Panteón (103 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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—Tú... vosotros...

La contempló con profundo asco.

«Ya te lo dije», le recordó Gaedalu.

Alsan sacudió la cabeza.

—Nunca pensé que llegarías tan lejos, Victoria —dijo, y cada una de sus palabras iba cargada de desprecio y repugnancia—. Nunca creí que... harías algo más que tontear con ese shek.

Victoria temblaba por dentro, pero su voz no vaciló ni un ápice cuando, llevándose una mano al vientre, dijo:

—Bien; pues ahora que por fin te tomas en serio lo que siento por él, comprenderás por qué no puedo permitir que toques un solo pelo del que puede que sea el padre de mi hijo.

De nuevo, murmullos escandalizados. Habían llegado más personas al claro, pero Victoria no les prestó atención. Sus ojos estaban clavados en Alsan.

—Me das náuseas —escupió Alsan—. No me importa que hayas pertenecido a la Resistencia o que, por alguna razón que todavía no acierto a comprender, seas el último unicornio del mundo. Si insistes en proteger a esa serpiente... morirás con ella.

Avanzó hacia Victoria, con Sumlaris desenvainada, pero otra persona se interpuso.

—Déjala en paz, Alsan —ordenó Jack, muy serio.

—Apártate, chico —gruñó el rey—. No merece que la defiendas. No merece...

—Déjala en paz —repitió Jack—. Te dije una vez que era la madre de mi hijo, y no mentía, no del todo. Antes has jurado que ibas a defender Vanissar como si fuese tu familia. Bien, yo no soy rey, pero supongo que no me negarás el derecho a defender a
mi
familia. A todos ellos —añadió.

Alsan los miró un momento. Después echó un vistazo a su alrededor.

—¿Vais a defender al shek... de toda esta gente? —preguntó, ceñudo.

Los murmullos aumentaban en intensidad. Alguien pidió a gritos la muerte para el hijo de Ashran. Jack vaciló.

—Llevadlo al castillo —ordenó Alsan—. Lo encerraremos hasta que podamos celebrar un juicio.

Jack dudó un momento, pero por fin asintió y se apartó un poco. Tuvo que tirar de Victoria para que se retirara también, porque se resistía a separarse de él.

—No vas a poder sacarlo de aquí, Victoria —le susurró—. Si luchas, terminarán por matarlo, y no puedes protegerlo de toda esta gente. Acepta el hecho de que, por una vez en su vida, ha perdido.

Victoria se desasió de él y permaneció junto a Christian. Lo incorporó un poco y se echó el brazo de él sobre los hombros.

—Yo lo llevaré al castillo —dijo—. Y más vale que, entretanto, vayas pensando en cómo quitarle esa cosa del pecho.

—No me amenaces, Victoria —replicó Alsan—. También tú estás bajo sospecha.

Victoria no dijo nada. Echó a andar tras él, de regreso al castillo, escoltada por los soldados y caballeros, que mantenían alejada a la multitud. Jack dudó un momento sobre si ayudarla a cargar con el shek, pero, antes de que pudiera tomar una decisión, Shail acudió junto a ella y sostuvo al inerte Christian por el otro brazo.

—Me salvó la vida un par de ocasiones —dijo, al advertir la mirada de Alsan—. Es lo menos que puedo hacer por él.

—Todo eso podremos discutirlo en el juicio. Aunque sospecho cuál va a ser el resultado: los crímenes de este shek superan ampliamente sus buenas acciones.

—Voy a sacarlo de ahí —declaró Victoria. Jack negó con la cabeza.

—Victoria, no hay nada que tú puedas hacer. Solo conseguirás empeorar las cosas.

—¿Crees que me voy a quedar de brazos cruzados mientras Christian se muere?

Habían vuelto a su habitación en el castillo. Victoria no había protestado cuando Alsan había hecho encerrar a Christian en una mazmorra y apostado varios guardias en la puerta, pero le había dirigido una larga mirada desafiante.

Solo la intervención de Jack, Shail y Zaisei le había impedido encerrarla también a ella.

