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Authors: Jared Diamond
Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad
El envejecimiento (o senescencia, como lo llaman los biólogos) del tracto reproductivo femenino no puede ser provechosamente considerado si es aislado de otros procesos de envejecimiento. Nuestros ojos, riñones, corazón y todos los demás órganos y tejidos también se hacen viejos. Pero el envejecimiento de nuestros órganos no es fisiológicamente inevitable; o por lo menos no es inevitable que envejezcan tan rápidamente como lo hacen en la especie humana, ya que los órganos de algunas tortugas, almejas y otras especies permanecen en buenas condiciones mucho más tiempo que los nuestros.
Los fisiólogos y muchos otros investigadores del envejecimiento tienden a buscar una explicación sencilla y que lo abarque todo. Las explicaciones populares postuladas en décadas recientes han invocado el sistema inmune, los radicales libres, las hormonas y la división celular. Sin embargo, en realidad todos los que estamos por encima de los cuarenta años sabemos que nuestro cuerpo se deteriora gradualmente en todos los aspectos, y no sólo nuestros sistemas inmunes y nuestras defensas contra los radicales libres. Aunque he llevado una vida menos estresada y he disfrutado de mejor atención médica que la mayoría de los casi seis mil millones de personas del mundo, aún puedo señalar los procesos de envejecimiento que ya me han afectado cerca de los cincuenta y nueve años: pérdida de audición de tonos altos, fallo de los ojos para enfocar a distancias cortas, sentidos de gusto y olfato menos agudos, pérdida de un riñón, desgaste de los dientes, dedos menos flexibles, etc. Mi recuperación de las heridas es ahora más lenta de lo que solía ser: tuve que dejar de correr debido a lesiones recurrentes en las pantorrillas, recientemente me recuperé con lentitud de una lesión en el codo izquierdo y ahora me acabo de dañar el tendón de un dedo. Por delante de mí, si la experiencia de otros hombres sirve de alguna guía, descansa la familiar letanía de quejas, incluyendo disfunciones cardíacas, obturación de las arterias, problemas con la vejiga, problemas en las articulaciones, agrandamiento de la próstata, pérdida de la memoria, cáncer de colon, etc. Todo este deterioro es lo que queremos decir con envejecimiento.
Las razones básicas situadas detrás de esta lúgubre letanía son fácilmente comprendidas por analogía con las estructuras construidas por el hombre. Los cuerpos animales, como las máquinas, tienden a deteriorarse gradualmente o quedar gravemente dañadas con el tiempo y el uso. Para combatir estas tendencias, mantenemos y reparamos conscientemente nuestras máquinas. La selección natural asegura que inconscientemente nuestro cuerpo se repara y se mantiene a sí mismo.
Tanto los cuerpos como las máquinas son mantenidos de dos formas. Comenzamos por reparar la pieza de una máquina cuando está gravemente dañada. Por ejemplo, arreglamos el pinchazo de una rueda o un parachoques de un coche y reemplazamos los frenos o los neumáticos si resultan dañados sin posibilidad de reparación. De forma similar, nuestro cuerpo repara los daños graves. El ejemplo más visible es la reparación de heridas cuando nos cortamos la piel, pero en nuestro interior tienen lugar invisiblemente la reparación molecular del ADN dañado y muchos otros procesos de reparación. Al igual que un neumático destrozado sería reemplazado, nuestro cuerpo tiene cierta capacidad para regenerar partes de órganos lesionados, tal como producir nuevo tejido de riñón, hígado e intestino. Esta capacidad de regeneración está mucho mejor desarrollada en muchos otros animales. ¡Ojalá fuéramos como las estrellas de mar, los cangrejos, los pepinos de mar y los lagartos, que pueden regenerar sus brazos, patas, intestinos y cola respectivamente!
La otra clase de conservación de máquinas y cuerpos es el mantenimiento regular o automático para contrarrestar el desgaste gradual, haya o no haya habido un daño grave. Por ejemplo, en los momentos de revisión de mantenimiento programado cambiamos el aceite del motor de nuestro coche, las bujías, la correa del ventilador y los cojinetes. De forma similar, nuestro cuerpo hace crecer constantemente nuevo pelo, reemplaza el recubrimiento del intestino delgado cada pocos días, reemplaza nuestras células sanguíneas cada pocos meses y cada diente una vez en nuestra vida. Una restitución invisible tiene lugar en las moléculas de proteína individuales que constituyen nuestros cuerpos.
