Mujeres estupendas (13 page)

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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

BOOK: Mujeres estupendas
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Ruth hace un gesto con la mano para zanjar el tema justo cuando Juan le da el último trago a su botellín de cerveza y mira el reloj. «Es tarde, yo me voy a casa. ¿Tú qué haces, Ruth? ¿Te quedas o te vienes conmigo?», pregunta Juan mirándola. «No, no, me voy contigo —dice y luego suspira lastimera—: ¡Ay! Entre todos me vais a convertir en una mujer decente y todo…» «Ya será menos», apunta Ali volviendo a un tono cordial. Juan y Ruth se levantan de las sillas. Ali y David los imitan. «Bueno, pareja, nos vemos otro día», les dice Juan. Ruth no sabe si su amigo se ha percatado del súbito cambio en el color de la cara de David. Se despiden de ambos y salen a la calle.

Cuando ya han llegado de nuevo a Tirso de Molina, Ruth carraspea un poco y le pregunta a Juan: «Oye, ¿por qué les has dicho eso de "bueno, pareja"?». Juan la mira extrañado lo que demuestra que él no ha notado nada. «¿Cómo que por qué? Son dos y dos, son una pareja…», responde sin acabar de averiguar por dónde van los tiros de Ruth. «Entonces no te has dado cuenta, ¿no?» Juan menea la cabeza. «A David le gusta Ali —afirma Ruth con rotundidad—. Pobre, en buena se ha ido a fijar. Si la hubiera conocido hace un año ni hubiera podido cruzar dos frases con ella de lo radicalita que era la niña…» «¿Tú crees?», pregunta Juan sorprendido. «Joder, claro, cuando yo conocí a Ali con tíos heteros no quería tener más trato que el imprescindible.» «No, me refiero a que a David le guste Ali.» «Me juego la mano derecha —dice tajante—. Y ya sabes lo mal que me manejo con la izquierda así que Sara se pondría muy triste si la perdiera —añade queriendo hacerse la graciosa.» Pero con lo que no contaba era con que la sola mención de Sara volvería a cambiar su ánimo. Un ánimo que el rato pasado en compañía de sus amigos había conseguido apaciguar. Esto Juan sí que parece notarlo. «¿Ahora qué te pasa? —le pregunta preocupado—. Te ha cambiado la cara de repente.» Ruth chasquea la lengua y fuerza una débil sonrisa. «No es nada, Juan. Lo que te he dicho antes. Se me vienen cosas a la cabeza…» Juan le pasa el brazo por los hombros en actitud paternal y la estrecha contra él. «No le des tantas vueltas a las cosas. Así lo único que haces es complicarlas.» Caminan en silencio hasta la Puerta del Sol bajando por Carretas. Al llegar a la boca de metro Juan se separa de Ruth. «Bueno, cabezona, yo te dejo aquí», le dice haciendo ademán de despedirse de ella. «No, si yo también voy a coger el metro.» La cara de Juan es todo un poema al escuchar a su amiga decir eso. «¿Tú? ¿Tú vas a coger el metro? —mira hacia la calzada—. ¡Pero si tienes un montón de taxis libres esperando para recoger a su clienta de honor!» «Y también tengo una cuenta corriente que empieza a gritar pidiendo auxilio. Venga, tira», lo apremia comenzando a bajar las escaleras de acceso a la estación. Juan la alcanza todavía riéndose.

INTERLUDIO

—¿Ya estás en casa, mi niña?

—Sí, acabo de llegar, estaba sacando las cosas de la maleta…

—Pues yo ya te echo de menos…

—Ay, nena, no me digas esas cosas que me pongo tierna…

—Pues ponte, ponte… Jo, es que ahora que me había acostumbrado a tenerte todos los días no sé cómo voy a aguantar volver a verte poquito…

—Ya, a mí me pasa lo mismo…

—…

—…

—Te has quedado muy callada de repente…

—Sí… Es que se me ha pasado una idea por la cabeza…

—¿Qué idea?

