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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

Peluche (32 page)

BOOK: Peluche
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—Aquí tiene —le digo con dos billetes

—Gracias cielo, toma diez

—¿Ves qué aplicado? —le dice Candela

—Luego te veo en la comida y dile a quien tú ya sabes que todavía le estoy esperando desde la semana pasada que me tiene que poner un cable

—Se lo digo

—Ale, a vender

—Con Dios

—¿Y el poema? —pregunto a Candela

—¿Qué poema?

—Nada, nada

—¿Y tú, cómo has ido a parar con estos dos golfos?

—¿Con?

—El Pepi y el Volao

—Es que estoy de viaje

—¿De viaje, adónde de viaje?

—Por ahí

—Pues sí que has llegado lejos, a un mercado

—Es que quiero seguir

—¿Ya te vas?

—No

—¿A Madrid?

—Para el norte

—Buena gente por el norte

—Como aquí

—Como en todas partes, ¿y tus padres?

—En Castellón

—Anda qué lejos

—¿Y usted?

—De Madrid, madre Asturiana y padre Gironés

—¿Ha estado alguna vez allí?

—Claro, mi alma. Los tienes de oferta, a seis euros —le dice a un cliente

—¿Lo tiene en verde?

—En verde, en rojo y en azul

—¿Me lo puedo probar?

—Claro

—El rojo me gusta, me lo quedo

—Te queda muy bien

—¿Y este verde?

—Coge el azul

—¿Seguro?

—Hazme caso, el rojo y el azul te sientan bien, el verde te queda muy serio

—Pues me los llevo

—Diez euros

—Muchas gracias

—Toma una bolsa

Me giro. En el suelo un espejo. Lo levanto con cuidado. Alrededor del espejo el sol y la luna. En medio yo sin afeitar.

—Mírese qué guapa está —Candela a una clienta—, niño, deja que se vea

Giro el espejo. Le refleja el sol en la cara. Lo bajo un poco. Se mira. Habla con Candela.

—No me queda mal

—El negro le favorece

—¿Cuánto es?

—Uno seis euros, dos diez

—Me llevo éste

Atiendo a una señora que se me acerca.

—¿A cuánto son?

—A seis euros

—¿Tenéis más tallas?

—Espere que lo pregunto

Candela y la clienta hablan. Me sabe mal interrumpir.

—Ahora se lo dice Candela —le digo a la clienta sin soltar el espejo

La señora sigue rebuscando en el montón. Intento no mover el espejo. Ahora se ha puesto uno estampado. Le quedaba mejor el negro, aunque éste es más alegre. Llega el marido de Candela con la furgoneta. Miro la tienda de al lado. Pepi y Volao sin clientes conversan en las hamacas.

—¿Éste vale lo mismo? —me pregunta la señora de enfrente

—Sí, sí, todo a seis euros, rebajas, todo a seis

No aparto la vista de la furgoneta. Del conductor. La señora que habla con Candela no para de moverse para verse en el espejo con su camisa roja. Creo que Candela se ha dado cuenta. Me concentro. El Volao se levanta de la hamaca y vuelve al aseo. Yo me estoy poniendo enfermo. Creo que tengo fiebre y me voy a caer al suelo. Mantengo el tipo. La señora de enfrente me da los seis euros y se lo lleva. No sé si ha metido una o dos camisas en la bolsa de plástico que le he dado. Candela abre la mano y le doy el dinero. La señora que se miraba acaba y dejo el espejo en su sitio. ¿Quién me mandará coger lo que no es mío? Baja de la furgoneta con la camisa desabrochada. Abre el maletero y baja una, dos y tres cajas. Me tiemblan las piernas. Le digo adiós a Candela con un beso.

—¿Qué tal? —me pregunta el Pepi

—Bien

—Pero, ¿qué te ha pasado ahora?, estás más blanco que los polvos de talco

—Nada, un poco mareado, habré perdido mucha sangre

—Ay, qué juventud, ¿quieres agua?

