—Anda que… —te dice Itziar meneando la cabeza—. ¿Cómo se te ocurre beber tanto? Si siempre has dicho que no te gusta el alcohol…
—Me lo estaba pasando muy bien anoche… —es lo único que sale de tu boca. No eres capaz de mantener los ojos abiertos. Pero vuelves a abrirlos cuando notas la presencia de David en la habitación. Lleva un vaso de zumo en la mano y te tiende una pastilla.
—Tómate esto, anda.
Obedeces. Te tragas la pastilla y bebes la mitad del zumo sintiendo que no te cae demasiado bien en el estómago. Dejas el vaso sobre la mesilla de noche y recuestas la cabeza en la almohada cerrando los ojos.
—Bueno, me vais a contar qué coño ha pasado… —comienzas a decir. Pero antes de que puedas escuchar una respuesta te has quedado dormida.
Es más de media tarde cuando vuelves a abrir los ojos. Estás tumbada sobre la cama con la ropa aún puesta y la acreditación del festival colgando de tu cuello. Te levantas porque sientes que la vejiga te va a reventar. Al ir hasta el baño ves de reojo a David sentado en el sofá viendo la tele pero la urgencia que tienes te impide decir nada. Al salir te está esperando con una sonrisita jocosa en los labios. Le sonríes débilmente mientras te diriges de nuevo a tu habitación. Notas que él te sigue. Te tumbas en la cama y David se sienta a los pies. Exhalas un largo suspiro y cierras los ojos. La cabeza te sigue doliendo.
—¿Quieres que te traiga algo? —te pregunta. Meneas la cabeza negativamente. Luego abres los ojos y lo miras.
—¿Me vas a contar de una vez qué pasó anoche?
—¿Anoche? —David se echa a reír.—Anoche te pillaste una borrachera de la hostia.
—Joder, tampoco bebí tanto…
—¿Que no bebiste tanto? Alicia, ni siquiera sabías cómo te llamabas…
Miras a David con los ojos entrecerrados.
—Estás deseando contármelo así que no sé a qué esperas —le dices con ironía.
—¿Con todo lujo de detalles? —pregunta guasón.
—Por favor.
David toma aire y disimula malamente las carcajadas.
—Veamos… Según Itziar, cuando la fiesta estaba acabando dijiste que te ibas a casa. Ella, viendo cómo estabas, decidió acompañarte. Salisteis del Círculo y os fuisteis para los búhos. Por lo visto, tú ibas haciendo eses por la calle y riéndote de todo. Casi te pilla un coche que salía de una de las bocacalles de Alcalá. Y tú te quedaste enfrente del coche partiéndote de risa…
—Joder…
—Bueno, el caso es que llegasteis a los búhos. Os montasteis y ya os veníais para casa. Pero a mitad de camino tú decidiste que no aguantabas más y que te tenías que bajar. Casualmente te bajaste junto a una especie de control de alcoholemia en el que había una ambulancia del SAMUR que fue la que te llevó al hospital…
—Qué oportuna…
—Y ahí es donde aparezco yo. Yo salí de la fiesta un poco después que tú y me cogí el siguiente buho. Y ahí iba yo tan tranquilo, sentadito en mi asiento y pensando en mis cosas cuando veo a los del SAMUR sacudiendo a una chica…
—Y la chica era yo, claro…
—Claro. Pero al principio no lo sabía. Sólo veía a una chica con el pelo por la cara con una borrachera impresionante. Hasta que con un movimiento que hiciste, se te quitó el pelo de la cara y vi que eras tú.
