El hecho de que Stilton no contestara su móvil tenía una explicación lógica. El móvil se había convertido en una especie de pequeña salchicha de plástico retorcida entre las cenizas de lo que fuera la autocaravana de Vera Larsson. Ahora, una ruina negra y humeante, rodeada de coches de bomberos que estaban recogiendo sus mangueras. Habían echado agua sobre los últimos restos en llamas y se habían ocupado de que el fuego no se propagara al bosque. Y habían tendido un cordón de seguridad, sobre todo para mantener a los curiosos a una distancia prudente. Unos curiosos que constataron entre susurros que, por fin, esa espantosa caravana había desaparecido.
Olivia aparcó a cierta distancia. Salió corriendo en dirección a un pequeño claro en el bosque y tuvo que esforzarse bastante para llegar al cordón de seguridad. Allí la detuvieron unos policías uniformados.
Justo detrás de ellos había dos investigadores de paisano: Rune Forss y Janne Klinga. Acababan de llegar para constatar que el lugar del asesinato de Vera Larsson había desaparecido.
—Supongo que habrá sido algún gamberro con ganas de diversión —dijo Forss, y puso a Klinga en un brete.
Si contaba que Stilton se había mudado a la autocaravana también se vería obligado a explicar cómo lo sabía. No podía hacerlo. No a Forss.
—Pero alguien pudo vivir aquí después. Después de ella, me refiero —dijo.
—Es posible. El departamento técnico nos lo dirá. Me parece que si había alguien aquí cuando ardió no tendrá gran cosa que contar. ¿No crees?
—Ya, pero aun así creo que deberíamos…
—¿Había alguien en la autocaravana cuando ardió? —terció Olivia, que había conseguido acercarse un poco más.
Forss la miró.
—¿Debería?
—Sí.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque conozco a quien estaba viviendo en ella.
—¿Quién era?
—Tom Stilton.
Klinga se sintió aliviado. Forss, en cambio, se quedó perplejo. ¿Stilton? ¿Viviendo en esa caravana? ¿Había ardido allí dentro? Forrs volvió la mirada hacia las ruinas humeantes.
—¿Sabéis si estaba dentro? —preguntó la joven.
Klinga miró a Olivia. De pronto recordó que había topado con ella en la puerta de la caravana un par de días atrás y que ella sabía que él conocía a Stilton. ¿Qué podía decirle?
—No lo sabemos. Nuestros técnicos repasarán los restos para ver si…
Olivia se volvió bruscamente y chocó contra un árbol cuando se disponía a salir corriendo. Se desplomó, aturdida por el golpe, y empezó a hiperventilar. Intentó convencerse de que Stilton no estaba allí cuando se inició el incendio. No tenía por qué estar allí. Justo entonces. Cuando la caravana empezó a arder.
Volvió al Mustang. Confundida, conmocionada. Detrás de ella, los coches de bomberos se alejaban a través del bosque y los curiosos se dispersaban, charlando entre sí. Como si no hubiera pasado nada, pensó Olivia. Sacó su móvil con manos temblorosas y marcó un número. Contestó Mårten. Intentó explicarle con voz trémula lo que había sucedido.
—¿Dices que ha muerto quemado?
—¡No lo sé! ¡Ellos no lo saben! ¿Está Mette?
—No.
—¡Dile que me llame!
—¡Olivia! Tienes que…
Olivia colgó y marcó el número de Abbas.
Abbas contestó desde un coche de policía sin distintivos. Un coche que en ese momento estaba casi parado. Un camión había logrado la proeza de derrapar y atravesar los cables de acero que separaban los carriles, causando un verdadero embotellamiento. No llegaron a pasar por el lugar donde se había producido el accidente. Las colas apenas avanzaban. Tampoco el coche que los seguía.
Estaba justo detrás.
Abbas colgó. ¿Estaba Tom en la caravana? ¿Por eso no había contestado? Miró por la ventanilla: un velo de neblina se había posado sobre los vastos campos verdes. ¿Es así como a uno le anuncian una muerte?, pensó.
