—Por favor, permítame el atrevimiento de preguntarle en qué época está ambientado
su
libro.
—No soy un personaje literario, señorita Dashwood… soy del mundo real.
—¡Oh! —exclamó—. Por favor, discúlpeme; no pretendía dar a entender que no fuera real ni nada parecido. En tal caso, ¿en qué época, si puedo preguntar, está ambientado su mundo?
Su extraña lógica me hizo sonreír. Se lo dije. Se me acercó más.
—Por favor, disculpe mi impertinencia, pero ¿podría traerme algo la próxima vez que venga?
—¿Como qué?
—Mentolados. Simplemente los
adoro.
Los conoce, ¿no? Caramelos de menta… y, si no hay inconveniente, unos cuantos pares de medias de nailon. Y algunas pilas AA; una docena estaría genial.
—Claro. ¿Algo más?
Marianne se lo pensó un momento.
—Elinor
odiaría
que le pida favores a una desconocida, pero sé que la posee un desenfrenado deseo de Marmite… y algo de café de verdad para mamá.
Le dije que haría lo que pudiese. Volvió a sonreír, me dio las gracias efusivamente, sacó un casco de cuero y unas gafas de aviador que llevaba ocultos bajo el chal, me sostuvo la mano brevemente y se fue corriendo por la hierba.
Pasando lista en Jurisficción
Boojum:
Término empleado para describir la aniquilación absoluta de un mundo/línea/personaje/trama secundaria/libro/serie. Completa e irreversible, la naturaleza de un boojum sigue siendo objeto de acaloradas especulaciones. Algunos miembros antiguos de Jurisficción sostienen que un boojum podría ser una puerta a una «antibiblioteca» situada en algún lugar más allá del «horizonte imaginativo». Es posible que el mítico snark
[30]
posea la clave para describir lo que sigue siendo, hoy por hoy, un misterio.Bowdlerizadores:
Un grupo de fanáticos que intentan borrar las obscenidades y blasfemias de todos los textos. Deben su nombre a Thomas Bowdler,
[31]
que intentó convertir la obra de Shakespeare en «lectura para toda la familia» por el procedimiento de eliminar frases, con la creencia de que «sin duda el genio trascendental del poeta brillará con mayor lustre». Bowdler murió en 1825, pero recogieron su antorcha células activas, e ilegales, deseosas de completar y extender a cualquier precio su obra inconclusa. Los intentos de infiltrarse en los bowdlerizadores han fracasado por ahora.
G
ATO DE
AU
DE
W
Guía de Jurisficción a la Gran Biblioteca
(glosario)
Miré a Marianne hasta que desapareció de mi vista y luego, al comprender que su «quién quedará para disfrutar de vosotros» era la
última
frase del capítulo 5, y que el capítulo 6 comenzaba con los Dashwood embarcados en su viaje, decidí esperar a ver qué aspecto tenía un final de capítulo. Si esperaba truenos o algo igualmente dramático me llevé una decepción. No pasó nada. Las hojas de los árboles se agitaron suavemente, el esporádico arrullo de una tórtola me llegaba a los oídos y, frente a mí, una ardilla roja saltaba en la hierba. Oí que un motor arrancaba y unos minutos después un biplano se elevó tras los rododendros, dio dos vueltas a la casa y luego se dirigió hacia el sol poniente. Me puse en pie y atravesé el jardín exquisitamente cuidado, saludé al jardinero, quien se tocó el sombrero, y llegué hasta la puerta principal. En
Sentido y sensibilidad
Norland no se llega a describir con mucho detalle, pero era tan absolutamente impresionante como pensaba que debía de ser. La mansión estaba situada en un extenso parque puntuado por viejos robles. En la distancia sólo se veían bosques y, más allá, alguna aguja de iglesia. Frente a la puerta principal había un Bugatti 35B y un enorme corcel blanco ensillado para la batalla que comía de vez en cuando un poco de hierba. Un gran perro blanco estaba atado a la silla con una cuerda y había conseguido enredarse dando tres vueltas a un árbol.
Subí los escalones y tiré de la campanilla. Poco después un criado con librea respondió y me miró inexpresivo.
—Thursday Next —dije—. Vengo por Jurisficción… a ver a la señorita Havisham.
El criado, de enormes ojos saltones y cabeza de rana, abrió la puerta y me anunció limitándose a reordenar un poco las palabras:
—Señorita Havisham, Thursday Next… ¡Viene por Jurisficción!
