Flanker se quedó en silencio. Era evidente que su servicio de espionaje no había estado a la altura de las circunstancias.
—¿Puedo irme?
Flanker suspiró.
—Escucha, Thursday —empezó a decir en un tono de voz más moderado—, tenemos que saber qué trama tu padre.
—¿Cuál es el problema? ¿La acción sindical interfiere con el próximo cataclismo?
—Los navegadores contratados lo resolverán, Next.
Era un farol.
—Sabe tanto sobre la naturaleza del armagedón como papá, yo, Lavoisier o cualquiera, ¿no es así?
—Quizá —respondió Flanker—, pero en OpEspec estamos mucho mejor preparados para no tener ni idea que tú y el cronrupto de tu padre.
—¿Cronrupto? —dije furiosa, poniéndome en pie—. ¿Mi padre? ¡Vaya! Entonces, ¿qué hay del chico maravilla Lavoisier erradicando a mi marido?
Silencio durante un momento.
—Es una acusación muy seria —indicó Flanker—. ¿Tiene pruebas?
—Claro que no; ¿no es ése el propósito de la erradicación?
—Conozco a Lavoisier desde hace más tiempo del que puedo recordar —entonó Flanker con seriedad—, y tengo en mucha estima su integridad. Realizar acusaciones absurdas no va a ayudarla ni un poquito.
Me senté y suspiré. Papá había tenido razón. Acusar a Lavoisier no tenía sentido.
—¿Puedo irme?
—No tengo nada con lo que retenerla, Next. Pero encontraré algo. Todos los agentes están en ello. Es sólo cuestión de escarbar lo suficiente.
—¿Cómo te ha ido? —preguntó Bowden cuando volví a la oficina.
—Me han puesto una «F» —murmuré, hundiéndome en la silla.
—Flanker —dijo Bowden, probándose la gorra de «Come Más Tostadas»—. Tenía que ser él.
—¿Cómo te fue la actuación?
—Muy bien, creo —respondió Bowden, tirando la gorra a la papelera—. Al público le parecí muy gracioso. Tanto que quieren que actúe regularmente… ¿Qué haces?
Me oculté rápidamente bajo la mesa y me agazapé tanto como pude. Tendría que confiar en el ingenio rápido de Bowden.
—¡Hola! —dijo Miles Hawke—. ¿Alguien ha visto a Thursday?
—Creo que está en su reunión de valoración mensual —respondió Bowden, con su expresión imperturbable, que evidentemente era tan adecuada para mentir como para la comedia—. ¿Le dejo un mensaje?
—No. Simplemente dile que me llame, si puede.
—¿Por qué no te quedas y esperas? —dijo Bowden. Le di un manotazo.
—No, será mejor que me dé prisa —respondió Miles—. Simplemente dile que he pasado, ¿vale?
Se fue y me puse en pie. Bowden, algo muy poco habitual en él, se reía por lo bajo.
—¿Qué tiene tanta gracia?
—Nada… ¿Por qué no quieres verle?
—Porque es posible que esté embarazada de él.
—Como no hables más alto, no te oigo.
—¡Es posible —repetí en un susurro ronco— que esté embarazada de él!
—Creía que habías dicho que el bebé era de Land. ¿Ahora qué pasa?
Me había vuelto a tirar al suelo al ver entrar a Cordelia Flakk. Examinaba la oficina buscándome, disgustada, con los brazos en jarras.
—¿Has visto a Thursday? —le preguntó a Bowden—. Tiene que reunirse con mi gente.
—La verdad es que no estoy seguro de dónde está —respondió Bowden.
—¿En serio? Entonces, ¿quién se esconde debajo de la mesa?
—Hola, Cordelia —dije desde debajo de la mesa—. Se me ha caído el lápiz.
—Eso ha debido de ser.
Salí y me senté a la mesa.
—Esperaba más de ti, Bowden —dijo Flakk cabreada, para luego volverse hacia mí—. Bien, Thursday. Prometimos a esas dos personas que podrían reunirse contigo. ¿De verdad quieres decepcionarlas? Es tu público, ya lo sabes.
