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Authors: Cristina Fallarás

Tags: #Intriga, Policíaco

No acaba la noche (8 page)

BOOK: No acaba la noche
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Llegaba el momento de hacerse el interesante. Se quitó el chambergo que todavía llevaba puesto, recogió del suelo el maletín y partió hacia su mesa como quien da una tarea por cumplida. Lo seguí.

—Y de la chica joven, Sara Pop, ¿qué sabemos?

—Hombre, sabemos, sabemos… repito: ignoro qué información manejas tú.

Apretó el bolón de encendido del ordenador, se repantigó en la silla, puso los pies sobre la mesa y apartó con la puntera del zapato un cenicero repleto de colillas del día anterior. Estaba claro que el tipo me exigía que no lo traicionara, él y no yo era el reportero de sucesos, así que más me valía tranquilizarlo o por esa boquita no iba a salir una palabra más.

—Por no saber, ni siquiera sé cómo se llama. A mí no me hagas caso, colega, que este asunto me queda demasiado grande. Desde ya te lo digo, de reportaje, nada de nada. Lo que pasa es que, mientras no sale otra cosa mejor, aquí me tienes, dando palos de ciego para matar el rato. Estoy demasiado implicado en todo este asunto. Como sabes, yo conocía a Enrique, nada, sólo de ir por el Paradís, pero es que si echas la cuenta, han sido muchas noches. Mi búsqueda es personal, Ortega, estrictamente personal. Sólo quiero entender.

En ese momento debió de pensar que yo era un completo imbécil, si es que no era eso exactamente lo que pensaba siempre de mí. Se le recompuso la cara, antes distante, en un gesto paternal, sonrisa condescendiente, y encendió un pitillo.

—Ay, estos bohemios, no hay quien os entienda. —Estaba claro que él iba a intentarlo—. Andáis siempre a dos velas, más pobres que las ratas, y ¿a qué os dedicáis? ¿A trabajar? No. ¿A buscar un curro fijo que os saque de la miseria? Menos. Os dedicáis a buscaros a vosotros mismos. ¡Alto!, un noble empeño, no lo niego… si uno puede permitírselo, claro. No te mosquees, maestro, pero es que sois la leche. Mira esas tres tipas, un trío de ases, y ¿dónde les han acabado sacando la foto? En el puto suelo de un garito cochambroso entre restos de sangre, mierda, coca y cosas peores, te lo puedo asegurar.

Empezaba a cansarme y sabía por experiencia que el sermón no había hecho más que empezar. «O cortas por lo sano —me dije— o acabas con un nuevo enemigo en la lista.»

—Tengo entendido que Sara Pop trabajaba para Curra Susín. ¿Tú sabes qué es lo que hacía exactamente?

—Joder, tío, repartir banderitas, si te parece. —Hasta el momento, el periodista no había pensado, como creí, que yo era un perfecto cretino. Lo pensaba justo en ese instante, mientras me miraba con cara de «déjalo y dedícate a la horticultura»—. Pero ¿me lo estás preguntando en serio? —Asentí—. Pues debes de ser la única persona del ramo que no conoce los manejos de la gorda, colega, ¿o es que te crees que toda esa pasta se hace montándole los mítines al mamarracho de turno?

Tan grande era su satisfacción ante mi ignorancia que se vio en la obligación de bajar los pies de la mesa, levantarse, pasarme un brazo por los hombros y llevarme hacia la máquina de café como si fuéramos grandes amigos que hablaban de problemas de catre.