—No exageres —dijo Jack-; solo está inconsciente. La piedra que lleva en el pecho está hecha del mismo material que el brazalete de Alsan, y a él le sienta bien.

—Él no es un shek —replicó Victoria, con sequedad—. Esa cosa afecta a los sheks, Gaedalu lo sabía muy bien cuando fue a buscar esos fragmentos al Reino Oceánico.

Jack ladeó la cabeza.

—Si existiera algo capaz de matar a los sheks de forma tan efectiva, se habrían librado de ello hace mucho tiempo. Estoy seguro de que solo lo ha debilitado. En su estado, está más seguro encerrado; si lo sacas de ahí, lo matarán.

Victoria alzó la mano ante Jack para mostrarle el anillo que llevaba.

—¿Ves esto? Está mudo, Jack. Muerto. No percibo a Christian al otro lado, y te aseguro que eso no es una buena señal. Todo esto del juicio es una farsa: van a matarlo de todas formas.

Jack la miró fijamente.

—¿No quieres que se le juzgue? Es su oportunidad para contar al mundo su versión de los hechos, Victoria. Podrá explicar de una vez por todas qué motivos tiene para apoyar a Gerde, por qué razón no deberíamos atacar su base, y créeme, lo van a escuchar...

—No podrá contar nada si está muerto.

—¿Es que tienes miedo de oír la larga lista de personas a las que ha asesinado? ¿Temes que no encuentren ningún motivo para perdonarlo?

—Sé todo lo que ha hecho, Jack. Entiendo que Gaedalu lo odie y le guarde rencor por haber matado a su hija, y lo respeto. Gaedalu tiene derecho a luchar por sus seres queridos. Lo mismo estoy haciendo yo.

—La hija de Gaedalu no había matado a nadie, Victoria.

—Tampoco mi abuela había matado a nadie, y estaba en la lista de Christian. El respetó su vida porque era importante para mí, ¿y qué hizo ella con esa vida? ¡Sacrificarla para matar a cientos de sheks!

—¡Allegra fue una heroína, Victoria! ¿Cómo te atreves a hablar así de ella?

—Es una heroína para los sangrecaliente —repuso Victoria—. Para los sheks es una genocida. Pero, para mí, era simplemente mi abuela, y la querré siempre, y la recordaré siempre con cariño. Muchos de nosotros luchamos en esta guerra porque no tenemos otra opción. Tampoco elegimos el bando en el que queremos luchar.

—¿En qué bando lucharías tú, Victoria? —replicó Jack, cortante.

—¿Si pudiera elegir? No lucharía en ninguno, Jack.

—¿Ni siquiera contra aquellos que exterminaron a tu raza?

—Destruirlos no devolverá a la vida a los unicornios. Tampoco a los dragones.

—¿Y crees que debemos olvidarlo todo, así, sin más?

Victoria suspiró.

—Solo digo que Christian no debería ser juzgado por un tribunal humano. ¿A cuántos sheks has matado tú, Jack? ¿Crees que eres menos asesino que él? ¿Te gustaría ser juzgado por un tribunal de serpientes?

Jack no supo qué responder. Victoria dejó caer los brazos, exasperada.

—No puedo creer que, después de todo lo que ha pasado...

—Defenderé a Christian en el juicio, Victoria —cortó él—. Hablaré de todo lo que ha hecho por nuestra causa, de cómo luchó a nuestro lado contra Ashran y cómo nos salvó la vida tantas veces. Pero no puedes negar... a Gaedalu, y a todos los demás... la oportunidad de mirarlo a la cara y preguntarle por qué.

—Porque era lo que tenía que hacer, sin más —respondió Victoria—. Le preguntarán si se arrepiente, y él les dirá que no puede sentir remordimientos por haber hecho lo que en su día consideró lo más correcto. ¿Les hará eso sentir mejor... a Gaedalu, y a todos los demás? ¿Se sentirán mejor cuando Christian haya muerto?

Jack alzó la cabeza para mirarla a los ojos.

—Tal vez sí —replicó, muy serio.

Victoria respiró hondo.