Lo bien que mantengas tu coche, y cuánto dinero o recursos destines a su mantenimiento, influye fuertemente en cuánto dura. Lo mismo se puede decir de nuestros cuerpos, no sólo con respecto a nuestros programas de ejercicios, visitas al médico y otro mantenimiento consciente, sino también con respecto a la reparación y mantenimiento inconsciente que nuestros propios cuerpos hacen de sí mismos. El sintetizar nueva piel, tejido del riñón y proteínas emplea mucha energía biosintética. Las especies animales varían ampliamente en su inversión en automantenimiento, y, por tanto, también en el ritmo al que envejecen. Algunas tortugas viven más de un siglo. Los ratones de laboratorio, viviendo en jaulas con comida abundante y sin depredadores ni riesgos y recibiendo mejores atenciones médicas que ninguna tortuga salvaje o que la inmensa mayoría de la gente del mundo, se vuelven inevitablemente decrépitos y mueren de viejos antes de su tercer cumpleaños. Hay diferencias en el envejecimiento incluso entre nosotros los humanos y nuestros parientes más cercanos, los grandes simios. Los simios bien nutridos, que viven en la seguridad de las jaulas del zoológico y son atendidos por veterinarios, en raras ocasiones viven por encima de la edad de sesenta años (si es que llegan a hacerlo alguna vez), mientras que los estadounidenses blancos expuestos a mucho más peligro y recibiendo menos atención médica viven ahora una media de setenta y ocho años los hombres y ochenta y tres las mujeres. ¿Por qué nuestros cuerpos cuidan inconscientemente mejor de sí mismos que los cuerpos de los simios? ¿Por qué las tortugas envejecen mucho más lentamente que los ratones?
Podríamos evitar completamente el envejecimiento y (salvo accidentes) vivir para siempre si sacrificáramos todo a la reparación y cambiáramos todas las partes de nuestros cuerpos con frecuencia. Podríamos evitar la artritis haciendo crecer nuevos miembros, como hacen los cangrejos, evitar el ataque cardíaco haciendo crecer periódicamente un nuevo corazón, y minimizar la caries dental dando lugar a que crezcan nuevos dientes cinco Veces (como hacen los elefantes, en vez de una sola, como hacemos nosotros). Algunos animales proceden a una gran inversión en ciertos aspectos de la reparación de1 cuerpo, pero ningún animal hace una gran inversión en todos los aspectos, y ningún animal evita el envejecimiento por completo.
La analogía con nuestros coches pone de nuevo en evidencia la razón: el coste de la reparación y el mantenimiento. La mayoría de nosotros sólo tiene cantidades limitadas de dinero, las cuales nos vemos obligados a administrar. Sólo nos gastamos el dinero suficiente en la reparación de nuestro coche para mantenerlo funcionando mientras tenga sentido desde el punto de vista económico. Cuando las facturas de reparación suben mucho, encontramos más barato dejar morir al viejo coche y comprarnos uno nuevo. Nuestros genes se enfrentan a una disyuntiva parecida entre reparar el viejo cuerpo que contiene los genes y hacer nuevos contenedores para los genes (es decir, bebés). Los recursos gastados en la reparación, ya sea de coches o de cuerpos, consumen los recursos disponibles para comprar nuevos coches o hacer bebés. Los animales con una autoreparación barata y períodos de vida breves, como los ratones, pueden producir crías mucho más rápidamente de lo que pueden hacerlo animales de mantenimiento caro y de larga vida, como nosotros. Una hembra de ratón que morirá a la edad de dos años, mucho antes de que nosotros los humanos adquiramos la fertilidad, ha estado produciendo cinco crías cada dos meses desde que tenía sólo unos pocos meses.
Es decir, la selección natural ajusta las Inversiones relativas en reparación y reproducción de forma que se maximice así la transmisión de genes a la prole. El equilibrio entre reparación y reproducción difiere entre las especies. Algunas especies escatiman en reparación y producen crías rápidamente, pero mueren pronto, como los ratones. Otras especies, como nosotros, invierten fuertemente en reparación, viven durante casi un siglo y en ese tiempo pueden producir una docena de bebés (si eres una mujer huterita) o cerca de mil bebés (si eres el emperador Moulay el Sediento de Sangre). Tu tasa anual de producción de bebés es inferior a la del ratón (incluso si eres Moulay), pero tienes más años para ponerla en juego.
Resulta que un importante determinante evolutivo de inversión biológica en reparación —y por tanto de período de duración de la vida bajo las mejores condiciones posibles— es el riesgo de muerte por accidentes y malas condiciones de vida. No te gastas dinero en el mantenimiento de tu taxi si eres taxista en Teherán, donde incluso el taxista más precavido está destinado a sufrir un abollón en el parachoques cada pocas semanas. En lugar de ello, ahorras el dinero para comprar el inevitable siguiente taxi. De forma similar, los animales cuyos estilos de vida conllevan un alto riesgo de muerte accidental están evolutivamente programados para escatimar en reparaciones y para envejecer rápidamente, incluso cuando viven en la bien nutrida seguridad de una jaula de laboratorio. Los ratones, objeto de altas tasas de depredación en la naturaleza, están evolutivamente programados para invertir menos en reparación y envejecer más rápidamente que las aves enjauladas de tamaño similar, que en la naturaleza pueden escapar volando de los depredadores. Las tortugas, protegidas en 1a naturaleza por una concha, están programadas para envejecer más lentamente que otros reptiles, mientras que los puerco espines, protegidos por sus espinas, envejecen más lentamente que otros mamíferos comparables en tamaño.