La agencia de la Susín era famosa en Barcelona, y más allá, por sus solventes servicios en la organización de convocatorias sociales, la gorda conocía a todo el mundo, parecía como si todo el que pintaba algo en la ciudad e incluso fuera de ella le debiera un favor. No había artista, ministro, embajador o incluso intelectual que a su paso por Barcelona pudiera rechazar una invitación de la Susín. Sus servicios costaban dinero, mucho, pero cualquier convocatoria en sus manos llenaba páginas de periódicos, contaba con caras extranjeras y aseguraba el éxito no sólo en asistencia, sino también en crítica, lo más importante. Hasta ahí sabía yo. Pero, por lo visto, los cimientos de tanta solidez, o gran parte de ellos, estaban en su actividad paralela, otra agencia, alejada ésta del dominio público, dedicada a la «gestión de compañías», así se refería a ella la golfa de la Susín, según Ortega. Sus clientes eran hombres muy ricos y, sobre todo, hombres y mujeres que por culpa de su cargo, su presencia pública o su profesión, no podían o no querían permitirse el lujo de presentarse en un prostíbulo o conseguir por teléfono un cuerpo al que acercarse. Curra Susín ofrecía belleza o inteligencia o juventud o cultura o todo eso junto a quien pudiera pagarlo.

—La gorda opera con una flota de un centenar de hombres y mujeres de los más variados pelajes y edades, eso sí, siempre por encima de los quince, colega, que la tía no se chupa el dedo —explicaba el de sucesos relamiéndose con cada dato—. La mayoría ha salido por edad, o por razones más turbias, de las filas de las agencias de modelos. Pero también mueve a actrices y a actores de segunda, a figurantes de televisión, a ex mises, a presentadores, a presentadoras… O sencillamente a carnecita joven, maestro, dulce adolescencia, de esa que no duda en prestar el pellejo a cambio de dinero fácil. Y estoy hablando de bastante dinero. Desde luego, más de lo que van a ganar haciendo de canguros.

—¿Y Sara Pop estaba entre ellos? —A esas alturas, yo ya me encontraba sólo en situación de enunciar preguntas simples e intentar que no se me abriera la boca más de lo necesario.

—La Pop, de nacimiento Sara López, no entraba en el catálogo, y por eso valía su peso en oro. Por eso y porque todavía era una modelo relativamente cotizada en las pasarelas nacionales, una carita conocida y más apetitosa que las tetas de tu puta madre. Además de estudiante de Humanidades en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, claro. En resumidas cuentas, que la chavala lo tenía todo.

29 de abril. 13.55 horas

El reloj de la iglesia de Santa Teresa y Santa Isabel, en la glorieta del Pintor Sorolla, no ha dado todavía las dos cuando el empresario Arcadi Gasch i Llobera entra en la antesala del restaurante Molino Viejo de Madrid. Todavía le quedan restos de los cacahuetes del puente aéreo de Iberia entre las muelas, sobre todo entre el segundo y el tercer molar de la mandíbula inferior izquierda, de donde un dentista desaprensivo le arrancó una pieza cuando aún no había cumplido los quince, algo que en la actualidad debería suponer, si no una condena, al menos una multa del colegio profesional. Así que espera a José Pablo, el propietario que siempre sale a recibirlo, con la lengua luchando por desatascar el eterno agujero que se resiste a suplir con una de esas piezas de porcelana que, según sus amigos, casan tan bien con la dentadura después de que a uno le implanten, bonita palabra, un clavito en toda la mandíbula a través de la encía.

«Un palillo, por favor, y prepárame la mesa de las de ceremonias en el reservado, ya me entiendes, que hoy el asunto está jugoso y a los socios hay que contentarlos, tú.» Su buen amigo Casas, ahora diputado en Cortes, le ha enseñado cómo manejarse en la capital. Humor grueso, buena comida y putas, ése es el resumen. Y lo mejor de lodo, saber elegir el local, donde sin tener que expresarlo en voz alta, le sirven lo necesario. Vamos, que si a el le dicen que tiene que detallarle a José Pablo que después de los postres lleguen las putas, van buenos. Pero Casas ya lo conoce y Madrid tiene restaurantes donde los trámites son fáciles. Qué diferencia, qué provinciana queda Barcelona.

