Read Oscura Online

Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

Oscura (12 page)

BOOK: Oscura
5.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Eran ratas. Centenares de ellas, apiñadas en el borde superior de la estructura, acechando a las aves. ¿Qué diablos era eso?

Recorrió el paseo marítimo, pasando por Dispare
al Monstruo, una de las atracciones más representativas de Coney Island. Desde la pequeña elevación donde terminaban los rieles miró hacia la zona de lanzamiento, salpicada de vallas, barriles, cabezas de maniquíes y varios bolos colocados sobre soportes oxidados para el tiro al blanco. Seis rifles de paintball estaban encadenados a una mesa, dispuestos a lo largo de una barandilla. «Blanco humano con vida», rezaba el cartel, que también contenía los precios de las tiradas.

Las paredes laterales de ladrillo estaban decoradas con grafitis, lo que le imprimía aún más carácter al lugar. Jackson descubrió otro diseño de Phade entre los falsos grafitis de Krylon blanco y manchas tenues. Era otra figura de seis extremidades, esta vez en colores negro y naranja. Y, cerca de ella, con los mismos colores, había un dibujo de puntos y líneas similar al código que había visto diseminado por toda la ciudad.

Entonces vio a un friki, ataviado con un atuendo negro similar a un traje antidisturbios que le cubría todo el cuerpo. Un casco y una máscara con gafas de protección le tapaban la cara. El escudo de color naranja para neutralizar los proyectiles de paintball estaba apoyado contra una valla de alambre.

El personaje estaba en el otro extremo de la zona de tiro
con una lata de aerosol en la mano enguantada, pintando la pared.

—¡Oye! —le gritó Jackson.

El tipo no respondió y continuó pintando.

—¡Oye! —insistió Jackson, con voz más alta—. ¡Policía de Nueva York! ¡Quiero hablar contigo!

No hubo ninguna señal de respuesta.

Jackson agarró
los seis rifles de paintball —semejantes a carabinas— para ver si tenían municiones. Encontró un puñado de bolas anaranjadas dentro de uno de los cargadores
de plástico opaco. Se llevó el rifle al hombro e hizo un disparo bajo, el arma se sacudió y la bola explotó en la bota de la silueta humana.

El tipo no se inmutó. Terminó su grafiti, arrojó al suelo la lata de Krylon vacía y se dirigió hacia la parte inferior de la barandilla, donde estaba Jackson.

—Oye, cabrón, te dije que quería hablar contigo.

El tipejo continuó imperturbable. Jackson le descargó tres disparos que estallaron en su pecho, con una explosión carmesí. El hombre se escabulló debajo del ángulo de tiro de Jackson, en dirección a él.

El agente trepó a la barandilla y permaneció un momento en suspenso antes de bajar. Entonces pudo apreciar mejor la obra de aquel extraño personaje.

Era Phade. Jackson no lo dudó un instante. El ritmo cardiaco se le aceleró, y se dirigió hacia la única puerta que había allí.

Dentro había un pequeño vestidor y el suelo
estaba salpicado de pintura.

Más allá se adivinaba
un pasillo estrecho, y Jackson vio el casco, los guantes, las gafas, el traje antidisturbios y los demás utensilios
desparramados por el suelo. Comprendió que estaba en lo cierto: Phade no sólo era un oportunista que se valía de los disturbios para cubrir la ciudad con sus grafitis, sino que estaba vinculado de algún modo a los desórdenes. Sus grafitis e inscripciones lo confirmaban: él formaba parte de eso.

Entró en la pequeña oficina de la administración, donde no había más que un mostrador y un teléfono, varias cajas de huevos con bolas de paintball y unos rifles estropeados.

Sobre la silla giratoria había una mochila abierta con latas de Krylon y varios rotuladores: se trataba del equipo
de Phade.

Escuchó un ruido detrás y se dio media vuelta. Allí estaba él, con la mascarilla protectora, su capucha manchada de pintura y una gorra negra y plateada de los Yankees. Su estatura era menor de la que Jackson había calculado.

—Oye —lo interpeló Jackson. Fue lo único que acertó a decirle inicialmente. Lo había perseguido durante tanto tiempo que no esperaba encontrárselo de un modo tan repentino—. Quiero hablar contigo.

Phade permaneció en silencio. Se limitó a mirarlo con sus ojos oscuros y mezquinos bajo la sombra de la visera. Jackson le cerró el paso, por si acaso Phade estuviera pensando en coger su mochila y escapar.

—Eres un personaje bastante esquivo —prosiguió Jackson, con su cámara a punto en el bolsillo de la chaqueta, como siempre—. En primer lugar, quítate la mascarilla y la gorra. Quiero que le sonrías al pajarito.

