Read ¿Por qué es divertido el sexo? Online
Authors: Jared Diamond
Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad
Como causa principal de la mortalidad infantil, el infanticidio supone un serio problema evolutivo para las madres animales, que pierden por ello su inversión genética en la prole asesinada. Por ejemplo, en el transcurso de la vida, una típica hembra de gorila pierde por lo menos una de sus camadas a causa de intrusos gorilas macho infanticidas que intentan conquistar el harén al que ella pertenece. De hecho, cerca de un tercio de todas las muertes de bebés gorila se deben al infanticidio. Si una hembra tiene sólo un breve y llamativamente anunciado estro, un macho dominante puede monopolizarla fácilmente durante este tiempo. Todos los machos, consecuentemente, «saben» que el padre de la cría resultante es su rival, y no tienen ningún reparo en matar al bebé.
Supongamos, entonces, que la hembra tiene ovulación oculta y constante receptividad sexual. Puede explotar estas ventajas para copular con muchos machos, aunque tenga que hacerlo incluso solapadamente, cuando su consorte no preste atención. Mientras que ningún macho puede así estar seguro de su paternidad, muchos machos reconocen que podrían ser los padres de la eventual cría de la hembra. Si más tarde uno de esos machos tiene éxito en ahuyentar al consorte de la madre y en conquistarla, evita matar a su cría porque podría ser la suya propia. Podría incluso ayudar a la cría con protección u otras formas de cuidado paternal. La ovulación oculta de la madre serviría también para disminuir las peleas entre machos adultos dentro del grupo, puesto que cualquier copulación aislada no es muy probable que resulte en concepción, y de ahí que no merezca la pena luchar por ello.
Como ejemplo de cuán ampliamente pueden usar así las hembras la ovulación oculta para confundir sobre la paternidad, consideremos los monos africanos llamados vervet
(Cercopithecus tantalus),
familiares para cualquiera que haya visitado un parque de caza de África oriental. Los monos vervet viven en grupos consistentes en unos siete machos y diez hembras adultos. Puesto que las hembras de esta especie no dan ninguna señal de ovulación, ya sea anatómica o de conducta, la bióloga Sandy Andelman buscó un árbol de acacia con un grupo de vervets, se colocó debajo del árbol, mantuvo en alto una botella y un embudo, recolectó la orina cuando las hembras se aliviaban y la analizó en busca de signos hormonales de ovulación. Andelman siguió también la pista de las cópulas. Resultó que las hembras empezaban a copular mucho antes de haber ovulado, continuaban mucho después de haberlo hecho, y no alcanzaban su cota máxima de receptividad sexual hasta la primera mitad del embarazo.
En ese momento la tripa de la hembra aún no era visiblemente sobresaliente, y los confundidos machos no tenían ni idea de que estaban desperdiciando totalmente sus esfuerzos. Las hembras dejaban finalmente de copular durante la parte final del embarazo, cuando los machos ya no podían ser engañados por más tiempo. Esto todavía dejaba a la mayoría de los machos del grupo un amplio tiempo para mantener relaciones sexuales Con la mayoría de las hembras. Un tercio de los machos podían copular con todas y cada una de ellas. Así pues, a través de la ovulación oculta las hembras de vervet se aseguraban de la benevolente neutralidad de casi todos los machos potencialmente asesinos en su vecindario inmediato.
En resumen, Hrdy considera la ovulación oculta una adaptación evolutiva llevada a cabo por las hembras tendente a minimizar la gran amenaza para la supervivencia de su prole que suponían los machos adultos. Mientras que Alexander y Noonan veían la ovulación oculta Como clarificación de la paternidad y refuerzo de la monogamia, Hrdy la contempla como algo que introduce un factor de confusión en la paternidad y que arruina la monogamia de manera efectiva.
Podrías estar empezando a preguntarte ya sobre una potencial complicación que afecta tanto a la teoría papá-en-casa como a la teoría muchos-padres: ¿por qué la ovulación humana está oculta también para las mujeres, cuando todo lo que se requiere para ambas teorías es que las mujeres oculten la ovulación a los hombres? Por ejemplo, ¿por qué no pueden las mujeres mantener sus traseros del mismo tono rojo todos los días del mes para engañar a los hombres, aunque permanezcan sin embargo conscientes de las sensaciones de la ovulación, y fingir sencillamente interés hacia las relaciones sexuales con hombres lujuriosos en días no ovulatorios?