Cumplidos los sesenta, el cuerpo aún elástico del empresario catalán luce un tanto chamuscado. No se puede convencer a los del foro de que el sol de Cataluña te deja ese bronceado a finales de abril, aunque sea verdad y te haya costado cuatro horas diarias de playa modelo Semana Santa en Premià. No queda más remedio que mencionar la ayuda de los rayos UVA, porque estos madrileños no saben más que de gimnasios, masajes y putas, desengáñate, aquí no se pueden vender las ventajas del paseo kilométrico e incluso poético al sol del Mediterráneo; a la hora de hacer negocios nadie se fiaría de un señor que pudiéndose tostar en sesiones de diez minutos pase horas en la playa. Sobre todo por lo de la playa. ¿Llega ese palillo o no, que me van a coger los invitados con la lengua descarnada?

El empresario Gasch i Llobera sabe lo que le toca. Ya es 29 de abril, y el contrato de la promoción de Catalunya todavía sin cerrar. Encima, tiene que pedirles —va a ser una súplica— patrocinio y apoyo para el nombramiento de la representante de Catalunya, la encarnación nacional en forma de chavala de la tierra, sana, culta y un puntito guarra, lo justo para usarla de estandarte en negociaciones y contubernios comerciales dentro y fuera de las fronteras patrias.

El resto de los comensales, hasta un total de ocho, no tardan en aparecer, porque con los catalanes la cosa siempre promete, y más en donde José Pablo,
bocato di cardinale
. En el fondo, al empresario Gasch i Llobera no le cabe la menor duda de que va a comprar paja a precio de oro, pero el no deja de hacer lo mismo si puede, y París bien vale una misa, que es una frase cuya procedencia ignora pero de herencia materna, y los dichos y costumbres de su madre le han servido de mucho desde que empezó los negocios con la Generalitat. Por eso, por Cataluña y por la memoria de su madre, aguantará lo que le depare esta velada, un horror de groserías múltiples, pagará lo que mande la nota, que nunca se ciñe al restaurante y sus servicios, y luego se volverá a Barcelona, que lo espera una cena para la que lleva un mes preparándose y que piensa convertir en casting de candidatas. No se la puede perder, de ninguna manera.

Este José Pablo, siempre con lo mismo, que llega el momento de los postres y aún se hace de rogar para dejarlo en evidencia, como si no hubiera quedado bien claro desde que entró que la casa no repara en gastos y que todos los extras corren de su cuenta. Así que el amo, que se nota que no es ni catalán ni madrileño, en el caso de que los madrileños existan, sino que debe de haber llegado de Segovia o de Valladolid o de más lejos, que si desean algo más los señores, y el empresario Gasch i Llobera, que lo convenido, venga ya, que me espera (y esto lo piensa) la cita de esta noche, mi primera gran gala social, y aquí todavía quedan unos cuantos machos hispánicos por contentar. Pero el dueño del Molino Viejo no es de los que dan su brazo fácilmente a torcer, quiere ofrecer una ronda de su parte y con gran ceremonia mientras llegan las chicas. Es porque le hace ilusión, después de haberlo visto en alguna película porno-lux, aparecer con una bandejita de plata en la mano, y en la bandejita, dos docenas de rayas de cocaína equidistantes, equipesantes incluso, para que los señores se vayan entonando. Ya nos tocó el encule, piensa Gasch i Llobera mientras intenta que aquellos polvos no salgan despedidos de su nariz de la misma manera que han entrado, de un golpe verbenero.

Después, gracias a Dios, aparecen por fin las hembras, sólo cuando todo indica que en el restaurante se han quedado los íntimos en franca intimidad. El catalán se mira el Rolex, y después de encontrarlo un pelo burdo, qué manía con llevar ese trasto, hace sus cálculos y llega a la conclusión de que le queda una hora para cerrar los tratos, recibir la inevitable mamada bajo mesa, bromear al respecto y salir volado en un taxi para cumplir en su tierra. Es su noche y no piensa perdérsela. El gabinete de la señora Susín le ha hecho llegar una invitación personal para una cena de campanillas, y luego ha sido la propia Curra Susín, una mujer de cuyos servicios ha oído hablar pero no ha catado y sobre los que aún conserva la duda de que se traten, como diría su hija, de una leyenda urbana, quien le ha reiterado el convite de viva voz. Las chicas que le puede presentar la Susín tienen que ser de órdago, sin duda, a Casas se le han puesto los dientes largos de la envidia, y por lo que tiene entendido, todas cultas, todas jóvenes, todas bien formadas.

