Panteón (129 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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Habló con amargura, y Victoria lo notó.

—Lo siento —murmuró.

«No lo sientas. Tu mundo está lleno de criaturas como yo, creadas por los mortales irresponsables que juegan con la vida y la muerte. Por eso la nigromancia es un arte prohibido. Pero eso no ha impedido a los magos guardar las cenizas de todos sus grandes hechiceros, para importunarlos de vez en cuando con problemas que ellos mismos no saben resolver».

Victoria no supo qué decir.

«Vete», dijo la impronta. «Vete de aquí y evita que los dioses se enfrenten... o no. Si vuelven a chocar, será el final para todos los seres vivos... y el principio de un nuevo mundo y una nueva historia. Quién sabe si su tercer mundo no será un mundo perfecto».

—Sería un mundo perfecto, pero sin nosotros —replicó Victoria—. Y yo voy a tener un hijo. Quiero que nazca mi hijo, quiero que vea la luz de los soles.

«Ah, una extraña criatura, tu hijo», comentó la impronta. «Desde aquí puedo ver su alma. ¿Quieres saber cómo es?»

—No —respondió Victoria, con decisión—. Prefiero verla por mí misma la primera vez que lo mire a los ojos.

Habia estado examinando las bisagras de la puerta bajo la suave luz que emitía su cuerno, y preguntándose qué sucedería si les transmitiese energía. No sería la primera vez que hacía aquello con un objeto inanimado. Pero la pierna artificial de Shail estaba hecha de un material preparado para absorber y asimilar aquel poder.

No tenía tiempo para pensar en ello. Bajó la cabeza y colocó la punta de su cuerno sobre uno de los goznes.

Y se esforzó en transmitirle la magia.

Al principio, fue como si topara con una sólida pared infranqueable. Estaba claro que, salvo algunas excepciones, los objetos inanimados no estaban preparados para recoger la magia. Pero Victoria insistió.

Se hallaban en una celda subterránea, muy lejos de la superficie. No había por allí demasiada energía que canalizar. Y, no obstante, justo sobre ellos, un dios vociferaba con la fuerza de todos los vientos. Una pequeña parte de aquella energía lograba filtrarse hasta ella y recorrer su cuerpo. No se le escapó que también estaba transmitiendo a la puerta una parte de la impronta de Talmannon, que no era otra cosa que un rastro de energía. Pero no se detuvo.

Pronto, el metal empezó a fundirse, hasta que terminó goteando hasta el suelo. Victoria se alzó sobre sus patas traseras para alcanzar la bisagra superior, y repitió el proceso. Cuando concluyó, empujó la puerta hasta que consiguió que cediera.

Salió al corredor. Estaba oscuro, pero su cuerno la iluminaba, y su instinto la guiaría hasta la salida. Antes de internarse por el túnel, se volvió hacia el interior de la celda y descubrió allí, en un rincón, a la impronta de Talmannon.

—¿Estarás bien ahí? —le preguntó.

«Estaré bien en cualquier parte», replicó el ser, lúgubremente. «Y tú vete ya y haz lo que tengas que hacer. Y procura recuperar ese anillo. No siento cariño por los unicornios, pero, si es cierto que fue un shek quien te lo entregó, entonces prefiero que lo tengas tú».

Victoria inclinó la cabeza, pero no dijo nada. Ligera como un rayo de luna, echó a correr por el túnel, en dirección a la libertad.

—¡Shail! ¡Shail! —lo llamó Covan.

El mago mantenía los ojos cerrados, y una expresión de intensa concentración marcaba su rostro. Pese a ello, el maestro de armas lo sacudía con fuerza, gritando para hacerse oír por encima del aullido del viento.

Se habían encerrado en la despensa, una pequeña habitación anexa a las cocinas, que no tenía ninguna ventana abierta al exterior.

Aunque el huracán todavía resultaba ensordecedor, su sonido se oía un poco más amortiguado que en las salas exteriores.

