Read ¿Por qué es divertido el sexo? Online
Authors: Jared Diamond
Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad
Puesto que este tipo de seudohermafrodita parece un bebé-niña normal cuando nace y experimenta el desarrollo externo normal y la pubertad, es posible que el problema no se reconozca hasta que la «chica» adolescente consulte a un médico por la ausencia de su primera menstruación. Planteada esta situación, el médico descubre una razón sencilla para tal ausencia: la paciente no tiene útero, trompas de Falopio o vagina superior. En vez de ello, la vagina termina bruscamente después de cinco centímetros. Un examen ulterior revela testículos que secretan testosterona normal, están programados por un cromosoma Y normal y son anormales tan sólo en cuanto que están escondidos en la ingle o en los labios. En otras palabras, la bella modelo es un hombre normal que resulta tener un bloqueo bioquímico genéticamente determinado en su capacidad para responder a la testosterona.
Este bloqueo parece hallarse en el receptor celular que normalmente se uniría a la testosterona y la dihidrotestosterona, posibilitando así que esos andrógenos desencadenen los pasos siguientes de desarrollo del macho normal. Puesto que el cromosoma Y es normal, los propios testículos se forman normalmente y producen hormona inhibitoria mulleriana normal que actúa, como en cualquier hombre, impidiendo el desarrollo del útero y de las trompas de Falopio. Sin embargo, el desarrollo de la habitual maquinaría masculina para responder a la testosterona queda interrumpido. De ahí que el desarrollo del resto de los órganos sexuales embrionarios bipotenciales siga la ruta femenina por defecto: genitales externos femeninos, más que masculinos, y atrofia de los conductos de Wolff y, por lo tanto, de los potenciales genitales internos masculinos. De hecho, puesto que los testículos y las glándulas adrenales secretan pequeñas cantidades de estrógeno que normalmente hubieran sido invalidadas por los receptores de andrógenos, la carencia absoluta de estos receptores en forma funcional (que están presentes en pequeño número en las mujeres normales) hacen al hombre seudohermafrodita parecer externamente superfemenino.
Así pues, la diferencia genética global entre hombres y mujeres es modesta, a pesar de las grandes consecuencias de esta modesta diferencia. Un pequeño número de genes en el cromosoma 23, actuando en concierto con genes en otros cromosomas, determina finalmente todas las diferencias entre hombres y mujeres. Las diferencias, por supuesto, no sólo incluyen las de los propios órganos reproductores, sino también todas las demás diferencias relacionadas con el sexo en la posadolescencia, tales como la barba, el vello corporal, el tono de voz y el desarrollo del pecho.
Los efectos reales de la testosterona y sus derivados químicos varían con la edad, el órgano y la especie. Las especies animales difieren ampliamente en cómo se diferencian los sexos, y no sólo en el desarrollo de las glándulas mamarias. Incluso entre los antropoides superiores —los humanos y nuestros parientes más cercanos, los simios— hay diferencias familiares en la caracterización sexual. Sabemos, por zoológicos y fotografías, que los gorilas adultos machos y hembras difieren obviamente por el tamaño mucho mayor del macho (su peso es el doble que el de la hembra), la forma de la cabeza y la espalda de pelo plateado. Aun cuando mucho menos obviamente, los hombres también se diferencian de las mujeres en que son ligeramente más pesados (como media un 20 por 100 más), más musculosos y tienen barba. El grado de esta diferencia varía incluso entre las poblaciones humanas: por ejemplo, la diferencia está menos marcada entre los asiáticos surorientales y los nativos americanos, dado que los hombres de estas poblaciones tienen como promedio mucho menos desarrollo de vello corporal y barba que en Europa y Asia suroccidental. Pero los machos y las hembras de algunas especies de gibones parecen tan similares que no podrías distinguirlos a menos que te permitieran examinar sus genitales.
En particular, los dos sexos de los mamíferos placentarios tienen glándulas mamarias. Mientras que las glándulas están mucho menos desarrolladas y no son funcionales en los machos de la mayoría de las especies de mamíferos, este grado de menor desarrollo varía entre las especies. En un extremo, en las ratas y ratones macho, el tejido mamario nunca forma conductos o un pezón, y permanece invisible desde el exterior. En el extremo opuesto, en los perros y primates (incluidos los humanos) la glándula sí forma conductos y un pezón tanto en machos como en hembras, difiriendo escasamente entre los sexos antes de la pubertad.
Durante la adolescencia, las visibles diferencias entre los sexos de los mamíferos aumentan bajo la influencia de una mezcla de hormonas procedentes de las gónadas, las glándulas adrenales y la glándula pituitaria. Las hormonas liberadas en las hembras lactantes o gestantes producen una posterior aceleración del crecimiento mamario e inician la producción de leche, la cual es después estimulada reflejamente por la succión. En los humanos, la producción de leche se halla especialmente bajo el control de la hormona prolactina, mientras que en las vacas las hormonas responsables incluyen la somatotropina u «hormona del crecimiento» (hormona que está tras el actual debate sobre la propuesta de estimulación hormonal de las vacas lecheras).
