Panteón (102 page)

Read Panteón Online

Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
12Mb size Format: txt, pdf, ePub

Lentamente, el mago se incorporó y la miró con profundo odio.

—Eres un monstruo —dijo, y escupió a sus pies.

Victoria no dijo nada. Se quedó allí, arrodillada sobre la hierba, mientras una espantosa sensación de abatimiento inundaba su corazón. Yaren sacudió la cabeza y, aún tambaleándose, se alejó de allí.

Victoria enterró el rostro entre las manos, destrozada. «Ya está», se dijo. «He matado su última esperanza». Pero tenía que intentarlo, pensó. Era lo menos que podía hacer.

Se quedó un rato más allí, arrodillada sobre la hierba, abrazándose a sí misma, preguntándose qué debía hacer a continuación. No conocía a nadie a quien pudiese consultar acerca del caso de Yaren. Qaydar no sabía cómo curarlo. Si los unicornios habían conocido un remedio para aquellos casos, desde luego, se habían llevado el secreto con ellos.

Entonces, de pronto, un suave escalofrío recorrió su espalda. Conocía esa sensación.

Momentos después, Christian la estrechaba entre sus brazos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el shek, inquieto—. ¿Estás bien? He sentido...

—Estoy bien, Christian —lo tranquilizó ella, con una sonrisa—. Me recuperaré. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí? Creía que te habías marchado. Sabes que deberías mantenerte alejado.

Christian sonrió a su vez.

—Todavía rondaba por aquí. Pero tienes razón, no deberíamos estar haciendo esto. Si te ven...

—No es por eso; no me importa que me vean —replicó Victoria, con voz ahogada—. Estoy cansada de fingir que no te quiero. Que piensen lo que quieran, que digan lo que quieran. No voy a renegar de lo que siento por ti.

Christian le acarició el cabello, pensativo, y la miró, con emoción contenida.

—No esperaba verte hoy —reconoció—. Ni siquiera tenía pensado hablar contigo. Pero...

—Pero Jack te ha echado en cara que no te dejas ver por aquí, ¿verdad?

—No ha sido solo por Jack —protestó él—. Necesitaba comprobar que estabas bien.

Le contó que, tras su primera conversación, había estado a punto de marcharse, puesto que nada lo retenía ya allí. Pero lo intrigaba el cambio que se había producido en Alsan, y se había quedado un poco más, para observar la coronación desde las sombras.

—Ahora he de regresar. No sé si Jack cumplirá con lo que le he pedido, pero, por lo menos, a Gerde le gustará saber que tú y tu hijo os encontráis bien.

Victoria inclinó la cabeza.

—De modo que Gerde sigue interesada en mi bebé —dijo—. ¿Tan segura está de que es...?

—¿... mío? Sabe que existe esa posibilidad. Aguardará un tiempo hasta que nazca, o hasta que pueda saber seguro qué aspecto tiene su alma, pero espero haber encontrado una solución para entonces.

Victoria lo miró intensamente.

—¿De veras existe una solución para todo esto?

—No una solución que satisfaga a todo el mundo, naturalmente. Pero a mí me basta con una solución que me sirva a mí y a las personas que me importan.

En aquel momento, sonaron más vítores y aplausos. La exhibición había terminado.

—Es la hora del almuerzo —suspiró Victoria—. Será mejor que vuelva antes de que me echen de menos.

Christian volvió a abrazarla y cerró los ojos para disfrutar de su presencia.

—Yo sí te he echado de menos —confesó en voz baja.

Victoria apoyó la cabeza en su hombro y tragó saliva.

—Y yo —susurró, casi sin voz—. No sé por qué... cada vez me resulta más duro separarme de ti.

—Yo sí sé por qué —dijo Christian, pero no añadió más.

Aún permanecieron juntos unos instantes más, susurrándose tiernas palabras de despedida, antes de separarse, con el corazón encogido.

