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Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

Oscura (8 page)

BOOK: Oscura
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Gus se dio la
vuelta, intentando adivinar de dónde provenía la voz. Pero no tenía otra opción diferente a seguirla.

Se acercó a un muro de piedra, tanteando el camino por la pared lisa y ligeramente curva. Sus manos seguían lastimadas por las cortaduras de cristal
que había sufrido. Las esquirlas que había recibido en el asesinato (no: en la «destrucción») de su hermano convertido en vampiro. Se detuvo para sentir sus muñecas, y se dio cuenta de que las esposas que tenía cuando escapó de la custodia policial —cuya cadena había sido rota por los cazadores— habían desaparecido.

Esos cazadores habían resultado ser vampiros, apareciendo de improviso aquella mañana en esa calle de Morningside Heights, combatiendo contra sus congéneres como dos bandas rivales en una guerra de pandillas. Pero los cazadores estaban bien equipados. Tenían armas. Tenían automóviles. Y una buena coordinación. No eran simplemente unos zánganos sedientos de sangre como a
los que Gus se
había enfrentado y destruido.

Lo último que recordaba era que ellos lo habían subido a la parte posterior de una camioneta SUV. Pero ¿por qué a él?

Otra ráfaga de viento, como el último suspiro de la Madre Naturaleza, pasó por su cara, y él la siguió con la esperanza de estar yendo en la dirección correcta. El muro terminaba en un ángulo agudo. Palpó el otro lado, el izquierdo, y advirtió que también concluía en una esquina, con una brecha en medio, como si se tratara de un umbral. Gus avanzó, y el nuevo eco de sus pasos le indicó que transitaba por un espacio más ancho y alto que el anterior. Sintió un olor penetrante y de algún modo familiar. Procuró identificarlo.

Lo consiguió. Era el mismo olor del desinfectante que había utilizado en el calabozo para hacer labores de limpieza. Era amoniaco, aunque no alcanzó a quemarle.

Entonces sucedió algo. Pensó que su mente le estaba jugando una mala pasada, pero luego se dio cuenta de que, efectivamente, la luz estaba entrando allí. La precariedad de la luz y la incertidumbre de la situación lo aterrorizaron. Cerca de las paredes lejanas, dos lámparas de trípode separadas una de la otra se aproximaron lentamente, diluyendo el grosor de la negrura.

Gus estiró sus brazos con la misma firmeza de los combatientes de artes marciales que había visto en Internet. Las luces siguieron brillando, aunque de manera tan gradual que su potencia apenas se hizo visible. Pero sus pupilas estaban tan dilatadas por la oscuridad, y sus retinas tan expuestas, que cualquier fuente de luz lo habría perjudicado.

Él no lo vio al principio. El ser estaba justo frente a él, a no más de diez o quince metros de distancia, pero su cabeza y extremidades eran tan pálidas, suaves e inmóviles que sus ojos las tomaron por fragmentos de muros rocosos.

Lo único que sobresalía era un par de agujeros simétricos y oscuros. No eran negros, pero casi.

Eran de un color rojo profundo. Del color de la sangre.

Si se trataba de un par de ojos, lo cierto era que no parpadeaban. Tampoco miraban fijamente. Se posaron sobre Gus con una notable ausencia de pasión. Eran tan indiferentes como dos piedras rojizas. Unos ojos empapados de sangre que lo habían visto todo.

Gus percibió el borde de una bata sobre el cuerpo del ser, fundiéndose en la oscuridad como una cavidad dentro de otra. El ser era alto, si es que Gus estaba viendo correctamente. Pero la inmovilidad de esa cosa era semejante a la muerte. Gus permaneció en su sitio.

—¿Qué es esto? —dijo, con un tono casi cómico que traicionaba su miedo—. ¿Crees que estás comiendo comida mexicana? Piénsalo bien. ¿Qué tal si vienes y te atragantas de esto, perra?

Irradiaba tanto silencio y quietud que Gus bien podría haber estado frente a una estatua vestida. Su cráneo, desprovisto de pelo y del cartílago de las orejas, era extremadamente suave. Ahora Gus se estaba percatando de algo, oyendo —o mejor, sintiendo— una vibración semejante a un zumbido.

—¿Y bien? —dijo, dirigiéndose a aquella masa inexpresiva—. ¿Qué estás esperando? ¿Te gusta jugar con tu comida antes de la cena? —Levantó los puños a la altura de su cara—.
No esta maldita
chalupa
, zombi de mierda.