¿En medio de un atasco?
Olivia volvió a su apartamento. Aparcó, y se dirigió a paso lento a su portal. Apenas tenía fuerzas para pensar. Para asimilar. No entendía lo que había ocurrido. En cambio, su instinto sí funcionaba, más o menos. Introdujo el código de acceso en el portal y abrió la puerta con justificada cautela. Había visto la mirada de Jackie Berglund desde el taxi frente a la comisaría y había visto la autocaravana de Vera reducida a cenizas. ¿Sería la venganza de Jackie por el interrogatorio?
El portal estaba a oscuras, pero Olivia sabía exactamente a qué distancia estaba el interruptor. Podía alcanzarlo mientras el pie todavía mantenía la puerta abierta. Se estiró hacia el interruptor y dio un respingo. Había visto algo con el rabillo del ojo. Una figura oscura cerca de las escaleras. Gritó al tiempo que accionaba el interruptor. La luz reveló una figura harto lastimosa, con el pelo chamuscado y sudado, la ropa quemada y los brazos sangrando.
—¿Tom?
Stilton la miró y tosió bruscamente. Olivia se abalanzó y lo ayudó a incorporarse. Subieron las escaleras poco a poco y entraron en el apartamento. Stilton se derrumbó en una silla de la cocina. Olivia llamó a Abbas. El atasco se había disuelto y habían llegado a Sveaplan.
—¿Está en tu casa? —preguntó el crupier.
—¡Sí! ¿Puedes llamar a Mette? No consigo dar con ella.
—Vale. ¿Dónde vives?
Olivia le vendó las heridas y cortes lo mejor que pudo. Abrió una ventana para orear la estancia, que olía a humo del incendio, y ofreció un café a Stilton. Él no dijo nada. Dejó que ella siguiera. La conmoción seguía instalada en su cuerpo. Sabía lo cerca que había estado. De no haber conseguido romper la ventana trasera con la bombona de gas, a estas alturas los técnicos de la policía habrían encontrado un esqueleto retorcido y se lo habrían llevado en un saco negro.
—Gracias.
Stilton cogió la taza de café con manos temblorosas. ¿Pánico? Había sido presa del pánico. Tal vez no fuera tan raro, después de todo, pensó. Encerrado en una caravana en llamas. Pero sabía que era otra cosa lo que había desencadenado el pánico. Recordaba muy bien las palabras de su madre en su lecho de muerte.
Olivia se sentó frente a él. Stilton volvió a toser.
—¿Estabas dentro de la caravana? —preguntó finalmente.
—Sí.
—Pero ¿cómo…?
—Déjalo.
Otra vez. Olivia empezaba a acostumbrarse. Cuando él no quería, pues no quería. Era un cabezota. Comenzaba a entender a Marianne Boglund. Stilton dejó la taza sobre la mesa y se reclinó en la silla.
—¿Crees que Jackie está detrás de todo esto? —preguntó Olivia.
—Ni idea.
Podría ser ella, pensó Stilton. O también podría ser obra de otra gente que lo hubiera seguido desde Söderhallarna. Pero no era asunto de Olivia. Cuando hubiera recuperado las fuerzas llamaría a Janne Klinga. Ahora se concentró en dejar que el café lo reconfortara un poco. Advirtió que Olivia lo miraba, furtivamente. Es una buena chica, pensó. Algo en lo que no había pensado hasta entonces.
—¿Estás con alguien? —preguntó de pronto.
A Olivia le sorprendió bastante la pregunta. Stilton nunca había mostrado interés por su vida privada.
—No.
—Yo tampoco.
Stilton sonrió. Olivia lo correspondió. De pronto sonó su móvil. Era el pesado de Ulf Molin, su compañero de clase.
—¿Sí?
—¿Cómo estás? —preguntó él.
—Bien. ¿Qué quieres?
