Read Movimientos religiosos modernos Online
Authors: Alberto Cardín
Tags: #Ensayo,Referencia,Religión
El hecho de que en Francia, Alemania y Estados Unidos sean sobre todo las asociaciones de padres de familia las más interesadas en fomentar la mala fama de tales sectas y airear sus trapos sucios muestra que, por ciertas que puedan ser sus acusaciones —que en muchos casos lo son—, el problema oculto que la acusación encierra es el de la crisis de la célula familiar en la presente coyuntura histórica: una crisis que no se hizo tan patente con la huida a las comunas, durante la etapa álgida de la contracultura, porque parecía simplemente un movimiento de concentración y renovación juvenil, pero que puede resultar realmente angustioso cuando la alternativa a la familia son unos grupos religiosos en los que, como ocurre en todos los citados, la negación explícita de aquélla implica la elección de otra nueva, dotadas además de poderes religiosos.
E
L AUGE DEL ISLAM
El pensamiento religioso del Islam aparece de tal modo ligado a su configuración política como comunidad de creyentes con un
comendador
a su cabeza, que sus herejías vienen desde el primer momento unidas al problema de la designación del sucesor del Profeta.
Las sectas, a lo largo de la historia del Islam, van surgiendo punteadas por los momentos históricos en que un determinado individuo, a la cabeza de un grupo de fieles, decide nombrarse jefe de la
umma
, de la comunidad. En el caso de los chiitas, la primera y más conocida de las sectas, el problema del cisma se plantea precisamente en torno a la sucesión de Alí, el cuarto califa según la sucesión real, pero primero según la legitimidad reconocida por los chiitas, por ser yerno de Mahoma y marido de la única hija del Profeta que había tenido descendencia masculina. Frente ello, la ortodoxia suní defendía la elegibilidad del califa, o sucesor de Mahoma, entre los miembros varones de la tribu kuraysí.
En el caso de los jarichíes, el problema se planteaba de una manera aun más radical, llevando hasta el extremo la igualdad predicada de todos los creyentes ante Alá, lo que implicaba la elección democrática del califa entre todos ellos, sin distinción de raza ni de tribu, y la eventual destitución del que resultara, a juicio de la comunidad, indigno.
De esta actitud ante el poder, las relaciones sociales y la religión resulta evidente que una creencia que vincula de este modo las tres cosas y las resuelve sin medios institucionales está abocada a la anarquía constante, de la que sólo llega a librarse merced a las relaciones de fidelidad tribal, precisamente las que Mahoma intentaba romper con su idea de comunidad igualitaria de todos los creyentes.
Curiosamente, esta misma religión tan ligada a los avatares histórico-políticos ha llegado a insuflar entre sus seguidores un sentimiento tal de comunidad transhistórica —ligada a una lengua y a una cultura—, que no solamente son los viejos creyentes los que, incluso por encima de las enemistades tribales o estatales, se sienten parte de una misma umma, sino que de este sentimiento participan también los recién convertidos que ni siquiera saben hablar árabe.
El etnólogo Claude Lévi-Strauss explica este fenómeno por la simplicidad extrema de la fe islámica, de la que sus mismos líderes religiosos se glorian: todo su credo viene a resumirse en la máxima «No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su Profeta». Ni ritos, ni sacramentos, ni jerarquía eclesiástica vienen a completar y explicar esta fórmula, por más que existan jueces, teólogos y fórmulas rituales diversas: todos ellos resultan aleatorios frente a la gran profesión de fe.
Bajo ella pueden, por tanto, arroparse los más variados aditamentos políticos y culturales, lo que explica en buena medida la rápida expansión del islam en los primeros siglos, y su difusión, en el momento actual, entre los negros de la zona del sur del Sahara, y entre los negros estadounidenses y antillanos.
Una religión tan sencilla como ésta, y que puede permitir a cualquiera erigirse en redentor, en sucesor del Profeta de Dios, sea bajo la forma del imán oculto chiita —el duodécimo sucesor de Alí, que desapareció y aún se espera su llegada— o bajo la del
mahdi
, o liberador, que esperan otras sectas, puede en cualquier momento resucitar de sus cenizas, como de hecho está ocurriendo en la actualidad con el chiismo iraní: la más pura, desgarrada y mesiánica forma de la
chiá
.
Y, del mismo modo que puede servir de bandera para la rebelión, puede igualmente ocultar bajo la simple profesión de fe monoteísta formas de religiosidad mística, extrañas al islam, que sin embargo se han incrustado de tal forma en su seno que pasan por ser específicamente islámicas, como es el caso del sufismo.
