Panteón (65 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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—¡Venganza! —gritó Goser, alzando en el aire una de sus hachas—. ¡MuerteatodaslasserpientesenelnombredeAldun!

—¡EnelnombredeAldun! —corearon los rebeldes—. ¡Muerteato-daslasserpientes!

Kimara gritó con ellos. Pero Rando se limitó a mirarlos, con los brazos cruzados sobre el pecho, y la duda latiendo en su mirada bicolor.

Se hizo el silencio, por fin. Las voces se habían convertido en un susurro confuso y, cuando se acallaron del todo, apenas se oyó una última palabra, como un leve soplo de brisa: «... destruirte».

Jack disfrutó del silencio un momento, y entonces se dio cuenta de que había algo más, algo que llenaba su corazón de una ternura indescriptible. Percibió unos brazos que lo acunaban, unas manos que acariciaban su rostro, unos dedos que se enredaban en su pelo. Su corazón se encendió de pronto.

Abrió los ojos, con esfuerzo. Y allí estaba la mirada de ella, que no se apartaba de él. Tenía que ser un sueño.

—¿Victoria? —dijo con esfuerzo.

La joven lo abrazó con fuerza, y Jack luchó por despejarse. Respondió a su abrazo, aún aturdido.

—Victoria..., ¿cómo...? ¿Qué haces aquí?

Tal vez todo había sido un sueño, o una pesadilla, y todavía estaban en la Torre de Kazlunn o, mejor aún, en Limbhad. Miró a su alrededor, y vio, a la pálida luz de la mañana, una habitación húmeda, con el techo semiderruido y las paredes llenas de grietas. El suelo estaba aún inundado de agua.

Seguía en el Oráculo.

—Te hemos estado esperando en la Tierra —le dijo ella al oído; Jack percibió la emoción que impregnaba cada una de sus palabras—. Pero no volvías, y yo temía que te hubiese pasado algo malo... Vi a través del Alma que tenías problemas... y volví para buscarte. Jack, ¿cómo se te ocurrió entrar ahí dentro?

Jack empezó a pensar con claridad. Se incorporó.

—¿Y Domivat? —preguntó.

—La llevabas a la espalda. Te he quitado la vaina para que estés más cómodo.

—Domivat... Victoria, no imaginas las cosas que he aprendido allí dentro. ¿Me viste a través del Alma? ¿Viste...?

—Vi que hablabas solo, Jack. Temí que la voz de los dioses te hubiera hecho perder el juicio.

Jack calló, confundido. Victoria tomó su rostro entre las manos y lo miró largamente. Después, depositó un suave beso sobre los labios de él. Jack respondió al instante, olvidándose de Domivat, de los dioses y de las historias sobre la creación.

La abrazó con fuerza.

—Te he echado de menos —le dijo, sonriendo sin poderlo evitar—. Me alegro de que hayas vuelto, pero, por otro lado, las cosas aquí no han mejorado. Los dioses siguen siendo un peligro, y si su presencia te sigue afectando, como canalizadora que eres, no estás segura aquí.

—Sí, pero no me importa. No puedo seguir viendo cómo te juegas la vida una y otra vez, y quedarme mirando, sin hacer nada.

—Eso es lo que hacen los unicornios: quedarse mirando, sin hacer nada.

Victoria sacudió la cabeza con energía.

—Puede ser —dijo—, pero yo soy algo más que un unicornio —le recordó.

Jack sonrió.

—Shail se alegrará mucho de verte —dijo, y entonces recordó que el mago había perdido su pierna artificial de una forma muy desagradable. Victoria leyó la incertidumbre en su mirada.

—Ya le he visto —lo tranquilizó—. El es otro de los motivos por los que he vuelto. He terminado de curar su herida, pero está muy débil. Y en cuanto a esa pierna...

Jack movió la cabeza.

—Fue idea de Ydeon, y está claro que no debió hacerle caso.

—Tal vez no fue tan mala idea, Jack. He visto esa cosa y es algo más que una cosa. Está viva en parte. Ahora está tan débil como Shail, pero creo que ambos forman ya parte del mismo ser. Me parece... —titubeó un momento, y luego dijo—, me parece que yo puedo ayudarlos a ambos. Es lo menos que puedo hacer por él —añadió.

Jack la miró, dubitativo, pero no dijo nada. Trató de levantarse, apoyándose en el hombro de ella.

—Hay muchas cosas que hacer —dijo—. Tengo que volver con Shail, y averiguar si Alexander consiguió poner a salvo a las niñas. Y después hay que reunir de nuevo a toda la gente importante de Idhún. No pueden seguir ignorando todo lo que está pasando. Tal vez entre todos logremos encontrar una solución. Claro que —añadió de pronto, mirando a Victoria con cariño—, tal vez eso pueda esperar un poco. Tenemos que celebrar este reencuentro, ¿no crees? —añadió, guiñándole un ojo con picardía.

Victoria sonrió y le respondió con un beso. Jack recordó entonces a Christian.

—¿Dónde te has dejado al shek? —le preguntó, burlón—. ¿Crees que me taladrará con una de sus miradas gélidas si te acaparo un poco?

