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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

Peluche (34 page)

BOOK: Peluche
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—Ya era hora —nos dice el Pepi

—¿Cómo ha ido? —pregunta Volao

—Mejor cuando atendía el chico —dice mirándome

—Eso es que nos da suerte —dice Volao

La sangre se me va para otro lado. Para la cara. Mi yo oculto llama

creído a mi yo consciente. El consciente le dice que oculto está más guapo.

Nos sentamos. Acerco la hamaca a la madera por si se acerca un cliente. El

amigo del Volao enfrente de mí. Se me desencaja la mandíbula. Menos mal

que está Pepi para defendernos.

—Volao, ¿te vienes? —le pregunta

—¿Adónde?

—Voy a hacer skate

—Esta camisa cuesta seis euros, ¿verdad Pepi? —le pregunto

—¿Qué quiere éste? —Pepi al Volao sobre el chico

—Ahora vengo —nos dice el Volao levantándose

—No tardes, que vamos a comer ya

Dejo la camisa en su sitio.

—No me gusta que vaya con ese chico —me dice Pepi cuando se

alejan

—¿Por? —pregunto poniendo la otra mejilla

—No lo sé

—Parece buen chico

—Lo es

—¿Lo conoce?

—Sí

—¿Entonces?

—Al que no conozco es al Volao

—Pero es su sobrino

—Era, ahora ya es un hombre

—Sí

—Me ha preguntado por ti Jeremías

—¿El marido de Candela?

—Eso creen algunos

—¿Qué quiere?

—Conocerte

—¿Para qué?

—Para enseñarte su furgoneta

—¿Aquella?

—Sí

—Pero se va

—A descargar, pero luego viene

—¿Para?

—Para descansar un rato y...

—¿Lo hace siempre?

—¿Descansar?

—Lo otro

—Cuando puede

—¿Y tú, qué piensas?

—Que cada uno es libre de hacer lo que quiera

—¿Y si lo hace tu sobrino?

—Te he dicho que ya es un hombre

—¿Si lo hace Juan, el Volao?

—¿Para qué crees que se ha ido con ese chico?

—Pensaba que no te gustaba

—Te he dicho que no me gustaba que fuera con ese chico, pero no

por él, sino por el Volao

—Eso quiere decir que no aceptas cómo es

—Lo que pasa es que se me va de las manos

—Entonces, ¿no te importa?

—Claro que no

—Pues el Volao está asustado por si te enteras

—Está asustado por si se corre la voz por el mercado

—Y por ti

—Pues le haré saber lo contrario

—¿Acaso ya lo saben en el mercado?

—Lo sabe quien lo tiene que saber, ni más ni menos

—Entonces, ¿no le va a pasar nada?

—¿Qué le tiene que pasar?, aquí somos todos una familia

—Me alegro

—Bueno, que no se te olvide ir

—Me da un poco de corte

—Pues no te daba cuando le mirabas

—¿Se ha dado cuenta?

—Pero tú crees que somos bobos

—Perdona. ¡Camisas a seis euros, camisetas a tres! ¡Unisex! ¡Todo

rebajado! ¡A buen precio! —grito nervioso

El volao no viene. El Pepi se balancea en la hamaca con los ojos

cerrados y la sudor corriendo por su cuello. Me desespero. Respiro hondo.

Atiendo a un par de chicas.

—Tenemos una talla más pequeña —le digo a una de ellas

—Mejor, así me quedará más pop

—Mira, Mari, ¿te gusta?

—¿Por qué no te pruebas ésta?

—Ay, no me gusta

—Hazme caso

—Chica

—Qué chula te queda

—Pero si parezco una vieja

—Eso es porque no tienes tetas

—Pues déjame un poco de tu culo para que crezcan

—Ay, no seas ordinaria

—Ésta mejor, ¿no?

—Bueno...

—Pues me la llevo. ¡Ay, el monedero, que me lo han robado!

—Que no

—¡Que sí, mira, no está en el bolso!

—Que no Mari

—¡Que sí, que no lo llevo!

—Quieres relajarte que lo tengo yo. Mira —sacándolo de su bolso—,

me lo has dado antes para que te lo guardara por si te lo robaban

—Trae. ¿Cuánto es, chico?

—Seis

—¿No me lo puedes dejar en cinco?

—Lo siento, la tienda no es mía

—¿De quién es, de ése que duerme?

—Sí

—Pues que se despierte

—Son seis

—Toma, que ya me lo has dicho

—¿Quieres una bolsa?

—No, gracias

—Hasta luego

—Ay, mira, Mari, ¿has visto que chaquetas más chulas para la fiesta

de cumpleaños de Paula?

Me siento. La furgoneta está quieta. Mis pensamientos se aceleran.

—Pepi —le digo

Duerme.

—Pepi —insisto

Duerme profundo. Y el Volao que no llega. Ni su amigo. Intento no

pensar en nada. No puedo. La furgoneta, Volao, su amigo, Pepi durmiendo.