En esta generalización también encajamos nosotros, y nuestros parientes los simios. Los antiguos humanos, que normalmente peli11anecían en el suelo y se defendían con lanzas y fuego, sufrían menor riesgo de muerte por parte de depredadores o por caídas de los árboles que los simios arbóreos. El legado de la programación evolutiva resultante continúa hoy en cuanto que vivimos varias décadas más que los simios de zoológico que viven en condiciones comparables de seguridad, salud y bienestar. Debemos haber evolucionado mejores mecanismos de reparación y un ritmo inferior de envejecimiento en los últimos siete millones de años, desde que nos separamos de nuestros parientes simios, bajamos de los árboles y nos armamos con lanzas, piedras y fuego.
Un razonamiento similar es pertinente para la dolorosa experiencia de que todo en nuestros cuerpos comienza a desmoronarse a medida que nos hacemos viejos. Lamentablemente, esa triste realidad del diseño evolutivo es eficiente en términos de coste. Estarías desperdiciando energía biosintética, que de no ser así podría destinarse a fabricar bebés, si mantuvieras una parte de tu cuerpo en una reparación tan grande que durara más que las otras partes y que tu expectativa de vida. El cuerpo más eficientemente construido es aquel en el que todos los órganos se desgastan por completo aproximadamente al mismo tiempo.
El mismo principio, por supuesto, es aplicable a las máquinas de construcción humana, como ilustra una historia que tiene como protagonista a Henry Ford, el impulsor de la fabricación automovilística rentable. Un día Ford mandó a algunos de sus empleados a depósitos de chatarra, con instrucciones de examinar las condiciones de las piezas que quedaban de los modelos Ford T desechados. Los empleados trajeron de vuelta las noticias aparentemente decepcionantes de que casi todos los componentes mostraban signos de desgaste. Las únicas excepciones eran los pivotes de dirección, los cuales permanecían virtualmente nuevos. Ante la sorpresa de los empleados, Ford, en vez de expresar orgullo sobre sus bien hechos pivotes de dirección, declaró que éstos estaban excesivamente logrados y que en el futuro deberían ser hechos de forma más barata. La conclusión de Ford podría violar nuestro ideal de orgullo en el trabajo esmerado, pero tenía sentido económico: de hecho, había estado desperdiciando dinero en pivotes duraderos que sobrevivían a los coches en los que eran instalados.
El diseño de nuestros cuerpos, que evolucionó a través de selección natural, encaja con el principio de los pivotes de Henry Ford, con una sola excepción. Virtualmente todas las partes del cuerpo humano se desgastan por completo hacia el mismo momento. El principio del pivote de dirección encaja incluso con el tracto reproductivo masculino, que no sufre ningún cese abrupto sino que gradualmente acumula una variedad de problemas, tales como hipertrofia de la próstata y recuento de esperma decreciente en diferentes grados en hombres diferentes. El principio del pivote de dirección también encaja con los cuerpos de los animales. Los animales capturados en la naturaleza muestran pocos signos de deterioro relacionado con el envejecimiento, puesto que un animal salvaje es muy probable que muera a causa de un depredador o de un accidente cuando su cuerpo resulte significativamente afectado. En los zoológicos y las jaulas de los laboratorios, sin embargo, exhiben un deterioro gradual relacionado con la edad en todas las partes de su cuerpo de la misma manera que nos sucede a nosotros.
El mensaje triste se aplica tanto al tracto reproductivo femenino como al masculino de los animales. Las hembras de macaco rhesus se quedan sin óvulos funcionales cerca de la edad de treinta años; la, fertilización de los óvulos en conejos de edad avanzada se vuelve menos fiable; una fracción creciente de óvulos son anormales en los hámsters, conejos y ratones viejos; los embriones fertilizados son crecientemente inviables en hámsters y conejos de avanzada edad; y el envejecimiento mismo del útero conduce a una creciente mortalidad embrionaria en hámsters, conejos y ratones. Así que el tracto reproductivo femenino de los animales es un microcosmos del cuerpo entero en cuanto que todo lo que podría ir mal con la edad va de hecho mal, en diferentes edades y en diferentes individuos.
La deslumbrante excepción al principio de los pivotes es la menopausia femenina humana. En todas las mujeres, en el transcurso de un breve período de edad, cesa completamente, algunas décadas antes de la muerte esperada, incluso antes de la muerte esperada de muchas mujeres cazadoras-recolectoras. Cesa completamente por una razón fisiológica trivial —el agotamiento de los óvulos funcionales— que habría sido sencillo de eliminar tan sólo mediante una mutación que alterara ligeramente el ritmo al cual mueren o se vuelven insensibles los óvulos. Evidentemente, no había nada fisiológicamente inevitable en la menopausia femenina humana y no había nada evolutivamente inevitable en ella desde la perspectiva de los mamíferos en general; y sin embargo, la hembra humana, no el macho, resultó específicamente programada por la selección natural, en algún momento en los últimos pocos millones de años, para cesar completamente la reproducción de forma prematura. Esa senescencia prematura es todavía más sorprendente porque va contra una tendencia abrumadora: en otros aspectos, nosotros los humanos hemos evolucionado un envejecimiento más bien retrasado que prematuro.