Algo más llamó su atención aparte del movimiento a su lado derecho, y vio que había otra criatura. Estática, como si formara parte del muro, una sombra más corta que la primera, con los ojos de forma distinta pero igualmente desprovistos de emociones.

Y luego, a la izquierda —desplazándose suavemente—, un tercero.

Gus, que no estaba familiarizado con las salas de los tribunales, se sintió como si estuviera compareciendo ante tres jueces extraños en una estancia de piedra. Estaba perdiendo la razón, pero siguió hablando y comportándose como un pandillero. Los jueces lo habrían denominado «desacato»; Gus lo consideró «hacerles frente», algo que siempre hacía cuando se sentía menospreciado y era tratado no como un ser humano digno, sino como un estorbo, como un obstáculo que se interponía en el camino de alguien.

Seremos breves
.

Gus se llevó sus manos a las sienes, y no a los oídos. De algún modo, la voz estaba dentro de su cabeza. Venía del mismo lugar de su cerebro donde se había originado su propio monólogo interior, como si una emisora
de radio pirata hubiera usurpado su señal.

Eres Augustin Elizalde
.

Se llevó las manos a la cabeza, pero la voz proseguía impasible. Y no había botón alguno para apagarla.

—Sí, ya sé quién
soy yo. ¿Quién
chingados
eres tú? ¿Qué
chingados
eres? ¿Y cómo te metiste adentro de mí...?

No estás aquí para servir de alimento. Tenemos un montón de ganado para la temporada de invierno
.

—¿Ganado? ¿Personas?

Gus había oído gritos esporádicos, ecos de voces angustiadas en las cuevas, pero supuso que eran gemidos que escuchaba en sueños.

La cría de ganado de pastoreo ha satisfecho nuestras necesidades durante miles de años. Los estúpidos animales nos sirven de cuantioso alimento. Y ocasionalmente, alguno de ellos muestra un ingenio inusual
.

Gus apenas entendió aquello, y quiso que fueran al grano.

—Así que... ¿estáis queriendo decirme que no intentaréis convertirme en... uno de vosotros?

Nuestra línea de sangre es prístina y privilegiada. Formar parte de nuestro linaje es un regalo. Es algo completamente único, y muy, muy caro
.

Lo que ellos decían no tenía el menor sentido para Gus.

—Si no me van a chupar la sangre, entonces ¿qué
chingados
quieren?

Tenemos una propuesta que hacerte
.

—¿Una propuesta? —Gus se golpeó un lado de la cabeza como si se tratara de un aparato defectuoso—. Bueno, entonces
díganla
ya.

Necesitamos un siervo durante el día. Un explorador. Somos una raza de seres nocturnos, y vosotros diurnos.

—¿Diurnos?

Tu ritmo circadiano y endógeno está regulado por el ciclo de luz y oscuridad al que vosotros llamáis un día de veinticuatro horas. La cronobiología consanguínea de tu especie está aclimatada al calendario celeste de este planeta, todo lo contrario de la nuestra. Eres una criatura solar
.

—¿Criatura solar?

Necesitamos a alguien que pueda moverse libremente a la luz del día. Alguien que pueda soportar los rayos del sol y, de hecho, utilizar su poder, así como otras armas que pondremos a tu disposición para masacrar a los impuros.

—¿Masacrar a los impuros? Pero ustedes son vampiros, ¿no? ¿Quieren que yo mate a otros de su propia especie?

Esta cepa impura se está propagando de una manera muy promiscua a través de tu gente: se trata de un flagelo. Y está totalmente fuera de control.

—¿Y qué esperaban?

No hemos tenido parte en esto. Estás frente a seres de gran discreción y honorabilidad. Este contagio representa la violación de una tregua, de un equilibrio que ha durado varios siglos. Ésta es una afrenta directa.

Gus retrocedió unos milímetros. Advirtió que ya estaba empezando
a entender: «Alguien está tratando de robarte la esquina...».

No nos reproducimos de la misma forma desordenada y anárquica que tu especie. El nuestro es un proceso de una atención cuidadosa
.

—Son finísimas personas.

Comemos lo que queremos. El alimento es el alimento. Disponemos de él cuando estamos saciados.

Una risa afloró en el pecho de Gus, y por poco lo asfixia. Ellos se referían a las personas como si las vendieran a tres por un dólar en el mercado de la esquina.

¿Te parece gracioso?

—No. Al contrario. Por eso me río.

Cuando has terminado de comer una manzana, ¿eliminas el corazón? ¿O conservas las semillas para sembrar más árboles?