—Gracias

Bebo. La necesitaba. Me recupero. El Volao en el aseo. Pepi me mira de arriba abajo para comprobar que me aguanto en pie. Yo le miro un poquitín el pecho y sólo cuando se gira para atender a un cliente que le pregunta.

—¿No tiene una equis equis ele?

—Voy a ver —responde el Pepi

Buscan los dos en el montón. Yo meto las manos también para ver si tropiezo con las manos gorditas y peludas del cliente que me mira. Me hago el interesante. No sé lo que estoy buscando pero muevo las manos. Parezco un tendero de verdad. Será que he cogido práctica en la tienda de Candela. Hasta he vendido mi primera prenda. Enfoco los prismáticos. El marido apila las cajas vacías. El cliente me sigue mirando. No encuentro nada porque no sé lo que busco. El Pepi levanta una camisa amarilla. Con flores. Enorme. El cliente se la pone por encima. Dejo de mover las manos. Las saco. Se me han enredado con tanta camisa. El marido que no me mira y sigue trabajando. El cliente paga y se lleva la compra. El marido se agacha para comprobar la presión de las ruedas de la furgoneta. El cliente me hace una mirada obscena. El marido se sube los pantalones por la parte de atrás. El cliente vuelve a mirarme desde la puerta de los aseos públicos. El marido se abre la camisa para darse aire. El cliente se cruza con el Volao. Mis ojos como platos. El Volao que me habla. Mi estómago a puñalazos.

—¿Te pasa algo? —me pregunta

—Nada —responden mis labios

El cliente que sigue esperando en la puerta se sube la camisa y me enseña la barriga que le cae.

—¿Vamos a tomar algo? —el Volao

—Claro

El cliente que refriega una teta por el marco de la puerta.

—¿Quieres algo? —pregunto al Pepi

—Una cerveza fresquita que ya empieza a calentar, como la sal sal sal, como el azúcar sal sal —dice tocando las palmas

El cliente dentro del aseo y el Volao y yo en dirección opuesta a mis sentimientos. Intento relajarme. No puedo. Olvidarme. No puedo. Debe estar esperándome dentro. Meando en un urinario de pared. El Volao me pasa las cervezas. El frío en las manos me despierta y continúo la conversación con el Volao a nivel consciente. Me oigo falso. Intento escucharle. Seguro que me dice algo más interesante que lo que pueda decirle yo en este momento.

—¿No crees lo mismo? —me pregunta

—Perdona, Volao, no te estaba escuchando

—Ah, nada, era una tontería

—¿El qué?

—Que si no te ves muy mayor

—¿Yo?

—Bueno, lo preguntaba por mí

—Según para qué, ¿no?

—Es que estoy a punto de cumplir veinte y todavía no he hecho nada importante en la vida

—Ya

—¿A ti no te pasa?

—Constantemente

Pillamos las cervezas.

—¿Y qué haces? —me pregunta

—Cuando lo pienso, nada; porque me pongo de mal rollo y en ese estado mejor no hacer nada, cuidado, una mierda

—Gracias

—Y cuando no lo pienso, tengo la cabeza en tantos sitios a la vez que soy incapaz de concentrarme en algo para hacerlo bien

Me escucha. En silencio. Cambio la cerveza de mano. Se gira y me lanza media sonrisa. La cojo al vuelo. Mis palabras no dicen nada nuevo bajo el sol pero siento que mis pies no tocan el suelo. Aterrizo en la tienda. El Pepi coge una cerveza y se la lleva a la furgoneta para echar una cabezada. Volao y yo nos sentamos en las hamacas. La gente pasa por delante. Mucho mirar pero no compran. Me pongo nervioso ante tanta mirada. El volao me da tranquilidad. Él como en casa. Le imito. No puedo. Pego un par de tragos a la cerveza y ya puedo hacer casi lo mismo. Me levanto.

