Authors: Dan Simmons
Las trincheras en llamas estaban siendo encendidas en los cuatro lados de Ardis Hall por los humanos que se retiraban, pero Ada vio que los voynix atravesaban el fuego o saltaban por encima. Sombras salvajes brincaban por todas partes en los jardines y la temperatura subió una docena de grados en pocos segundos.
La mujer se desplomó de nuevo contra Ada y casi la derribó al caer. Ada se agachó junto a ella, sorprendida por la cantidad de sangre que la muchacha pelirroja vomitaba sobre su túnica, pero Petyr intentaba ponerla en pie, guiarla en la retirada.
—¡Ada, tenemos que irnos!
—No.
Ada se agachó, se cargó a la joven sangrante al hombro, y consiguió ponerse en pie. Había cinco voynix rodeándolos.
Petyr había recogido del suelo una lanza rota y los mantenía a raya con fintas y golpes, pero los voynix eran más rápidos. Esquivaban y avanzaban más rápido de lo que Petyr podía girarse y atacar. Una de las criaturas agarró la lanza y se la arrancó de las manos. Petyr cayó de bruces casi a los pies de los voynix. Ada buscó desesperadamente a su alrededor un arma que poder agarrar o emplear. Intentó poner a la muchacha en pie para poder tener las manos libres, pero las rodillas de la pelirroja cedieron y volvió a caer. Ada se lanzó contra el voynix que se alzaba sobre Petyr, dispuesta a usar las manos desnudas contra él.
Entonces llegó una andanada de fuego de flechitas y dos de los voynix, incluyendo el que se disponía a decapitar a Petyr, cayeron. Las otras tres criaturas se giraron para enfrentarse al ataque.
Laman, el amigo de Petyr, que había perdido cuatro dedos de la mano derecha en el último ataque voynix, disparaba una pistola de flechitas con la mano izquierda. Su brazo izquierdo sostenía un escudo de madera y bronce y las piedras rebotaban en él. Tras Laman llegaron Salas, Oelleo y Loes (todos amigos de Hannah y discípulos de Odiseo), también con escudos para defenderse y armas de flechitas para matar. Dos de los voynix cayeron y el tercero cruzó de un salto la zanja ardiente. Pero más docenas venían corriendo, brincando, rodeando al grupo de Ada.
Petyr se puso en pie, tambaleante ayudó a Ada a recoger a la muchacha y se dirigieron hacia la casa, que todavía quedaba a más cien metros de distancia, con Laman guiándolos y Loes, Salas y la pequeña Oelleo dándoles protección a cada lado con los escudos.
Dos voynix aterrizaron en la espalda de Salas, hundiéndola en el suelo revuelto y lleno de barro y arrancándole la espina dorsal. Laman se volvió y disparó al voynix en la joroba una andanada entera de flechitas de cristal. La criatura cayó de lado en el suelo congelado, pero Ada vio que Salas estaba muerta. En ese instante, una piedra alcanzó a Laman en la sien y el hombre cayó al suelo sin vida.
Ada dejó que Petyr sujetara el peso de la muchacha mientras ella agarraba la pesada pistola de flechitas. Una sólida andanada de piedras llegó volando de la oscuridad, pero los humanos se acurrucaron tras los escudos de Loes y Oelleo. Petyr agarró el escudo caído de Laman y lo añadió a la barricada defensiva. Una de las piedras más grandes aplastó el brazo izquierdo de Oelleo a través del escudo de madera y cuero, y la mujer (amiga íntima del ausente Daeman) echó atrás la cabeza y gritó de dolor.
Había docenas, centenares de voynix alrededor de ellos, arañando, saltando, matando a los humanos heridos del suelo mientras muchos más corrían hacia Ardis Hall.
—¡Estamos aislados! —gritó Petyr. Tras ellos, las llamas de las trincheras habían perdido gran parte de su intensidad y los voynix saltaban al otro lado sin problema. El suelo estaba cubierto de más cuerpos humanos que de voynix.