—¡Te han dejado solo! —me grita Candela

—¡Sí!

—¡Mejor solo que mal acompañado!

Miro de reojo a Pepi. Empieza a roncar.

—¿A usted también! —le grito

—¡Yo estoy mejor sola!

—¿No se aburre!

—¡Quien se aburre es porque quiere, que faena hay la gana!

—¡Sí!

—¡Y tú deja a esos dos y vete por ahí a buscar una buena moza, no

seas tonto!

—¡Sí! —pienso en lo que me ha dicho el Pepi sobre quién lo sabe y

quién no

—¡Que trabajen un poco!

—¡No pasa nada!

—¡Míralo, uno durmiendo y el otro nada bueno debe estar haciendo

cuando no está donde tiene que estar!

—¡Da igual!

—¡A mí no me da igual, si yo...

La puerta de detrás de la furgoneta se abre y se cierra del aire.

—...y ya verías tú!

—¡Sí, sí! —digo con los nervios a flor de piel

—¡Venga, guapa, las rebajas en la tienda de Candela, aprovecha que

están de oferta, nena!

—¡A tres y seis euros! —grito— ¡Caballero, a tres y seis euros!

¡Señora, camisetas y camisas en rebajas, aproveche ahora!

—¡Venga el rastro, cada día más barato, y si no queda satisfecho se

lo rebajo de precio!

—¡Camisetas, para chico y chica! ¡Camisas, verdes, rojas y lilas! El Volao llega a la tienda. Solo. No me atrevo a mirarle a los ojos.

El Pepi se levanta, le mira como diciéndole que no pasa nada y se va a por la

comida.

—Buenas —me dice el Volao

—¿Qué tal? —pregunto sin esperar respuesta

—Bien —me dice con una sonrisa

—Por lo menos has llegado entero

—Por fuera sí

—Ahora vengo —le digo—, luego hablamos

—Vale

Me levanto de la hamaca. Doy una vuelta por el mercado para no ir

directo a la furgoneta. Llego. Me coloco detrás. Miro por los cristales. No se

ve nada. La puerta está abierta. Meto los dedos. Abro. La luz entra en su

interior. Asomo la cabeza. Pepi está recostado en un fardo con la camisa

entreabierta. Me quedo paralizado. Me mira serio. Entro y cierro la puerta.

Silencio. Mis ojos se acostumbran a la oscuridad.

—¿Dónde está Jeremías? —pregunto

—Qué más da

Me acerco a él. Nos miramos. Le toco la barriga. Mira mi mano.

—Así es que tú también te habías dado cuenta que te miraba —le digo

—Desde que subiste a la furgoneta

—¿Y cómo es que no me habías dicho nada?

—Quería ver cómo actuabas

—¿Y qué tal?

—Vas un poco a saco con todo lo que se menea

—¿Eso te parece?

—Sí

—¿Tanto se nota?

—Digamos que disimulas bien

Me besa. Nos abrazamos. Le miro el cuello. El pezón de la oreja.

Me toca el paquete. Lo hacemos. Me tumbo encima de él. Duerme como un

bebé. Ronca. Un bebé de animal. Abro la ventana para que corra el aire. Entra

música de Bach. Me entran ganas de llorar. Lo hago.

—¿Vamos? —me pregunta

Nos levantamos. Me visto. Hace lo mismo pero más tranquilo.

Salimos de la furgoneta. Sentados sobre la ropa, Pepi se abrochaba la camisa y

yo le miraba. Cogemos un tuperware de la guantera. Se ataba las zapatillas y

casi no llegaba por la barriga. Llegamos a la tienda. Me miraba a los ojos y me

decía cosas bonitas. Preparamos las sillas y la mesa para comer. Apoyado en el

pecho de Pepi los dos en silencio y casi a oscuras me había venido la idea de

que algo tenía que cambiar en mi vida. Volao me mira de reojo y me muero de

ganas por preguntarle qué tal con su amigo. Pero no puedo o no quiero

imaginar de qué se trata. Le sonrío. Intuyo que dejar de una vez por todas esta

vida de chicos y empezar a hacer música. Volao me sonríe. Pero esto me pasa

porque tengo la necesidad de exteriorizar de alguna manera mis obsesiones

reprimidas para bien de mi desarrollo personal. Y por darme el gusto. Seguro

que les ha ido de maravilla. Y de pronto nos ha venido la soledad a los dos en

la furgoneta cuando estábamos fumando y por eso nos hemos vestido tan

rápido. Está riquísima la ensaladilla rusa —le digo al Volao—, que me explica

cómo la preparó él mismo anoche con patatas, zanahorias, guisantes, pimientos

y atún y por último la mayonesa que se la ha echado esta mañana antes de salir

de casa. Supongo que tendríamos miedo a algo. Miro de reojo al Pepi y casi le

veo una teta. A estar los dos juntos y a la vez cada uno en su mundo. Ahora sí

que se la he visto entera. Me encanta porque no es lo mismo capturarla así que

ver su cuerpo desnudo en la furgoneta. La desnudez es demasiado sencilla y

nos gusta complicarnos la vida.

