Tengo ganas de cantar al aire libre y creo que si hoy me pudiera bañar en el mar, sabría nadar.
Hoy tocó visita y Cif me presentó a su hermana Rosa que es rubia y tiene dos trenzas tan largas que parecen cordeles de columpio. También tiene muchas pecas y ojos chiquitos y le falta un diente. Ella me dio lo mismo, es decir, no me gustó ni me disgustó, pero como Cif tiene tanto interés en que le haga caso, yo quedé de contestarle mañana. Vinieron a vernos la mamá y el papá y nos trajeron ropa limpia y caramelos y yo les dije que se me estaba picando la muela y que tenía que ir al dentista, pero dijo mi mamá que me la vieran los Padres.
También vino la mamá Adela y me trajo un buquecito tan chico que no sirve para nada. De todas maneras, me prometió otro más grande para después.
La hermana de Gómez es colosal. Tiene unos ojos negros bien picantes y, cuando se ríe, se le abolla la cara y da como cosquillas. Pero yo no pienso en pololearla porque la pololean casi todos. Y también, no porque uno cumple nueve años tiene que buscar polola.
Ahora está lloviendo, y mientras escribo gotean las cañerías y gotea el dormitorio en un balde. Yo no creo en la cuestión de que las lluvias son nubes derretidas. Yo creo que son estornudos de otros planetas.
p>Al pobre Cif se le murió el papá de repente. Lo vinieron a buscar y el pobre se fue muy tranquilo porque creía que era un ataque no más. Yo me imagino cómo se verá la Rosa llorando y vestida de negro. Me revienta. No pienso hacerle caso. Pero cuando pienso en el pobre Cif, sin padre y triste, no me atrevo a contestarle que no.
¿Cómo serán las almas? A mí se me ocurre una cosita blanca con la forma de Australia. Pero cada uno debe tener su alma propia. Quiero decir que el alma del Padre Carlos debe ser hinchada y la del Padre Lynn muy rosada y blanda y la de Reyes con hoyitos.
¿Dónde estará el alma del papá de Cif? Yo le inventé una oración: "Dios te salve, alma del señor Cifuentes".
Yo creo que el caballero me debe estar muy agradecido.
Otra vez estoy desvelado y esperando que venga el fantasma. Todos están durmiendo y hay tres que roncan como búfalos. Tengo mi linterna prendida y con pila nueva, pero no tengo nada que contar. Así es que voy a pensar. Ya pensé. Hice el programa de mi vida. Espero tener mucho carácter para cumplirlo. A los 16 años me recibo de bachiller y me llevo todos los premios y honores y los vendo para comprarme una carabela. Pero antes, a los 10 años, voy a ser campeón mundial de saltos mortales y voy a saltar a beneficio de los pobres. Tal vez pueda ser "Águila Humana" en los meses de verano y, si me pagan mucho, guardaré la plata para lo de la carabela. En mi carabela voy a ser pirata y recorreré el mundo entero. A los 17 años me voy a casar y voy a tener el hijo más feliz del mundo porque va a viajar conmigo. A los 18 años, voy a predicar el Evangelio entre los salvajes y voy a morir mártir. Tal vez me muera entre los 20 y los 30 años. Depende.
Justo cuando apagué la luz, volvió el fantasma. No sé por qué pensé que era el alma del papá de Cif y me puse a temblar, pero no de miedo sino de puros nervios. En todo caso, prendí mi linterna y se desvaneció, pero en cuanto la apagué, volvió. Así es que ahora escribo esto y me voy a dormir con mi linterna prendida, aunque se gaste la pila.
Ayer no pude escribir porque me pasó una desgracia. Resulta que al dar un salto maravilloso, me quebré la pierna. Ni siquiera supe lo que pasó, pero después, cuando desperté adolorido en la cama, me contaron que me desvanecí y que vino la ambulancia y me operaron y todo.
Recién me contaron esto, me dio por llorar porque creía que mi pierna quebrada ya no era mía, es decir, que ya no la tenía.
Pero después me convencí que estaba pegada y además que me dolía tanto y me tranquilicé. Todos me quieren mucho y mi papá me compró el equipo de scout que ya ni lo necesitaba. Pero ahora tengo ganas de mejorarme y hacer excursiones.
Me acuerdo mucho de Arturo Prat, porque los dos pegamos el salto muy confiados y los dos no supimos más al otro lado. Sólo que él se murió y yo no. Pero todavía me podría morir, porque si se me complica el asunto de la pierna, hay esperanzas. Pero no quiero morirme sin ir a la nieve con mi traje de scout y mi cantimplora que es de aluminio verdadero, que es un metal muy fino.