Victoria regresó a la explanada, que ya se había visto invadida de gente. Casi todos estaban cerca del lugar donde se repartían las empanadas y las jarras de
nunk,
pero, aun así, a Victoria le costó encontrar a sus amigos entre la multitud. Detectó a Zaisei un poco más lejos, mirando en torno a sí, algo desconcertada. Se dirigió hacia ella, pero un muchacho la interceptó.

—¡Dama Lunnaris! Os lo ruego: sé que no soy digno, pero si quisierais...

—No funciona así-respondió ella, con suavidad—. Discúlpame...

Aún tuvo que eludir a dos personas más antes de llegar a Zaisei.

—¡Victoria! ¿Dónde te habías metido?

—¿Me habéis echado de menos? —preguntó ella, preocupada.

—Supuse que se trataba de una urgencia, pero, como tardabas, empezaba a preocuparme... ¿has visto a la Madre Venerable?

—¿También se ha ido? —se extrañó Victoria—. Tal vez esté con Ha-Din.

—El Padre Venerable regresó al castillo con su escolta antes de la exhibición de los dragones. Gaedalu estaba conmigo entonces...

—Bueno; con tanta gente, no es de extrañar que la hayas perdido de vista. Quizá haya ido a felicitar a Alsan.

—Eso es lo que he supuesto, pero tampoco lo veo a él.

De pronto, un horrible presentimiento empezó a cobrar forma en el corazón de Victoria. Dio media vuelta y, sin una palabra, echó a correr.

Apenas unos instantes más tarde, sintió en su propio pecho el dolor agudo e intensísimo de Christian, un dolor insoportable que iba mucho más allá de lo físico. Se detuvo un instante y dejó escapar un grito.

Varias personas la vieron, y se acercaron a ella para socorrerla. Pero Victoria, sacando fuerzas de flaqueza, se zafó de ellas y siguió corriendo, con desesperación, hacia el lugar donde Christian luchaba por su vida.

El shek se había visto sorprendido en una emboscada al abandonar el pequeño claro en el que se había reunido con Victoria. Se había deshecho de los tres primeros soldados sin grandes dificultades; pero entonces había aparecido Alsan.

Christian retrocedió solo unos pasos y alzó a Haiass para detener el embate de Sumlaris, la Imbatible. Había esperado algún comentario por parte de Alsan; pero él se limitó a dar un paso atrás para luego volver a atacar, sin una palabra.

No era la primera vez que peleaban, pero había transcurrido mucho tiempo, cerca de dos años, desde su último duelo en la Tierra. Entonces, el shek había salido vencedor, y solo la intervención de Jack y de Victoria había impedido que Alsan muriese bajo la fría mordedura de Haiass.

En esta ocasión, sin embargo, hubo algo diferente. Alsan siempre había sido un guerrero sereno y prudente, pero ahora peleaba con fiereza, caminando por la delgada línea existente entre la temeridad y la seguridad de quien sabe, con total certeza, que está haciendo lo correcto. Los golpes de Sumlaris eran, también, más fuertes. La hoja legendaria parecía haberse robustecido, al igual que el ánimo de su portador.

Y un nuevo brillo alentaba sus ojos oscuros, un brillo que nada tenía que ver con la mirada de la bestia.

—¡Pelea, cobarde! —le espetó Alsan cuando Christian lo esquivó con una finta.

El shek no dijo nada, pero tampoco cayó en su provocación. Siguió luchando a su manera, esquivando y contraatacando, moviéndose con la sutileza de un felino. Cuando Alsan asestó un mandoble lo bastante poderoso como para haberle segado el brazo al que estaba destinado, Christian decidió que no podía andarse con miramientos, por mucho que hubiesen combatido juntos en la Resistencia, por mucho que Alsan fuese amigo de Jack y de Victoria. Alzó a Haiass, que centelleó un instante bajo la luz de los soles, y la descargó contra Alsan.

El rey de Vanissar levantó su espada para detenerla, y ambos aceros chocaron de nuevo.