—¡A tres y seis euros! —grito con voz metálica— ¡Camisas y camisetas a seis y tres euros respectivamente! —proyectando la voz

El volao me mira. Le lanzo una sonrisa de oreja a oreja. Inspira y respira. Me agacho por debajo de la madera para ver si sus pies tocan el suelo. Están en la tierra. Pero un poco más ligeros.

—¿Un cigarro? —me ofrece

Me recuesto. Pego una calada. Estoy en la gloria. Dejo caer la cabeza a un lado y veo salir al cliente de la equis equis ele del aseo. Detrás un chico joven. Bajo la mirada al cigarro. Lo acerco a los labios y vuelvo a fumar. Echo el humo al cielo. Siento libertad. El Volao de pie delante de mí hablando con un cliente. Tiene unos gemelos preciosos. Cubiertos de pelo. Meto la mano al bolsillo y saco la cartera. Abro. DNI, carné de conducir, fotocopia en color de Lucas, euros, tarjeta. Me entra humo en los ojos. Aparto el cigarro. Sigo buscando hasta que doy con el teléfono de Gisela. Cómo me escuecen los ojos. Vuelvo a dejar el papel en su sitio y guardo la cartera. Qué bonito el pelo de las piernas de Volao. Me quemo con el cigarro y lo tiro a la puta mierda. Pego un trago de cerveza. Me entra el mono y enciendo otro. Volao se sienta.

—¿Si quieres darte una vuelta? —me pregunta

—Da igual

Pega una calada al cigarro y lo tira. El humo sube por su bigote mientras me mira. Resto importancia a lo que siento.

—¿Quieres irte tú? —le pregunto

—Gracias —dice levantándose—, a ver si tengo más suerte esta semana

—¿El Pepi no dirá nada?

—Tranquilo, él duerme siempre con un ojo abierto

—Vale

—Aquí tienes la caja

Me giro hacia la furgoneta. Está con los ojos cerrados.

—Hasta ahora —me dice el Volao

—Hasta luego

A mí no me parece que esté despierto. Me vuelvo hacia la ropa. Vigilo la caja. Miro a la gente que pasa. No sé si son de fiar. Me pesa la responsabilidad. Enciendo un cigarro sin perder de vista la caja y cada uno de los extremos de la madera donde acaba la tienda. Se acercan dos mujeres. Hablo con ellas. Mi mente a su bola, controlando todo lo que pasa a mi alrededor.

—A seis euros —le digo a una de ellas

—No me la puedes dejar en cinco como ésta

—Es que ésa vale tres

—Pues mejor me lo pones, déjamela en tres

—No puedo, señora

—¿Ésta a cuánto es?

—A seis, camisas a seis euros y camisetas a tres

—¿Todas?

—Todas

—¿Ésta a tres, no?

—Sí, señora

—¿Y ésta a tres también?

—También

—¿Cómo me ves, Toñi?

No contesta.

—¿Y la blanca?

—...

—Chica, algo tendré que comprarme

—Pruébate ésta

—A ver, ¿qué te parece?

La mira con cara agria.