Debemos destacar que las diferencias en las hormonas macho/hembra no son absolutas, sino una cuestión de grado: un sexo puede tener concentraciones más altas y más receptores para una hormona en concreto. En particular, quedarse embarazada no es la única forma de adquirir las hormonas necesarias para el crecimiento de las mamas y la producción de leche. Por ejemplo, las hormonas que circulan habitualmente estimulan una producción de leche, denominada leche de bruja en los recién nacidos de varias especies de mamíferos. La inyección directa de las hormonas estrógeno o progesterona (liberadas normalmente durante el embarazo) desencadena el crecimiento de las ubres en cabras y vacas vírgenes, y también en bueyes, cabras macho y cobayas macho. Las vacas vírgenes tratadas hormonalmente producían como media tanta leche como sus hermanastras que estaban amamantando a los terneros que habían parido. Es cierto que los bueyes tratados hormonalmente producían mucha menos leche que las vacas vírgenes; no deberías contar con encontrar leche de buey en el supermercado para las próximas navidades; pero esto no es sorprendente dado que los bueyes han limitado previamente sus opciones: no han desarrollado una ubre para hospedar todo el tejido de glándula mamaria que pueden hospedar las vacas vírgenes tratadas hormonalmente.
Hay numerosas condiciones bajo las cuales las hormonas aplicadas tópicamente o inyectadas han producido un inapropiado desarrollo del pecho y la secreción de leche en humanos, tanto en hombres como en mujeres que no están embarazadas ni dando de mamar. Hombres y mujeres pacientes de cáncer que estaban siendo tratados con estrógeno comenzaron a producir leche cuando se les inyectó prolactina; entre tales pacientes había un hombre de sesenta y cuatro años que continuó produciendo leche siete años después de que el tratamiento hormonal fuera interrumpido (esta observación fue realizada en los años 40, mucho antes de la regulación de los comités de protección contra la investigación médica en sujetos humanos, que ahora prohíben tales experimentos). La lactancia inapropiada se ha observado en personas que toman tranquilizantes que influyen en el hipotálamo (que controla la glándula pituitaria, fuente de la prolactina); también se ha observado en personas que se recuperaban de intervenciones quirúrgicas que estimularon nervios relacionados con el reflejo de succión, así como en algunas mujeres durante prolongados períodos de ingestión de píldoras anticonceptivas de estrógeno y progesterona. Mí caso favorito es el del marido machista que siempre se quejaba de los «pequeños y miserables pechos» de su mujer, hasta que se quedó atónito al descubrir que sus propios pechos crecían. Resultó que su mujer había estado aplicándose generosamente una crema de estrógeno en el pecho para estimular el crecimiento ansiado por su marido y la crema había estado frotándose contra él.
A estas alturas podrías estar preguntándote si todos estos ejemplos no serán irrelevantes para la posibilidad de una lactancia masculina normal, dado que implican intervenciones médicas tales como inyecciones de hormonas o cirugía. Pero ocurre que la lactancia inapropiada puede darse sin procedimientos médicos de alta tecnología: la simple estimulación mecánica repetida de los pezones es suficiente para desencadenar secreción de leche en hembras vírgenes de varias especies de mamíferos, incluidos los humanos. La estimulación mecánica es una manera natural de liberar hormonas por medio de los reflejos nerviosos que conectan los pezones con glándulas liberadoras de hormonas a través del sistema nervioso central. Por ejemplo, una hembra marsupial sexualmente madura, aunque virgen, puede ser estimulada para dar leche con sólo dirigir a la cría de alguna otra madre hacia sus mamas. De forma similar, el ordeño de las cabras hembra vírgenes desencadena en ellas la producción de leche. Este principio podría ser transferible a los hombres, dado que la estimulación manual de los pezones causa un repentino aumento de prolactina tanto en hombres como en mujeres que no están dando el pecho. La producción de leche no es un resultado infrecuente de la autoestimulación de los pezones en chicos adolescentes.
Mi ejemplo humano favorito de este fenómeno surge de una carta a la ampliamente difundida columna periodística
Dear Abby.
Una mujer soltera a punto de adoptar un recién nacido deseaba dar de mamar al bebé y le preguntaba a Abby si tomar hormonas le ayudaría a hacerlo. La respuesta de Abby fue: «¡Ridículo, sólo conseguirías que te creciera pelo por todas partes!» Varios lectores indignados escribieron entonces para describir casos de mujeres en situaciones similares que tuvieron éxito en amamantar a un bebé colocándoselo repetidamente en el pecho.