Por fin, Shail abrió los ojos y lo miró, un tanto aturdido.

—¿Qué pasa? ¿Qué es ese ruido?

—¡El ruido no es lo más preocupante ahora mismo! —exclamó Covan—. ¡Mira!

Aún confuso, Shail volvió la cabeza en la dirección que señalaba el caballero. La puerta de la despensa estaba cerrada, pero una luz intensa se filtraba por debajo. Demasiada luz, comprendió Shail de pronto.

—¡El conjuro de oscuridad! —exclamó—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué ya no funciona?

—Esperaba que pudieses decírmelo tú.

Shail trató de pensar.

—Puede que el foco de luz se esté acercando todavía más. O puede que la magia del conjuro esté fallando. Tal vez... —vaciló antes de añadir—, tal vez se deba a que Qaydar se ha marchado.

—¿Que Qaydar se ha marchado? —casi gritó Covan. Shail alzó las manos para calmarlo.

—Puede que haya fallado mi hechizo de localización, no lo sé. He buscado a Alsan, a Gaedalu, a Qaydar, a Jack y a Victoria —inspiró hondo—. Solo he encontrado a Jack. Está muy por debajo de nosotros. Por debajo de los sótanos, incluso. Sí —añadió—, tiene que ser un error. Seguramente la energía que genera el huracán ha interferido con...

—No —cortó Covan—, tiene sentido. He oído contar historias acerca del entramado de túneles que se extiende por debajo de la ciudad. Se dice que los primeros reyes de Vanissar los hicieron construir en tiempos remotos.

—Puede que Jack haya encontrado una entrada y se haya refugiado allí —reflexionó Shail—, pero, ¿dónde están los demás?

—¡La luz es lo más urgente ahora! —señaló Covan.

—Todos los magos de la ciudad estamos aportando una parte de nuestra energía para mantener activo el conjuro. Incluso yo. Podría dedicar toda mi magia a ello, pero eso no bastaría. Necesitaríamos que todos los magos volviesen a levantar el conjuro. Yo solo no puedo hacer nada.

Covan frunció el ceño.

—¿Y pretendes quedarte aquí, escondido?

—No. —Shail se puso en pie—. Utilizaré una variante del conjuro localizador para tratar de llegar hasta Jack. Tal vez él sepa dónde está Qaydar. Tú deberías volver al sótano, con los demás, y asegurarte de que se cubren bien los ojos, y de que taponáis todos los resquicios por donde pueda entrar la luz. Cuanto más oscuro esté el sótano, mejor. Y que los demás magos traten de volver a levantar el conjuro.

—Haré lo que pueda; pero el rey...

—El rey ahora no está —cortó Shail—. Tú sabes, mejor que nadie, quién era el otro candidato al trono. Alsan confía en ti, de modo que, en su ausencia, eres tú quien ha de tomar las decisiones.

El maestro de armas lo miró, pensativo; después, asintió.

—Espera —lo llamó Shail, cuando ya se iba. Colocó las manos sobre su rostro y pronunció en voz baja las palabras de un hechizo. Cuando las retiró, una espiral de tinieblas cubría los ojos de Covan.

—¿Qué me has hecho? —exclamó, sobresaltado—. ¡No veo nada!

—Es para protegerte la vista —replicó Shail—. Ni siquiera mi magia puede bloquear la luz de Irial, así que te recomiendo que, además del velo de oscuridad que te he aplicado, te cubras los ojos con alguna otra cosa. Toda precaución es poca.

Covan respiró hondo y asintió, tratando de calmarse. Desgarró de un tirón su manga izquierda y se vendó los ojos con ella. Después, avanzó a tientas hacia la puerta.

—Voy a abrir —avisó, cuando sus manos se posaron sobre el picaporte.