—Mi padre me ha llamado hace un momento. Sí sabía algunas cosas de ese Tom Stilton, el hombre sobre el que me preguntaste, ¿recuerdas?
—Sí.
Olivia se dio la vuelta con el móvil apretado. Stilton la miró.
—Por lo visto duerme en la calle —informó Ulf.
—¿De veras?
—¿Has podido dar con él?
—Sí.
—¿Es un sin techo?
—Sin hogar.
—Ah. ¿Hay alguna diferencia?
—¿Puedo llamarte más tarde? Tengo una visita.
—¡Vaya! Sí, hazlo. Chao.
Olivia colgó. Stilton entendió de quién habían hablado. No había tanta gente sin hogar en el círculo más cercano a Olivia. La miró y ella le sostuvo la mirada. Algo en la mirada de Stilton la llevó de pronto a pensar en su padre. En la fotografía que había visto en casa de los Wernemyr, en Strömstad. En Stilton y en Arne.
—¿Conocías bien a mi padre? —preguntó.
Él bajó la mirada.
—¿Trabajasteis juntos mucho tiempo?
—Unos años. Era un buen policía.
Stilton volvió a levantar la mirada para mirarla a los ojos.
—¿Puedo preguntarte una cosa? —dijo.
—Claro.
—¿Por qué elegiste el caso de la playa como trabajo escolar?
—Porque mi padre participó en él.
—¿Solo por eso?
—Sí. ¿Por qué lo preguntas?
Stilton se quedó pensativo unos segundos. Cuando se disponía a responder llamaron a la puerta. Olivia fue a abrir. Era Abbas, con una bolsa de plástico azul en la mano. Olivia lo hizo pasar y luego volvió a la cocina. Lo primero que pasó por su cabeza fue el desorden. ¿Por qué demonios tenía todo que estar tan desordenado? No lo había pensado cuando entró Stilton en su casa.
Con Abbas era distinto.
El crupier miró a Stilton y sus miradas se cruzaron.
—¿Cómo estás?
—Mal —dijo Stilton—. Gracias por lo de Adelita Rivera.
—De nada.
—¿Qué llevas en la bolsa?
—El material de Mal País. Mette está en camino.
K. Sedovic, que había recibido la orden de seguir al crupier desde el aeropuerto de Arlanda, fue breve y conciso por el móvil.
—El crupier ha entrado en el portal, los otros dos siguen en el coche.
Estaba sentado en su coche a escasos metros del portal de Olivia, mirando hacia el coche aparcado justo delante. Bosse Thyrén y Lisa Hedqvist ocupaban los asientos del conductor y el pasajero, respectivamente.
—¿Traía la bolsa consigo? —preguntó Bertil.
—Sí.
Bertil no entendía nada. ¿Qué demonios estaba haciendo Abbas el Fassi en un edificio de Skånegatan? ¿Quién vivía allí? ¿Y por qué los otros dos esperaban en el coche? ¿Y quiénes eran?
Una pregunta a la que pronto obtuvo respuesta. Cuando de pronto apareció Mette Olsäter y aparcó su coche delante del de Lisa y se apeó. Se acercó al vehículo de sus subordinados.
—Id a la comisaría y reunid a los demás. Tendréis noticias mías.
Mette entró en el portal. K. volvió a llamar a Bertil para contárselo.
—¿Qué aspecto tenía?
—Melena canosa. Corpulenta —la describió K.
Bertil Magnuson bajó el móvil y observó el cementerio de Adolf Fredrik. Sabía quién era aquella mujer. Mette Olsäter. La comisaria que le había preguntado por las breves llamadas de Wendt y que le había lanzado una mirada inequívoca: mientes.
No significaba nada bueno.
Todo estaba a punto de irse al infierno.
—Apesta a humo —dijo Mette cuando entró en la cocina.
—Soy yo —dijo Stilton.
—¿Estás bien?
—Ajá.
