—¿Nils?
—Sí. ¿Si no, por qué iba ella a aparecer por allí de repente? Y luego, esa misma noche, vi cómo se escurría por la parte de atrás de nuestra casa de veraneo, y yo había tomado vino y me… No sé, me enfurecí. ¿Qué hacía ella allí? ¡En nuestra casa! ¿Estaría buscando algo? Y luego…
Eva enmudeció.
—¿Dónde estaban Sverker y Alf Stein entonces? —preguntó Mette.
—En la casa. En realidad no quería que se quedaran, pero los habían echado del complejo de cabañas y se mudaron a mi casa.
—¿Y qué sucedió entonces?
—Corrimos al jardín y metimos a esa mujer en la casa y ella empezó a golpearnos y a gritar, y entonces Sverker propuso que la refrescáramos un poco, estaba drogado.
—¿Así que os la llevasteis a Hasslevikarna?
—Sí, queríamos alejarnos de la gente.
—¿Qué sucedió allí?
Eva se retorció las manos. Tuvo que buscar muy adentro para encontrar las palabras, y la compostura.
—El mar se había retirado cuando llegamos allí, era bajamar, marea viva, en ese momento la playa era muy extensa. Y entonces se me ocurrió.
—¿Lo de la marea?
—Había intentado sonsacarle qué estaba haciendo allí, qué buscaba, dónde estaba Nils, Pero ella nunca dijo nada, simplemente guardó silencio. —Eva ya no tenía fuerzas para levantar la mirada. Su voz era muy baja—. Los chicos fueron por una pala y entonces cavaron un hoyo. Y la metieron dentro. Luego llegó la marea…
—¿Sabías que llegaría?
—Había vivido unos años en la isla. Todo el mundo allí sabe cuándo va y viene la marea viva. Quería asustarla, obligarla a contarme…
—¿Lo hizo?
—Al principio, no. Pero cuando llegó el agua, al final… —Se interrumpió. Mette tuvo que completar la frase:
—… te contó dónde había escondido Nils su dinero, ¿es eso?
—Sí, y dónde vivía.
Stilton se inclinó hacia delante y habló por primera vez:
—¿Y luego la dejasteis allí?
Eva se sobresaltó. Había sostenido un doloroso diálogo con Mette, hasta entonces el hombre sentado a su lado no había existido.
De pronto estaba allí.
—Los chicos se fueron corriendo. Yo me quedé. Sabía que habíamos ido demasiado lejos, que era una locura, pero odiaba tanto a aquella mujer… Quería torturarla porque me había quitado a Nils.
—Querías matarla.
Stilton seguía allí, inclinado hacia ella.
—No; solo quería torturarla. Es posible que parezca raro, pero no creí que fuera a morir. No sé en qué pensaba, estaba trastornada. Me fui de allí.
—Pero ¿sabías que esa noche había marea viva?
Eva asintió con la cabeza. De pronto rompió a llorar quedamente. Stilton la miró. Ahora tenían el móvil del crimen. Buscó la mirada de aquella desdichada.
—Entonces quizá deberíamos hablar de Nils Wendt —dijo—. ¿Cómo murió él?
Mette se estremeció. Había estado centrada en vincular a Eva Carlsén con el asesinato de Adelita Rivera. El de Nils Wendt no estaba en su agenda. Creía que Bertil Magnuson estaba detrás de todo. De pronto cayó en la cuenta de que Stilton se le había adelantado.
Como antes.
—¿Tienes ganas de contárnoslo también? —la animó Stilton.
Lo hizo. Lo que fue una suerte, tanto para Mette como para Stilton, pues no tenían nada en concreto que pudiera relacionar a Eva Carlsén con lo ocurrido a su antigua pareja. Sin embargo, a esas alturas Eva no tenía ningún motivo para mentir. Ya había reconocido un asesinato brutal, y quería liberarse de todo lo demás. Además, ignoraba lo que ellos podían saber. No quería que Mette la volviera a agobiar. No lo soportaría.