Victoria se puso seria de pronto.

—Volvimos juntos a Idhún, pero no se ha quedado conmigo —dijo—. Jack, Christian ha vuelto con Gerde.

Libro VI

Génesis

I

Disputas y decisiones

EL Oráculo de Gantadd había quedado inhabitable tras ser arrasado por el mar. Podrían reconstruirlo con un poco de tiempo y esfuerzo pero, entretanto las sacerdotisas necesitaban otro lugar donde alojarse, y en las poblaciones cercanas también habían sufrido las consecuencias del paso de Neliam.

De modo que habían partido hacia el bosque de Awa, para reunirse con Ha-Din en el nuevo Oráculo que había construido en el corazón de la floresta. Habían encontrado a Alexander y a las novicias tierra adentro. Todos estaban a salvo, aunque a Ankira, la Oyente limyati, le había entrado un ataque de pánico cuando la ola se había abatido sobre el continente; se había desmayado, y, al volver en sí, se había encerrado en un mutismo ausente.

Igara, la mensajera del Oráculo, no regresó. Por lo que sabían, había llegado a alertar a varias comunidades ganti, pero otras habían sido completamente devastadas por el maremoto. Tiempo después confirmaron que, efectivamente, había sido sorprendida por el mar durante el cumplimiento de su misión.

Mucho se había perdido tras el paso de la diosa Neliam por sus dominios, en los océanos del este. Cientos de personas se habían quedado sin hogar, y ahora vagaban por los bosques de Derbhad, temerosos todavía de regresar a sus casas inundadas. Los feéricos no sabían qué hacer con ellos. En algunos casos los habían acogido; pero en Trask-Ban, por ejemplo, los refugiados no habían sido bien recibidos.

Pocos viajaban hasta el bosque de Awa, que estaba demasiado lejos de Gantadd como para ser una opción cómoda para los damnificados, pero los habitantes del Oráculo lo habían hecho. De nuevo, la hermana Karale se había quedado atrás para tratar de reconstruir el edificio. Las sacerdotisas más voluntariosas habían decidido quedarse también, y de las zonas interiores, que la ola no había alcanzado, llegaba gente cada día para ayudar en la reconstrucción.

Alexander los habría acompañado de buena gana. No sentía el menor deseo de regresar al bosque de Awa, que le traía tan malos recuerdos. Sin embargo, al ver a los miembros de la comitiva cambió de opinión.

Al frente del grupo estaba Jack, y a su lado caminaba Victoria. Hacía mucho tiempo que Alexander no la veía, y al principio la miró con recelo. Recordaba muy bien el estado en el que había llegado a Nurgon tras la supuesta muerte de Jack, y aquella era la última imagen que había tenido de ella. Por supuesto, entre Jack y Shail le habían puesto al corriente de lo que había sucedido en su ausencia, y Alexander se había sentido conmovido al enterarse de que Victoria se había sacrificado ante Ashran para salvar al dragón. No obstante, ella también había dado su vida por el shek, y después de recuperarse de su enfermedad había huido a la Tierra con él; y Alexander, por mucho que lo intentara, no podía entender ni aprobar aquella actitud. Pero ahora Victoria estaba allí, con Jack, y una cálida sensación de gozo inundó su corazón al contemplar a la pareja de jóvenes, al ver cómo habían crecido y madurado, y que seguían juntos a pesar de todo. Shail también se encontraba allí: lo llevaban a lomos de un paske. Estaba muy débil y había perdido su pierna artificial, pero seguía vivo.

Aquello era la Resistencia. Sus amigos. Todos juntos otra vez.

Y lo mejor de todo era que no había ni rastro del shek. Tal vez Victoria hubiese recobrado la cordura por fin, y todo volvía a ser como antes... aunque Alexander no podía evitar preguntarse qué había estado haciendo ella todo aquel tiempo a solas con Kirtash, y por qué razón había regresado sin él.

Aun así, al ver a Jack y Victoria guiando el grupo, consolando a las sacerdotisas más afectadas, ayudando a Zaisei a cuidar de Shail, comportándose como los héroes que debían ser, Alexander no tuvo valor para darles la espalda y alejarse de ellos.

Gaedalu también los acompañaba. Había dudado entre quedarse en el Oráculo o acudir al bosque de Awa, pero Jack la había convencido de que fuera con ellos. Había muchas cosas de que hablar, y era necesario que tanto ella como Ha-Din estuvieran presentes.

Las dríades, guardianas de Awa, los dejaron pasar. La comitiva había tardado varios días en atravesar Derbhad; muchos feéricos los habían visto, y las noticias circulaban deprisa.

Ahora, guiados por las dríades, avanzaban por los estrechos senderos del bosque, senderos que solo las hadas eran capaces de encontrar. El primer día hallaron el bosque tan brillante y exuberante como siempre; pero, a partir de la segunda jornada, tras cruzar el río, empezaron a ver los estragos que los sheks habían causado allí en la última batalla. En algunas zonas del bosque hacía frío todavía, y los árboles habían muerto bajo una gélida capa de escarcha. Victoria se dio cuenta de que las dríades hacían lo posible por evitar aquellos lugares, y, sin embargo, no tenían más remedio que atravesar alguno de ellos de vez en cuando. Lo cual quería decir que el bosque había quedado más afectado de lo que ellas querían dar a entender.

