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Authors: Eduardo Mendicutti

Mae West y yo (18 page)

BOOK: Mae West y yo
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Rodeé la mesa y le di un beso en la mejilla, un beso que, de haber terminado ya el decapeptyl de hacer su trabajo, y de haberme puesto yo en manos de Elizabeth Arden, no le habría dejado una marca de carmín, se la habría incrustado en el encantador moflete. En ese momento, sonó el timbre de la puerta.

-Alguien encantador -dije-. Supongo.

Pero era Borja. Estaba en la puerta, nervioso, con cara de haberse enfadado con el universo entero, preguntándome a bocajarro si seguía allí su madre, ordenándome que la avisara, mirando por detrás de mi hombro, exigiéndole a Pilar cuando la vio aparecer por el pasillo:

-Vámonos. Menudo marrón, joder.

Pilar me miró avergonzada, ruborizada, con esa cara de pena que a mí siempre me ha gustado tanto en las chicas. Fue inútil que ella le preguntara al muchacho qué ocurría, Borja sólo sabía repetir vámonos, joder. Debía de haberle pasado algo -«menudo marrón, joder»- que no tendría nada que ver con el hecho de que Pilar estuviera en mi casa. Marelisa, la asistenta ecuatoriana, le habría dicho dónde encontrarla. Antes de darse la vuelta, Borja me miró desafiante y me enseñó su móvil, pensé que me amenazaba con algo. Quizás me reprochase no haber contestado a sus llamadas. Quizás estuviera pensando en chantajearme. Pobre muchacho. ¿No iba a comunicarse conmigo mediante sms? Pilar ni siquiera se despidió de mí. Siempre me han gustado las chicas que parecen desvalidas. Como aquella muchacha finlandesa a la que yo intentaba consolar de los desdenes de un morenazo tarambana, de Alicante, muy guapo, que compartía conmigo la habitación del primer hostal en el que me hospedé cuando llegué a Madrid.

Ella: «Marilyn y Marlene no son divertidísimas»

15 de julio, jueves

Siempre igual, dijo Felipe, descompuesto, siempre improvisándolo todo, ninguna de las dos puede negar de quién es hija, a mi padre se lo llevaban los demonios cuando mi madre hacía lo mismo, mi madre decía de pronto, como la cosa más natural del mundo, he pensado que hoy nos vamos a comer a casa de los abuelos, hala, o a casa de tía Angelita, o a Villa Horacia, seguro que están encantados, voy a avisarles, y de las tres posibilidades que se le habían ocurrido sobre la marcha siempre funcionaba alguna, por lo general Villa Horacia, tía María Bonasera y tía Enriqueta comían como pajaritos, ¿te acuerdas?, le dijo a Carmeli, pero echaban mano de tu hermana Rosario para que improvisara algún guiso que darle a aquella patulea que les invadía el comedor como reclutas hambrientos, mi padre casi siempre se desmarcaba y se iba por ahí, a tapear, para no tener que pasar el bochorno que le daba invitarse por las buenas a casa ajena, con tantísimo descaro. Carmeli, muy a lo Maureen O'Hara en las películas de vaqueros, le dijo que no se apurase, que allí estaba ella, y que si hacía falta se quedaba un poco más, a servir y a recoger y a poner el friegaplatos después de la comida, que a lo mejor Felipe tenía con ella un detallito, una propinita, que estaba muy necesitada, y que de paso veía también a Marisol y a Vero, que hacía siglos que no sabía nada de ellas, a Marisol todavía me la tropiezo alguna vez por el pueblo, de higos a brevas, el último día que la vi la encontré de buen año, qué alegría, pordiós, esas carnes, yo que parezco la radiografía de un suspiro, pero a Vero, con eso de que vive en Sevilla, yo creo que no la veo desde que se casó, que no tuvo el detalle de invitarme a la boda, pero sí de contratarme para que la ayudase en todo lo del banquete, ella tuvo un banquete muy original, en el cortijo de sus suegros, todo muy artesanal y baratito, supongo, pero muy bien de todo, no faltó de nada, es lo que tiene aviártelas por tu propia cuenta, que puedes gastar en buen género lo que no te gastas en parafernalias.

