Read Oscura Online

Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

Oscura (3 page)

BOOK: Oscura
12.18Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Hablan como policías —observó
Fet.

—Si estás pensando en irte de la ciudad —dijo otro, cambiando de tema—, deberías hacerlo ahora. Los puentes están congestionados y los túneles abarrotados.

—Esto se va a ir a la mierda.

—Deberías salir de ahí y ayudarnos. Hacer algo al respecto —intervino otro.

—Voy a pensarlo —respondió Fet.

—¡Vamos! —ordenó el conductor de la camioneta.

—Buena suerte —le dijo uno de los hombres con el ceño fruncido—. La necesitas.

Nora los vio marcharse y cerró la puerta. Dio un paso atrás en las sombras.

—Se han ido —dijo.

Ephraim Goodweather, que había estado observando desde un rincón, se reunió con ellos.

—¡Tontos! —exclamó.

—Son policías —señaló Fet, mientras los veía doblar la esquina.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Nora.

—Es evidente.

—Menos mal que te quedaste escondido —le dijo Nora a Eph.

Eph asintió con la cabeza.

—¿Por qué no llevaban placas?

—Probablemente han terminado el turno —respondió Fet—; se están preparando para la hora feliz, y decidieron que no iban a permitir que su ciudad sucumbiera así sin más. Han enviado
a sus esposas a Nueva Jersey y no tienen nada qué hacer ahora, salvo golpear algunas cabezas. Los policías creen que tienen controlado el territorio. Y no es que estén equivocados. Tienen la mentalidad de las pandillas callejeras; es su territorio y van a luchar por él.

—Si lo piensas un poco —dijo Eph—, en este momento no son muy diferentes
de nosotros.

—A no ser que lleven
plomo cuando lo que deberían llevar es plata —señaló Nora, tomándole la mano a Eph—. Me gustaría
que hubiéramos podido avisarles.

—Por tratar de hacerlo me convertí en un fugitivo —acotó Eph.

Él y Nora fueron los primeros en subir al avión después de que los miembros del equipo SWAT descubrieran que todos los pasajeros parecían estar muertos. Constatar que sus cuerpos no se descomponían naturalmente, además de la desaparición del armario con forma de ataúd durante el ocultamiento solar, había contribuido a que Eph se convenciera de que enfrentaban una crisis epidemiológica de proporciones insospechadas, y que no podía explicarse en términos médicos ni científicos. Esta certeza abrió su mente —a regañadientes— a las revelaciones del prestamista, y a la terrible verdad que se escondía detrás de la plaga. Su desesperación por desvelar al mundo la verdadera naturaleza de la enfermedad —el virus vampírico que se propagaba insidiosamente por la ciudad y por los municipios colindantes— condujo a una ruptura con el CDC, que luego intentó silenciarlo con una falsa acusación de asesinato. Había sido un prófugo desde entonces.

Miró a Fet.

—¿El vehículo ya está cargado?

—Está listo para arrancar.

Eph le apretó la mano a Nora. Ella no quería que él se marchara.

La voz de Setrakian descendió por la escalera de caracol al fondo de la sala de exposición.

—¿Vasiliy? ¡Ephraim! ¡Nora!

—Aquí abajo, profesor —respondió Nora.

—Alguien se acerca —advirtió
Setrakian.

—No, acabamos de librarnos de ellos. Eran vigilantes. Iban
bien armados.

—No me refiero a seres humanos —dijo Setrakian—. Y no encuentro al joven Zack...

 

 

L
a puerta de la habitación de Zack se abrió de golpe y él se dio la vuelta de inmediato. Su padre irrumpió como si acabara de sonar el campanazo del primer round de un combate.

—Por Dios, papá —exclamó
Zack, sentado sobre su saco de dormir.

Eph miró a su alrededor.

—Setrakian no te encontró aquí.

—Uhh... —Zack se frotó los ojos, fingiendo que se acababa de despertar—. Seguramente no me vio aquí en el suelo...

—Sí. Tal vez.

Eph miró a Zack un momento; no le creía, pero estaba seguro de tener algo más apremiante en su mente que sorprender a su hijo en una mentira. Caminó por la habitación y examinó la ventana enrejada. Zack notó que su padre tenía una mano detrás de la espalda, y que la movía para ocultarle lo que llevaba en ella.

Nora llegó corriendo, pero se detuvo al ver a Zack.

—¿Qué pasa? —preguntó el joven, poniéndose en pie.

Su padre hizo un gesto con la cabeza para tranquilizarlo, y no tardó en esbozar una sonrisa, sin la menor señal de frivolidad en sus ojos.