—¡Tenemos que intentarlo! —gritó Ada. Con un brazo alrededor de la muchacha inconsciente, disparando la pistola de flechitas de cristal con la mano derecha, le gritó a Oelleo que levantara el escudo con el brazo derecho y lo colocara junto al de Loes. Tras esa débil barricada, los cinco corrieron hacia la casa.
Más voynix los vieron venir y saltaron para unirse a los veinte o treinta que bloqueaban el camino. Algunas de las criaturas tenían flechitas de cristal alojadas en sus caparazones y jorobas de cuero; la luz de las llamas prendía el cristal y bailaba con destellos rojos y verdes. Un voynix agarró el escudo de Oelleo, le hizo perder el equilibrio y le cortó la garganta con un poderoso tajo de su brazo izquierdo. Otro arrancó la muchacha de las manos de Ada, que puso la boca de la pistola de flechitas contra la joroba de la criatura y apretó el gatillo cuatro veces. El estallido voló la parte delantera del caparazón del voynix, que se desplomó encima de la muchacha inconsciente en medio de un charco de su propio fluido sanguíneo blanco, pero Ada oyó que la recámara vacía chasqueaba cuando una docena más de voynix saltaba para acercarse.
Petyr, Loes y Ada estaban de rodillas, tratando de proteger con los escudos a la muchacha caída. Loes disparaba con la única pistola de flechitas que quedaba y Petyr sujetaba la lanza rota preparándose para el siguiente ataque, pero sobre ellos convergían docenas de voynix.
«Harman», tuvo tiempo de pensar Ada. Advirtió que decía su nombre con una mezcla de amor absoluto y furia absoluta. ¿Por qué no estaba él aquí? ¿Por qué había insistido en marcharse en su último día de vida? Ahora el niño que crecía en su vientre estaba tan condenado como Ada, y Harman no estaba para proteger a ninguno de los dos. En ese momento Ada amó a Harman más allá de las palabras y lo odió al mismo tiempo. «Lo siento», pensó, y no se lo decía a Harman, ni hablaba consigo misma sino con el feto que llevaba en su interior. El voynix más cercano saltó hacia ella y Ada arrojó la pistola de flechitas vacía contra su caparazón de metal.
El voynix voló hacia atrás, roto en pedazos. Ada parpadeó. Los cinco voynix a cada lado cayeron o volaron por los aires. La docena de voynix que los rodeaba se agacharon, alzaron los brazos, mientras una lluvia de fuego de flechitas de cristal caía sobre ellos desde el sonie. Había al menos ocho humanos en el disco, sobrecargándolo, disparando locamente.
Greogi hizo descender la máquina a la altura del pecho. «¡Tonto!», pensó Ada. Los voynix podían saltar sobre el sonie, hacerlo caer. Si perdían el aparato, Ardis estaba perdido.
—¡Hurra! —gritó Greogi.
Loes los cubrió con su cuerpo mientras Petyr y Ada sacaban a la inconsciente muchacha pelirroja de debajo de la carcasa del voynix y la subían al centro del abarrotado sonie. Unas manos tiraron de Ada hacia arriba. Petyr se aupó como pudo. Llovían rocas alrededor. Tres voynix saltaron, más alto que las cabezas de la gente del sonie, pero alguien (la joven llamada Peaen) disparó un rifle de flechitas de cristal y dos de ellos cayeron. El último aterrizó en la parte delantera del disco, directamente ante Greogi. El piloto calvo apuñaló a la cosa en el pecho. El voynix se llevó la espada consigo al caer.
Loes se dio la vuelta y saltó a bordo. El sonie se tambaleó por el peso, vaciló, cayó, golpeó la tierra congelada. Los voynix llegaban ahora de todas partes y parecían mucho más grandes que de costumbre desde la perspectiva de Ada, tendida en la superficie ensangrentada del sonie caído.