Marisol llamó ayer por la noche y pilló a Felipe bajo de reflejos, todavía dándole vueltas a la visita de la mujer de la carita triste y a la aparición del marmolillo en plan James Dean en
Rebelde sin causa,
y no fui capaz de mandarla a freír espárragos, que es lo que tenía que haber hecho, le dijo después a Carmeli, que Vero y Vicente, con los niños, con los dos pequeños, que al mayor lo tienen en Irlanda aprendiendo inglés, le dijo Marisol, estaban en su casa pasando unos días, ya sabes cómo es Vero, se presenta en la puerta con las maletas y la familia al completo y haznos un hueco que nos apetece horrores pasar con vosotros una semanita, eso dijo Marisol, como si ella no hiciera lo mismo cuando le sale de la fiambrera, como dice Carmeli, y Vero no tenía ni idea de que estuvieras aquí, hay que organizar una comida familiar, me dijo, le llamas ahora mismo y que nos invite mañana a comer, a todos, que eche mano de sus habilidades de diplomático y de la cuenta corriente, que bien hermosa la tendrá, eso me ha dicho, y que nos prepare un almuerzo digno de una embajada. No me dejó inventarme excusas, Carmeli, ni siquiera la más de cajón, que no podía llamar por la noche para que los convidase a todos a comer al día siguiente, ya ves,
miss
West, me dijo, yo digo «convidar» y no «invitar», y yo le dije que Vivien Leigh también era de las de nariz empinada y que ya sabía cómo terminó, toreada por un gigoló que iba de romántico en
Esplendor en la hierba.
Luego, nada más decirle a Marisol que sí, que de acuerdo, y en cuanto cortó la llamada, Felipe se puso a sudar a mares y a maldecir a aquellas dos botarates que tenía por hermanas y llamó a Carmeli a su casa y le dijo que algo tenían que hacer, y entonces fue cuando le tranquilizó, tú no te agobies, picha, tu Carmeli se encarga de todo, mañana, aunque llegue un poco tarde a tu casa, compro en Barbiana un kilo de papas aliñadas, que las hacen riquísimas y las ponen de tapas pero también las venden para llevar, y me paso por El Larguito y compro un redondo grande de temerá y después te lo hago mechado y con una salsa de pimientos de chuparse los dedos, que me sale todo buenísimo, y a los niños les preparo una montaña de espaguetis con berberechos de lata, que siempre les encanta, y vas a quedar como un príncipe. La verdad es,
miss
West, me reconoció Felipe, que Marisol, nada más llegar yo a Villa Horacia, me anunció que algún día teníamos que quedar, que desde que mamá murió cada vez nos costaba más encontrar el momento para nuestras comidas familiares, pero que habría que esperar a que Vero volviese de Irlanda, adonde había ido para ver a su niño, aunque estaba desaconsejadísimo hacerlo, que buena parte del secreto de los buenos resultados de la inmersión de tres meses en inglés nativo, dijo Marisol, estaba en que el niño se acostumbrase a arreglárselas por su cuenta. Encanto, le dije a mi hombre, una vez hice una inmersión con un auténtico marino inglés, mucho más inglés pero igual de guapo que Clark Gable o Marlon Brando o Mel Gibson en
El motín del Bounty,
y salí hablando con acento
british
hasta por el periscopio.