Éste, de hecho, contradice el
dictum
del Profeta, que proscribe el monaquisino
(ruhbaniyya)
entre los musulmanes, y viola los fundamentos de la teología islámica al pretender una unión íntima con la divinidad mediante la
tariqa
—similar a la vía unitiva de los místicos cristianos—, lo que priva a Alá de su atributo máximo de ser Todotrascendente. No obstante, el sufismo tendrá en el marco del islam una vitalidad tal que muchas de las corrientes místicas de la Antigüedad griega y de las técnicas de meditación indias pasarán al cristianismo a través de sus doctrinas.
En la actualidad, el sufismo es la corriente de religiosidad musulmana que mayor relevancia tiene en Occidente, dentro de los círculos intelectuales, siendo su principal portavoz el afgano Idris Shah, a quien muchos estudiosos, no obstante, han acusado de suplantador y vulgarizador de las enseñanzas esotéricas sufíes.
Fuera de esta forma de religiosidad, apenas difundida a nivel popular, sólo otra secta de origen islámico tiene cierta relevancia en Occidente: el
bahaísmo
. Dicha secta fue fundada por Mirza Husayn Alí Nuri (1817-1892), llamado Baha Allah (Esplendor de Dios). En la actualidad resulta ser una secta bastante próxima a la teosofía, en la medida en que pretende integrar por igual todas las formas de pensamiento religioso dentro de la perspectiva de la «unidad trascendental de las religiones».
Aparte de esto, sólo la secta de los Musulmanes Negros, de gran relevancia como movimiento político y religioso desde hace unos veinte años entre la comunidad negra americana, tiene alguna incidencia en Occidente.
C
APTACIÓN Y DECEPCIÓN
El sentimiento de hostilidad hacia algunas de las nuevas sectas debe ser obligatoriamente explicado sobre la base de los problemas que surgen en todo contacto intercultural, si se quiere superar el nivel puramente pasional —y no menos fanáticos en ocasiones que el mismo fanatismo que se ataca— de sus críticos.
Todo elemento procedente de una cultura distinta requiere una asimilación para poder insertarse en la que le acoge, una asimilación que supone indefectiblemente una distorsión del elemento en cuestión: es lo que en el terreno de los contactos entre lenguas distintas se denomina
traducción
, y que requiere siempre una serie de operaciones de exclusión de lo extraño para hacer el mensaje comprensible a quien debe recibirlo. Como ya se ha visto, la traducción de las corrientes religiosas orientales se produjo en Occidente en términos fundamentalmente terapéuticos, por ser ésta la forma más fácil de hacerlas comprensibles, y por ir además en este sentido la búsqueda ideológica de los occidentales en el momento de la difusión masiva de dichas corrientes por sus países.
Sin embargo, la traducción y la asimilación cultural no siempre resultaron plenamente logradas, incluso cuando se trataba de culturas similares o cercanas. Un ejemplo de ello sería el caso de determinados movimientos religiosos, como el Opus Dei, que mientras en España, su país de origen, es considerado como institución perfectamente aceptable, a pesar de las posibles reticencias políticas, en Francia e Inglaterra despierta una fuerte hostilidad e incluso persecución legal por parte de asociaciones como la USIF (Unión para la Salvaguarda de los Valores Familiares e Individuales) o la ADFI (Asociación para la Defensa de la Familia y el Individuo). Y no digamos ya lo que asociaciones como éstas, o la comunidad social, en general, pueden sentir ante fórmulas rituales que en la India resultan perfectamente normales, como las ya citadas del
darshan
, la
puja
y la
bakhti
, que son modos de entrega espiritual a un individuo en quien se reconoce una sabiduría religiosa excepcional, sólo apropiable mediante la sumisión absoluta a sus dictados. Éstas son consideradas en Occidente como abominables claudicaciones de la voluntad individual, que algunos sectores llegan a traducir en ocasiones, de un modo estrechamente reduccionista, como comportamientos «fascistas». Lo que no quiere decir que este comportamiento no se dé en el caso de determinados líderes religiosos de las nuevas sectas, como ya hemos visto antes en algunos predicadores baptistas, o como hace varios años puso de manifiesto un comité de investigación del Senado de Estados Unidos con relación a Sun Myung Moon, jefe de la Iglesia de la Unificación y conectado con aquellos grupos de presión estadounidenses que apoyan la dictadura impuesta en Corea del Sur.