—Supongo que lo tiro a la basura.

¿En un recipiente de plástico? ¿Después de vaciar su contenido?

—Ya, bueno, entiendo. Ustedes beben la sangre y luego tiran el envase: ¡una botella humana! Quiero saber algo. ¿Por qué yo?

Porque pareces ser capaz
.

—¿Cómo lo saben?

Por tu historial criminal, por ejemplo. Llamaste nuestra atención cuando fuiste arrestado por asesinato en Manhattan.

Aquel tipo gordo, caminando desnudo por Times Square. Había atacado a una familia, y en ese instante Gus pensó: «No en mi ciudad,
pervertido»
. Obviamente, en estos momentos habría deseado no haber hecho nada al respecto, como el resto de los transeúntes.

Luego escapaste de la vigilancia policial y mataste a otros impuros
.

Gus frunció el ceño.

—Mi compadre era uno de «esos impuros». ¿Cómo saben tantas cosas viviendo en este agujero de mierda?

Ten la seguridad de que estamos conectados con el mundo humano en sus más altos niveles. Pero para conservar el equilibrio, no podemos correr el riesgo de exponernos, que es precisamente la actual amenaza de esta cepa impura. Y es aquí donde tú entras en juego.

—Una guerra de pandillas. Eso lo entiendo. Pero se les olvida algo importante: ¿por qué
chingados
debería ayudarlos?

Por tres razones
.

—Adelante. Estoy contando. Que sean buenas.

La primera es que saldrás con vida de esta habitación
.

—Ésa es buena.

La segunda es que tu éxito en esta empresa te enriquecerá más allá de lo que jamás hubieras imaginado
.

—Mmmm. No sé. Puedo contar hasta cifras muy altas.

La tercera... está justo detrás de ti
.

Gus se dio la
vuelta. Inicialmente vio a un cazador, uno de aquellos vampiros con aires de suficiencia que lo habían raptado en la calle. Tenía la cabeza cubierta por una capucha negra, y sus ojos rojos refulgían en la penumbra.

A su lado estaba una criatura con esa mirada distante que ya le era familiar a Gus. Era redonda y baja, de cabello negro y enmarañado, vestida con una bata rota, su tráquea palpitando
con la estructura interior del aguijón vampírico.

Llevaba un crucifijo muy estilizado de color rojo y negro en la base de la costura en «V» del cuello de su bata, un tatuaje de su juventud del que ella decía arrepentirse, pero que en aquella época debió de tener un aspecto bastante majestuoso, y que siempre había impresionado a Gus desde su más tierna edad, a despecho de lo que su madre dijera.

La criatura era su madre. Tenía los ojos vendados con un trapo oscuro. Gus pudo ver el latido de su garganta, el ansia de su aguijón.

Ella te siente. Pero sus ojos deben permanecer tapados. En su interior reside la voluntad de nuestro enemigo. Él ve a través de ella. Escucha a través de ella. No podemos mantenerla mucho tiempo en esta recámara.

A Gus le brotaron lágrimas de ira. La tristeza le causaba dolor y éste se manifestaba en rabia. Desde los once años aproximadamente, no había hecho otra cosa que deshonrarla. Y ahora ella estaba delante de él: una bestia, un monstruo insepulto. Gus se volvió hacia ellos. La furia aumentó en él, pero su impotencia era total, y él lo sabía.

La tercera es que podrás liberarla
.

Sus sollozos secos resonaron como eructos. A él le enfermaba esta situación, lo consternaba, y sin embargo...

Miró a su alrededor. Su madre estaba prácticamente secuestrada. Tomada como rehén por esa cepa «impura» de vampiros de la que hablaban ellos.

—Mamá —dijo él.

Ella lo escuchó, pero ninguna emoción animó su expresión. Matar a su hermano Crispín había sido fácil, debido a los resentimientos que había entre ellos desde hacía tanto tiempo. También porque Crispín era un adicto más fracasado aún que Gus. Liquidarlo cercenándole el cuello con un pedazo de cristal roto había sido el colmo de la eficacia: terapia familiar y eliminación de basura en un solo acto. La rabia acumulada durante décadas había desaparecido con cada tajo.

Pero rescatar a su
madre
[1]
de esta maldición..., eso sería un acto de amor.

La madre de Gus fue retirada de la recámara, pero el cazador permaneció detrás. Gus los miró a los tres, pues ya los percibía con mayor claridad. Soberbios en su pavorosa quietud. Temibles.

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