—Simplemente echaré un vistazo. Espera aquí, ¿quieres? Vuelvo enseguida.

Salió, dándose la vuelta para mantener oculto lo que tenía en la espalda. Zack se preguntó: ¿Será esa cosa que hace
snap-chunk,
o acaso una espada de plata?

—No te muevas —le dijo Nora, y cerró la puerta.

Zack se preguntó qué sería lo que estaban buscando. Había oído a su madre mencionar el nombre de Nora durante una pelea con su padre; bueno, realmente no había sido una pelea de verdad, pues ya estaban separados y más bien se estaban desahogando. Había visto a su padre besarla una vez, justo antes de que él los abandonara y se fuera con el señor Setrakian y con Fet. Su madre había estado muy tensa y preocupada durante todo el tiempo que Eph estuvo desaparecido. Y cuando regresó, ya no era el mismo. Parecía
muy deprimido, y Zack no quería volver a verlo así. Y a su vez, el señor Setrakian había regresado enfermo.

Durante sus pesquisas posteriores, Zack había escuchado algunas conversaciones, pero no las suficientes.

Algo sobre un «amo».

Algo sobre la luz solar y no lograr «destruirlo».

Algo sobre el «fin del mundo».

Zack estaba solo en su habitación, desconcertado por todos estos misterios que rondaban a su alrededor, cuando vio una mancha borrosa en algunos de los espejos colgados de la pared. Una distorsión, semejante a una vibración visual, algo que debería verse con nitidez pero que aparecía difuminado y vago a través del cristal.

Era algo en su ventana.

Zack se dio la
vuelta, lentamente al principio, y luego de golpe.

Ella estaba aferrada al muro exterior del edificio. Su cuerpo parecía
desencajado y deforme, sus ojos desorbitados y llameantes.

Se le estaba cayendo el pelo, y el que le quedaba estaba descolorido y ralo, su traje de profesora estaba roto en un hombro, dejando al descubierto la piel mugrienta. Los músculos de su cuello estaban hinchados y desfigurados, y los gusanos de sangre se deslizaban debajo de sus mejillas y alrededor de su frente.

Mamá...
Ella había venido, como él sabía que lo haría.

Dio un paso hacia ella instintivamente. Leyó su expresión, que en un instante pasó del dolor a una oscuridad que sólo podía describirse como demoniaca.

Ella había visto los barrotes.

En aquel instante, abrió la mandíbula —de forma exagerada, al igual que en el vídeo—, y un aguijón salió desde lo más profundo de su garganta, en lugar de su lengua. Perforó el cristal de la ventana con un crujido seguido de un tintineo, y continuó penetrando por el agujero que había perforado. El aguijón —de casi dos metros de largo—, se hizo más fino
y luego se desplegó totalmente hasta quedar a un palmo de la garganta de su hijo.

Zack se quedó paralizado, y sus pulmones de asmático se obstruyeron, impidiéndole respirar. En el extremo
del órgano carnoso se agitaba una punta bífida, rasgando el aire. Zack permaneció inmóvil, como si estuviera plantado allí. El aguijón se relajó y, tras un gesto casual que ella hizo al levantar la cabeza, volvió a replegarse en la boca. Kelly Goodweather introdujo la cabeza por los barrotes de la ventana, rompiendo el resto del cristal. Sólo le faltaban unos cuantos centímetros más para alcanzar la garganta de Zack y reclamar a su amado en nombre del Amo.

Zack se quedó petrificado al ver los ojos rojos con puntos negros en el centro. Buscó, afanosamente, una semblanza de su madre.

¿Estaba muerta, como había dicho su padre? ¿O viva?

¿Se había ido para siempre? ¿O estaba allí en la habitación, junto a él?

¿Era suya aún? ¿O ya era de otra persona? Ella tenía la cabeza atascada entre los barrotes de hierro, comprimiendo sus músculos y haciendo crujir
sus huesos, como una serpiente tratando de entrar a la estrecha madriguera de un conejo, forcejeando desesperadamente para salvar la distancia que había entre su aguijón y la carne del chico. Volvió a abrir la mandíbula, y sus ojos brillantes se posaron en la garganta del niño, justo sobre su nuez.

Eph entró corriendo al dormitorio. Encontró a Zack completamente inmóvil, mudo frente a Kelly y a la vampira estrechando la cabeza entre las barras de hierro, lista para atacar. Sacó la espada con hoja de plata colgada
a su espalda, gritando «¡NO!» y saltó para cubrir a Zack.

Nora venía detrás con su lámpara Luma, la encendió, y la intensidad de la luz UVC produjo un zumbido. La visión de Kelly Goodweather —aquel ser humano corrompido, aquella madre-monstruo— le produjo repulsión, pero
avanzó con la lámpara para eliminar al virus.