La existencia, sin embargo, de un deseo de sumisión por parte de determinados individuos occidentales muestra que el ideal de comportamiento que la cultura occidental sostiene como propio, y que es el que enunciaron los grandes teóricos de la Ilustración, no es compartido en el momento presente por todos los miembros de dicha cultura, algunos de los cuales prefieren conseguir la seguridad personal y espiritual —a costa de claudicar de su propia voluntad— antes que padecer el infierno de la duda y la inseguridad. Duda e inseguridad que, según se ha dicho, son fruto de la creciente complejidad del mundo, de la pérdida de confianza en los logros de la ciencia, y en general de la ausencia de respuestas claras y seguras sobre el destino del hombre en el mundo actual: respuestas que son precisamente las que las sectas dicen ofrecer.
El problema de la
programación
y la
desprogramación
—tal como los especialistas desprogramadores de tal actividad terapéutica la practican, al servicio de las organizaciones familiares que pretenden rescatar a sus hijos— es un problema de relativa falsa eficacia: resuelve el conflicto en cada caso individual, pero no resuelve el problema cultural de las sectas. Por grandes que sean las presiones que el individuo captado sufra en el entorno de la secta, es evidente que el primer movimiento de aproximación es voluntario y está fundado en la necesidad de seguridad y afecto. El desprogramador podrá dejarlo luego desnudo ideológicamente abordándolo a través de las fisuras que la ideología de la secta indudablemente tiene. Pero si no lo provee de una formación o ideología que lo autonomice, su destino será probablemente, a partir de ese momento, un círculo infernal de sucesivas programaciones y desprogramaciones.
La forma en que una Patricia Hearst puede pasar de ser una
niña bien
, sin problemas, a una revolucionaria hecha y derecha, para terminar como terrorista arrepentida y casada con su policía de escolta, más que la demostración de una triple sucesión de presiones e impregnaciones de diverso tipo, lo que deja ver es la existencia de una personalidad concebida sobre el modelo de la tabla de cera, que reproduce sin mediación cuantas presiones se ejercen sobre ella.
E
NTRE EL OPROBIO Y LA TRASCENDENCIA
Un problema que se suma al tratado en el apañado anterior es el de los modos de subsistencia y las doctrinas en las que se funda la actividad de las sectas que hemos dado en llamar
tenebrosas
.
Aunque parezca mentira, tanto desde la postura de sus detractores como desde un punto de vista neutral, ambos problemas son solidarios. Y lo son no sólo porque sirven para que determinados grupos biempensantes justifiquen sobre bases objetivas la exigencia de proscribir dichas sectas, sino porque se hallan estrechamente entrelazados en la vida misma de las sectas; de hecho, constituyen desde siempre los problemas fundamentales sobre los que se establece el reconocimiento y subsiguiente respetabilidad de cualquier secta o grupo religioso.
La diferencia entre Iglesias
establecidas
y sectas marginales o heréticas se traza precisamente a partir de estos dos elementos en mutua conexión. Las grandes Iglesias, dotadas de medios financieros e institucionales poderosos —sostenidas a veces desde instancias oficiales o paraoficiales—, con una doctrina decantada por la aceptación de una amplia masa de fieles, y una respetabilidad ganada a fuerza de permanencia, no necesitan atrincherarse en el secreto, escamotear los medios de financiación, ni establecer dobles niveles de doctrina para evitar la persecución y/o el escándalo.
En cambio, las nuevas sectas y grupos religiosos, sobre todo aquellos cuyos ritos y doctrinas chocan frontalmente con los usos y opiniones establecidos, deben ingeniárselas tanto para lograr medios de financiación —dada su relativa escasez de adeptos y una total falta de apoyos oficiales— como para difundir su doctrina de manera que no provoque un rechazo visceral por parte del conjunto social, rechazo que fácilmente puede desembocar en campañas de denuncia y hasta en persecuciones judiciales.
En determinados países —Estados Unidos sobre todo—, donde la inscripción de cualquier grupo como comunidad religiosa supone su automática exención de impuestos, las dificultades son menores, pero producen curiosamente un incremento de los ataques por parte de determinados grupos que, como contribuyentes, se quejan de que bajo la etiqueta religiosa se ocultan negocios ilegales y fugas fiscales que estarían penados en cualquier otro grupo de carácter puramente civil o laico. Se acusa así a la secta Moon de aprovecharse de las exenciones fiscales para introducir en el mercado su
ginseng
manufacturado por miembros de la secta; y a la Cienciología, de embolsarse los elevados emolumentos de sus famosos tests de personalidad y de sus cursos de
audición curativa
, sin pagar los impuestos al fisco que cualquier consultorio médico o psicológico debería abonar. No se libran tampoco de esta acusación los cursos de iniciación a la Meditación Trascendental, o los de yoga de cualquiera de las numerosas escuelas indias que ofrecen este tipo de gimnasia oriental, en los casos en que dependen de sectas o agrupaciones inscritas en el registro de los organismos oficiales.