía en bata y era hora de vestirme. Vibró y sonó el móvil en el bolsillo, incluso por la casa lo llevo siempre encima. Era muy temprano para llamar a nadie. No reconocí el número que aparecía en la pantalla. Podía ser Marisol, o alguno de mis cuñados, para seguir mortificándome. O Investigaciones Hernando, si había ocurrido algo con Borja y lo sabía. Era Marita Castells.

-Perdona la hora -dijo-, pero Marcos me ha dicho que madrugas. Acabo de abrir y quería decírtelo enseguida. Gonzalo Aresu murió anoche, es increíble, con lo bien que estaba, porque estaba divinamente, ¿verdad?, tú mismo lo viste, qué horror, se desmayó al ir a entrar en su casa, parece que le dio un colapso general y en el hospital de Jerez no han podido sacarlo adelante.

-Vaya, cuánto lo siento -noté que empezaría enseguida a sudar, y sabía que no era por el disgusto de la muerte de Aresu, era porque la muerte estaba allí, repentina, tan cerca, tan inesperada, la muerte de alguien amenazado por una enfermedad grave, pero que al parecer se encontraba bien, y con buen humor-. No he visto la noticia en el periódico.

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