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Authors: Nancy Huston

Tags: #Narrativa, #Drama

Marcas de nacimiento (7 page)

BOOK: Marcas de nacimiento
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Desde luego, Sadie es una persona imponente en todos los sentidos. Una vez oí a papá contarle a mamá que cuando él era pequeño su madre pertenecía a la asociación para cuidar la línea Weight Watchers, pero tras el accidente de coche se dio por vencida y dejó que su cuerpo tomara esa forma inmensa y abrumadora que, a su manera, resulta notablemente majestuosa. Ahora come con saña, tal como hace todo lo demás. Su personalidad también es imponente porque le gusta expresar sus opiniones bien alto y claro, de modo que incluso estando en mi habitación en la planta de arriba oigo retazos de su sermoneo, mientras que las respuestas de mamá resultan inaudibles.

«Qué idiotez tan tremenda. ¿A quién se le ocurrió?»

«¿Cuánto pagasteis por esa supuesta operación? ¿¿¿Cómo??? ¿¿¿Cuánto has dicho???»

… y demás. Lo único que tienen en común mamá y Sadie es su amor por mi padre, Randall, aunque sin duda no es el mismo amor; tal como hablan de él, ni siquiera parece que se trate de la misma persona.

Y luego estoy yo, claro.

El amor que me profesa Sadie adopta la forma de llamarme a la galería, donde emplaza su silla de ruedas todas las mañanas a las ocho en punto, y leerme el Antiguo Testamento en voz alta durante dos horas.

—¡Tienes que estructurarle la jornada! —aconseja a voz en grito cuando mamá sugiere que dos horas quizá sea demasiado tiempo—. No puedes dejarlo deambular por la casa haciendo lo que le venga en gana cuando le venga en gana, como comer, echar siestas y ver la tele. ¡Qué régimen tan pernicioso para un niño de seis años! ¡La mente se le va a poner toda blanda y fofa y para cuando vuelva al colegio habrá perdido la ventaja que llevaba a los otros niños!

Algunas historias de la Biblia me resultan aburridas, así que me limito a pasar a otra página de mi cerebro y dejo el salvapantallas en plan «asentir de vez en cuando para demostrar que prestas atención». Otras están sorprendentemente llenas de violencia e ira, destrucción y venganza, me gusta en especial esa en que Sansón se cabrea tanto con Dalila por traicionarlo que arremete contra las columnas del templo hasta que el edificio entero se viene abajo y mata a todo el mundo, él incluido.

—¡Igual que los terroristas suicidas en Israel hoy en día! —comento, orgulloso de demostrar a la abuela que sé algo sobre su país, pero ella salta:

—¡Nada de eso! ¡No es en absoluto lo mismo! —Y reanuda la lectura.

Tras un par de semanas, se le ocurre la idea de añadir lecciones de hebreo a la lectura de la Biblia, pero mamá se opone con rotundidad.

—No quiero que mi pequeño hable hebreo —dice.

—¿Por qué no? —responde la abuela—. Así tendrá algo que hacer, y es una lengua preciosa. Pregúntale a Randall, ¡le encanta!

—¿Randall?

—Sí, ¿te acuerdas? ¿Ese tipo con el que te casaste?

—¿Randall habla hebreo?

—Debo de estar soñando —dice la abuela—. Sabrás que vivió en Haifa un año cuando tenía seis, ¿no?

—Claro que lo sé.

—Y sabrás que fue a la Escuela Hebrea Reali, ¿verdad?

—Sí…

—Y crees que enseñaban en qué, ¿en japonés? ¡Aprobó su examen de ingreso en hebreo tras sólo un mes de clases particulares en Nueva York! Entonces era brillante, sencillamente brillante, y yo estaba absolutamente orgullosa.

—Ya veo —dice mamá.

Tiembla debido a la emoción que le produce toda esta conversación porque sabe que Sadie la culpa de que Randall no sea famoso aún. Siempre se pregunta cómo es que su hijo, tan brillante, pudo casarse con una mujer que no había salido de la costa Oeste de Estados Unidos, no fue a la universidad y no habla ningún idioma extranjero (mientras que la propia Sadie habla dos con soltura y se maneja en muchos más), pero por suerte los reflejos que ha desarrollado mamá en sus seminarios de relajación y relaciones humanas surten efecto y se las arregla para mantener el tipo.

—Escucha, mami —dice en tono de «me estoy controlando»—, entiendo que aprender hebreo le resultara útil a Randall en aquellas circunstancias, pero he de pedirte que tengas presente que eres una invitada en nuestra casa, que es un hogar protestante de habla inglesa. Cuando llegue el momento de que Solly estudie otro idioma, la decisión de cuál sea dependerá de sus padres, no de sus abuelos. Te lo digo con todo respeto, pero quiero asegurarme de que quede claro.

Se vuelve sobre los talones y vuelve a entrar en la casa.

Un rato después empieza a hacer mucho calor en la galería, así que la abuela Sadie entra en casa con su silla de ruedas y empieza a hablar otra vez con mamá. Otro de sus temas favoritos para sermonear a la gente es el de su libro sobre la Segunda Guerra Mundial. Puede parlotear el día entero soltándole a mi madre estadísticas que se remontan a mediados del siglo XX.