Phade se movió con mucha lentitud. Al principio permaneció inmóvil, pero luego alzó sus manos manchadas de pintura, se quitó la capucha y la gorra, y su mascarilla protectora.

Jackson mantuvo la cámara frente a él, pero no alcanzó a oprimir el botón. Lo que vio a través del lente lo dejó frío.

No era Phade. No podía serlo. Era una chica puertorriqueña. Tenía pintura roja alrededor de la boca, como si hubiera estado aspirándola para drogarse. Sin embargo, oler pintura dejaba una capa fina y uniforme alrededor de la boca. Y ella tenía gotas gruesas —algunas secas— debajo de la barbilla. Abrió la mandíbula, el aguijón atacó, la vampira artista saltó sobre el pecho y los hombros de Jackson, arrinconándolo contra el mostrador, y lo chupó hasta dejarlo seco.

 

 

Flatlands

 

F
LATLANDS ERA UN BARRIO
cercano al extremo sur de Brooklyn, entre Canarsie y Marine Park. Al igual que los demás barrios de la ciudad de Nueva York, había sufrido muchos cambios significativos a nivel demográfico durante el siglo
XX
. La biblioteca pública tenía libros en francés y créole para los residentes haitianos y los inmigrantes de otras naciones del Caribe, así como programas de lectura en coordinación con las
yeshivas
locales para los niños de familias judías ortodoxas.

La pequeña tienda de Fet estaba ubicada en un modesto centro comercial en la esquina de la avenida Flatlands. A pesar de que no había electricidad, el teléfono de Fet aún daba tono de marcado. La parte frontal de la tienda era utilizada principalmente para almacenamiento, y no para atender a los clientes; de hecho, el letrero de la puerta —con una rata dibujada— estaba diseñado específicamente para persuadir a los compradores callejeros. El taller y el garaje estaban atrás; era allí adonde habían llevado las piezas más esenciales del sótano-armería de Setrakian: libros, armas y otros enseres.

La similitud entre el sótano de Setrakian y el taller de Fet no le pasó desapercibida a Eph. Los enemigos naturales del exterminador eran los insectos y roedores, razón por la cual el lugar estaba lleno de jaulas, jeringas telescópicas, lámparas Luma y cascos de minero para la caza nocturna. También había pinzas para agarrar serpientes, varillas, eliminadores de olores, pistolas de dardos y hasta redes. Los guantes, las mezclas y demás preparados de laboratorio estaban sobre un pequeño lavabo, al lado de instrumentos rudimentarios para la extracción de muestras a los animales capturados.

Lo único que llamaba la atención era una pila de revistas de
Bienes Raíces
al lado de una mullida silla reclinable La-Z-Boy. Donde otros podrían esconder un alijo de pornografía, Fet tenía, por el contrario, aquellas revistas en su taller.

—Me gustan las fotos —decía—. Las casas con sus luces cálidas y el atardecer azul al fondo, tan hermosas. Me gusta imaginar la vida de las personas que viven en esos espacios. Gente feliz.

Nora entró para descansar un poco. Bebió un vaso de agua del grifo, con la mano derecha en jarras. Fet le entregó un llavero a Eph.

—Tres candados en la puerta de entrada y tres en la puerta de atrás. —Hizo una demostración, para indicarle el orden de las llaves a lo largo del llavero—. Los armarios, de izquierda a derecha.

—¿Adónde vas? —preguntó Eph cuando Fet se dirigía a la puerta.

—El viejo me ha encargado un trabajito.

—Tráenos algo de comer cuando vuelvas —le dijo Nora.

—Ésos eran otros tiempos —comentó Fet, antes de subir a la segunda furgoneta.

 

 

S
etrakian apareció con algo que había traído en su regazo desde Manhattan. Era un pequeño bulto de trapo, con un objeto envuelto en su interior. Se lo entregó a Fet.

—Te internarás de nuevo abajo —le dijo Setrakian—. Debes encontrar los conductos que conectan con la superficie continental. Clausúralos.

Fet no pudo menos que asentir; la orden del viejo era terminante.

—¿Por qué solo?

—Conoces esos túneles mejor que nadie. Y Eph tiene que acompañar a Zachary.

Fet volvió a asentir.

—¿Cómo está el niño?

Setrakian suspiró.

—Para él, en primer lugar está el horror abyecto de las circunstancias, el terror que le produce esta nueva realidad. Y en segundo lugar, el
Unheimlich,
lo siniestro. Hablo de su madre. De cómo se entremezclan lo familiar y lo extraño, y la sensación de ansiedad que le produce. Atrayéndolo y rechazándolo a un mismo tiempo.

—También podrías estar refiriéndote a su padre.

—Desde luego. Ahora, en lo que al trabajo se refiere, debe ser realizado con rapidez —dijo, señalando el paquete—. El temporizador te dará tres minutos. Sólo tres.