Al principio, cuando sonaba el teléfono, mi mamá contestaba con voz triste: "Ahí está el pobrecito. Sí, muy doloroso. Lo menos para un mes. Ha sido muy valiente. Dile a X que venga a acompañarlo. Gracias. Cariños a todos" y cortaba. Ahora no contesta más que: "Está mucho mejor, gracias. No fue gran cosa. Se entretiene lo más bien solito. Hasta luego". A mí me da bastante rabia porque ella no sabe lo que es quebrarse una pierna ni lo que cuesta entretenerse "solito".
Mi mamá amaneció hoy muy cariñosa y me trajo un libro de regalo. Me moría de ganas de leerlo, pero ella dijo que me iba a acompañar todo el día así es que lo dejé a un lado y le miraba los dibujos. Entonces mi mamá trajo el teléfono que tiene cordón largo y llamó a 18 partes. Yo me puse a leer con todo disimulo, porque esa compañía no me entretenía mucho. Después salió a comprarme dulces y volvió con un gran paquete y yo creí que eran merengues rellenos, pero resultó que eran camotillos, que me revientan. Cuando ella salió del cuarto, yo aproveché para esconder tres adentro de la cama. Pero ella volvió luego y dijo que me iba a contar cuentos y en vez de contarme cuentos le dio por cortarme las uñas y echarme para atrás los pellejitos. Y cuando estábamos en eso, llegó la tía Lala y se sentó a los pies de mi cama y yo di un tremendo grito. Después se acomodó en un sillón y habló toda la tarde de tonteras: de vestidos, de amigas, de medias, de política. Y yo aguantando para leer mi libro hasta que por fin se despidió la tía Lala y llegó la Domi con la comida.
El libro que me trajo mi mamá es bastante estupendo y trata de aventuras en la selva. Es una lástima que los piratas no vivan en la selva, pero de todos modos yo puedo ser pirata en el verano y aventurero en invierno.
La mamá de Miguelito me vino a acompañar y me trajo un molde de jalea de membrillo y era tan rica que me la comí toda y ahora la aborrezco. Para entretenerme, inventé un juego: mi cama es el mundo, las arrugas son montañas, las moscas son gigantes y mis dedos son yo y mis cuatro hijos que recorren el mundo y son inseparables. Lo único que hacía falta era un poco de mar en mi mundo, así es que me conseguí el lavatorio con la Domi y resulta que hubo una tempestad y se salió el mar, corrió por las montañas y me mojó el yeso de la pierna. Y se armó la grande.
Mamá llamó al doctor, y el doctor me retó porque dijo que eso podía tener "consecuencias" y no sé lo que será eso. En todo caso, no lo podía tocar, dijo. Y me dejó la pierna al aire para que se secara y la tengo helada y me duele bastante. Supongo que será las "consecuencias".
Ese juego de ayer era aburrido. Hoy inventé uno más divertido y es jugar a los misterios. Mi cuarto es un reino, mi cama la guarida de un monstruo, yo soy el monstruo. Echo llamaradas por la boca y electrocuto con los ojos y nadie me puede tocar. Yo mato al que me da la gana, sólo con mirarlo y maté a la Domitila cuando vino a limpiar el cuarto, y era su alma la que hacía todo. También era aburrido ese juego, y por suerte vino mi mamá a acompañarme y hablamos de muchas cosas y me contestó todas mis preguntas. Pero la mañana no se acabó ni con todo eso. Hay que ver que es larga una mañana. Nadie sabe lo larga que es...
Hoy iba a venir Gómez a verme y yo hice sacar todos mis juguetes y mi cantimplora y todo. Hasta me compraron helados y dulces. Tenía la colcha bien estirada y los helados en una mesa con mantel y todo.
Vi derretirse los helados poco a poco y empezaron a patinar en el plato y se fueron achicando y achicando y Gómez no llegaba. Después se puso azul la luz de la ventana. No quería que me encendieran la luz para que no se acabara el día, pero Gómez no llegaba. Y no tomé té porque seguía esperándolo.
Después entró mi mamá, y cuando vio la colcha estirada, los juguetes en fila y los helados hechos agua dijo: "¡Pobrecito!", y yo me inundé de lágrimas y lloré y lloré de puro débil que estoy.
