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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

Papelucho (3 page)

BOOK: Papelucho
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Más tarde

Resulta que de repente me dieron ganas de volverme a la casa, porque ya era casi de noche, pero me perdí mucho más. Ahora estoy perdido de veras y tal vez para siempre.

La noche es muy terrible cuando uno está solo y además uno tiene que pensar todo el tiempo que es muy valiente para que no le dé miedo. Yo no sé qué será de mí. Soy un hijo perdido. Los hijos perdidos generalmente se van al circo, pero resulta que no hay circos aquí sino puros potreros.

Tal vez me dormiré en la casa de una señora que me invitó porque uno no sabe lo que puede pasar si uno se duerme en un potrero donde hay animales salvajes que salen sólo de noche.

Enero 18

Resulta que un caballero que pasó en auto me llevó otra vez a Viña y ahora estoy en la casa. Yo pensaba que mi mamá iba a llorar de gusto al verme, pero fue todo lo contrario. Resulta que ella venía llegando de Zapallar con el papá y ni supo que yo estaba perdido.

Javier me retó porque había vuelto; porque ya que me había ido, ¿para qué volvía? Y también me amenaza a cada rato con que le va a contar a la mamá o al papá, y tengo que hacer todo lo que él quiere. La Domitila es tan buena, que me compró helados y me regaloneó mucho cuando volví.

Resulta que mi papá me trajo un cartucho de dulces de Zapallar y a mí me dio como arrepentimiento y ganas de llorar, pero le regalé los dulces a la Domitila y se me pasó eso de que yo era hipócrita. De todas maneras, la Domitila me da dulces a cada rato.

Ahora pienso que tal vez Javier tenía razón y no debía de haber vuelto. Me estoy aburriendo de nuevo.

Enero 20

Resulta que por suerte se reventó el cálifont, porque, si no, no sé qué habríamos hecho de puro aburridos. Fue estupendo. Era como bomba atómica y la Domitila se desmayó y el agua hirviendo saltaba como de un pozo de petróleo. Pero después hubo una pelea entre la Gladys, la vecina, y la Domitila y por suerte perdió la Gladys. Aunque no tan por suerte, porque la Domitila tiene que limpiar todo. Y la Domitila cree que la Gladys va a venir a matarla, así es que yo le traje el revólver de mi papá para que se defienda. Pero, cuando lo estaba mirando, se salió un tiro y se hizo un agujero en la pared y como la casa es vieja se cayó un buen pedazo.

Yo no sé qué hacer para cuando llegue mi papá y vea esto, pero lo mejor es que me vaya a confesar al tiro.

Ya me confesé y no era pecado lo del disparo.

Cuando llegó el papá le pregunté: "¿Sentiste el temblor?", y él me dijo que no. Yo no dije que había temblado, pero de todas maneras él creyó que el pedazo de pared se cayó con el temblor. Eso no es mentira.

Vinieron a arreglar el cálifont y cuesta tan caro el arreglo que la mamá y el papá por poco pelean. La suerte que se reventó solo.

No me puedo dormir pensando en lo terrible que es la pobreza. Quiero decir que hay un señor Ruletero que se queda con toda la plata de mi papá y a veces con la de mi mamá, y lo más raro es que nadie hace nada por tomarlo preso. Parece que hace lo mismo con todo el mundo, porque ayer en la comida la tía Lala decía que ella le había dejado en el mes miles de pesos y la tía Erna que a ella le había quitado algunos, y así a cada una. Debe ser un señor muy millonario, y además yo me lo imagino como un ladrón elegante, y con dientes de oro, etc. Pero pienso en lo de la mamá y el papá, que se lo pasan pelea y pelea por la cuestión pobreza. Mi papá se queja porque mi mamá paga las cuentas o compra comida y mi mamá se queja porque el papá vuelve a lo del señor Ruletero, y se va armando la pelea. El dice que va a buscar lo que dejó y mi mamá dice que es sólo para que le saquen más. Y después, cuando él por fin decide que no irá, entonces llama a la mamá cualquier amiga y se va con ella. Después vuelve llorando, reclama de su poco carácter y habla mal de ella misma, etc., y mi papá sale furioso dando un portazo.

La cuestión es que yo quiero ayudarlos en este momento grave, y, pensando y pensando, creo que puedo ganar plata. Tengo una idea bastante buena, pero la cuestión es que me resulte...