—No, no es nada…

—Venga, Pitu, no te hagas de rogar que sabes que al final me lo acabarás diciendo…

—No sé, Pilar, tampoco quiero asustarte…

—No me vas a asustar, tonta, venga, anda, suéltalo…

—Bueno, pero es sólo una idea, ¿eh? Lo tendríamos que hablar con más calma…

—¡Pero dilo ya!

—Bueno… ¿Te acuerdas lo que te dije del piso de protección oficial que pedí?

—Sí, claro que me acuerdo.

—Pues si nada falla, las listas salen el mes que viene…

—¿Y?

—Pues no sé, imagínate que me toca… No sería inmediato, claro, hasta que me dieran las llaves y luego el rollo de amueblarlo y eso… Pero… ¿te gustaría venirte conmigo?

—¿Me estás pidiendo que viva contigo, Pitu?

—Sí… Pero tampoco te asustes, ya te he dicho que no sería algo inmediato. Además, todo depende de que me lo concedan y eso es como una puta lotería…

—No me asusto, cariño. Y la respuesta es sí. Y si no es ese piso ya nos buscaremos uno por donde sea…

—¿En serio? ¿De verdad querrías vivir conmigo?

—¡Claro que quiero, tonta!

—Bueno, bueno, de todas formas lo tendríamos que hablar con más calma y ver cómo lo podemos hacer y…

—¡Ay que se me pone nerviosa mi niña!

—Jo, claro que me pongo nerviosa… Tenía miedo de que salieras corriendo…

—¿Y por qué iba a salir corriendo?

—Porque a la gente le asustan este tipo de cosas, ya lo sabes…

—Pero yo no soy la gente… Además…

—¿Además…?

—A mí también se me había pasado esto por la cabeza… No por lo de tu piso sino que te vinieras al mío… No sé, hacer algo para pasar más tiempo juntas, aunque sea para ver cómo te despiertas con carita de perro…

—Así que las dos estábamos pensando en lo mismo…

—Pues sí… Eso debe de ser bueno, ¿no?

—Sí, eso debe de serlo…

CRUZANDO LA CALLE

S
é que debería levantarme pero la cama de Ruth es tan cómoda que no me resisto a la tentación de quedarme un rato más. Anoche llegué muy tarde y la euforia del reencuentro, aunque esta vez sólo hacía cuatro días desde que nos despedimos por última vez, nos hizo quedarnos dormidas de madrugada. La verdad es que anoche el comportamiento de Ruth me sorprendió. ¿Cómo calificar su actitud? ¿Receptiva, enamorada, feliz? ¿Quizá sincera? Estaba exultante. Me miraba y no hacía más que sonreír. Radiante ante la perspectiva de pasar juntas toda la semana santa.

Había llenado a reventar el frigorífico y me preparó la cena sin dejar que la ayudase en ningún momento. A ratos parecía ser una adolescente nerviosa ante su primera cita y deseosa de que todo saliera según sus planes. Yo la miraba y me admiraba de ver que, aunque con efecto retardado, Ruth comenzaba a comportarse como mi pareja.

Hace un rato se fue a buscar algún sitio abierto y comprar algunas cosas que faltaban para la comida de hoy. Pilar y Alicia vienen a comer y yo les he prometido cocinar. Mientras vuelve disfruto dando vueltas en la cama, completamente impregnada con su olor. Sintiéndome tan cómoda de estar en su casa…

Sin darme cuenta me quedo medio dormida. Me despierta el sonido de la puerta del piso abriendo y cerrándose. Un rumor de bolsas de plástico me llega desde la cocina. Luego Ruth entra en la habitación y se tumba a mi lado en la cama.

—Venga, dormilona… —me dice melosamente al oído acompañando sus palabras de besos que comienzan a bajar por mi cuello.

—Mmmmm —es el único sonido que emite mi garganta. Luego abro los ojos, me doy la vuelta y comienzo a desperezarme muy lentamente, estirando brazos y piernas como una gata después de la siesta—. ¿Qué hora es? —le pregunto a Ruth entrecerrando los ojos.