—No hay mucho que contar —dijo—. Me llamó una noche a casa y me llevé un buen susto. No de que estuviera vivo, ya lo sabía, pero de que de repente apareciera de esa manera.
—¿Qué noche fue?
—No lo recuerdo. El día antes de que lo encontraran.
—¿Qué quería?
—No lo sé muy bien. Él… Fue muy raro, todo en general.
Eva se ensimismó. Poco a poco fue guiándose a través de los recuerdos hasta llegar al extraño encuentro con su antigua pareja. Cómo de pronto llamó a la puerta de su casa de Bromma.
Eva abrió la puerta. Era Nils Wendt, iluminado por la tenue luz del recibidor. Llevaba una chaqueta marrón. Ella lo miró fijamente, no acababa de dar crédito a lo que estaba viendo.
—Hola, Eva.
—Hola.
—¿Me reconoces?
—Sí.
Se miraron.
—¿Puedo pasar?
—No.
Transcurrieron unos segundos. ¿Nils? ¿Después de tantos años? ¿Qué demonios hacía allí? Eva intentó centrarse.
—Entonces, ¿puedes salir un momento? —pidió él, y sonrió levemente.
Como si fueran dos adolescentes que no quieren que sus padres los vean. ¿Está loco? ¿Qué demonios pretende? Eva se volvió y cogió una chaqueta, salió y cerró la puerta tras de sí.
—¿Qué quieres? —preguntó.
—¿Sigues casada?
—Divorciada. ¿Por qué? ¿Cómo sabías dónde vivía?
—Vi en internet que te habías casado, hace muchos años. Tu marido era un saltador de pértiga muy exitoso, Anders Carlsén. Has conservado su apellido.
—Sí. ¿Acaso me has investigado?
—No; fue más bien una casualidad.
Nils se volvió un poco, esperando que ella lo siguiera, y echó a andar hacia la verja. Eva se quedó inmóvil.
—Nils.
Él se detuvo.
—¿Dónde has estado todos estos años? —Ella lo sabía perfectamente, pero él no sabía que ella lo sabía.
—En el extranjero —contestó.
—¿Y por qué de pronto apareces aquí? Ahora.
Nils la miró. Ella sintió que debía acercarse un poco, mostrarse menos distante. Avanzó hacia él.
—Tenía que hacer un poco de limpieza en mi pasado —dijo él en voz baja.
—¿De veras? ¿Qué tienes que limpiar?
—Un antiguo asesinato.
Eva miró alrededor instintivamente y tensó la nuca. ¿Un antiguo asesinato? ¿El de Nordkoster? Pero era imposible que él supiera nada, y menos que ella había participado en aquel crimen. ¿A qué se refería?
—Suena desagradable —dijo Eva.
—Lo es, pero pronto habré terminado. Luego volveré a casa.
—¿A Mal País?
Fue su primer error. Simplemente se le escapó. Al instante se dio cuenta de lo que acababa de decir.
—¿Cómo sabes que vivo allí?
—¿Acaso no es verdad?
—Sí. ¿Damos un paseo? —Nils hizo un gesto con la cabeza en dirección a un coche gris aparcado frente a la verja.
Eva reflexionó. Todavía no sabía lo que Nils pretendía. ¿Hablar un poco? Tonterías. ¿Un antiguo asesinato? ¿Qué podía saber él del asunto?
—Claro —dijo.
Subieron al coche y se fueron. Unos minutos más tarde, Eva preguntó:
—¿Qué decías de un antiguo asesinato?
Nils reflexionó unos segundos y luego se lo contó. Lo del asesinato del periodista Jan Nyström que Bertil Magnuson había encargado. Eva lo miró.
—¿Por eso has venido aquí?
—Sí.
—¿Para fastidiar a Bertil?
—Ajá.
Eva se relajó. No se trataba de Nordkoster.
—¿No te parece un poco peligroso? —dijo.
—¿Bertil?
—Sí. Después de todo, hizo asesinar a un periodista, o eso parece.