Enero 22

Ya sé lo que llaman desengaños de la vida. Hoy tuve uno tremendo. El desengaño más atroz, creo. Se siente en el pecho como una agüita caliente que corre suave hacia la garganta y se instala ahí. Es un gran sufrimiento desengañarse. Ayer, cuando mi papá y mi mamá se fueron donde el señor Ruletero y Javier a la casa de enfrente, yo me puse los pantalones de aceite y me ensucié la cara y la camisa y a pie pelado me fui andando, con los ojos mirando para arriba y un jarrito en la mano y un letrerito que decía: "Una limosna para el cieguecito". Y a cada rato me echaban pesos y más pesos y yo los guardaba sin mirarme el bolsillo sino que los contaba a puro dedo y ya llevaba como veinte, cuando una que me había echado el peso veintiuno me tomó del brazo y me dijo: "¡Papelucho en persona!".

Yo no quería mirar porque era de esos ciegos de vista al cielo: pero resulta que tuve que ver quién era: ¡y era la tía Pepa en persona!

Se reía a carcajadas y me preguntaba por qué estaba pidiendo limosna y yo no sabía qué contestarle.

—¿Y cuánto has juntado? —me preguntó.

—Más de diez pesos —le dije.

—¿Y qué vas a hacer con ellos?

—Pagar muchas cosas. —No quise decirle que era para ayudar a mi madre y a mi padre. En todo caso, me dio tanto miedo que ella fuera a armar boche, que le supliqué que no dijera nada.

Es claro que la muy habladora llegó con el cuento a la casa del señor Ruletero, porque cuando volvió mi mamá, ya venía furiosa conmigo y me retó tanto que no tuve ni tiempo de explicarle que yo lo hacía por ella y en pago de mi buena acción me dejó castigado, sin salir todo el día de mañana.

Eso es lo que pasa por ser tan bueno.

Enero 25

Por fin tengo algo bien estupendo en que entretenerme.

Tengo un criadero de jaibitas y de estrellas de mar. Las estrellas de mar no sé si estarán muertas, pero las jaibitas me las dio un pescador vivitas.

Cada familia vive en un tarrito con agua de mar y los tarritos los tengo debajo de mi cama para que no me los saquen.

Cuando tengan hijos, voy a poder vender mucho pescado y tal vez me haga rico y después viviré sin trabajar.

Pero la Domitila, que es tan intrusa, ya llegó a mi cuarto preguntando:

—¿Qué porquería tiene aquí con olor tan malo?

—No hay ningún olor —le dije.

—Yo diría que tiene algún pescado podrido... —alegó.

—Siempre en la costa hay olor a pescado y a mar —le dije y se fue por fin.

Pero, en la tarde, Javier comenzó con las mismas:

—Yo sé que tienes alguna cosa podrida aquí en el cuarto y, si la descubro, te la voy a botar.

Por suerte, en ese momento, lo llamó el chiquillo de enfrente y se fue con él. Entonces aproveché para sacar mi criadero del cuarto y llevarlo a una parte donde no hay intrusos. Lo guardé en el armario de la ropa, porque ahí no vive nadie y nadie puede oler

Enero 26

Resulta que mi jaibita Manuela ya estaba muerta cuando la operé. Porque no se movía y tenía verdadero olor de muerte. Se habría muerto del tumor, la pobrecita.

Pero lo peor fue en la tarde, cuando mi mamá abrió el armario y dio un grito: "¡Jesús! Esto apesta a pescado podrido", y cerró la puerta de golpe. Llamó a la Domitila y le hizo sacar todo de adentro y claro que debajo de las chombas encontraron cada uno de mis tarros del criadero.

Mi mamá estaba furiosa y decía que esas chombas no se podrían volver a usar y me buscaba y me buscaba por toda la casa.

Pero yo estaba jugando al invisible y no me podía encontrar y retaba a Javier y él juraba que él no era, pero de todos modos, le sirvió el reto a cuenta de los que yo me he llevado por él.

Cuando uno es invisible no puede toma té y se siente un hambre terrible, porque hay que esperar que la Domitila se tome sus tres tazas bien descansadas para que se vaya de la cocina.

Entonces uno entra y se come lo que encuentra, y si encuentra el postre de la comida, tiene que comérselo porque el hambre es peor que una enfermedad. Y, aunque uno sabe que se puede armar boche por lo del postre, se lo come y se lo come porque no se puede aguantar.