—No es mi público, Cordelia, es el tuyo. Tú lo fabricaste para mí.
—He tenido que tenerlos en el Finis una noche más —dijo Cordelia—. Los costes se disparan. Ahora mismo están abajo. Sabía que estarías aquí para tu valoración. Por cierto, ¿cómo te ha ido?
—No preguntes.
Miré a Bowden, que se encogió de hombros. Buscando una vía de escape, me giré en mi asiento, mirando hacia donde Victor pasaba una posible continuación inédita de
1984
, titulada
1985
, por el Analizador de Prosa. Todos los demás miembros de la oficina estaban muy ocupados con sus respectivas tareas. Daba la impresión de que mi carrera en relaciones públicas estaba a punto de arrancar de nuevo.
Suspiré.
—Vale. Lo haré.
—Será mejor que esconderse bajo la mesa —dijo Bowden—. Y tanta gimnasia probablemente no le hace ningún bien al bebé.
Se tapó la boca con la mano pero ya era demasiado tarde.
—¿Bebé? —repitió Cordelia—. ¿Qué bebé?
—Gracias, Bowden.
—Lo siento.
—¡Bien, felicidades! —dijo Cordelia, abrazándome—. ¿Quién es el afortunado padre?
—No lo sé.
—¿Quieres decir que todavía no se lo has dicho?
—No, estoy diciendo que no lo sé. Espero que mi marido.
—¿Estás casada?
—No.
—Pero has dicho…
—Sí, lo he dicho —respondí con sequedad—. Qué lío, ¿no?
—Esto es muy mala publicidad —murmuró Cordelia sombría, apoyándose en el borde de la mesa para sostenerse—. ¡La luz guía de OpEspec camelada en una parada de bus por alguien a quien ni siquiera conoce!
—Cordelia, no es eso, y no me «camelaron». Y, ¿quién ha hablado de una parada de bus? Quizá lo mejor sería que guardases el secreto y que fingieses que Bowden no ha dicho nada.
—Lo siento —murmuró Bowden.
Cordelia se irguió.
—Buena idea, Next. Podemos decir a todos que padeces retención de líquidos o un desorden alimentario producto del estrés. —Le cambió la cara—. No, no serviría de nada.
The Toad
se daría cuenta de inmediato. ¿Puedes casarte rápidamente con alguien? ¿Qué tal con Bowden? Bowden, ¿harías lo decente para ayudar a OpEspec?
—Estoy saliendo con una de OpEspec 13 —respondió Bowden a toda prisa.
—¡Maldita sea! —se lamentó Flakk—. Thursday, ¿alguna idea?
Pero aquél era un aspecto de Bowden del que yo no sabía nada.
—¡No me habías contado que estuvieses saliendo con alguien de OE-13!
—No te lo tengo que contar
todo.
—¡Pero soy tu compañera, Bowden!
—Bien, tú no me contaste lo de Miles.
—¿Miles? —exclamó Cordelia—. ¿El tan guapo como para morirse Miles Hawke?
—Gracias, Bowden.
—Lo siento.
—¡Es
maravilloso!
—exclamó Cordelia dando una palmada—.
¡Una pareja deslumbrante! «¡La boda de OpEspec del año!» ¡Saldremos en todas las portadas! ¿Lo sabe él?
—No. Y no vas a decírselo. Y lo que es más…
Bowden…
podría no ser suyo.
—¡Lo que nos devuelve a la casilla de salida! —respondió Cordelia enfurruñada—. Quédate aquí. Voy a buscar a ese tipo y a su hija. Bowden, ¡no la pierdas de vista!
Y se fue.
Bowden me miró un momento y luego preguntó:
—¿Realmente crees que el bebé es de Landen?
—Eso espero.
—No estás casada, Thurs. Puede que creas estarlo, pero no lo estás. Consulté los archivos. Landen Parke-Laine murió en 1947.