Entonces, de pronto, algo se clavó en el hombro de Christian.

El joven abrió los ojos, sorprendido. Le había atacado por detrás; había oído el silbido producido por el dardo, momentos antes de hundirse en su carne, pero la postura forzada que se había visto obligado a mantener mientras forcejeaba con Alsan le había impedido esquivarlo.

No era nada grave, sin embargo. Su cuerpo de shek aguantaría casi cualquier veneno, si es que el dardo estaba envenenado. Pero, ante todo, debía saber quién lo había atacado por la retaguardia.

Empujó con fuerza hacia atrás para desembarazarse de Alsan, e hizo un brusco giro de cintura.

No llegó a ver a su atacante, no solo porque este parecía haberse esfumado, sino porque Alsan arremetió de nuevo contra él.

Y, por primera vez, lo cogió desprevenido.

El shek ya se había vuelto hacia él y aguardaba el golpe de Alsan. Interpuso a Haiass entre él y su adversario, pero lo que no esperaba era que Alsan atacase con ambas manos. Christian detuvo a Sumlaris a escasos centímetros de su cuerpo y trató de protegerse, en un acto reflejo, de la mano izquierda de Alsan, que se había lanzado hacia él.

Demasiado tarde. El rey de Vanissar alcanzó su objetivo.

Sin embargo, no era una daga lo que sostenía en su mano, sino un objeto negro, redondo y pulido.

Christian retrocedió por instinto.

El objeto lo acompañó.

Se pegó a su cuerpo, como un parásito, quemando su ropa como si fuese ácido y hundiéndose en su piel. Aterrado, Christian soltó a Haiass y trató de arrancárselo del pecho. Pero aquella extraña gema se clavó todavía más en su carne, produciéndole un dolor intenso y punzante.

Christian cayó al suelo de rodillas, mientras percibía un espantoso olor a quemado y contemplaba, atónito, cómo aquella cosa extendía por su piel largos filamentos oscuros, como las patas de una gigantesca araña, que recorrían todo su pecho, marcándolo con horribles cicatrices.

Después, sus sentidos se nublaron de pronto, como si hubiese metido la cabeza bajo el agua, y ya
no
vio ni oyó nada más.

Alsan y Gaedalu contemplaron al shek inerte a sus pies.

«Ya no parece tan peligroso, ¿verdad?», dijo ella, con rencor.

Alsan lo miraba con un cierto destello de pena en su mirada. No por la suerte del criminal, sino porque un adversario temible había sido derrotado... de una forma que, en el fondo, no parecía del todo justa.

«Podemos matarlo ya», dijo la Madre Venerable.

De pronto, una sombra veloz penetró en el claro y se arrojó sobre Christian. Gaedalu retrocedió un paso, sobresaltada, pero el semblante de Alsan se endureció.

—Apártate de él, Victoria —ordenó.

La muchacha estaba examinando la siniestra piedra incrustada en el pecho de Christian. No hizo caso de Alsan. Acababa de comprobar que la gema absorbía su magia curativa, o tal vez la hiciera rebotar. Victoria no estaba muy segura al respecto; lo que sí sabía era que, de alguna manera, aquella piedra no le permitía ayudar a Christian.

—Apártate de él, Victoria —repitió Alsan.

La joven se volvió hacia él.

—¿Qué le habéis hecho?

«Hacérselo pagar, niña», dijo Gaedalu. «Ni siquiera tú podrás salvarlo de la muerte que merece».

Pero Alsan negó con la cabeza.

—Hay que juzgarlo primero. El mundo entero debe conocer los crímenes que ha cometido, saber que lo castigamos por ellos.

Gaedalu lo miró con cierta rabia.

«En casi todas las culturas idhunitas, el castigo por todo lo que ha hecho es la muerte», dijo.