Está impaciente e intenta que no se le note, pero ahora resulta que la fulanita le ha salido cariñosa, y si hay algo con lo que él no puede es con los amores bajo mesa. «Ay, mi negro, no me des tormento.» ¡La puñetera inmigración! Hace que una tanda puteril cualquiera, de esas que las valencianas llevan con mano diestra, se convierta en una sesión de boleros, y él, que tiene sus debilidades, acaba de rodillas para poder departir de tú a tú con la chiquilla morena que le está recordando sus mejores noches de
festa major
. «¿Sabes? Yo tengo una hija de tu edad, está estudiando, y tú también podrías hacer lo mismo, buscarte otro tipo de trabajo, no sé, limpiar en alguna casa, o en oficinas. Nosotros tenemos una chica como tú, muy mona, que viene por las mañanas a hacer la casa, y por la noche sacarte alguna titulación…» Mientras la chica lo mira a los ojos sorprendida por encontrarlos a su misma altura, que es la del borde bajo del mantel largo, le dice: «Si quieres bajo la bandeja, porque me queda un cuarto de hora y el taxi estará en la puerta a punto para mi despegue.»

Capítulo VI

Sara Pop poniendo el culo. No me quitaba de la cabeza la imagen de Sara Pop a cuatro patas ante lo que llaman un mandatario internacional, pongamos un miembro alemán del Parlamento Europeo de visita para estudiar la eliminación de purines en el área de Lleida. El muy bestia le había arrancado con los dientes el tanga azul añil adquirido en la quincena de la lencería de El Corte Inglés. Sara Pop entrando en un cajero automático de "la Caixa", amarillo moneda de cuento infantil, para comprobar que en su cuenta de ahorro ya consta el ingreso de los mil euros de parte del contable de la gorda Susín. Y la gorda Susín:

—… claro que el caso de Amalia de Pablos era excepcional, porque ella podía permitirse esos lujos sin temor al futuro. De ahí a que lo sucedido tenga algo que ver con esta decisión del año, o quinquenio, sabático, pues cualquiera sabe. Realmente, ha acabado resultando una mujer muy oscura, no diré que me asombre. El estatus de Amalia dependía de su pasado y de su familia, todo lo había tenido demasiado fácil, y eso no es bueno. A su vida privada me remito, un desastre. Se aburría, eso está claro, y por lo visto no se le ocurrió mejor remedio que llevar una vida paralela. Sí, pero no se merecía lo que le ha acabado pasando, mezclada con toda esa escoria. Ha sido una muerte muy desgraciada, sobre todo por la publicidad que se le ha dado. Claro, que la bola era imparable. Si hubieran matado sólo a Amalia, aún podríamos haber hecho algo, gestionar la discreción, pero así…

¡Gestionar la discreción! Negociar el culo. Gestionar la discreción. Administrar la anormalidad para que no salpique. Abastecer de juguetes cárnicos excepcionales el fondo de poderosos de la normalidad. Me tocaba intervenir, preguntarle en ese momento qué era eso del año sabático de Amalia, a lo mejor guiada, administrada y abastecida por la mujer batracio. Pero no, seguro que no. Amalia, imposible. De ella sólo podía gestionar la discreción de la muerte, el desprecio con el que la trataba la ponía en evidencia. La niña Pop, sí; su culo, sí; la gran De Pablos se te escapa, cerda gorda —pensé—, y ahora intenta vengarte. No podía interesarme por el asunto de las vacaciones de Amalia, no iba a darle a Curra Susín la oportunidad de seguir adelante.

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