La respuesta a tal objeción debería ser obvia: resultaría difícil para una mujer fingir convincentemente receptividad sexual si no tuviera ganas y supiera que en ese momento es infértil. Este punto se aplica con particular fuerza a la teoría papá-en-casa. Cuando una mujer está involucrada en una relación monógama de larga duración, en la que los participantes llegan a conocerse el uno al otro íntimamente, sería difícil pata ella engañar a su marido a menos que también ella misma estuviera engañada. Es indudable que la teoría muchos-padres es plausible para aquellas especies animales (y quizá aquellas sociedades humanas tradicionales) en las cuales el infanticidio es un gran problema; pero parece difícil de reconciliar con la sociedad humana moderna tal como la conocemos. Sí, el sexo extramarital se da, pero las dudas acerca de la paternidad siguen siendo la excepción y no la regla que gobierna 1a sociedad. Las pruebas genéticas muestran que por lo menos un 70 por 100, quizá incluso un 95 por 100, de los bebés estadounidenses e ingleses realmente son hijos legítimos, es decir, son del marido de la madre. Sin embargo, no se da el caso de que para cada chico haya a su alrededor muchos hombres radiando benevolente interés, o incluso colmándole de regalos y dispensándole protección mientras piensan: «¡Yo podría ser el auténtico padre de ese niño!»
Por lo tanto, parece poco probable que proteger a sus hijos frente al infanticidio sea lo que empuja hoy a las mujeres a una constante receptividad sexual. Sin embargo, como veremos ahora, las mujeres podrían haber tenido esta motivación en nuestro pasado lejano, y el sexo podría haber asumido subsiguientemente una función diferente que ahora la mantiene.
Entonces ¿qué haremos para evaluar estas dos teorías en disputa? Como tantas otras cuestiones acerca de la evolución humana, ésta no se puede resolver de la forma preferida por los químicos y los biólogos moleculares, con un experimento en un tubo de ensayo. Sí, tendríamos una prueba decisiva si hubiera alguna población humana en la que pudiéramos provocar que las mujeres se pusieran de color rojo brillante en el estro y que permanecieran frígidas en otros momentos, y que los hombres se excitaran solamente con mujeres de color rojo brillante. Entonces podríamos ver si el resultado es más infidelidad y menos cuidado paternal (como pretende la teoría papá-en-casa), o menos infidelidad y más infanticidio (como pretende la teoría muchos-padres). En cuanto a la ciencia, tal prueba es imposible en el presente, y seguiría siendo inmoral incluso si la ingeniería genética la hiciera alguna vez posible.
Pero aún podemos recurrir a otra potente técnica que prefieren los biólogos evolutivos para resolver tales problemas; se denomina método comparativo. Resulta que nosotros los humanos no somos únicos en esconder nuestra ovulación. Mientras que es excepcional entre los mamíferos en general, es bastante común entre los primates superiores (monos y simios), el grupo de mamíferos al que pertenecemos. Docenas de especies de primates no muestran signos externos visibles de ovulación; muchas otras muestran signos de ella, aunque sutiles, y hay otras que la anuncian flagrantemente. La biología reproductiva de cada especie representa el resultado de un experimento llevado a cabo por la naturaleza sobre las ventajas e inconvenientes de ocultar la ovulación. Comparando especies de primates podemos aprender qué características comparten aquellas especies con ovulación oculta pero que, sin embargo, están ausentes en aquellas otras especies con ovulación anunciada.
Esta comparación arroja nueva luz sobre nuestros hábitos sexuales. Fue el tema de un importante estudio realizado por los biólogos suecos Birgitta Sillén-Tullberg y Anders Moller. Su análisis se llevó a cabo en cuatro pasos.
Paso
1. Para tantas especies de primates superiores como pudieron (sesenta y ocho en total), Sillén- Tullberg y Moller hicieron una tabla que reflejase las señales visibles de ovulación. Podría objetarse inmediatamente: ¿visibles para quién? Un mono podría dar señales imperceptibles para nosotros los humanos pero obvias para otro mono tales como olores (feromonas). Por ejemplo, los criadores de ganado que intentan llevar a cabo la inseminación artificial de una vaca lechera premiada tienen grandes problemas para calcular cuándo está ovulando la vaca. Los toros, sin embargo, pueden adivinarlo fácilmente por el olor de la vaca y su comportamiento.
Sí, no podemos ignorar este problema, pero es más serio para las vacas que para los primates superiores. La mayoría de los primates se parecen a nosotros en que son activos durante el día, duermen por la noche y dependen fuertemente de sus ojos. Un macho de macaco rhesus cuya nariz no funciona aún puede reconocer a una hembra ovulante por, el ligero enrojecimiento alrededor de su vagina, aunque incluso Su enrojecimiento no sea ni de cerca tan obvio como el de una hembra de babuino. En aquellas especies de monos que nosotros los humanos consideramos carentes de signos visibles de ovulación, es con frecuencia evidente que los machos están igualmente confundidos porque copulan en momentos totalmente inapropiados tales como con hembras que no están en estro o están preñadas. Luego nuestro propio criterio acerca de los «signos visibles» no es despreciable. El resultado de este primer paso del análisis fue que casi la mitad de los primates estudiados —treinta y dos de sesenta y ocho— se parecían a los humanos en que carecen de señales visibles de ovulación. Estas treinta y dos especies incluyen los monos vervet, los titís y los monos araña además de un simio, el orangután. Otras dieciocho especies, incluyendo nuestro pariente cercano el gorila exhiben ligeras señales. Las restantes dieciocho especies, incluyendo los babuinos y nuestros parientes cercanos los chimpancés, anuncian la ovulación llamativamente.