—Entonces, no importará que esperemos un poco más —dijo el rey—. Además, dicen que si muere el heredero de Ashran todas las serpientes volverán a marcharse. Si eso es cierto, los idhunitas merecen estar preparados para disfrutar del espectáculo de la liberación de nuestro mundo.

Gaedalu estrechó los ojos.

«Es un error posponer su muerte».

Alsan sonrió con tranquilidad.

—Mientras tenga esa cosa clavada en el pecho es completamente inofensivo.

—¡Completamente inofensivo! —repitió Victoria—. ¡Pero si lo está matando!

Los semblantes de piedra de Alsan y Gaedalu no mostraron la menor compasión.

En aquel momento, más personas llegaron al claro. Se trataba de Jack, Covan y Shail, acompañados por varios caballeros de Nurgon.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Shail, perplejo.

Alsan se volvió hacia ellos, sonriente.

—Caballeros, acabamos de capturar a uno de nuestros enemigos más peligrosos: Kirtash, el shek, el hijo de Ashran el Nigromante.

Hubo un murmullo desconcertado, que Alsan acalló con un gesto.

—Esta criatura —añadió, señalando a Christian, que yacía en brazos de Victoria— ha cometido innumerables crímenes. Dotada de una astucia despiadada y retorcida, ha logrado engañar a muchas personas, entre las cuales me incluyo. También yo creí que podía llegar a albergar buenos sentimientos en su oscuro corazón. Pero me equivoqué, y ahora he tratado de enmendar mi error.

Victoria alzó la cabeza. No hacía mucho, también ella había pronunciado palabras parecidas ante Zaisei, para explicarle por qué, tiempo atrás, había querido matar a Christian. La diferencia entre Alsan y ella consistía en que Victoria sí tenía motivos para desear que Christian siguiera con vida. El rey de Vanissar, no.

Algunos de los caballeros habían desenvainado las espadas, pero Alsan los detuvo.

Victoria apenas escuchó cómo trataba de convencerlos de la necesidad de que el shek fuese juzgado en público y que todo Idhún conociese con detalle la larga lista de crímenes que se le atribuían. La muchacha acarició la frente de Christian al apartarle el pelo de la cara y la halló extrañamente caliente. Lo apartó, con suavidad, y se incorporó.

—Esto es cruel —dijo, interrumpiendo a Alsan—. Esa gema que le habéis puesto lo está matando, Alsan. No sobrevivirá mucho más tiempo.

«Ya no podemos quitársela», dijo Gaedalu. «Y, aunque pudiésemos, ten por seguro que no lo haríamos. Es lo único capaz de retener a alguien como él».

Victoria cerró los ojos un momento.

—Sabíais que estaba cerca —murmuró—. Me manteníais vigilada.

Alsan movió la cabeza.

—Sabía que no tardaría en venir a verte, Victoria. Eres su punto débil.

Ella se irguió.

—Te equivocas —dijo—. Soy su mayor apoyo ahora mismo. Porque el que quiera tocarlo siquiera, tendrá que pasar por encima de mí.

Los caballeros la miraron, con incredulidad y un cierto estupor.

—Victoria, no es momento para caprichos —dijo Alsan, tenso, avanzando un paso.

Ella entornó los ojos.

—Por encima de mi cadáver, Alsan —reiteró.

El rey se detuvo un momento y frunció el ceño. Miró a Victoria, y luego volvió la cabeza a Jack, que lo observaba todo con una extraña expresión en el rostro, sin intervenir.

Comprendió. Retrocedió un poco y contempló a la joven y al shek que yacía a sus pies, anonadado.

Other books

Keepers of the Labyrinth by Erin E. Moulton
Vicious Romantic by Wrath James White
Night of Triumph by Peter Bradshaw
Pirate Queen of Ireland by Anne Chambers
vittanos willow by Aliyah Burke
The Reckless One by Connie Brockway
The Doctor's Little Girl by Alex Reynolds
This One Time With Julia by David Lampson
Bloody Lessons by M. Louisa Locke