Qué besos, qué abrazos, como si se hubieran salvado todos del naufragio del
Titanic
por haber llegado tarde al embarque, sólo faltaba esa canción pesadísima de Celine Dion como música de fondo, y Vero dijo que le veía divinamente, ¿a que sí, cariño?, se lo decía montones de veces a su esposo, porque Vero siempre llama mi esposo a su marido, con mucho retintín, eso sí, ¿a que está estupendamente?, yo creo que no puedes tener eso tan malo que dices que tienes, Felipe, por Dios, estás mejor que nunca, hasta has adelgazado, qué tipín, y Carmeli dio un respingo y puso cara de Peter Sellers en
La pantera rosa
la primera vez que oyó a Vero hablar de esa cosa tan mala que por lo visto tenía Felipe, ¿verdad que el tío Felipe está como una rosa, Candela?, y Candela, una niña china de cinco años, adoptada, claro, decía que sí, mientras abrazaba con una agonía casi antipática a su muñeca Pinki, nada china, por cierto. Vicente, el marido de Vero, tuvo que tener una inmersión en toda regla en sus años mozos, y el que tiene retiene, ya se sabe, y se le veía todo el tiempo muy cariñoso con Felipe, achuchón va y achuchón viene, aquí puede haber una
Tempestad sobre Washington,
encanto, le dije a mi hombre, en cuanto se descubra la doble vida de este Don Murray sevillano, que a mí me huele que éste lleva una doble vida en los bares para hombres sensibles, en cuanto se descubra se arma, pero allí estaba él con su señora, porque el tal Vicente llamaba siempre mi señora a su mujer, también con mucho retintín, y con su niño Robert, que Vero le puso el nombre en honor de Robert Redford, y con su niña china adoptada hacía tres años porque Vero sentía de nuevo la llamada de la maternidad, y con sus cuñados Marisol y Fede, y con el hijo de Marisol y Fede, Adrián, que se llama así por el abuelo, el padre de Fede, ¿y nadie se llama Toto?, preguntó Carmeli, porque el padre de Felipe y Vero y Marisol se llamaba Toto, de Emilio, que qué tendrá que ver, y sí, el hijo mayor de Vero y Vicente, el que estaba en Irlanda, se llama Emilio, como su abuelo materno que en paz descanse, pero no le decimos Toto, aclaró Vero, le decimos Emil, más moderno, ¿no? Más moderno y más golfo, dijo su padre.

Felipe ya sabía que le tocaba escuchar todas las barrabasadas que hacía el niño. Es que el niño, en cuanto llegó a Irlanda, se hizo el dueño del pueblo al que ha ido a parar, un pueblo de mala muerte, dijo su madre, pero a Emil le encanta, la segunda vez que le llamamos nos dijo que lo tenía todo dominado, que se lo estaba pasando guay, y yo me eché a temblar, Felipe, me eché a temblar, que conozco a mi hijo, tiene doce años pero es mucho Emil, así que allí me planté y ya he ido dos veces, y eso que está desaconsejadísimo, ya se lo tengo yo dicho y requetedicho, intervino Marisol, hay que dejarle que vuele un poco por su cuenta y que haga una inmersión a tiempo completo en el inglés nativo, que vuele un poco por su cuenta, sí, Marisol, protestó Vero, pero no que se dispare como un esputnik, es que Emil puede terminar poniendo ese pueblo patas arriba, Emil es mucho Emil, sí, corroboró su padre, en el fondo orgullosísimo de su niño, de lo golfete que le había salido la criaturita, que ya se había hecho íntimo de lo peorcito de la juventud local, y eso a la dueña de la casa en la que se hospeda le hace una gracia horrorosa,

Vero estaba escandalizada, menuda señora, tiene el sofá rodeado de botellas vacías de cerveza, vive del paro y los fines de semana se los pasa enteritos fuera de casa y vuelve el lunes, dice Emil, destartalada como si la hubiera atropellado un camión y con una cogorza de campeonato, yo ya le he dicho que debería cambiar al niño de casa, la interrumpió Marisol, pero ¿qué voy a hacer, Marisol?, eso ya está pagado y no me devuelven el dinero, si lo cambio tendría que pagarlo todo otra vez, y no está la crisis para esos dispendios, no está, dijo Vicente, el padre del angelito, y a todos los niveles, ¿eh?, a todos los niveles, mi club de golf se ha quedado en los últimos cuatro meses en media entrada, con eso te lo digo todo, y a mí me consta, dijo Fede, el marido de Marisol, el médico, muy tranquilo, me consta porque lo veo en la consulta, que mucha gente ha tenido que cancelar su seguro médico privado y ha vuelto a los ambulatorios, ahora puedes ver a un Domecq o a un González, de los González Byass, en el ambulatorio y como si tal cosa, menos mal que la gente se sigue poniendo enferma, dijo Vicente, ¿verdad, Felipe, que la gente se sigue poniendo enferma?, que te lo cuenten a ti, Candela, hija, deja ya de estrujar a Pinki, que no le vas a poner los ojos achinados por mucho que la estrujes, por Dios, qué mono es este camiserito, Vero, dijo Marisol, es sencillo pero estiloso, ¿verdad, Felipe?