Greogi hizo algo con los controles virtuales y el sonie se agitó, luego se alzó en vertical. Los voynix saltaron contra ellos, pero los que iban armados con rifles en los huecos exteriores los abatieron.
—¡Casi nos hemos quedado sin flechitas! —gritó Stoman desde atrás.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Petyr, inclinándose sobre Ada.
—Sí —consiguió responder ella. Había intentado detener la hemorragia de la muchacha, pero era interna. No podía encontrar tampoco ningún pulso en su garganta—. Creo que no... — empezó a decir.
Las piedras golpearon la parte inferior y los bordes del sonie como una granizada repentina. Una alcanzó a Peaen en el pecho y la derribó de espaldas sobre el cuerpo de la muchacha. Otra alcanzó a Petyr tras la oreja y empujó su cabeza hacia delante.
—¡Petyr! —chilló Ada, alzándose de rodillas para agarrarlo.
Él levantó el rostro, la miró intrigado, sonrió levemente y cayó de espaldas fuera del sonie, entre la masa agitada de voynix, veinte metros más abajo.
—¡Agarraos! —gritó Greogi.
Trazaron un círculo alto una vez, sobrevolando Ardis Hall. Ada se asomó para ver a los voynix en cada puerta, rebasando el porche, empezando a escalar por cada pared, aplastando cada postigo de las ventanas. La mansión estaba rodeada por un gigantesco rectángulo de llamas, y la cúpula encendida y los barracones aumentaban la luz. Ada nunca había sido buena con los números y estimaciones, pero calculó que había más de mil voynix dentro de las murallas, todos convergiendo hacia la casa.
—Me he quedado sin flechitas —gritó el hombre que iba en la parte delantera del sonie. Ada lo reconoció: Boman. Le había preparado el desayuno el día anterior.
Greogi alzó la cabeza, su cara blanca bajo la sangre y el barro.
—Deberíamos volar hasta el pabellón del faxnódulo —dijo—. Ardis está perdido. Ada negó con la cabeza.
—Id vosotros si queréis. Yo me quedo. Dejadme allí.
Señaló la antigua plataforma del jinker, entre las tejas y las claraboyas del tejado. Recordó el día en que, siendo una adolescente, había guiado a su «primo» Daeman escaleras arriba para enseñarle esa plataforma: él había mirado debajo de su falda y descubierto que no llevaba ropa interior. Ada lo había hecho deliberadamente, porque sabía lo lujurioso que era su primo en aquellos días.
—Dejadme —repitió. Hombres y mujeres, sombras agazapadas como gárgolas esbeltas e inclinadas, disparaban desde las tejas, las anchas tuberías y desde la misma plataforma del jinker, lanzando flechitas de cristal y saetas y flechas a la creciente multitud de rápidos voynix de abajo. Ada advirtió que era como intentar detener una ola del océano arrojándole guijarros.
Greogi hizo revolotear el sonie sobre la abarrotada plataforma. Ada saltó y la ayudaron a bajar el cuerpo de la muchacha: Ada no sabía si estaba viva o muerta. Luego le tendieron a la inconsciente Peaen, que gemía. Ada bajó a ambas mujeres a la plataforma. Boman saltó el tiempo suficiente para arrojar cuatro pesadas bolsas de cargadores de flechitas al sonie y volver a subir a bordo. Después la máquina giró en silencio sobre su eje y se marchó, mientras las manos de Greogi manejaban hábilmente los controles virtuales, el rostro concentrado, cosa que le recordó a Ada a su madre cuando se empeñaba en tocar el piano en el salón principal.
Ada se acercó al borde de la plataforma del jinker. Estaba muy mareada y si alguien no la hubiera sujetado, habría caído. La oscura figura que la había salvado regresó al borde de la plataforma y continuó disparando un rifle de flechitas de cristal con su pesado
tunk-tunk-tunk
. Una piedra salió volando de la oscuridad y el hombre o la mujer cayó de espaldas sobre la plataforma del jinker, resbaló por el empinado tejado y se precipitó al vacío. Ada nunca llegó a ver quién la había salvado.