Olivia miró a Stilton. Brutalmente agredido hacía un par de días y ahora casi achicharrado en un incendio. ¿Y encima decía que está bien? ¿Acaso se trataba de una especie de jerga? ¿Una manera de expresarse? ¿O un modo de desviar el foco hacia otro lugar? ¿De apartarlo de sí? Probablemente, porque Mette se conformó con la respuesta. Ella lo conoce mejor, pensó Olivia.
Abbas vació la bolsa sobre la mesa de la cocina. Una cinta de casete, un pequeño sobre y una carpeta de plástico con documentos dentro. Por suerte, Olivia tenía cuatro sillas. Dudaba un poco de cómo lograría Mette acomodarse en una de ellas. Estaban un poco desvencijadas.
Aterrizó pesadamente sobre una silla y Olivia vio cómo las patas cedían ligeramente. Mette se puso unos guantes quirúrgicos y cogió la cinta de casete.
—La he tocado —dijo Abbas.
—Lo sabemos. —Mette se volvió hacia Olivia—. ¿Tienes algún reproductor antiguo?
—No.
—Entonces me la llevaré a comisaría.
Devolvió la casete a la bolsa de plástico y sacó el pequeño sobre. Viejo, con un antiguo sello sueco. Contenía una carta. Unas pocas líneas escritas a máquina. Mette le echó un vistazo.
—Está en español.
Se la enseñó a Abbas. Él la tradujo en voz alta.
—«Dan, lo siento, pero no creo que estemos hechos el uno para el otro, y ahora tengo la posibilidad de iniciar una nueva vida. No volveré.»
Mette sostuvo la carta bajo la lámpara de la cocina. Estaba firmada: «Adelita.»
—¿Puedo ver el sobre? —preguntó Stilton.
Abbas se lo pasó y Stilton miró el sello.
—El matasellos es de cinco días después de que Adelita fuera asesinada.
—O sea, que difícilmente pudo escribirla ella —dijo Mette.
—Pues no.
Mette abrió la carpeta de plástico y sacó un folio escrito a máquina.
—Esta parece más reciente, está en sueco.
Mette leyó:
—«A las autoridades policiales suecas.» Está fechada el ocho de junio de 2011, cuatro días antes de que Wendt llegara a Nordkoster. —Y prosiguió—: «Esta misma noche recibí la visita de un sueco, aquí en Mal País. Se llamaba Ove Gardman y me habló de un suceso ocurrido en la isla de Nordkoster, en Suecia, en 1987. Un asesinato. Más tarde pude constatar a través de internet que la víctima era Adelita Rivera, una mexicana a la que yo amaba y que esperaba un hijo mío. Debido a diversas circunstancias, principalmente económicas, ella viajó a Suecia, más exactamente a Nordkoster, para recoger algo de dinero que yo, en ese momento, no podía recoger. Nunca volvió. Ahora comprendo por qué, y estoy bastante seguro de quién está detrás de su muerte. Ahora mismo pienso viajar a Suecia para ver si mi dinero sigue en la isla.»
—La maleta vacía —dijo Olivia.
—¿Qué maleta? —preguntó Abbas.
Olivia le puso brevemente en antecedentes y le contó lo de la maleta vacía de Dan Nilsson.
—Debió de traerla consigo para llevarse su dinero —concluyó.
Mette siguió leyendo:
—«Si el dinero no está allí, sabré lo que ha pasado y actuaré en consecuencia. Llevo conmigo una copia de la cinta de casete adjuntada a esta carta. Las voces en la cinta son la mía y la de Bertil Magnuson, director general de MWM. La cinta habla por sí sola.» Está firmada «Dan Nilsson / Nils Wendt».
Mette bajó el folio. De pronto muchas cosas empezaron a encajar. Sobre todo, las breves llamadas de Wendt a Bertil Magnuson. Sin duda tenían que ver con el dinero desaparecido.
—¿A lo mejor te gustaría tener esto también? —Abbas se abrió la cazadora y sacó la foto del bar de Santa Teresa. La foto de Nils Wendt y Adelita Rivera.