Shail se cubrió los ojos con ambos brazos y pronunció para sí mismo el conjuro de oscuridad. Apenas terminó, una intensa luz bañó toda la estancia, deslumbrándolo, a pesar de todas sus precauciones. Oyó la exclamación de asombro de Covan, y de nuevo el ruido de la puerta al cerrarse, y después percibió que una reconfortante penumbra volvía a rodearlo. Se atrevió a retirar los brazos de los ojos, lentamente. Sus ojos tardaron aún un rato en volver a acostumbrarse a la oscuridad.

Más adelante, el túnel se acababa.

Victoria había llegado hasta allí siguiendo una luz intensa. Le sorprendió ver que procedía de una puerta situada al fondo. Una puerta que estaba cerrada a cal y canto.

Aquella luz se colaba por los finos resquicios de sus bordes. Victoria recuperó su forma humana y tiró del pomo para abrirla. Cuando lo hizo, se dio cuenta de que la salida estaba obstruida por algún pesado mueble que alguien había situado delante para taparla. Victoria empujó, tratando de apartarlo.

Era muy, muy pesado. Victoria jadeó y volvió a empujar, una y otra vez. Lenta, muy lentamente, fue separándolo de la pared.

Mucho rato después, con los brazos y los hombros doloridos, y cubierta de sudor, logró deslizarse fuera del túnel y salió al exterior. Se encontró en un sótano, frío y húmedo, pero para nada oscuro. Había unas escaleras al fondo, y al término de ellas, una puerta cerrada. No obstante, la luz que se filtraba por los resquicios de la madera era tan intensa que iluminaba el sótano como si estuviese al aire libre. Victoria subió por la escalera; al llegar arriba se detuvo para arrancar, no sin cierta pena, uno de los velos de su vestido, y se vendó los ojos con él. Después, abrió la puerta.

La luz hirió sus ojos a través de la venda, a través de sus párpados cerrados, y le hizo lanzar una exclamación de sorpresa. A pesar de ello, avanzó a ciegas, torpemente, hasta que topó con una pared, y luego con un mueble desvencijado y cubierto de polvo. Entendió que estaba en el interior de una casa, y se sorprendió de que, pese a todo, hubiese tanta luz. Supuso que se habrían dejado alguna ventana abierta.

De pronto sintió una presencia cerca de ella, en la misma habitación.

—¿Quién eres? —sonó una voz junto a ella; era una voz masculina, y hablaba con lentitud—. No puedo verte; me he vendado los ojos para protegerlos de la luz.

—Yo tampoco puedo ver nada —respondió Victoria—. Siento haber invadido tu casa. He entrado aquí a través del sótano, buscando un refugio.

—Esto no es mi casa. No es más que una vieja posada abandonada. Pero conozco el sótano —añadió; parecía que le costaba mucho hablar—. No hay en él ninguna salida al exterior.

—Estaba oculta tras una alacena. Es la entrada a una red de túneles subterráneos.

—¿De verdad? ¿Y a dónde conducen?

—Al castillo, creo.

—Muéstramelo, por favor.

—Bien, sigúeme; además, estaremos más seguros en el sótano, está más oscuro.

Se buscaron a tientas, guiados por el sonido de sus respectivas voces, hasta que las manos de Victoria atraparon las de su compañero. Sintió entonces algo extraño. Pensó, inquieta, que no le gustaba aquel contacto, que le transmitía algo desagradable. Trató de quitarse aquella idea de su cabeza.

—Pasa algo con tus manos —dijo él—. Noto un cosquilleo.

«Estoy canalizando la energía de los dioses», pensó Victoria.

—No me cojas, entonces —murmuró—. No lo necesitas; por lo visto, conoces esta casa mejor que yo.

El otro no respondió. Victoria se puso en pie y después, lentamente, ambos avanzaron a ciegas hacia el sótano.

Tardaron un rato en llegar hasta la puerta, porque Victoria avanzaba muy despacio. No quería poner en peligro a su bebé, corriendo el riesgo de tropezar y caerse. Sin embargo, su acompañante no le metió prisa. Cuando, por fin, abrieron la puerta del sótano, Victoria se aferró al pasamanos y tanteó los primeros escalones con el pie.