Recientes experiencias de fisiólogos y especialistas en alimentación con lactancia sugieren ahora que la mayoría de las madres adoptivas pueden comenzar a producir algo de leche en unas tres o cuatro semanas. La preparación recomendada para una futura madre adoptiva es utilizar un succionador cada pocas horas para simular el proceso natural, empezando aproximadamente un mes antes de momento del parto previsto de la madre natural. Mucho antes de la llegada de los modernos succionadores, se conseguía el mismo resultado colocando repetidamente un cachorro o un bebé humano en el pecho. Tales preparativos eran practicados, especialmente en sociedades tradicionales, cuando una mujer embarazada estaba enferma y su propia madre quería estar lista para poder hacerse cargo de la lactancia del niño en caso de que su hija fuera incapaz de hacerlo. Los ejemplos registrados incluyen a abuelas de la edad de setenta y un años, así como la suegra de Ruth, Naomi, en el Antiguo Testamento (si no lo crees acude a la Biblia y ve al Libro de Ruth, 4, 16).
El desarrollo del pecho se produce habitualmente, y la producción espontánea de leche ocasionalmente, en hombres que se hallan en proceso de recuperación del hambre. Al respecto, se han registrado miles de casos en prisioneros de guerra liberados de los campos de concentración después de la segunda guerra mundial; un observador llegó a tomar nota de quinientos casos en supervivientes de un único campo de prisioneros de guerra japonés. La explicación más probable del fenómeno es que la inanición inhibe no sólo las glándulas que producen hormonas sino también el hígado, que destruye tales hormonas. Las glándulas se recuperan con mayor rapidez que el hígado cuando se reinicia una nutrición normal, así que los niveles de hormonas se disparan sin control. Volvemos a la Biblia para descubrir que los patriarcas del Antiguo Testamento se adelantaron a los fisiólogos modernos: Job (21, 24) comenta de un hombre bien alimentado que «sus pechos están llenos de leche».
Hace tiempo es sabido que muchos machos cabríos, por lo demás perfectamente normales, con testículos normales y capacidad probada de inseminar hembras, sorprenden a sus propietarios por el espontáneo crecimiento de ubres y la secreción de leche. La leche masculina de cabra es similar en composición a la leche femenina, presentando incluso un contenido más elevado en proteínas y grasas. La lactancia espontánea también ha sido observada en un mono en condiciones de cautividad, una especie de macaco
(Macaca speciosa)
de Asia suroriental.
En 1994, la producción espontánea de leche masculina fue registrada en una especie animal salvaje, el murciélago frugívoro de Dyak, de Malasia e islas adyacentes. Once machos adultos capturados vivos probaron tener glándulas mamarias funcionales que producían leche cuando eran presionadas manualmente. Algunas de las glándulas mamarias de los machos estaban dilatadas por la leche, sugiriendo que no habían sido succionadas y que, como resultado de, ello, la leche se había acumulado. Sin embargo, otros podrían haber sido succionados porque tenían glándulas menos dilatadas (pero todavía funcionales), como en las hembras lactantes. Entre tres muestras de murciélagos capturados en lugares y en estaciones diferentes, dos incluían machos productores de leche, hembras productoras de leche y hembras preñadas, pero los adultos de ambos sexos en la tercera muestra eran reproductivamente inactivos. Esto sugiere que la lactancia masculina en estos murciélagos podría desarrollarse junto con la lactancia femenina como parte del ciclo reproductivo natural. El examen microscópico de los testículos revelaba un desarrollo aparentemente normal del esperma en los machos que daban leche.
Así pues, mientras que normalmente las madres amamantan y los padres no, los machos de por lo menos alguna especie de mamíferos poseen gran parte del equipamiento anatómico necesario para ello, así como el potencial fisiológico y los receptores hormonales correspondientes. Los machos tratados con hormonas, o bien con otros agentes susceptibles de liberar hormonas, pueden experimentar desarrollo de los pechos, y, algunos, producción de leche. Hay varios informes de hombres adultos aparentemente normales que amamantan a bebés; uno de estos hombres cuya leche fue analizada secretaba azúcares lácteos, proteínas y electrolitos en niveles similares a los de la leche de madre. Todos estos hechos sugieren que habría sido fácil que la lactancia masculina hubiera evolucionado; quizá sólo habría requerido unas pocas mutaciones que generaran una liberación de hormonas incrementada o una eliminación de hormonas disminuida.
Evidentemente, la evolución no diseñó a los hombres para utilizar este potencial fisiológico en condiciones normales. Dicho en terminología informática, por lo menos algunos hombres poseen el hardware necesario; pero nosotros no hemos sido programados por la selección natural para utilizarlo. ¿Por qué no?