Se puso de pie al borde de la plataforma y miró con desapego próximo al desinterés. Era como si lo que estaba viendo formara parte del drama del paño turín, como si fuera algo vulgar e irreal que podía ver en una tarde lluviosa de otoño para pasar el rato.
Los voynix subían por las paredes exteriores de la mansión. Algunos de los postigos habían sido destrozados y las criaturas entraban en la casa. La luz de las puertas delanteras se desparramaba sobre los peldaños abarrotados de voynix, indicando a Ada que las puertas principales habían sido franqueadas: no debían quedar defensores humanos con vida en el salón principal ni el vestíbulo. Los voynix se movían a velocidad imposible de insecto. Llegarían al tejado en cuestión de segundos, no de minutos. Parte del ala oeste del hogar de Ada estaba ardiendo, pero los voynix iban a alcanzarla mucho antes de que lo hicieran las llamas.
Ada se volvió, tanteó en la oscuridad a lo largo de la plataforma del jinker, palpando los cuerpos húmedos que allí había, en busca del rifle de flechitas de cristal que su salvador había dejado caer. No tenía ninguna intención de morir con las manos vacías.
Daeman esperaba que hiciera frío cuando faxeó al nódulo de Cráter París, pero no tanto.
El aire dentro del faxpabellón del León Protegido era demasiado frío para respirar. El pabellón en sí estaba bañado en cordones de denso hielo azul, los filamentos se solapaban y se pegaban a la estructura circular del faxnódulo como tendones alrededor de un hueso.
Daeman había tardado más de trece horas en faxear a los otros veintinueve nódulos y advertirlos de la llegada de Setebos y el hielo azul. Los rumores se le habían adelantado: gente de otros nódulos ya avisados había faxeado antes que él, muerta de pánico, y todo el mundo tenía preguntas. Les decía lo que sabía y luego se marchaba lo más rápidamente posible, pero siempre había más preguntas: ¿dónde se estaba a salvo? Todas las comunidades tenían agrupaciones de voynix. Varias habían sufrido pequeños ataques, pero pocas habían experimentado el tipo de serio asalto que Ardis había repelido la noche anterior a la marcha de Daeman. ¿Adónde ir?, querían saber todos. ¿Dónde se estaba a salvo? Daeman les contaba lo que sabía de Setebos, el dios de muchas manos de Calibán, y del hielo azul, y luego faxeaba... aunque dos veces tuvo que echar mano de la ballesta para marcharse.
Chom, visto desde el faxpabellón situado en la cima de una colina, a un kilómetro de distancia, era una burbuja azul de hielo muerto. Los Círculos de Ulanbat estaban completamente cubiertos por los extraños hilos azules y Daeman faxeó de inmediato antes de que el frío lo retuviera allí. Pulsó el código de Cráter París sin saber qué le esperaba allí.
Ahora lo sabía. Hielo azul. El faxnódulo del León Protegido estaba enterrado en el extraño hielo de Setebos. Daeman se subió rápidamente la capucha de termopiel y se colocó la máscara de ósmosis... e incluso así el aire estaba tan frío que casi le quemó los pulmones. Se echó la ballesta a un hombro ya cargado con su pesada mochila y sopesó sus opciones.
Nadie, ni siquiera él mismo, le reprocharía que se diera la vuelta de inmediato, faxeara de regreso a Ardis e informara acerca de lo que había visto y oído. Había completado su trabajo. Aquel faxpabellón era una tumba de hielo azul. La abertura más grande de la docena aproximada que resultaban visibles no tenía más de setenta y cinco centímetros de diámetro y se curvaba en un túnel de hielo que bien podía no llevar a ninguna parte. Y si entraba en el laberinto de hielo que Setebos había creado sobre los huesos de una ciudad muerta, ¿y si no regresaba? Podían necesitarlo en Ardis. Desde luego necesitaban la información que había recopilado en las últimas trece horas.