Después tiene que seguir invisible, y uno siente que llaman al garaje para saber si uno está ahí, y preguntan y preguntan y no saben qué pensar. Pero cuando uno es invisible, aunque le den pena los que lo busquen, uno no puede aparecer y sigue invisible. Y, de repente, le da miedo de quedarse invisible para toda la vida. Y da como sueño y flojera de que lo vuelvan a ver y uno bosteza y bosteza…

Enero 27

Lo que pasó no fue culpa mía. Yo solamente estaba jugando al invisible y, como me había encerrado en el armario de las escobas y de los tarros tanto rato, tal vez me quedé dormido y no desperté sino al otro día, cuando la Domitila sacó la escoba para barrer.

—¡Santo cielo —gritó la muy chillona—. Aquí metido y durmiendo, cuando anda hasta la policía buscándolo. Ahora si que le va a llegar de veras. El patrón le va a romper los huesos.

—Yo no lo hice de adrede —le expliqué, pero ella estaba como atontada y no entendía. Entonces no me quedó otra que ponerme a llorar hasta que se le ablandó el corazón.

—Me da lástima, mi pobrecito —dijo por fin—. Me gustaría librarlo de los palos. Tómese primero un buen desayuno y pensaremos algo para decirle al patrón.

—¿Qué pensaremos, Domitila?

—Alguna mentira, naturalmente.

—Esa la tendrías que decir tú, porque yo no miento.

—No será la primera ni la última —dijo riéndose y se tomó la cabeza para pensar. La cabeza de la Domitila tiene una permanente como nerviosa de crespitos duritos y algunos son como colorines y otros no. Y las manos brillantes me recordaban a mis jaibitas, si hubieran crecido como yo quería.

—Yo le diría que Javierito lo encerró —me dijo con cara de artista de cine—. Eso es un testimonio.

—Pero usted no quiere que digamos la verdad.

—Claro que no.

—Entonces, entre una mentira o un testimonio, da lo mismo. A no ser que usted prefiera que lo castiguen a usted en lugar de él.

—Mejor sería que dijéramos que tú me encerraste —le dije.

Se quedó pensando un rato y después me preguntó:

—¿Y qué me daría usted porque yo me echara la culpa y dijera que yo le puse la llave?

—Dime tú lo que quieres.

—Es que lo que yo quiero usted no me lo puede dar.

—Dímelo primero y yo veré.

—Quisiera salir esta noche y no volver hasta mañana, porque tengo una diligencia que hacer.

—Le diré a mi mamá que te dé permiso.

—Ella no me deja salir de noche. Además tengo que servir la comida y comen tan tarde... —suspiró.

—Lo de la comida se puede arreglar. Es cuestión de que conviden al papá y a la mamá a comer afuera.

—Naturalmente. Así no se daría ni cuenta porque yo volveré tempranito.

—Yo me encargo de que los conviden —le dije, y entonces ella subió con la bandeja del desayuno y al poquito rato me llamó mamá a su cuarto. Y mi mamá estaba tan cariñosa y mi papá también y dijeron que por suerte, como ya me había perdido antes, ya no les daba ni miedo de que me pasara algo, pero criticaron a la Domitila y la idiotizaron y yo tuve que hacerme el que tenían razón. De todos modos como le voy a devolver el favor a la Domitila, no me siento canalla ni cosa por el estilo.

Desde el almacén llamé a la tía Lala y le pregunté si le gustaría que el papá y la mamá fueran a comer con ella. Que yo sabía que ellos tenían muchas ganas de ir, pero no se atrevían a pedirle que los convidara. Que no dijera nada de mi llamado, que yo después le explicaría y que telefoneara luego a la casa. La tía Lala me prometió hacerlo y, cuando llegué a casa, ya estaba hablando con mi mamá. De modo que ya le pagué el servicio a la Domitila y estamos a mano.

Enero 28

Después que yo ya sabía que cuando uno trata de ser bueno sale todo al revés, se me olvidó cuando ayudé a la Domitila. Y ahora lo que pasa es que mi mamá la quiere echar. Porque resulta que todavía no ha llegado y ya es la hora del almuerzo y no hay quién barra la casa, ni haga una cosa ni pele una papa. El desayuno lo tuvo que hacer mi mamá y rezongó tanto, tanto que era como si me martillara la cabeza. Javier y yo arreglamos la pieza y se nos rompió la lamparita del velador. Mi papá dice que si la echa se queda sin nadie todo el veraneo. Por fin, cuando mamá volvió del almacén con unos huevos, jamón y tomates, telefoneó la Domitila para avisar que se había caído del micro ayer en la tarde y que había estado aturdida hasta ahora. Mi mamá no le cree, pero dice que hay que hacerse el que uno le cree porque si no es peor. En todo caso, Javier y yo vamos a tener que lavar los platos con la mamá y nadie puede salir para que no quede la casa sola.

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