—Vamos, anda

Se marchan. Me siento en la hamaca. Pierdo visibilidad de la tienda pero por lo menos veo por debajo de la madera. Pasan unas piernas bonitas. Miro arriba. El que camina con ellas empuja un carrito de niño. Miro de reojo. Se gira. Gordo con perilla. Ladeo la cabeza para verle enterito. Pantorrillas peludas y barriga caída. Me levanto. Me lo como con la vista. Se va. Busco al Volao. No le veo. Por allí un gordito. Ni cerca ni lejos. Otro gordito. ¿Dónde se habrá metido? Quiero que ese me coma vivo. ¿Será posible este chico? A aquel lo metía en un bocadillo. Ese que me folle. El gordito que sale de los aseos es amigo del gordito mayor con sombrero vaquero de aquella tienda. Y el gordito churrero es director de películas porno caseras. Han venido a entrevistarme y no se hablan entre ellos para no levantar sospechas. Yo hago como que no me doy cuenta de lo que traman y les sigo el rollo. El gordito de los aseos se acerca y habla conmigo. Yo enseguida me hago su amigo. Me propone salir en una película que van a rodar en el garaje de un amigo suyo rico. Le digo que me lo tengo que pensar. Me dice que vale. Le propongo que puedo ir sólo para ayudar porque entiendo de luz y sonido y puedo iluminar el garaje con un par de focos ambiente y otros directos y preparar una banda sonora que vaya con el argumento. Me dice que es buena idea. Se acerca el gordito churrero. Nos presenta. Me ofrece. Cojo un churro y muerdo. Me mira vicioso. Le dice a su amigo que valgo, que tengo algo. Le digo que ponga un poco de azúcar en mi churro que me gusta dulce y sabroso. Mete el churro en el papel y lo unta. Lo meto y lo saco de la boca y al final muerdo. Está requetebueno. Nos dejamos de tonterías y hablamos en serio. Él es el protagonista. Me cuenta que la historia va de que él vive en una casa con su criado Jonathan. En la primera escena su criado le sirve la comida y al final le come la polla. El criado es un chico joven como yo pero que no soy yo, que ya han hecho el casting y ya tienen al candidato perfecto. Sigo escuchando. Que vienen a verle unos amigos para celebrar su treinta cumpleaños —aparenta cuarenta—y él les ha preparado, bueno, su criado, una mesa llena de comida en el garaje. Que van llegando los invitados. Que uno de ellos es el gordito que tiene a su izquierda. Que yo tengo que acompañarle a la cama porque ha cenado demasiado y le duele la barriga. Como yo hago de médico especialista pues eso, que le presto mis servicios a cambio de una mamadita al principio y luego ya verán cómo acaba la escena que todavía no la han escrito porque quieren contar con mi colaboración. Que bueno, que eso no es importante. Que ya tienen la pasta. Que lo mejor llega al final, cuando todos los amigotes han terminado de cenar, y en el momento que va a salir de la tarta una chica vestida de conejito va y no está, se ha ido, se ve que cuando se estaba disfrazando nos ha visto a mí y a mi amigo curándole la barriga y se ha asustado de lo que hacíamos. Entonces como no hay chica conejito pues acaban todos comiéndose la polla, que como son de un equipo de rugby y ya se han visto desnudos en el vestuario pues que no les importa. Vuelvo a aparecer yo en la cena y no me dejan pasar de la puerta dos seguretas de doscientos kilos súper peludos. Les digo que a mí me da igual y se cabrean conmigo porque se creen que voy de chulito y me llevan a un cuarto sin luz, pero que iluminaremos de alguna manera, y allí jugamos a médicos. Que ya verán quién pone la jeringuilla a quién. Que si quiero que puedo irme con ellos que lo tienen todo preparado. Que deje la tienda que son amigos del Pepi, y que si eso le dirán que se venga a rodar una escena. Que si también quiere el Volao. Veo al Volao. Me dejo de películas. No va solo. Le acompaña una chica. A ver, sí, una chica. Caminan. Serios. Imagino que ella le ha dado calabazas. Él comienza a hablar. Se acercan dos niños a la tienda.

—Ei, payo, ¿tú, qué haces ahí? —me pregunta el más mayor

—Vendiendo

—¿Dónde está el Volao?

—Está ocupado

—¿Por qué no ha venido?

—Está allí

—¿Dónde?

—Allí, ¿no lo ves?

—No

—Es que eres muy pequeño

—Y tú un carahuevo

—¿Cómo se llama tu hermano?

—Es mi primo

—Tu primo, ¿cómo se llama?

—¿A ti qué te importa! —me contesta el pequeño

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