—No se atreverá a hacerme nada.
—¿Por qué no?
Nils sonrió apenas pero no dijo nada. Cruzaron el puente de Drottningholm, llegaron a Kärsön y se dirigieron a la parte más lejana de la isla. Nils detuvo el coche cerca de un acantilado que daba al mar. Los dos se apearon. El cielo estaba estrellado y la luna creciente iluminaba el agua y las rocas. Era un lugar muy bello. Habían ido hasta allí varias veces, entonces, tarde por la noche, incluso se habían bañado desnudos.
—Sigue tan bello como antes —dijo Nils.
—Sí.
Eva lo miró. Parecía muy tranquilo, como si no hubiera ocurrido nada. Como si todo fuera como antes. Pero nada es como antes, pensó.
—Nils.
—¿Sí?
—Tengo que preguntarte una cosa más…
—Adelante.
—¿Por qué nunca diste señales de vida?
—¿A ti?
—Sí. ¿A quién, si no? Estábamos juntos, ¿recuerdas? Nos íbamos a casar y a tener hijos y a compartir una vida. ¿Lo has olvidado? Yo te quería.
De pronto Eva supo que se estaba dejando llevar en la dirección equivocada por sentimientos equivocados. Pero toda la situación, con Nils allí después de casi veinticuatro años, era absurda. El pasado brotó como odio candente en su interior sin que ella pudiera evitarlo.
—Fue una estupidez. Debí hacerlo, desde luego. Te pido disculpas.
Me pide disculpas, pensó Eva.
—¿Después de veinticuatro años me pides disculpas?
—Sí. ¿Qué quieres que haga, si no?
—¿Alguna vez has pensado en lo que me hiciste? ¿Lo que he tenido que pasar?
—No creo que tenga sentido que…
—¡Podrías haberte puesto en contacto conmigo y haberme dicho que estabas harto de mí y que querías compartir una nueva vida con ella! Lo hubiera aceptado.
—¿Con quién?
Esa fue su segunda equivocación. Pero ya no había nada que ocultar. Después de todo, no tenía manera de controlar su interior. De pronto Nils pareció tenso.
—¿Con quién iba a compartir una nueva vida?
—¡Lo sabes muy bien! ¡No te hagas el tonto! Joven y guapa y embarazada, y luego vas y la envías aquí para que recoja tu dinero escondido, y crees que ella…
—¿Cómo demonios sabes tú eso?
De pronto, la mirada de Nils se tornó fría. Dio un paso hacia Eva.
—¿Que sé qué? —dijo Eva—. ¿Lo del dinero?
Nils la miró con suficiente penetración como para comprender cuán equivocado había estado. Todo el tiempo. Aquello no había sido cosa de Bertil. Bertil no había conseguido dar con él a través de México hasta encontrarlo en Mal País. Tampoco había seguido a Adelita a Suecia para recuperar el dinero robado. Bertil no tenía nada que ver con la muerte de su amada. Fue Eva quien robó el dinero y…
—¿Fuiste tú quien mató a Adelita? —preguntó.
—¿Se llamaba así?
Furioso, Nils le propinó un súbito bofetón en la cara.
—¿Fuiste tú, maldita hija de puta?
Se abalanzó sobre ella, que intentó parar el siguiente golpe. Eva estaba en forma y Nils no. De pronto se estaban peleando furiosamente, tiraban el uno de la otra, se daban patadas, hasta que Eva consiguió agarrarlo por la chaqueta y lo lanzó a un lado. Nils trastabilló, tropezó con una piedra y cayó de espaldas. Su cabeza dio contra el borde de una roca. Eva oyó el sonido sordo cuando el cráneo golpeó contra el granito afilado. Nils cayó sobre un alto en el terreno. La sangre le salía a borbotones por la parte posterior de la cabeza a la altura de la nuca. Eva lo miró fijamente.
Mette se inclinó hacia Eva.
—¿Creíste que estaba muerto?