Paso
2. Después. Sillén- Tullberg y Moller categorizaron las mismas sesenta y ocho especies de acuerdo con su sistema de apareamiento. Once especies —incluyendo los titís, los gibones y muchas sociedades humanas— resultaron ser monógamas. Veintitrés especies —incluyendo otras sociedades humanas, además de los gorilas— tienen harenes de hembras controladas por un único macho adulto. Pero el mayor número de especies de primates —treinta y cuatro incluyendo los monos brevet, los bonobos y los chimpancés— tienen un sistema promiscuo en el cual las hembras se asocian y copulan
rutinariamente
con múltiples machos.
De nuevo son posibles las objeciones: ¿por qué no son los humanos clasificados también como promiscuos? Porque tuve cuidado de subrayar
rutinariamente.
Sí, la mayoría de las mujeres tienen múltiples compañeros sexuales secuencialmente a lo largo de sus vidas, y muchas otras a veces se relacionan simultáneamente con múltiples hombres. Sin embargo, dentro de un ciclo estral dado, la norma es que una mujer tenga relación con un único hombre, pero la norma para una hembra de vervet o de bonobo es estar involucrada en relaciones con varios compañeros.
Paso
3. Como penúltimo paso, Sillén-Tullberg y Moller combinaron los pasos 1 y 2 para preguntar: ¿hay alguna tendencia a favor de 1a ovulación más o menos llamativa que se pueda asociar con un particular sistema de apareamiento? Basada en una lectura ingenua de las dos teorías en competencia, la ovulación oculta debería ser una característica de las especies monógamas si la teoría papá-en-casa es correcta, pero de las especies promiscuas si se sostiene la teoría muchos-padres. De hecho, la sobrecogedora mayoría de las especies monógamas de primates analizadas —diez de once especies— probaron tener ovulación oculta. Ni una sola especie monógama de primate tiene ovulación advertida descaradamente, condición que está sin embargo confinada normalmente (en catorce de dieciocho casos) a las especies promiscuas. Esto parece ser un fuerte apoyo para la teoría papá-en-casa.
Sin embargo el ajuste entre las predicciones y la teoría es sólo un ajuste a medias, porque las correlaciones contrarias no se mantienen en absoluto. Mientras que la mayoría de las especies monógamas tienen ovulación oculta, la ovulación oculta resulta que no es garantía de monogamia. De treinta y dos especies con ovulación oculta, veintidós no son monógamas sino que, por el contrario, son promiscuas o viven en harenes. Los ovuladores ocultos incluyen monos nocturnos monógamos, humanos frecuentemente monógamos, langures que forman harenes y monos vervet promiscuos. Así pues, sea lo que fuere lo que causó la evolución de la ovulación oculta en primer lugar, puede ser mantenido en adelante bajo los sistemas de apareamiento más variados.
De forma similar, mientras que la mayoría de especies con ovulaciones descaradamente anunciadas son promiscuas, la promiscuidad no es garantía de anuncio. De hecho, la mayoría de los primates promiscuos —veinte especies de treinta y cuatro— tienen tanto ovulación oculta como sólo ligeras señales. Las especies que mantienen harenes también tienen ovulaciones invisibles, ligeramente visibles o llamativas, dependiendo de cada especie en particular. Estas complejidades nos informan de que la ovulación oculta probará cumplir varias funciones de acuerdo con el sistema de apareamiento particular con el que coexista.
Paso
4. Para identificar estos cambios de función, Sillén-Tullberg y Moller tuvieron la brillante idea de estudiar el árbol familiar de las especies de primates vivientes. De esta manera, esperaban identificar los puntos en la historia evolutiva de los primates en los que tuvieron lugar cambios en las señales ovulatorias y en los sistemas de apareamiento. La razón que subyace a esto es que algunas especies modernas cercanamente relacionadas unas con otras, y por tanto presumiblemente derivadas recientemente de un ancestro común, resultan diferir en el sistema de apareamiento o en la intensidad de las señales ovulatorias. Esto implica cambios evolutivos recientes en los sistemas de apareamiento o en las señales.
He aquí un ejemplo de cómo funciona el razonamiento. Sabemos que los humanos, los chimpancés y los gorilas son aproximadamente un 98 por 100 idénticos genéticamente y derivan de un ancestro (el eslabón perdido) que vivía hace tan sólo nueve millones de años. Aun así, esos tres modernos descendientes del eslabón perdido exhiben ahora los únicos tres tipos de señales ovulatorias: ovulación oculta en humanos, ligeras señales en gorilas, descarado anuncio en chimpancés. Luego, sólo uno de esos descendientes puede ser como el eslabón perdido en cuanto a señales ovulatorias, y los otros dos descendientes deben haber evolucionado diferentes señales.