—¿Cómo te ha ido con tu amigo? —le pregunto al Volao

—Bien —responde tranquilo—, ya te lo he dicho antes

—Es verdad. Se podía haber venido

—Tenía que comer con sus padres

—Pues ha terminado pronto

Nos giramos. Su figura asoma por detrás del montón de ropa. Se me

atasca la ensaladilla. Bebo cerveza.

—Hola —dice el chico con el monopatín en una mano y en la otra una

bolsa

—Siéntate aquí a mi lado —le dice el Pepi

—Os he traído esto —abriendo la bolsa

Saca una bandeja. La apoya en las rodillas. Cogemos lionesas.

Pregunto. Salgo corriendo al bar. Regreso con los cafés. Tenía que haberle

hecho caso a la camarera cuando me dijo que cogiera una bandeja y ahora no

me estaría quemando los dedos y todo por no ir luego a devolverla. Veremos si llegan sanos y salvos. Había un señor en la barra que no estaba nada mal. No sé si me miraba por algo o porque le gustaba. Mierda, tenía que haber cogido la bandeja. Llegan los cafés a la tienda. Pepi se presta a ayudarme. Me siento y

cojo otra lionesa.

—...y quiero volver a estudiar —le dice el amigo del Volao al Pepi

—Está bien

—En la camioneta llevo los libros

—Tienes que verle patinar —el Volao al Pepi

—Todavía me queda mucho por aprender

Lleva la lengüeta de las zapatillas por fuera. Rodilleras en los

tobillos y coderas. Le falta el casco. Cuerpo ancho. Barriga firme. Pelo negro.

Mirada serena. Intenciones buenas. Pepi se da cuenta y disimulo cogiendo otra

lionesa.

—¿Me pasas el azúcar? —me pregunta el Volao

—Toma

Le paso también una cuchara de plástico. Pepi mueve su café y bebe

de un trago. Una gota salta de su barbilla hasta su antebrazo de pelo apoyado

en su rodilla. Me echo atrás y miro al cielo. Está despejado. Huelo. El café

entra por mis fosas nasales y sale por mi cuerpo dejando el recuerdo. Siento

que vuelo. Mis pies no tocan el suelo. Ligero. Me caigo de culo. Me doy con la

cabeza en el asfalto. Pienso en el casco. Me recogen. Pepi se ríe. Me alegro de

haberme caído. Me examinan el cogote. No tengo sangre. El amigo del Volao

me mira. Debe pensar este pobre vaya día lleva. Le miro las manos. Cómo algo

tan hermoso puede hacer tanto daño.

—No es nada —les digo tocándome la cabeza—, gracias Asoma un chichón. Llega Candela a la reunión. Su marido, o lo que

sea, no da señales de vida. El Volao saca la guitarra y canta. Le acompañamos

a las palmas. Aparecen también los niños de la albahaca amigos del Volao.

Una niña que no sé de dónde ha salido baila y zapatea al compás de la música.

Por un momento todo se armoniza. La cabeza no la siento. La niña, Candela, el

Pepi, Volao, su amigo y la gente que se arrima, cantamos con alegría. Y dice

así:

Vente conmigo, mi niña con alegría

que yo te canto

Y no me digas

que no vienes

porque llueve,

que los caracoles correrán al verte que estás a mi lado Vente conmigo, mi niña con alegría

que yo te canto

Y no me digas

que no vienes

porque llueve,

que las margaritas

dirán que sí al verme entre risa y llanto

Que no quiero acabar deshojado por un amor maltratado

que sólo ha dado palos y palos

Pepi me dice que me acerque a la furgoneta que cree que ha perdido las llaves. Son tres en un llavero con forma de gato. Salgo alegre del cante y en dos saltos me planto en la furgoneta. Miro en los asientos de delante. Por el suelo. La puerta del maletero se nos ha quedado abierta. Meto la nariz y veo a Jeremías de rodillas. Cierro.

—No te vayas —me dice

Abro la puerta.

—Estoy buscando unas llaves

—¿Éstas? —dice enseñándomelas

—Sí

—Entra

Paso y cierro.

—Estamos todos ahí fuera cantando —le digo

—Ya os he oído

—¿No vienes?

—Estoy mejor aquí

—Ya

—¿Qué tal tu nariz? —me pregunta cogiéndome de la barbilla

—Bien, gracias por todo

—Pues nada

—¿Me das las llaves del Pepi?

—¿Éstas? —enseñándomelas de nuevo

—Sí

—Estas llaves son mías

Se me acerca y me besa. Nos pegamos un banquete de carne.

También follamos. Me quedo muerto arropado en su cuerpo. En silencio. Inerte. Como el día de mi muerte. Vuelve a entrar música de Bach. De otro mundo. Para otro mundo. Mi alma abandona su cuerpo.

—¿Vamos?

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