—Y te bajaste del autobús, claro…
—Claro. Además fue como de película. Al ver que eras tú pegué un bote y le grité al conductor que parase. Tendrías que haberme visto, toda la gente mirándome como si estuviera loco y yo diciendo que tenía que parar porque una amiga mía estaba con los del SAMUR… Así que me bajé y me fui derecho a ti. Los del SAMUR me miraron con cara de preguntarse quién coño era yo hasta que les dije que era tu compañero de piso. Me preguntaron que si habías bebido. Y les dije que sí, que habías bebido bastante. Joder, es que anoche te pusiste hasta arriba, Ali…
—Ya veo, ya…
—Entonces me dicen que te van a llevar al hospital y yo les pregunto que si puedo ir contigo en la ambulancia. Y me dicen que no, que va contra las normas. Y les tuve que insistir diciéndoles que era nuevo en la ciudad, que no conocía el hospital que me estaban diciendo y que por favor me dejaran ir con ellos. Así que accedieron un poco a regañadientes pero me fui contigo.
—¿Y por qué no te fuiste con Itziar y el chico ese…? ¿Quién era el chico ese a todo esto?
—Aaaah, el espontáneo… —David vuelve a soltar una risita divertida.— Pues mira, el chico ese, Álex, iba en el autobús con vosotras dos. Según me ha contado Itziar, iba al lado vuestro y vio que ibas fatal. Entonces, quizá intentando ligar con Itziar quiso ser amable. Le preguntó a Itziar que si quería una bolsa para que pudieras vomitar. Y claro, Itziar le dijo que sí. A lo que el tío le respondió que no tenía pero que le gustaría tenerla porque se veía que ibas mal. Y cuando te bajaste del autobús, decidió bajarse con vosotras…
—Que rara es la gente…
—Sí, rara, pero el tío ese estuvo todo el tiempo con nosotros sin conocernos a ninguno de nada.
—Ya, sí…
—Bueno, a lo que iba. Que me monté en la ambulancia contigo y con una enfermera que te iba comprobando el pulso y esas cosas. Y aquí viene lo gracioso del asunto porque mientras tú gemías y te revolvías en la camilla, la enfermera se fijó en la acreditación del festival que llevabas colgando…
—Ya, imagino que pensaría que qué pedazo de borrachera se había pillado la bollo esta…
—Ali, eso lo pensábamos todos —se ríe—. No, fue mucho mejor. La tía cogió la acreditación y dijo: «¡Anda, el festival de cine gay! ¡Tengo entradas para este fin de semana!». Y nos pusimos a hablar del festival…
—No me jodas, David, ¿yo ahí muriéndome y tú haciendo de relaciones públicas?
—¿Qué quieres, chica? Ya sabes que yo me pongo a hablar con cualquiera… El caso es que esta chica me dijo que era del GYLIS…
—Joder, el mundo es un pañuelo…
—Ya te digo. Y lo mejor es que cuando ya llegamos al hospital y te iban a bajar de la ambulancia, va la tía y me dice: «Oye, dile a tu amiga que la próxima vez no beba tanto pero que es muy guapa y que a ver si nos conocemos en otras circunstancias durante el festival…». Y la verdad es que la chica era muy mona…
Abres los ojos y lo miras con escepticismo.
—Estás de guasa, ¿no?
—Para nada, Ali, como te lo estoy contando… ¡Qué fuerte! ¡Ligando incluso al borde del coma etílico!
—La madre que me parió… —murmuras.
—La madre que te parió ha estado a punto de enterarse de todo, por cierto. Menos mal que les conseguimos convencer de que vivía fuera de Madrid y que no sabíamos su número de teléfono… Fue una suerte que tu móvil estuviera sin batería, guapa…
—Menos mal… —suspiras aliviada.
—Bueno, ya a partir de que entras en el hospital no hay mucho que contar. En la sala de espera me encontré con Itziar y con el espontáneo y con ellos pasé el tiempo. Cuando te despertaste habíamos ido a desayunar…
En ese momento te acuerdas del parte de alta que doblaste y metiste en uno de los bolsillos de los vaqueros. Metes la mano en él y lo sacas. Se lo tiendes a David. El lo coge y se pone a leerlo.