—No podré soportarlo mucho más —le dice una noche con voz trémula mamá a papá cuando están a punto de acostarse—. ¿Por qué no puede dejar el asunto en paz, por qué tiene que seguir metiéndome en la cabeza todos esos datos de historia antigua?

Como siempre, papá hace todo lo posible por arreglar las cosas y limar asperezas entre ambas.

—Es su especialidad, Tess —le explica—. Es una de las autoridades mundiales en los orígenes de la arianización. Es posible que para nosotros sea historia antigua, pero ella lo lleva en los tuétanos; para ella es ayer mismo; es ahora; es su madre. Intenta entenderlo, por favor…

—Randall, ya lo entiendo —dice mamá—, pero mi cocina no es una sala de conferencias. Tengo otras muchas cosas en las que pensar ahora mismo, en particular la salud de nuestro hijo, ¡y con eso quiero decir que no puedo soportar que me invadan el pensamiento perpetuamente doscientos mil niños de Europa del Este secuestrados por los nazis en la década de los cuarenta! O esos abominables centros
Lebensraum
o como se llamen…


Lebensborn
, no
Lebensraum.

—¡¡Me importa una…!!

Las maldiciones de mamá resultan más intensas precisamente porque no llega a pronunciarlas. Se produce un inmenso silencio tras la pelea en su dormitorio justo al lado del mío y entonces supongo que se han dormido, y yo también me duermo.

Mamá dice que está al borde de un ataque de nervios, así que papá se toma el día libre para llevarme a San Francisco a ver a un nuevo médico que haga un nuevo diagnóstico, y la abuela Sadie viene con nosotros para que mamá descanse.

El nuevo médico cree que voy camino de recuperarme, pero la cicatriz en la sien es mucho más visible de lo que era el lunar y duda que llegue a desaparecer por completo.

Vaya revés.

Una señal evidente de imperfección en el cuerpo de Sol: eso sí que es un revés.

De regreso a casa me desabrocho el cinturón, me tumbo en el asiento trasero y cierro los ojos.

«Querido Dios…» No sé qué decir; estoy furioso con él.

«Querido presidente Bush: espero sinceramente que salga reelegido en noviembre».

«Querido gobernador Schwarzenegger: ojalá viniera y le arrancara el corazón al médico que me hizo esto. Papá tiene planeado ponerle un pleito, claro, pero costará una fortuna y llevará años. Sería mucho mejor que tomara usted cartas en el asunto y se ocupara de todo con su prontitud habitual».

Papá y la abuela Sadie deben de pensar que me he dormido porque empiezan a hablar en voz baja en los asientos delanteros, así que aguzo el oído. Así es como por fin descubro, aunque es información clasificada, exactamente cómo contribuye mi padre a la campaña de pacificación estadounidense en Irak. Supongo que por muy viejo que seas con veintiocho años, no puedes evitar tener deseos de que tu madre se enorgullezca de ti y te sientas mal si piensa que eres un
nebbish
, una palabra que, según me enseñó ella, significa un cero, un don nadie, un pelele, en otras palabras, un
yuppie
sin carácter.

—Talon va a cambiar la faz de la guerra moderna —dice papá.

—¿El talento de quién? —pregunta la abuela Sadie.

—Talento no, Talon, el nuevo robot bélico.

—¿Robots bélicos? ¿Así es como te ganas la vida, Randall? ¿Construyes robots guerreros?

—Bueno, no los construyo yo mismo. La empresa principal está en el Este, en Waltham, Massachusetts, pero están vinculados a empresas que llevan a cabo investigación de vanguardia en robótica por todo el mundo: en Escocia, Suiza, Francia, unas cuantas en Alemania… Nuestra empresa es una de las pocas que hay en Silicon Valley que han optado por desarrollar ciertos aspectos de la tecnología.

—No te he pedido un organigrama —responde la abuela con aspereza—. Háblame de esos trastos Talon.

—El auténtico acrónimo es sword, las iniciales en inglés de Armas Especiales de Detección, Reconocimiento y Observación. Es guay, ¿eh?

—Depende de lo que hagan.

—Bueno, mamá, son asombrosos —asegura papá—. Como algo salido de
La guerra de las galaxias.
Tienen todas las ventajas de los seres humanos sin ninguno de sus defectos.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, A: no mueren, lo que significa que no dejan viudas ni huérfanos llorosos que tendrán que recibir pensiones durante el resto de su vida. Se evita todo ese síndrome de las bolsas de restos humanos, y que la gente se disguste por el número de bajas americanas.

—Ya veo.

—B: no tienen necesidades físicas ni psicológicas, lo que también reduce los costes. No hay que reponer el abastecimiento de comida, bebida, sexo y asesoramiento postraumático. C: son excelentes soldados: con movilidad, incansables y precisos. Están equipados con cámaras, así que ves lo que ven ellos, se manipulan a distancia con una palanca de control, se les ordena que apunten y disparen. D: no se ponen nerviosos; no tienen una novia esperándolos en casa; les importa un carajo la humanidad del enemigo, o la suya propia, si a eso vamos… En resumen, no tienen sentimientos, no sienten ira, ni miedo, ni piedad, ni remordimientos, lo que, naturalmente, incrementa su eficacia como soldados.