—
Esta vez
fue así. Mi padre y yo fuimos…
—No tienes padre, Thursday. No consta en tu certificado de nacimiento. Creo que quizá deberías hablar con uno de los estresexpertos.
—¿Y acabar contando chistes en un local, ordenando piedrecitas o contando coches azules? No, gracias.
Una pausa.
—
Es
muy guapo —dijo Bowden.
—¿Quién?
—Miles Hawke, claro.
—Oh. Sí, sí, sé que lo es.
—Muy amable, muy popular.
—Lo sé.
—Un niño sin padre…
—Bowden, no estoy enamorada de él y éste no es su bebé… ¿vale?
—Vale, vale. Vamos a olvidarlo.
Estuvimos sentados en silencio un rato. Yo jugaba con un lápiz y Bowden miraba por la ventana.
—¿Qué hay de las voces?
—¡Bowden!
—Thursday, es por tu propio bien. Tú misma me dijiste que las oías, y los agentes Hurdyew, Tolkien y Lissning te oyeron hablar sola en el pasillo de arriba.
—Bien, las voces han parado —dije categórica. No volverá a pasarme.
[26]
»Oh, mierda.
[27]
—¿Por qué dices «oh, mierda»?
—Nada… sólo, bueno, eso. Tengo que ir al baño… ¿me disculpas?
Dejé a Bowden cabeceando apenado y me precipité hacia el baño de señoras. Comprobé que estuviese vacío y luego dije:
—Señorita Havisham, ¿está ahí?
[28]
»Debe comprender, señorita Havisham, que en el lugar de donde yo vengo las costumbres son distintas. Aquí la gente maldice como si nada.
[29]
»¡Iré enseguida, señora!
Me mordí el labio y salí a toda prisa del baño. Agarré mi libro de Jurisficción y la chaqueta. Ya volvía al baño cuando…
—¡Thursday! —dijo una voz alta y estridente que sabía que sólo podía pertenecer a Flakk—. ¡Tengo al ganador y su hija en el pasillo!
—Lo lamento, Cordelia, pero
tengo
que ir al baño.
—No pensarás que voy a volver a picar con
ese
truco —gruñó por lo bajo.
—Esta vez es cierto.
—¿Y el libro?
—Siempre leo en el baño.
Ella entornó los ojos y yo entorné los míos.
—Vale —dijo al fin—, pero voy contigo.
Sonrió a los dos afortunados ganadores de aquel concurso absurdo, que le devolvieron la sonrisa a través de la puerta esmerilada de la oficina, y las dos entramos en el baño.
—Diez minutos —me dijo mientras yo me encerraba en el excusado. Abrí el libro y empecé a leer: «Muchas fueron las lágrimas que vertieron en su último adiós a un lugar tan amado. "¡Querido, querido Norland!", dijo Marianne vagando sola alrededor de la casa, la última tarde de su estancia…»
El pequeño excusado de melamina comenzó a evaporarse y en su lugar apareció un enorme parque bañado por la luz del sol moribundo. La neblina suavizaba las sombras y hacía refulgir la casa a la luz menguante. Soplaba una brisa ligera y, delante de la mansión, una chica solitaria se paseaba mirando con cariño al…
—¿Siempre lees en voz alta cuando estás en el baño? —preguntó Cordelia al otro lado de la puerta.
Las imágenes se evaporaron de inmediato y estaba de vuelta en el lavabo de señoras.
—Siempre —respondí—. Y si no me dejas en paz, no acabaré
nunca.
—«¡Cuándo dejaré de lamentar tu pérdida! ¿Cuándo aprenderé a sentirme a gusto en otro lugar? ¡Oh! Hogar feliz, ¡si supieras lo que sufro ahora que te veo desde este lugar, desde donde quizá no vuelva a verte más! ¡Y vosotros, árboles tan conocidos!, vosotros continuaréis…»
La mansión volvió a materializarse, la joven hablaba despacio, sincronizando sus palabras con las mías a medida que me deslizaba al interior del libro. Ya no estaba sentada en el duro asiento del váter de OpEspec sino en un banco de jardín de hierro forjado pintado de blanco. Dejé de leer en cuanto estuve segura de estar completamente en el interior de
Sentido y sensibilidad
y escuché a Marianne terminar su discurso.