Fet miró lo que había dentro de los trapos manchados de aceite: tres cartuchos de dinamita y un pequeño temporizador mecánico.

—Cielos, ¡parece un reloj de arena!

—Así es. Analógico, de los años cincuenta. Los relojes analógicos minimizan el error. Gíralo todo lo que puedas a la derecha, y luego échate a correr. El fusible que hay debajo generará la chispa necesaria para detonar la carga. Son tres minutos: igual que un huevo pasado por agua. ¿Crees que podrás encontrar un lugar donde camuflarlo con rapidez?

Fet asintió.

—No veo por qué no. ¿Hace mucho que lo ensamblaste?

—Hace algún tiempo —respondió Setrakian—. Funcionará.

—¿Tenías esto en tu sótano?

—Escondí los explosivos en la parte posterior de la bodega. En una bóveda pequeña y sellada, con paredes de hormigón y asbesto, para que no los vieran los inspectores de la ciudad, ni los exterminadores entrometidos...

Fet hizo un gesto de aquiescencia
,
envolviendo cuidadosamente el explosivo y acomodando el paquete bajo el brazo. Se acercó a Setrakian para hablarle al oído:

—Ponte en mi lugar, profesor..., quiero decir, ¿qué estamos haciendo? A menos que me esté perdiendo algo, no veo cómo vamos a poder detener esto. Tal vez un poco, pero destruir a todos los vampiros uno a uno sería como tratar de exterminar con las manos a todas las ratas de la ciudad. Se trata de una peste que se propaga con demasiada rapidez.

—Es cierto —dijo Setrakian—. Necesitamos una forma de destrucción más eficaz. Aunque, por esa misma razón, no creo que el Amo quede satisfecho con una exposición exponencial.

Fet meditó en esas palabras y le dio la razón.

—Porque ciertas epidemias desaparecen. Eso es lo que dijo el doctor. Se quedan sin anfitriones.

—En efecto —observó Setrakian, con gesto cansado—. Hay un plan mucho más ambicioso en juego. ¿Cuál podría ser? Espero que nunca tengamos que descubrirlo.

—Independientemente de cuál sea ese plan —señaló Fet, palpando los trapos—, podéis contar conmigo.

Setrakian vio a Fet subir a la camioneta y marcharse. El ruso le caía bien, aunque sospechaba que éste disfrutaba mucho con los asesinatos. Hay hombres que despuntan en medio del caos. Puedes llamarlos héroes o villanos, dependiendo del bando ganador, pero hasta el momento de la batalla, sólo son hombres normales y corrientes en busca de acción que anhelan una oportunidad para deshacerse de la rutina de sus vidas como si se tratara de un capullo, y reencontrarse consigo mismos. Sienten que existe un destino más grande que ellos, pero sólo se convierten en guerreros cuando todo se derrumba
a su alrededor.

Fet era uno de ellos. A diferencia de Ephraim, el exterminador no dudaba de su vocación ni de sus actos. No es que fuera estúpido o indiferente. Al contrario. Tenía una inteligencia aguda e instintiva y era un estratega natural. Y cuando se proponía algo, no vacilaba nunca.

Era un gran aliado con el cual contar para la llamada
final en contra del Amo.

 

 

S
etrakian entró de nuevo en la tienda y abrió una pequeña caja llena de periódicos amarillentos. Sacó del fondo unos recipientes químicos de cristal
con mucho cuidado; parecían más los utensilios de un alquimista que el instrumental de un laboratorio científico. Zack se hallaba cerca, masticando la última de sus barras de Granola. Descubrió una espada de plata y la sopesó, manipulándola cuidadosamente. La encontró sorprendentemente pesada. Luego tocó el borde de un pectoral elaborado con piel gruesa de animal, crin de caballo y savia.

—Es del siglo
XIV
—le dijo Setrakian—. Data de comienzos del Imperio Otomano, de la época de la peste negra. ¿Ves la parte del cuello? —Señaló la parte superior del revestimiento, a la altura de la barbilla—. Pertenecía a un cazador del siglo
XIV
cuyo nombre se ha perdido para la historia. Es una pieza de museo que no tiene un uso práctico para nosotros. Pero no podía desecharla.

—¿Tiene siete siglos? —preguntó Zack, tocando la frágil superficie con las yemas de sus dedos—. ¿Tan antigua es? Si los vampiros han existido durante tanto tiempo y tienen tanto poder, ¿por qué han permanecido ocultos?

BOOK: Oscura
5.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Lips That Touch Mine by Wendy Lindstrom
The Christmas Angel by Jim Cangany
A Beautiful Mess by T. K. Leigh
Saltation by Sharon Lee, Steve Miller
Double Helix by Nancy Werlin
Hair, Greg - Werewolf 01 by Werewolf (v5.0)
Alliance by Annabelle Jacobs