Cariño, le dije a Felipe,
La familia Addams,
tan desestructurada, es la Familia Real inglesa al lado de esto.

Carmeli se lució. Los niños, incluida la china, dijeron que los espaguetis estaban buenísimos y acabaron con la fuente, y las hermanas y los cuñados de Felipe alabaron mucho el redondo de ternera y la salsa, la salsa es una maravilla, decía Vero, venga a mojar pan, y dieron buena cuenta de las cuatro botellas de manzanilla La Goya que Felipe le encargó a Carmeli que trajera, porque la Barbiana es muchísimo mejor pero pide un paladar sibarita. Las papas aliñadas no fueron un éxito total, están buenas, de sabor están riquísimas, decía Marisol sin parar de servirse papas, pero es que no todas son de Sanlúcar, en los supermercados las mezclan y luego pasa lo que pasa, que las de Sanlúcar se quedan en su punto, jugosas y suaves, y las otras se quedan duras, yo al de mi supermercado se lo tengo dicho, no te compro más patatas hasta que me jures por tu santa madre que todas son de Sanlúcar. No es que una pretenda, le dije a Felipe, aprovechando que todos estaban hablando a la vez, no es que una pretenda que todas las familias felices, pero con sus disgustos, como es natural, sean como la de
Mujercitas,
en la versión de Mervyn LeRoy, que es la buena, pero unas lecciones con Rex Harrison, en la academia de buenos modales que dicen que abrió después de rodar
My Fair Lady,
siempre vienen bien antes de cualquier cásting. La verdad es que me distraen, dijo Felipe, porque Marisol se disculpó de repente por el barullo de los niños, y Vero dijo que eso era lo que a él le hacía falta, una familia en condiciones, y entonces Carmeli, a la que Felipe convenció para que se sentara con ellos a la mesa, aunque apenas probó bocado, se puso sentimental y empezó a recordar los buenos tiempos, cuando Villa Horacia no era este pijerío de cursis con dinero, que la señorita María y la señorita Enriqueta no serían millonarias, pero andaban sobradas y llevaban sus posibles con una discreción y una clase, y siempre estaban ahí si nosotros las necesitábamos, yo nunca he merendado como merendaba entonces con vosotros, aquellas bizcotelas y aquellas tortas de aceite tan ricas, que Juanele iba expresamente a Sanlúcar en el coche de caballos para comprarlas en Casa Pozo, y aquel chocolate que hacía la tata Mercedes, ella no quería saber nada de nosotros, la interrumpió Felipe, ella era muy suya y muy estirada, continuó Carmeli, ella sólo estaba para atender a la señorita Enriqueta, pero hacía un chocolate a la taza de chuparse los dedos y le gustaba darse pisto, así que nos traía el chocolate en un perolo grandísimo y luego ya no quería saber nada, yo siempre tenía que limpiar todo el churreteo que dejabais hasta en el techo, que no me explicaba cómo podían llegar hasta el techo los salpicones de chocolate, y luego Felipe y yo y mi hermano Diego, porque vosotras dos erais muy chicas, nos subíamos a la morera que todavía aguanta delante de la casa grande, aunque le ha entrado una enfermedad que no sé si el pobre árbol lo podrá aguantar, para mí que del invierno que viene no pasa y habrá que cortarlo, y eso sí que no lo quiero ver, dijo, y le temblaba la voz, porque me puedo morir de pena. Felipe, que estaba sentado a su lado, le cogió la mano a Carmeli y la miró cariñosamente a los ojos, y ella tenía las lágrimas saltadas. Pues yo era tan pequeña, dijo Vero, que no me acuerdo de nada, y hoy es la primera vez que entro en esta urbanización, me encantaría dar una vuelta. Es temprano, dijo Marisol, ahora tío Felipe va a hacernos eso que él sabe hacer -sabía hacer, murmuré yo-, y es que habla sin hablar -ah, era eso-, ¿tú sabes lo que hace el tío Felipe, Candela?, hace que hablen los muñecos. Candela estrujó un poco más a Pinki, a aquel paso la pobre Pinki iba a terminar como Mao Tse Tung.

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