Eph también se acercó a Kelly y a su horrible aguijón. La vampira les lanzó una mirada de furia animal.

—¡FUERA! ¡SAL DE AQUÍ! —le gritó Eph tal
como lo haría con un animal salvaje que intentara entrar en
su casa en busca de comida. Blandió su espada y se acercó a la ventana.

Tras
lanzar una mirada dolorosamente hambrienta a su hijo, Kelly se apartó de los barrotes para no ser alcanzada por la espada y huyó por la pared exterior.

Nora dejó la lámpara en el suelo para que su luz mortífera llenara el espacio de la ventana rota, y evitar así que Kelly regresara.

Eph abrazó a su hijo. Zack tenía las manos en la garganta, la mirada fija en el suelo y respiraba con dificultad. Eph le atribuyó ese estado a la desesperación, pero luego comprendió que se trataba de algo más.

Un ataque de pánico. El niño estaba paralizado. Era incapaz de respirar.

Eph miró frenéticamente a su alrededor, y vio el inhalador de Zack en la parte superior del televisor Sanyo. Lo puso en las manos de su hijo y lo ayudó a llevárselo a la boca. Lo apretó, Zack inhaló, y el efecto expansivo del aerosol le abrió los pulmones. Su palidez cedió de inmediato, sus vías respiratorias se inflaron como un globo, y el chico se desplomó exhausto.

Eph soltó la espada para levantar a su hijo, pero Zack reaccionó empujándolo, mientras corría hacia la ventana vacía.

—¡Mamá! —gritó.

 

 

K
elly volvió a trepar por la superficie plana del edificio adhiriéndose con las garras de sus dedos medios a la fachada de ladrillo, como una araña. La furia que sentía por el «intruso» la hizo insistir. Ella percibía —con la misma intensidad de una madre que sueña con el niño afligido que pronuncia su nombre— la cercanía exquisita de su amado. El faro psíquico de su dolor humano. La fuerza de la necesidad del chico hacia su madre incrementaba la sujeción incondicional a su voluntad vampírica.

Lo que vio al posar sus ojos en Zachary Goodweather no fue a un niño. No era su hijo, su amor. Más bien vio esa parte suya que seguía siendo tercamente humana. Algo que en un sentido le pertenecía biológicamente, esa extensión de su ser que también era eterna: su propia
sangre
, roja, humana, y no blanca y vampiresca. Aún contenía oxígeno y no sólo el ansia y la promesa de alimento. Vio una parte incompleta de su ser, que estaba siendo sometida por la fuerza del Amo.

Y ella lo quería. Lo amaba con locura.

No era un deseo humano, sino una necesidad vampírica. Un anhelo de vampiro.

La reproducción humana funciona engendrando y creciendo, mientras que la reproducción vampírica opera en sentido contrario, recurriendo al torrente sanguíneo, habitando en las células vivas y transmutándolas para sus propios fines.

El amor —el atributo positivo— se convierte en su opuesto, que no es, de hecho, el odio ni la muerte. El atributo negativo es la infección. En lugar de compartir el amor o la unión del espermatozoide y el óvulo, la mezcla de cromosomas para crear un ser nuevo, único e irrepetible, realmente supone una corrupción del proceso reproductivo. Una sustancia inerte que invade una célula viable y produce cientos de millones de copias idénticas. No es una acción compartida ni creativa, sino violenta y destructiva. Es una profanación y una perversión. Una violación biológica y una suplantación.

Ella necesitaba a Zack. Estaría incompleta mientras él conservara su condición humana, inacabada.

La cosa-Kelly permaneció en el borde del tejado, indiferente a la ciudad que ardía a su alrededor. Ella sólo conocía la sed. Un ansia de sangre, y de su
tipo
de sangre. Era el frenesí que la impelía, pues un virus sólo sabe una cosa: que debe infectar.

Ella trataba de encontrar otra forma de entrar en la casa de ladrillo, y oyó un par de zapatos viejos crujir sobre la grava desde detrás de la mampara de la puerta. Y en medio de la oscuridad, lo vio con claridad. Setrakian, el viejo cazador, apareció avanzando hacia ella con una espada de plata. Quería ensartarla contra el borde del tejado y de la noche.

BOOK: Oscura
12.18Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Smugglers of Gor by John Norman
The Dearly Departed by Elinor Lipman
The Perfect Host by Theodore Sturgeon
Soulguard by Christopher Woods
The Deavys by Foster, Alan Dean;
The Mum-Minder by Jacqueline Wilson
Virtually True by Penenberg, Adam L.