—No estoy diciendo que apruebe lo que hizo —dijo—. No estoy diciendo que me parezca bien. Pero, simplemente... no puedo permitir que le hagan daño. No puedo quedarme quieta mientras él se muere. Esperar sentada a que lo maten. —Suspiró—. No puedo.

—También tú estuviste a punto de matarlo por venganza —le recordó él—. ¿Lo has olvidado?

—No. Y tampoco he olvidado que fuiste tú quien detuvo mi mano. Así que sabes mejor que nadie de qué estoy hablando.

Jack cerró los ojos, agotado.

—¿Qué pretendes? ¿Que lo saque de ahí?

Victoria alzó la barbilla.

—No. No tiene sentido que trates de rescatarlo si crees que no es más que un criminal. Pero para mí es mucho más que eso, Jack, y sí que voy a hacer algo al respecto. No te estoy pidiendo ayuda, permiso ni aprobación. Solo te pido que entiendas mi postura.

Jack levantó la mirada hacia ella.

—¿Que si la entiendo? —respondió, con voz helada—. La entiendo perfectamente. Estás loca por él, y eso te impide ser objetiva.

—Y tú estás celoso y lo odias, y por eso no puedes ser objetivo.

Jack se levantó de un salto, encolerizado.

—¡Objetivo! —replicó—. ¡Estuve en Umadhun, Victoria, en el mundo de las serpientes! ¡De haberme encontrado, me habrían matado... sin juicio!

—Con juicio, sin juicio, ¿qué más da? Te habrían matado por ser un dragón. De la misma manera que a él lo van a matar por ser un shek, simplemente. Por luchar en el bando contrario.

»También tú has matado a muchos sheks sin juicio. De haber podido, incluso habrías matado a Sheziss, sin conocerla, solo por ser una shek... ¿me equivoco?

Jack no respondió.

—Pero tienes razón en una cosa —prosiguió Victoria—. No importa cuántos motivos pueda darte para justificar mi actitud. Voy a hacer algo por Christian, voy a salvarlo, porque le quiero. Sin más.

—Ya lo había notado —dijo Jack, tenso—. Acabemos con esta farsa, pues. Vete con él, escapaos juntos, criad a vuestro hijo. Yo siempre fui el elemento sobrante en esta relación, ¿no es cierto?

Victoria lo miró, sin creer lo que estaba oyendo.

—No es posible que todavía dudes de lo que siento por ti. ¿Quieres más pruebas? ¿Acaso quieres que deje morir a Christian solo para demostrarte que me importas? ¿Es eso lo que me estás pidiendo? ¿Era eso lo que esperabas que hiciera cuando Ashran me exigió que eligiese entre los dos? ¿Es eso lo que aún no me has perdonado?

Jack no respondió. Victoria movió la cabeza, exasperada, y dio media vuelta para marcharse.

—Espera —la detuvo Jack, cuando ya estaba a punto de salir—. ¿De veras piensas ir a rescatarlo, a pesar de todo?

—Sí —respondió ella sin vacilar.

Jack apretó los dientes.

—De acuerdo, haz lo que creas conveniente —dijo, sin poder contenerse—. Pero, si cruzas esa puerta... no te molestes en volver.

Victoria entornó los ojos, pero no dijo nada.

En silencio, con suavidad, abrió la puerta, salió de la habitación y volvió a cerrarla tras de sí.

Jack se quedó un momento de pie, temblando. Después, una súbita debilidad invadió su cuerpo y se dejó caer sobre el borde de la cama, pálido. Enterró el rostro entre las manos y murmuró:

—Soy estúpido, estúpido...

Pero no se levantó. No fue a buscar a Victoria, ni tampoco corrió a advertir a Alsan de las intenciones de la joven. Simplemente se quedó allí, angustiado, pensando, preguntándose si había obrado bien: si estaba dejando escapar al amor de su vida, o, por el contrario, acababa de recuperar... su libertad.

Zaisei había estado presente durante la discusión entre Alsan y Victoria, después de la ceremonia de coronación. Había escuchado sin intervenir, pero, como celeste que era, había hecho mucho más que escuchar.