—Más de las doce —me dice—. Y como no te levantes y te vistas ahora mismo me parece que ninguna de las dos va a salir de esta cama —apunta sugerente levantando la sábana y mirando mi cuerpo desnudo.

—Eso suena bien —le digo yo en el mismo tono agarrándola de la cazadora y atrayéndola hacia mí para besarla.

—Estas vienen a las dos —me avisa entre beso y beso—. Y son la hostia de puntuales…

Hago un mohín y meneo la cabeza.

—En fin…

Ambas nos levantamos a la vez de la cama. Ruth se va a la cocina y yo al baño a darme una ducha rápida. Unos minutos después, vestida y despejada, entro en la cocina con intención de ponerme a preparar la comida. Soy la típica a la que no le gusta cocinar más que cuando puede hacerlo para varias personas. Y disfruto cuando, como ahora, tengo al lado a mi novia transformada en pinche siguiendo mis instrucciones porque ella sí que no tiene ni idea de hacer algo más complicado que una tortilla de patatas. Al ritmo de la música que suena en el salón proveniente de los altavoces del ordenador Ruth y yo vamos preparando la comida mientras tomamos unas cervezas que a mí se me suben a la cabeza justo cuando me doy cuenta de que no he desayunado nada.

A las dos en punto suena el timbre del portal. Momentos después Pilar y Alicia están en el umbral de la puerta del piso esbozando grandes sonrisas y tendiéndome una botella de vino rosado.

—Como no dijiste si habría carne o pescado, traemos el punto intermedio —explica Alicia entrando seguida por Pilar.

—¡Vaya! —exclama Pilar con fastidio—. Y yo que pensaba que nos recibiríais sólo con un delantal tapándoos las vergüenzas…

—Esas cosas las reservamos para otros momentos, Piluca —dice Ruth saliendo de la cocina y secándose las manos con un trapo—. Tu chica tampoco ha podido venir hoy, ¿no? ¡Joder! ¿Es que vamos a ser las últimas en conocerla?

—¡Coño, Ruth! Ella no tiene la culpa de que vosotras parezcáis Willy Fogg con tanto viaje —se queja Pilar quitándose la chaqueta.

—Y ella trabaja demasiado. A este paso se va a hacer de oro… —murmura volviendo a la cocina—. Anda, venid aquí las dos y coged las cosas para poner la mesa.

Ambas fingen fastidio y se dirigen a la cocina.

—Jo, Ruth, vaya forma de tratar a tus invitadas… —dice Pilar.

—¿Invitadas? Con la de tiempo que habéis pasado aquí os debería cobrar alquiler —le espeta ella.

Entre risas y bromas vamos poniendo la mesa y trayendo algunos aperitivos. A la blanqueta de ternera aún le falta un rato así que aprovechamos para ponernos al día ya que, según dicen las chicas, casi no se nos ve el pelo. Pilar cuenta que Pitu está muy contenta porque le han concedido un piso de protección oficial en Alcobendas. Por el contrario, Alicia anda alicaída porque la asociación no está funcionando como ella creía.

—¿Y qué esperabas, Ali? —le reprocha Ruth con la copa de vino en la mano—. A la gente siempre le ha costado mojarse. Y ahora que parece claro que se aprobará el matrimonio gay se creen que ya está todo conseguido. Además, las tías siempre han sido muy comodonas con eso del activismo…

—Ya habló la escéptica… —le espeta Alicia molesta—. De verdad, me encantaría haberte conocido cuando tú eras la activista…

—Es que por aquel entonces tú aún andarías aprendiéndote el abecedario, Ali —le espeta guasona. Ali tuerce el labio rezongando.

—Haya paz, chicas —les digo siguiéndoles la broma y levantándome de la silla para ir en busca de la blanqueta.

Una charla continua nos acompaña durante el resto de la comida. Las tres dicen lo bueno que está todo mientras mastican a dos carrillos y a Ruth se le pone cara de orgullo al oír los cumplidos que me dedican. Me mira poniendo ojitos y me besa, lo que provoca una sonora carcajada por parte de Pilar.