Entré y fruncí el ceño cuando vi el vestíbulo vacío. ¿A
quién
había creído estar anunciándome el sirviente? Me volví para preguntarle adónde debería dirigirme, pero él se inclinó con rigidez y caminó, de un modo que me pareció dolorosamente lento, hasta el otro extremo del vestíbulo, donde abrió una puerta, y luego se retiró mirando un punto situado por encima y por detrás de mí. Le di las gracias, entré y me encontré en el salón de baile de la mansión. Estaba pintado de blanco y azul pálido y las paredes, allí donde no estaban decoradas con delicadas molduras de yeso, estaban adornadas con lujosos espejos de marco dorado. El techo de vidrio dejaba entrar la luz de la tarde, pero ya los sirvientes preparaban los candelabros.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que habían usado las oficinas de Jurisficción como salón de baile; estaba abarrotado de sofás, mesas, archivadores y escritorios hasta arriba de papeles. Habían montado una mesa con teteras y apetitosos platos dispuestos en delicadas bandejas de porcelana. Unas dos docenas de personas estaban por allí, sentadas, charlando o simplemente con la mirada perdida. Vi a Akrid Snell al fondo de la sala hablando a lo que parecía un pequeño cuerno de gramófono conectado al suelo por medio de un tubo metálico y flexible. Intenté llamar su atención, pero en ese momento…
—Por favor —dijo una voz cercana—, ¡dibújame una oveja!
Bajé la vista para ver a un niño de no más de diez años y rizos dorados que me miraba con una intensidad como poco desconcertante.
—Por favor —repitió—, ¡dibújame una oveja!
—Será mejor que hagas lo que te dice —me recomendó una voz familiar—. Una vez que empieza,
nunca
se rinde.
Era la señorita Havisham. Obedientemente, dibujé una oveja lo mejor que pude y se la entregué al muchacho, que se fue satisfecho.
—Bienvenida a Jurisficción —dijo la señorita Havisham, que todavía cojeaba un poco por la herida sufrida en Booktastic—. No voy a presentártelos a todos, pero hay una o dos personas a las que deberías conocer.
Me agarró del brazo y me guió hacia una dama bajita y elegante que se ocupaba de los sirvientes mientras éstos servían más canapés.
—Ésta es la señora Dashwood; tiene la amabilidad de permitirnos usar su casa. Señora Dashwood, ésta es Thursday Next… mi nueva aprendiza.
—Bienvenida a Norland Park, señorita Next; es realmente afortunada de tener a la señorita Havisham como profesora… no sucede a menudo que acepte alumnos. Pero dígame, no conozco muy bien la ficción contemporánea: ¿de qué libro viene?
—No vengo de un libro, señora Dashwood.
La señora Dashwood pareció sorprendida, luego sonrió todavía con más amabilidad, entrecruzó su brazo con el mío, murmuró una cortesía a la señorita Havisham sobre «conocerse un poco» y me llevó hacia la mesa del té.
—¿Qué le parece Norland, señorita Next?
—Encantador, señora Dashwood.
—¿Puedo ofrecerle una chuleta Crumbobbilous? —preguntó con más impaciencia, entregándome un platito y una servilleta y señalándome la comida—. ¿Un poco de té?
—No, gracias.
—Iré directamente al grano, señorita Next.
—Parece ansiosa de hacerlo.
Miró furtivamente a izquierda y derecha y bajó la voz.
—¿Todos
ahí fuera
creen que mi marido y yo somos
muy
crueles, privando a las chicas y a su madre del legado de Henry Dashwood?
Me miraba con tanta intensidad que daba risa.
—Bien… —empecé a decir.
—¡Oh, lo sabía! —boqueó la señora Dashwood con una floritura dramática—. Le dije a John que debíamos reconsiderarlo. Supongo que
ahí fuera
nos despellejan, nos desprecian por nuestros actos, nos maldicen por toda la eternidad.
—En absoluto —dije, intentando consolarla—. Narrativamente hablando, sin sus actos no quedaría mucha historia.
La señora Dashwood se sacó un pañuelo del puño del vestido y se secó los ojos, en los que, por lo que yo podía ver, no había ni la más mínima lágrima.
—Tiene razón, señorita Next. Gracias por sus amables palabras. Pero si oye a alguien hablar mal de mí, dígale que mi esposo tomó la decisión. Yo intenté detenerle, ¡créame!
—Por supuesto —dije, tranquilizándola. Me disculpé y me fui a buscar a la señorita Havisham.
—Lo llamamos el Síndrome del Personaje Secundario —me explicó la señorita Havisham—. Muy habitual cuando la intervención de un personaje de escasa importancia tiene graves consecuencias. Ella y su marido nos han estado prestando esta sala desde el problema que hubo con
Alboroto y alegría
. A cambio, damos protección especial a todos los libros de Jane Austen; no queremos que nada parecido vuelva a pasar. Tenemos una delegación en el sótano del castillo de Elsinore a cargo del señor Falstaff. Es ése de ahí.
Señaló a un hombre con sobrepeso y rostro colorado que se reía de un chiste que le contaba un agente más joven vestido con ropas más contemporáneas.
—¿Con quién habla?
—Con Vernham Deane, galán romántico de una de las novelas de Daphne Farquitt. El señor Deane es miembro leal de Jurisficción y no se lo tenemos en cuenta…
—
¿Dónde está Havisham?
—aulló una voz tonante. Las puertas se abrieron de pronto y una Reina Roja muy desaliñada entró en tromba. Toda la sala guardó silencio. Es decir, todos excepto la señorita Havisham, que comentó en un tono innecesariamente provocador:
—A algunas no les sienta bien ir de rebajas, ¿verdad?