Ahora que ha cogido carrerilla, da la impresión de que papá podría recitar el abecedario entero enumerando las ventajas, pero la abuela lo interrumpe.

—¡Ya está bien! —sisea. Sigue susurrando porque no quiere despertarme, pero parece furiosa—. ¡Ya está bien! ¿Sabes lo que estás describiendo, Randall? ¿Sabes lo que estás describiendo?

Puesto que papá sabe lo que está describiendo, deduce que la pregunta de la abuela debe de ser retórica, lo que significa que no es una pregunta en absoluto, así que espera a que la responda ella. No tiene que esperar mucho.

—El perfecto nazi, estás describiendo. El perfecto macho duro, acerado, exento de emociones. A Rudolf Hess, estás describiendo, el hombre que dirigía las cámaras de gas en Auschwitz. Líbrate de los sentimientos. Los sentimientos son blandos, femeninos, asquerosos. No veas al enemigo como a un ser humano, considéralo una alimaña, y considérate a ti mismo una máquina. Concéntrate en las órdenes; sé tus órdenes: mata, mata, mata.

—Me temo que eso no se circunscribe a los nazis, mamá; eso es el entrenamiento militar básico. Ese mensaje se le ha inculcado a todo soldado sobre la faz de la tierra, desde Gilgamesh a Lynndie England. ¿Crees que a los miembros de tu preciada Tzahal les enseñan otra cosa? Crees que cuando Sharon pasa revista a las tropas les dice: «Bien, damas y caballeros, no lo olviden: los palestinos son seres humanos igual que ustedes, así que cuando lancen una bomba sobre Ramallah, no olviden pensar con cariño en todas y cada una de sus víctimas, sean hombres, mujeres o niños…»

—¡Ya está bien con la Tzahal, Randall! Hace tiempo que llegamos al acuerdo de que ese tema estaba vedado entre nosotros. ¡Pero robots!

El corazón se me estremece como un tambor militar. Me emociona la idea de que mi padre esté contribuyendo a enviar robots soldado a matar a nuestros enemigos en Irak. Cuando dijo que estaba involucrado, no tenía ni idea de que esa implicación tenía que ver con alta tecnología en la línea del frente al más alto nivel. Con sólo pensar en esos robots armados acribillando árabes, allí plantados, ajenos a sus sangrientas contracciones en la arena, se me pone duro el pene por primera vez en meses. Me tapo con la manta y me sobo, lo que significa que por fin voy camino de recuperarme, y luego me duermo.

Los robots están secuestrando niños de las casas por toda la ciudad y sacándonos el cerebro para ver cómo funciona. El hospital está lleno de niños con el cráneo vacío porque nos han sacado el cerebro, pero nos han conectado a máquinas para mantener nuestros cuerpos con vida. Aunque mamá sabe que no seré capaz de volver a pensar nunca más, viene a verme al hospital todos los días. La veo y la reconozco pero no puedo hablar con ella. Por alguna razón no me disgusta: a mí ya me parece bien.

Cuando despierto estamos casi en casa y papá ha vuelto otra vez al punto de partida de la conversación.

—Se va a celebrar un multitudinario congreso internacional de robótica en Santa Clara en octubre —dice—. Mi empresa me envía a Europa el mes que viene para unas reuniones preliminares.

—¿Adónde, en Europa? —pregunta la abuela mientras papá accede al sendero de entrada y aparca.

—A todos los sitios que he mencionado: Francia, Suiza, Alemania…

—¿Estarás en Alemania en agosto? —pregunta Sadie.

—Sí, tengo tres reuniones distintas allí, en Frankfurt, Chemnit y Múnich.

—¿Estarás en Múnich en agosto?

Papá guarda silencio porque cae en la cuenta de que se trata de otra pregunta retórica. Apaga el motor y por un momento no se oye más que el trino de los pájaros y el ladrido lejano de un perro.

—¿Sabes qué, Randall? —dice la abuela Sadie tras una larga pausa—. ¿Sabes qué? Toda la familia va a reunirse contigo en Múnich.

—No…

—Sí.

—No lo entiendo, mamá.

—Sí, es la idea perfecta. La idea perfecta. Escucha. Llevaremos a mi madre con nosotros.

—Debes de estar…

—Sí, llevaremos a Erra con nosotros, porque resulta que su hermana Greta, su hermana mayor, que vive cerca de Múnich, se está muriendo. Me escribió una carta diciendo que daría cualquier cosa por volver a ver a mi madre. Todo el viaje correrá de mi cuenta.

—Perdona que lo diga, pero creo que has perdido la chaveta por completo. No conseguirás convencer a tu madre para que vaya. No sólo no ha puesto un pie en Alemania desde que se fue hace sesenta años (es el único país europeo donde no ha dado ni un solo concierto), no sólo no se ha puesto en contacto con su supuesta hermana todo ese tiempo… sino que ¡ni siquiera te ha visto a ti en quince años!

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