Era ya de noche cuando alcanzaron el nuevo Oráculo. La comitiva se detuvo, impresionada.

No se parecía al resto de los Oráculos que se habían alzado en Idhún antes de la llegada de los sheks. En otras circunstancias, a nadie se le habría ocurrido construir un Oráculo en medio del bosque; pero durante el imperio de Ashran, Awa había parecido el único lugar seguro, la única opción posible.

Por supuesto, los feéricos habían puesto condiciones: todas las estancias del nuevo Oráculo eran árboles vivos, cuyos troncos, ramas y raíces se entrelazaban para formar paredes y tejados vegetales. Seguramente la arquitectura feérica jamás se había enfrentado a un desafío semejante: los árboles-vivienda de las hadas solían ser individuales, mientras que el Oráculo tendría que albergar a mucha gente, y necesitaría distintos tipos de dependencias. Con razón habían tardado años en construirlo, se dijo Jack. Por muy deprisa que creciesen los árboles en Awa, hasta los feéricos debían de haber necesitado mucho tiempo para hacerlos crecer de manera que formaran aquel edificio.

La única concesión de las hadas a la arquitectura humana, o más bien celeste, era el cuerpo central del edificio, cubierto por una gran cúpula. Aquella cúpula era absolutamente necesaria para el Oráculo, pues a través de ella se captaban las voces de los dioses

«Seguro que ahora habrían preferido no construirla», pensó Jack, con un estremecimiento.

Le había relatado a Victoria todo lo que había escuchado en la Sala de los Oyentes. Por alguna razón, no había compartido aquella experiencia con Shail, ni con Alexander. El mago tal vez estaría dispuesto a escucharlo, pero aún se sentía débil y Jack no quería molestarlo. Y en cuanto a Alexander... bien, Jack ya sabía lo que él opinaba acerca de la guerra entre dragones y serpientes aladas. No tenía sentido intentar que cambiara de parecer.

Victoria, a su vez, le había hablado de Shizuko y de los sheks que se habían refugiado en Japón, de la ventana interdimensional abierta por Gerde, de lo que habían averiguado en la biblioteca de Limbhad, gracias al libro de los unicornios. Coincidía con lo que Domivat le había referido al propio Jack.

Este también le había contado todo lo sucedido en Idhún durante su ausencia. Victoria escuchó, sobrecogida, el relato de la llegada de los dioses Karevan y Neliam, su experiencia en Nanhai, Puerto Esmeralda y la isla de Gaeru, y lo que Jack había descubierto en las ruinas del Gran Oráculo.

—Así que ya lo sabes —dijo—. Puedes decirle al shek que, casi con toda probabilidad, su madre se llamaba Manua, y era Oyente en el Gran Oráculo, donde conoció a Ashran cuando este acudió allí buscando información sobre el Séptimo dios. Si estoy en lo cierto, Christian nació allí, en los confines de Nanhai. Su madre debió de llevárselo del Oráculo tras escuchar la Profecía, la que hablaba del regreso de los sheks de la mano de Ashran. Me temo que fue la única que comprendió de verdad las implicaciones de esa profecía. Había visto a Ashran morir y resucitar convertido en el Séptimo dios. Pero probablemente, nadie la creyó entonces, así que su única posibilidad fue huir lejos con su bebé.

—¿Y qué fue de ella?

—Ashran la encontró en su cabaña de Alis Lithban, el día de la conjunción astral, y le arrebató a su hijo. Posiblemente la matara entonces, o puede que ella buscara refugio en otra parte. No lo sé. He intentado preguntar a Gaedalu al respecto, pero ha reaccionado de forma extraña, casi con furia. Está claro que conoció a Manua, y parece que la odia. No sé si por ser la madre de Christian, porque tuvo una relación con Ashran o por algún asunto personal. Me ha dado a entender que está muerta, pero no sé si creerla. Puedo tratar de averiguar más cosas. Si sigo interrogándola, terminará por contarme todo lo que sabe.

Victoria negó con la cabeza.

—No es necesario —dijo—, no fuerces las cosas. Le diré a Christian quién fue su madre y dejaré en sus manos la opción de buscarla, si es lo que quiere. Creo que es algo que debe decidir él mismo.

Jack le dirigió una breve mirada.

—¿Se lo contarás? Se ha ido con Gerde. ¿Cómo sabes que volverás a verlo?

—Sé que volverá. Todavía llevo su anillo.

Jack movió la cabeza, preocupado. No había encajado bien la noticia de que Christian se había unido a Gerde. Ni siquiera Victoria había sido capaz de encontrar razones que justificaran aquella conducta.

—Fue después de que viésemos la matanza de los szish a través del Alma —recordó—. El dijo: «Los szish no son así», y luego dijo que debía regresar con Gerde. Creo que entendió algo que nosotros no logramos comprender.

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