Los agentes reunidos de Jurisficción, al comprender que eran testigos de otro asalto de un combate largo y personal, siguieron hablando.
La Reina Roja tenía un ojo, que tenía que dolerle, a la funerala y dos dedos entablillados. Las rebajas de Booktastic no le habían sentado bien.
—¿Qué se propone, Su Majestad? —preguntó Havisham.
—¡Vuelve a entrometerte en mis asuntos —gruñó la Reina Roja— y no respondo de mis actos!
—¿No cree que se lo está tomando un pelín demasiado en serio, Su Majestad? —dijo Havisham, siempre con el debido respeto a la realeza—. ¡Después de todo, no eran más que unos libros de Farquitt!
—¡En
estuche!
—respondió la Reina Roja con frialdad—. Por rencor te llevaste el regalo que planeaba entregar a mi querido y amado esposo. ¿Y sabes por qué? —La señorita Havisham apretó los labios y guardó silencio—. ¡Porque no puedes soportar que esté
felizmente casada
!
—¡Señora, eh… señora y
Majestad,
por favor! —dije en tono conciliador—. ¿Tenemos que discutir en Norland Park?
—¡Ah, sí! —dijo la Reina Roja—. ¿Sabes
por qué
usamos
Sentido y sensibilidad?
De hecho, ¿por qué la señorita Havisham insistió en usarlo?
—No la creas —murmuró la señorita Havisham—, son todo majaderías. A Su Majestad le falta un verbo para ser frase completa.
—Te diré por qué —siguió diciendo con furia la Reina Roja—. ¡Porque en
Sentido y sensibilidad
no hay padres ni maridos autoritarios! —La señorita Havisham guardaba silencio—. Enfréntate a los hechos, Estella. ¡Ni los Dashwood, ni los Steele, ni los hermanos Ferrar, ni Eliza Brandon, ni Willoughby tienen un padre que los guíe! ¿No estás llevando tu odio por los hombres un poco demasiado lejos?
—Te engañas —respondió Havisham, para añadir tras una breve pausa—: En ese caso,
Su Majestad,
ya que estamos con ganas de cuestionar, ¿qué es
exactamente
lo que gobierna usted?
La Reina Roja se puso escarlata, lo que no dejaba de tener mérito porque era
bastante
roja en su estado natural, y se sacó del bolsillo una pistolita de duelo. Havisham fue rápida y también sacó su arma, y allí se quedaron, temblando de furia, apuntándose. Por suerte, el tañido de una campana llamó su atención y las dos bajaron las armas.
—¡Bellman! —siseó la señorita Havisham agarrándome del brazo y llevándome hasta una tarima donde se había subido un hombre vestido de pregonero—.
¡Empieza el espectáculo!
El grupito se reunió alrededor del pregonero. La Reina Roja y la señorita Havisham estaban codo con codo; aparentemente se habían olvidado de su discusión.
Bellman dejó la campana y consultó la lista de puntos.
—¿Estamos todos? ¿Dónde está el gato?
—Aquí —ronroneó el gato, sentado precariamente en la parte superior de uno de los espejos de marco dorado.
—Bien. Vale, ¿falta alguien?
—Shelley se ha ido a pasear en barca —dijo una voz al fondo—. Volverá dentro de una hora si el tiempo no empeora.
—Vale —dijo Bellman—. Comienza la reunión de Jurisficción número 40.311. —Volvió a darle a la campana, tosió y consultó las notas—. Lo primero me temo que es una mala noticia. —Un silencio respetuoso. Calló un momento y escogió con cuidado las palabras—. Creo que debemos concluir que David y Catriona no van a volver. Ya han pasado dieciocho sesiones y debemos asumir que han sido
boojuminados.
—Una pausa reflexiva—. Recordamos a David y Catriona Balfour como amigos, colegas, miembros dignos de nuestra profesión, protagonistas de
Secuestrado
y de
Catriona,
y por todas las librosploraciones que realizaron… especialmente por su hazaña de encontrar el camino de entrada a Barchester, por la que siempre les estaremos agradecidos. Pido un minuto de silencio. ¡Por los Balfour!
—¡Por los Balfour! —repetimos todos. Luego, con la cabeza gacha, permanecimos en silencio. Pasado un minuto, Bellman volvió a hablar.
—Bien, no quiero parecer irrespetuoso pero de este caso debemos aprender que
siempre
hay que firmar el libro de salidas para que sepamos dónde estáis…
especialmente
si vais a explorar nuevas rutas. Tampoco olvidéis el ISBN… no lo inventaron
sólo
para catalogar, ¿eh? Puede que los mapas del señor Bradshaw posean un encanto tradicional…
—¿Quién es Bradshaw? —pregunté.
—El
comandante
Bradshaw —me explicó Havisham—. Ahora está retirado pero es un personaje maravilloso… Realizó la mayoría de las librosploraciones iniciales.