—¿Que te encontraron botellitas de licor en los bolsillos? —pregunta sin ser capaz de ocultar las carcajadas—. Ali, has quedado como una
destroyer
en toda regla… Qué fuerte me parece…
—Las llevaban en las cartucheras esas chicas que estaban promocionando la bebida esa… Tal vez fue eso lo que me puso así. Es a partir de ese momento cuando dejo de recordar…
—Aún así. Para ese momento llevabas ya unos cuantos cubatas, mona… Lo que sigo sin entender es por qué bebiste alcohol cuando nunca lo haces…
—Ya ves, me dio por ahí…
En ese momento te das cuenta de que David ha dejado a un lado su actitud guasona y te mira con preocupación.
—¿Quieres comer algo? —te pregunta.
—No —meneas la cabeza—. Creo que voy a dormir.
—Entonces quítate esta ropa y ponte el pijama —dice saliendo de la habitación—. Si necesitas algo, llámame.
Cuando David sale de la habitación y cierra la puerta te levantas de la cama y comienzas a desnudarte. Te pones el pijama con esfuerzo. Cuando por fin te vuelves a meter en la cama, empiezas a sentirte mucho más descansada. Estás ya casi quedándote dormida cuando unos nudillos golpean la puerta.
—¿Estas visible? —te pregunta David al otro lado. Al oír tu respuesta afirmativa abre la puerta y entra—. Te traigo agua. Aunque no te apetezca, bebe un poco, es bueno que bebas mucho líquido para la resaca.
Le das un trago al vaso que te trae y lo dejas en la mesilla junto al de zumo que te trajo cuando llegasteis a casa.
—Si necesitas algo, pega una voz, ¿vale? —te dice mirándote con gesto paternal. Luego se acerca hasta ti y te da un beso en la frente. Se da la vuelta, apaga la luz y sale de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Tú ya estás dormida.
—¡Qué majos que son Juan y Diego!
—¿A que sí?
—Sí, me cayeron muy bien. Y a ver si conozco a Ruth, que no hacéis más que hablar de ella.
—¡Uy! Pues ya oíste lo que decíamos, aunque lo niegue se está pillando un huevo por la tía esta y no hace más que irse a Barcelona cada dos por tres. Y cuando la otra viene aquí casi no salen de casa.
—Bueno, ya intentaremos coincidir, ¿no?
—Jo, sí, yo tengo ganas de que Ruth te conozca…
—Pero…
—¿Pero qué?
—No te molestes pero, ¿tú has tenido algo con Ruth…? Cariño, no te rías así, sólo es una pregunta…
—Es que me hace mucha gracia… No, Pitu, nunca hemos tenido nada. Nos conocemos hace años pero nunca nos ha dado por ahí. Yo la quiero mucho pero sólo como amiga…
—No, si sólo era curiosidad, como siempre hablas tanto de ella…
—Porque es todo un personaje. Además ahora nos tiene un poco flipados por lo de su historia con la catalana. ¡Quién la ha visto y quién la ve! Aunque, claro, ella niega que sea algo más que una aventurilla pasajera…
—Ya…
—Fíjate que cada vez que va a Barcelona le dice a la otra que es que tiene reuniones de trabajo. Y es verdad que ella tiene a veces que ir allí por el curro pero, vamos, no cada dos semanas…
—El amor es lo que tiene…
—¡Uy! Eso no se lo digas a Ruth a la cara que te miraría con cara de psicópata.
—¡Ah, claro! Que ella es de las que no se enamoran, ¿no?
—Justo.
—Oye, cielo, he estado pensando una cosa…
—Dime.
—Pues que he estado mirando mi cuadrante del mes de diciembre y aunque no tengo libre todo el puente de la Constitución, ajustando los horarios se me quedan libres los últimos tres días, podríamos irnos a algún sitio, ¿no? ¿Te apetece?
—¡Claro que me apetece! ¡Tres días seguidos! ¡Eso es un lujo!
—Por eso te lo digo. ¿Quieres que nos vayamos a alguna casita rural o algo así?