Había percibido las dudas de Jack; el miedo que ocultaba Victoria tras aquella expresión desafiante; la fría determinación de Alsan, rayana en el fanatismo; y, sobre todo, el odio que albergaba el corazón de Gaedalu.

Seguía sintiendo aquel odio ahora, varias horas después. Había acompañado a Gaedalu hasta la capilla del castillo. La Madre Venerable había dedicado una plegaria de agradecimiento a los dioses por haber propiciado la captura del shek; pero, aunque aquel hecho llenaba a la varu de satisfacción, Zaisei sabía que no descansaría hasta verlo muerto.

La joven celeste temía a Kirtash, pero no hasta el punto de desear su muerte, y menos aún después de haber hablado con Victoria acerca del origen de su bebé.

—Lo matarán, ¿verdad? —preguntó de pronto, en voz baja, mientras regresaban a la estancia de Gaedalu.

«Es lo que merece», respondió Gaedalu. «De hecho, debería estar muerto ya».

—Puede que sea el padre de la criatura que espera Victoria.

«Con mayor motivo».

Zaisei guardó silencio un momento. Después suspiró, preocupada.

—Madre, comprendo que odiéis a Kirtash, y respeto vuestro dolor. Pero ese joven no puede ser simplemente un monstruo. Si bien ha despertado el odio en muchas personas, también es capaz de causar sentimientos positivos. Ha provocado un profundo amor en el corazón de Victoria...

Gaedalu se detuvo bruscamente y la miró a los ojos.

«¿Y eso lo exime de todos sus crímenes?».

Zaisei retrocedió, intimidada por la violencia de su odio y su dolor.

—También salvó la vida de Shail —admitió en voz baja—. Tal vez por eso...

«¿Tal vez por eso eres capaz de ver algo bueno en él? ¿Crees que no te ha causado ningún daño? ¿Crees que no tienes nada que ver con ese shek? Pues te equivocas».

Zaisei se quedó inmóvil, en medio del pasillo, mientras Gaedalu seguía caminando. La celeste corrió para alcanzarla.

—¡Madre! ¿Qué habéis querido decir con eso? ¿Qué tengo yo que ver con Kirtash?

Habían llegado ante las puertas de la estancia de Gaedalu. La varu entró, sin responder a las preguntas de Zaisei, y ella la siguió hasta el interior de la habitación.

«Cierra la puerta», ordenó Gaedalu.

Zaisei obedeció. Apenas había terminado de girar el picaporte, cuando la voz telepática de la Madre Venerable ya resonaba en su mente:

«Conocí a la madre de Kirtash. No recuerdo su nombre, solo que era Oyente en uno de los Oráculos... como tu madre. Eran amigas, de hecho. ¿Te sorprende?», sonrió. «Pues eso no es nada».

Zaisei percibió los sentimientos de rabia e ira que latían en el interior de Gaedalu, y tuvo miedo.

—No sé si quiero conocer el resto...

«Pero yo quiero que lo conozcas», dijo Gaedalu, sin piedad. «Porque debes conocerlo. Te lo he ocultado todo este tiempo, pero ya eres mayor para saber la verdad».

La joven celeste tragó saliva y dio media vuelta para encararse a ella. Gaedalu sonrió, con amargura.

«Fue después de la conjunción astral», dijo. «Todos los Oráculos fueron destruidos, menos el nuestro, el de Gantadd. Por eso muchas mujeres vinieron a buscar refugio bajo su techo. Entre ellas estaba la madre de Kirtash. Conocía a tu madre, ambas habían escuchado la Primera Profecía. Llegó, desesperada, diciendo que Ashran le había arrebatado al hijo de ambos. Yo no quise tener entre los muros del Oráculo a alguien que hubiese mantenido una relación tan estrecha con el hombre que había exterminado a los dragones y los unicornios, el hombre que había hecho volver a los sheks. Pero tu madre intercedió por ella. Por eso, solo por eso, la dejamos quedarse. ¿Tienes idea de lo que hizo esa mujer?».

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