—¡Qué fuerte me parece! —exclama sin poder contener la risa—. ¡Ruth también sabe ponerse ñoña!

Ruth achina los ojos y mira a Pilar con cara de pocos amigos.

—¡No soy ñoña! —le dice—. Sólo soy… cariñosa.

—Ya, ya,… —me mira—. Venga, Sara, admítelo, ¿a que cuando estáis solas parece que se ha escapado de una peli de Meg Ryan?

Mi única respuesta es echarme a reír. Ruth finge fastidio.

—Sara, por favor, que una tiene que mantener su reputación…

—Pues la estás perdiendo, lo siento —le digo sin dejar de reír.

—En fin… —suspira Ruth levantándose y comenzando a recoger los platos—. ¿Quién va a querer café?

—Yo solo —pide Ali.

—Yo con leche —le sigue Pilar.

—Yo como tú sabes, amor, cariño, corazón —le digo yo en el tono más ñoño que puedo para hacerla rabiar. Ella me suelta una colleja.

—¡Au! —grito—. No, Ruth no es ñoña pero sí muy brutita, la pobre… —me quejo tocándome la nuca.

—¡Tú sigue así y verás…! —grita desde la cocina.

—¡Ay! —dice Alicia de repente como si recordara algo—. ¿Sabéis qué me pasó el otro día en la asociación?

—¿El qué? Cuenta —le dice Pilar interesada.

—Bueno, pasar no pasó nada pero hablé con una chica que me contó algo que me sorprendió.

—¡Pero cuéntalo de una vez, leche! —le pide Pilar impaciente.

—Pues nada, hay una chiquita que se ha pasado ya varias veces por allí y siempre charla un rato conmigo. El otro día me dice que si me puede contar una cosa y yo le digo que claro. Entonces me cuenta que, bueno… —Ali titubea.— Que ella siempre se ha considerado lesbiana pero que… últimamente… pues había conocido a un chico y que eran muy amigos y que creía que le estaba empezando a gustar —nos explica con cara de circunstancias—. Pero claro, estaba hecha un lío porque a ella nunca le habían gustado los tíos y no entendía por qué le gustaba este. Además, estaba preocupada por qué dirían sus amigas si se enterasen…

—¡Ichs! ¡Un tío! —exclama Pilar esbozando una mueca de disgusto. Mi expresión no varía sino que continuo mirando a Alicia con atención.

—Y yo, claro, no sabía qué decirle porque yo… Bueno, a mí nunca me han gustado los tíos y nunca me he planteado esa posibilidad… Pero la tía estaba hecha un lío, el chico en cuestión le gustaba mucho y creía que ella a él también pero parecía preocuparle mucho cómo pudieran reaccionar sus amigas…

—¿El chico sabe que ella es lesbiana?

—Sí —contesta tajante.

—A ese lo que le pasa es que le pone lo del rollo bollo y piensa que se puede montar un trío —sentencia Pilar arrugando el morro. Alicia la mira acusadora.

—¡Eso no lo sabemos, Pilar! —la increpa duramente—. No todos los tíos son unos salidos. Alguno habrá normal… Vamos, digo yo…

—No me puedo creer lo que estoy oyendo —dice Ruth entrando en el salón con la cafetera en la mano—. ¡Alicia Martínez no piensa que todos los tíos sean unos salidos! Quién te ha visto y quién te ve, Ali…

—¿Y tú qué le dijiste? —le pregunto yo obviando la salida de Ruth.

—Es que no sabía qué decirle —Ali se encoge de hombros.— Es que no sé… Por eso os lo cuento… Me dejó muy sorprendida…

—A ese chico le pasa lo mismo que a David contigo. Le pone su amiguita bollera y quiere demostrarle que lo que le hace falta es una buena tranca… —el tono de Ruth hacia Ali es de advertencia mientras nos va sirviendo los cafés.

—Ruth, ese no es el caso —la interrumpo obviando que a Ali le ha cambiado la cara cuando se ha mencionado a David—. Es ella quien siente algo por él y no sabemos si él ha intentado algo o no. ¿Te lo dijo, Ali?

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