—… insensibles a cualquier cambio de quienes pasean a vuestra sombra. Pero ¿quién quedará para disfrutar de vosotros? —Suspiró dramáticamente, se llevó las manos al pecho y sollozó un segundo o dos. Luego miró largamente la enorme mansión blanca y se volvió hacia mí.
»¡Hola! —dijo con voz amistosa—.Nunca la había visto por aquí. ¿Trabajas par Juris-lo-que-sea?
—¿No debemos ser cuidadosas con lo que decimos? —Miré nerviosa a mi alrededor.
—¡Por Dios,
no!
—exclamó Marianne con una risa deliciosa—. El capítulo ha terminado y, además, este libro está escrito en
tercera persona.
Tenemos libertad para hacer lo que queramos hasta mañana por la mañana, cuando nos vayamos a Devon. Los dos próximos capítulos están cargados de descripciones… ¡yo apenas salgo y digo todavía menos! ¡Parece confundida, pobrecita! ¿Ya había entrado en un libro?
—Una vez entré en Jane Eyre.
Marianne frunció el ceño con teatralidad.
—¡Pobre, querida y dulce Jane! ¡Yo
odiaría
tanto ser un personaje en primera persona! ¡Siempre atenta, con la gente leyendo continuamente tus pensamientos! Aquí
hacemos
lo que nos dicen pero
pensamos
lo que queremos. ¡Se me antojan circunstancias mucho menos afortunadas!
—¿Qué sabe de Jurisficción? —pregunté.
—Llegarán pronto —explicó—. Puede que la señora Dashwood sea bestial con mamá, pero comprende la necesidad de la autoconservación. No nos gustaría sufrir el mismo destino trágico que
Alboroto y alegría,
¿no?
—¿Es un libro de Austen? —pregunté—. ¡Nunca había oído hablar de él!
Marianne se sentó a mi lado y apoyó una mano en mi brazo.
—Mamá dice que fue cosa de un
colectivo socialista
—me confió susurrando—. Hubo una revolución… Tomaron el control de todo el libro y decidieron dirigirlo basándose en el principio de que todos los personajes tuviesen papeles igual de importantes, ¡desde la duquesa hasta el barrendero! ¡Vaya una cosa! Jurisficción intentó salvarlo, claro está, pero se había desviado demasiado. Ni siquiera Ambrose pudo hacer nada. ¡Todo el libro fue…
boojuminado!
Dijo esa última palabra tan seria que yo me hubiese echado a reír de no haberme estado mirando con tanta intensidad.
—¡Cómo hablo! —dijo poniéndose en pie, dando una palmada y dando vueltas sobre sí misma—.
Insensibles a cualquier cambio de quienes pasean a vuestra sombra…
—Calló y se controló, se tapó con la mano la boca y la nariz y soltó una risita de niña avergonzada—. ¡Qué tonta! ¡Eso ya lo he dicho! Adiós, señorita… señorita… ¡disculpe pero no sé su nombre!
—Me llamo Thursday… Thursday Next.
—¡Qué nombre tan extraño!
Me dedicó una reverencia medio en broma.
—Yo soy Marianne Dashwood y le doy la bienvenida, señorita Next, a
Sentido y sensibilidad.
—Gracias —respondí—. Estoy segura de que lo pasaré bien.
—De eso estoy convencida. Todos lo pasamos muy bien… ¿lo parece?
—Creo que parece que se lo pasan de fábula, señorita Dashwood.
—Llámeme Marianne, si no le importa. ¿Podría tener la audacia de pedirle un favor?
—Claro.
Se me acercó y se sentó conmigo, sosteniéndome la mano y mirándome intensamente a los ojos.