—Guay. Mañana en el curro miraré por Internet a ver si encuentro algo bueno, bonito y barato, ¿vale?
—Y cerquita, cariño, para no perder mucho tiempo en ir y venir.
—Y cerquita, vale. ¿En la sierra te mola?
—En la sierra está bien. O por Ávila o Segovia. Vamos, algún sitio al que lleguemos en un par de horas de coche…
—Pues mañana lo miro.
—Oye, ahora estás en casa, ¿verdad?
—Sí, ¿por qué?
—Es que no creo que pueda dormir más y me apetece verte…
—¿Te apetece verme, mi niña?
—Sí, dame un ratito y estoy ahí. Y así nos vemos un poco antes de que me vaya a currar.
—¡Qué linda eres, cielo! Venga, no pierdas tiempo y vente para acá.
—¡Voy volando! ¡Hasta ahora!
R
uth echa un último y satisfecho vistazo a su imagen en el espejo y sale del piso decidida. Carmen, una de sus compañeras de trabajo, la espera abajo, en el coche junto con Natalia y Lucía, otras de sus compañeras. Esta noche tienen una más de las cenas de empresa que se celebran por todo Madrid con motivo de la navidad. Con la diferencia de que esta es la que las chicas de la oficina hacen por su cuenta. Cena sólo de chicas, copeo en los bares más
in
y, Ruth espera que no, visita a algún local de
strip-boys.
Se pregunta por qué, año tras año, sigue aceptando formar parte de ese juego. Y ella misma se da la respuesta automáticamente. Porque le gusta el juego. Porque le gusta jugar. Le gusta ver y ser vista. Le gusta poder ser la mirada crítica del grupo. Poner la puntilla a lo que ven y lo que hacen durante esas noches. Porque es un juego en el que nunca se sentirá implicada. Al que siempre mirará desde lejos con la indiferencia de quien lo ha rechazado con el pleno convencimiento de que no es lo que quiere. Pero la divierte. Activa su ironía.
Se encaminan al restaurante. Un restaurante de esos exclusivos, con aparcacoches y cócteles en la barra mientras preparan tu mesa, en los que el cubierto cuesta lo mismo que el presupuesto semanal para la lista de la compra de cualquier ama de casa. Ruth nota que empieza a divertirse cuando comprueba que pese a superar la barrera de los treinta todas sus compañeras se comportan como quinceañeras en viaje de fin de curso. Las cenas con gente del trabajo siempre sacan lo peor de cada una, la parte que precisamente no deberíamos mostrar a aquellas y aquellos junto a los que trabajamos día a día. Pero hoy Ruth tiene ganas de descocarse, de dar la nota. Y, por supuesto, sus compañeras saben que entiende. No les va a sorprender si de repente de su boca sale una exclamación que roce lo procaz acerca de alguna mujer. Es más, a sus compañeras, al igual que a cierto sector de heterosexuales que se creen muy modernos y abiertos, les encanta que Ruth sea lesbiana. A algunas incluso les encanta que Ruth finja coquetear con ellas pese a que acaben bajando los ojos, las mejillas sonrojadas y un movimiento de negación no del todo convincente. «¡Ay, Ruth, cómo eres, un día de estos me lo voy a llegar a creer y todo!», le dicen. Y Ruth es consciente de que, en algunas, esos coqueteos pulsan resortes desconocidos para ellas, que en algún pequeño recoveco de su cerebro se preguntan por qué les agrada tanto que una mujer se les insinúe, aunque sea en broma, si ellas son por completo heterosexuales. Ruth sabe cuántas mujeres desean secretamente, tan secretamente que a veces no llegan a darse cuenta, que una mujer las seduzca. Ella sabe que hay muchas que anhelan saber qué es eso de acostarse con otra mujer. Pero nunca lo reconocerán. Y menos ante una lesbiana. No vaya a ser que haya una confusión y ese agradable juego en el que participan con una risita jocosa se convierta en algo más serio. Algo que les haga replantearse sus esquemas.