—Hemos llegado —murmuró.

Sintió cómo el otro bajaba los primeros peldaños, junto a ella. Oyó el chirrido de la puerta al cerrarse. De pronto, la luz que percibía al otro lado de la venda pareció menos intensa. Respiró hondo, se destapó los ojos y parpadeó para volver a acostumbrarse al ambiente. Ante ella, la persona que la había acompañado también se retiraba la venda de la cara.

Tardaron unos segundos en mirarse y reconocerse.

—¡Tú! —exclamó Yaren, entornando los ojos.

Jack se volvió hacia todos lados, irritado.

—¡Hemos vuelto a llegar tarde!

Estaban en el interior de una celda vacía. Christian se había inclinado junto a los restos de un hexágono que parecía haber sido trazado en el suelo con cenizas, y los estudiaba, con el ceño fruncido. Jack, en cambio, se había quedado de pie ante los grilletes de la pared, y temblaba de rabia.

—Como la haya encadenado... —murmuraba—. Como le haya puesto esos grilletes, te juro que lo va a pagar muy caro.

Christian se volvió hacia él.

—¿Quién, exactamente?

Jack alzó una capa que había recogido en el suelo.

—Es de Alsan.

Christian podría haber dicho «Te lo dije», pero no hizo ningún comentario. Se incorporó y señaló los restos del suelo.

—Es reciente —dijo—. Han usado esto para hacer algún tipo de conjuro en presencia de Victoria. No estoy seguro, pero podría ser una invocación.

—¿De qué tipo?

Christian iba a responder, pero oyeron pasos en el corredor y salieron, con precipitación.

Una luz venía bailando pasillo abajo.

—¡Jack! —se oyó la inconfundible voz de Shail—. Jack, ¿eres tú?

—¡Shail! ¡Estamos aquí!

—¿«Estamos»? ¿Quién está contigo?

No hizo falta que Jack contestara. El mago había llegado ya junto a ellos y había visto a Christian.

—Alsan se ha llevado a Victoria —fue lo primero que dijo Jack—. La ha secuestrado.

Shail lo miró con estupor.

—Pero, ¿cómo...?

Jack no perdió el tiempo en explicaciones. Lo condujo al interior de la celda y dejó que lo viese por sí mismo.

—Y, si estaba aquí —pudo decir Shail, cuando asimiló aquella información—, ¿a dónde se la ha llevado ahora?

—Se ha debido de escapar ella misma —respondió Christian, señalando a la puerta—. No puede estar muy lejos, entonces. No tardaremos en encontrarla si nos damos prisa.

—Sí —asintió Jack—, vamonos. Además, este lugar me pone los pelos de punta. ¿No sentís como si hubiese algo raro aquí?

—Sí —dijo Christian, pero no añadió nada más.

Los tres salieron de nuevo al pasillo y se internaron en el laberinto de túneles. El shek, antes de abandonar la celda, echó un último vistazo, inquieto.

—Tú... —dijo Yaren—. Tenía que haberlo sabido.

Victoria fue a decir algo, pero no tuvo tiempo. El mago la empujó con violencia, y ella perdió el equilibrio y estuvo a punto de precipitarse escaleras abajo. Por fortuna, pudo aferrarse al pasamanos antes de caerse.

—¿Te has vuelto loco? —le gritó, temblando—. ¡Estoy embarazada!

—Lo sé —respondió Yaren, con una sonrisa siniestra—. ¿Crees que habrá sufrido daños tu hijo? Vamos a curarlo, entonces.

Colocó las dos manos sobre el vientre de Victoria e inició el hechizo de curación. Una oleada de energía oscura, llena de malas vibraciones, inundó el cuerpo de Victoria, que gritó, alarmada, mientras sentía que su bebé se revolvió en su interior. Recuperó el equilibrio y apartó a Yaren de un empujón. Estaba lívida de ira, pero su corazón se estremecía de miedo ante la sola idea de haber podido perder al niño que esperaba.

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