—Sí. Al principio no me atreví a tocarlo. Quedó tendido en el suelo sangrando y no se movía, y yo estaba conmocionada y furiosa.
—Pero ¿no llamaste a la policía?
—No.
—¿Por qué no?
—No lo sé; caí de rodillas al suelo y lo miré. Nils Wendt, que tiempo atrás me había destrozado la vida. Y que de pronto había reaparecido para pedirme perdón. Y que empezó a pegarme. Y que había adivinado lo que yo había hecho en Nordkoster… Así que lo arrastré hasta el coche y lo senté en el asiento del conductor. Al fin y al cabo, el coche estaba aparcado delante del acantilado que daba al mar, solo tenía que quitar el freno de mano y…
—Pero supongo que sabías que lo encontraríamos.
—Sí. Pero creí… No sé. En todo caso, él había amenazado a Bertil Magnuson.
—¿Creías que la culpa recaería en Magnuson?
—Es posible. ¿Fue así?
Mette y Stilton se miraron de soslayo.
Más tarde, aquella misma noche, el ambiente que se respiraba en el coche de Mette no era precisamente animado. Se dirigían al caserón en Kummelnäs. Los tres iban ensimismados, cada uno con lo suyo.
Stilton pensaba en el desenlace del caso de la playa. Cómo un solo suceso aislado puede poner en marcha una reacción en cadena tan dramática. Dos suecos se encuentran al otro lado del mundo, comparten una botella de vino, uno le cuenta al otro algo que de pronto aclara una cosa a la que llevaba dándole vueltas los últimos veintitrés años, viaja a Suecia para vengar el asesinato de su amada, visita a su antigua pareja y muere accidentalmente. Mette lo ve y descubre una marca de nacimiento en su muslo que sabe que ha visto antes, al tiempo que Olivia empieza a hurgar en el caso de la playa.
Muy extraño.
Luego sus pensamientos se deslizaron hacia asuntos más complicados. Hacia lo que inevitablemente ocurriría dentro de un rato en casa de Mette y Mårten, y en cómo lo manejaría.
Mette pensaba en su obstinada persecución de Bertil Magnuson. En lo equivocada que había estado. Sin embargo, Magnuson había encargado un asesinato, era culpable de instigación, autor intelectual del crimen. Así que no pensaba cargar con su suicidio en la conciencia.
Olivia pensaba en Jackie Berglund. Menudo error. De no haberse obsesionado con Jackie, ahora
Elvis
estaría vivo. Una lección que le había salido muy cara.
—Así debió de ser.
Fue Mette quien rompió el silencio. Intuía que todos necesitaban que los arrancara de su ensimismamiento. Pronto estarían en casa, en la casa de los líos y el alboroto. Allí no quería sembrar silencio y pensamientos opresivos.
—¿El qué? —dijo Stilton.
—Bertil Magnuson debió de enviar a los que entraron en la casa de Eva Carlsén y la agredieron.
—¿Por qué?
—Para que encontraran la casete. Seguramente Magnuson había comprobado que no había ningún Wendt en ningún hotel, tal como hicimos nosotros, y entonces se acordó de la antigua pareja de Wendt. Al fin y al cabo, en aquellos tiempos se veían con asiduidad, los dos tenían casa en Nordkoster, y entonces se le ocurrió que tal vez Wendt se había escondido en casa de su antigua pareja y que guardaba la cinta allí.
—Suena razonable —dijo Stilton.
—¿Y el pendiente? —preguntó Olivia—. ¿Cómo acabó en el bolsillo del abrigo de Adelita?
—No lo sé —admitió Mette—. Probablemente mientras se peleaban en la casa, ella y Eva.
—Ya.
Mette detuvo el coche frente al caserón.
Cuando subían hacia la casa, Mette recibió una llamada. Se detuvo en medio del jardín. Era Oskar Molin. Acababa de celebrar una reunión con Carin Götblad en la que habían discutido acerca de un nombre que aparecía en el registro de clientes de Jackie Berglund. Un nombre que le había facilitado Mette.