Papá me regaló $50 para que me comprara algo. Más ganas me dieron de levantarme…
Hoy me levanté por fin y me hicieron caminar con mi pata tiesa. Y cuando estaba dando unos pasos, entró de repente Gómez y me puse colorado como tomate. Mamá me hizo sentar y nos dejó solos, pero a Gómez le dio por preguntarme por la pierna y de la pierna y si iba a quedar cojo. Yo no había pensado en eso, pero ahora que se fue Gómez, pienso bastante. Pero no me importa mucho, porque los piratas casi siempre tienen pierna de palo. Javier también tiene vacaciones porque es el día del Rector. Pero Javier fue al cine, y aunque convidó a Gómez, él no quiso ir por acompañarme a mí. Es buen amigo.
La mamá de Miguelito me mandó un libro que era de él para que lo leyera y es macanudo.
Hoy bajé en el ascensor y encontré que la calle estaba tan iluminada que me dolieron los ojos. Para subirme al auto, me tomó en brazos un chofer con el cogote tan gordo que parecía una barriguita peluda. Y también tenía olor de fábrica. El auto era un taxi, y como era conocido no era tan caro y nos llevó a dar unas vueltas por el parque y a mirar el gusano. Me dieron bastantes ganas de subir, pero como tengo $50, cuando me saquen el yeso los voy a gastar enteros en el gusano.
Cuando llegamos a casa, vino el Padre Carlos a verme y me trajo un libro de la biblioteca. Pero tiene la letra tan chica que es seguro que es una lata.
El caballero del departamento de al lado se volvió a poner azul, después del té, y parece que de repente se murió. Se oían muchos llantos y gritos y carreras y después mucho silencio y es mucho peor el silencio que los gritos.
Ahora puedo andar por todas partes despacito. A mí me gusta estar cojo, porque la gente me mira y me compadece.
Hoy es el día del trabajo, pero no se trabaja. Y tanto no se trabaja, que ni siquiera se entierra a los muertos, así es que al señor Azul lo van a enterrar mañana. Yo le pedí a un cabro que ya había traído tres coronas, que me dejara entrar esa última y por fin conseguí ver la cara del muerto. Apestaba a flores calientes y a gente de luto y cuando entré mi corona con mi pata tiesa, un caballero me la quitó de las manos y me dio cinco pesos. El caballero tenía la nariz bastante colorada, seña de que había llorado. La casa del muerto tenía un barómetro de esos estupendos.
Resulta que el cabro de la corona me estaba esperando afuera y me pidió la propina.
—Dame cuatro pesos y yo te doy esto —le dije. —¿Por qué le voy a dar cuatro pesos? Los cinco pesos son míos. —No, señor. Son míos. Yo entré la corona. Y además, que los cuatro son por mi pierna coja. —Eso no lo sabes tú. Yo traje la corona y la propina es mía. —Entonces voy a entrar a buscarla y tú la llevas. A ver si te dan $5
—le dije
Nos pusimos a discutir y alguien nos hizo callar. Entonces entramos a mi casa para seguir discutiendo y, de repente, nos agarramos y yo me caí al suelo y no me pude parar más y el cochino se llevó sus cinco pesos. Pero me las va a pagar y a la otra corona que traiga le voy a hacer una zancadilla con el paraguas de mi papá.
Resulta que el cabro ése no volvió más, pero vino otro que se hizo bien amigo mío y tomamos té juntos en la cocina. El trabaja en una florería que se llama Fleur de Lys y tiene letras de oro en la gorra. Tiene 8 hermanos y los convidé a tomar té mañana, porque es terrible vivir solo en un departamento. Se llama Jacinto Soto y su papá es Presidente del Sindicato. Me prometió traerme un kilo de cemento y unos ratoncitos recién nacidos que él tiene.
Hoy fue un día estupendo.
Mi mamá había salido por el día con el papá, y yo me iba a quedar solo con la Domi, cuando de repente llegaron mis invitados, los 8 Soto. Eran seis hombres y dos mujeres. Las mujeres tenían el pelo mojado y un pañuelo de narices en la mano. Los hombres se llamaban Jacinto, Urbano, Segundo, Efrén, Sócrates y Juditas, que es el menor.
Por suerte que la Domi tenía cazuela guardada del almuerzo y estaba haciendo un postre que nos comimos en cuanto estuvo listo y nos acabamos la leche y los huevos que los comimos revueltos, y también el pan, la mantequilla y la mermelada. Pero nos quedamos con hambre. Era bastante difícil jugar, porque este departamento es muy chico; pero nos repartimos por todos los cuartos y también jugamos en el ascensor, que quedaba enteramente lleno. Al principio Juditas lloraba, pero después le daba una risa como cosquillosa.