Read ¿Por qué es divertido el sexo? Online
Authors: Jared Diamond
Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad
Ya que nosotros los humanos somos excepcionales en nuestras ovulaciones ocultas, incesante receptividad y sexo recreativo, ello sólo puede deberse a que hemos evolucionado para ser así. Resulta especialmente paradójico que en el
Homo sapiens,
especie única por su conciencia de sí, las hembras sean inconscientes de su propia ovulación, cuando las de otros animales tan estúpidos como las vacas son conscientes de ella. Se requirió algo especial para ocultar la ovulación a una hembra tan inteligente y consciente como una mujer. Como descubriremos, se ha demostrado que es inesperadamente difícil para los científicos encontrar qué es ese algo tan especial.
Hay una razón simple por la que la mayoría de los otros animales son sensiblemente mezquinos en lo que se refiere a esfuerzo copulativo: el sexo es costoso en energía, tiempo y riesgo de lesiones o muerte. Permíteme dar cuenta de las razones por las que no deberías amar a tu adorado/a innecesariamente:
Así pues, obtendríamos una gran ventaja si fuéramos tan sexualmente eficientes como otros animales. ¿Qué ventaja compensatoria obtenemos de nuestra aparente ineficiencia?
La especulación científica tiende a centrarse en otro de nuestros rasgos inusuales: la condición de indefensión de las crías humanas hace necesaria gran cantidad de cuidados parentales durante muchos años. Los jóvenes de la mayoría de los mamíferos comienzan a conseguir su propio alimento tan pronto como son destetados; se hacen plenamente independientes poco tiempo después. De ahí que la mayoría de las hembras mamíferas puedan criar, y de hecho críen, a sus jóvenes sin asistencia del padre, al cual ve la madre tan sólo para copular. Entre los humanos, sin embargo, la mayoría del alimento se consigue mediante tecnologías complejas absolutamente fuera del alcance de la destreza o capacidad mental de un niño pequeño. Como resultado, a nuestros hijos hay que facilitarles alimento durante por lo menos una década después del destete, y esta tarea resulta mucho más fácil para dos progenitores que para uno. Incluso hoy en día es duro para la madre soltera humana criar a sus hijos sin asistencia, y solía ser mucho peor en tiempos prehistóricos, cuando éramos cazadores-recolectores.
Consideremos ahora el dilema al que se enfrenta una mujer de las cavernas en período de ovulación que acaba de ser fertilizada. En muchas otras especies de mamíferos, el macho responsable se marcharía rápidamente en busca de otra hembra en estado de ovulación para fertilizarla. Para la mujer de las cavernas, sin embargo, la partida del macho expondría a sus eventuales hijos a la posibilidad de la hambruna o la muerte. ¿Qué puede hacer ella para conservar a ese hombre? Su brillante solución: ¡permanecer sexualmente receptiva incluso después de la ovulación! ¡Mantenerle satisfecho copulando cuando él lo desee! De esa forma éste permanecerá cerca, no necesitará buscar nuevas compañeras sexuales, e incluso compartirá su porción diaria de carne de caza. Así pues, se supone que el sexo recreativo funciona como el adhesivo que mantiene unida a una pareja mientras sus miembros cooperan en la crianza de su indefensa prole. Esta es en esencia la teoría aceptada anteriormente por los antropólogos y que parecía bastante convincente.
Sin embargo, a medida que hemos ido aprendiendo más acerca del Comportamiento animal hemos llegado a advertir que esta teoría del sexo-para-promover-valores-familiares deja muchas preguntas sin contestar. Los chimpancés, y especialmente los bonobos, tienen relaciones sexuales con más frecuencia incluso que nosotros (tanto como varias veces al día), siendo aun así promiscuos y carentes de enlaces de pareja que mantener. A la inversa, uno podría señalar los machos de numerosas especies que no requieren tales sobornos sexuales para ser inducidos a permanecer con su pareja y su prole. Los gibones, que de hecho viven con frecuencia Como parejas monógamas, pasan años sin mantener relaciones sexuales. Puedes ver a través de tu ventana cómo los machos de aves canoras cooperan asiduamente con sus compañeras en la alimentación de la nidada, aunque el sexo haya cesado después de la fertilización. Incluso los gorilas macho con un harén de hembras sólo consiguen unas pocas oportunidades sexuales cada año; sus compañeras están normalmente amamantando o fuera del estro. ¿Por qué tienen que ofrecer las mujeres la concesión de sexo constante, cuando esas otras hembras no tienen que hacerlo?
Hay una diferencia crucial entre nuestras parejas humanas y esas parejas abstinentes de otras especies animales. Los gibones, la mayoría de las aves canoras y los gorilas viven dispersos por el entorno, ocupando cada pareja (o harén) su territorio por separado. Este patrón proporciona pocos encuentros con potenciales compañeros sexuales extramaritales. Quizá el rasgo más distintivo de la sociedad tradicional humana es que las parejas viven dentro de grandes grupos con otras parejas con las que tienen que cooperar económicamente. Para encontrar un animal con una disposición vital paralela uno tiene que ir mucho más allá de nuestros parientes mamíferos, hasta las colonias densamente abarrotadas de aves marinas anidando. No obstante, incluso las parejas de aves marinas no son tan dependientes económicamente 1as unas de las otras como lo somos nosotros.
El dilema sexual humano consiste, entonces, en que un padre y una madre deben trabajar juntos durante años para criar a sus indefensos hijos a pesar de estar frecuentemente tentados por otros adultos fértiles de su entorno. El fantasma de la ruptura del matrimonio por sexo extramarital, con sus consecuencias potencialmente desastrosas para la cooperación parental en la cría de los hijos, está omnipresente en las sociedades humanas. De alguna manera, evolucionamos la ovulación oculta y la constante receptividad para hacer posible nuestra combinación única de matrimonio, coparentela y tentación adúltera. ¿Cómo encaja todo esto?
La tardía apreciación de tales paradojas por parte de los científicos ha dado como resultado una avalancha de teorías en competencia, cada una de las cuales tiende a reflejar el género de su autor. Por ejemplo, hay una teoría de la prostitución propuesta por un científico varón: las mujeres evolucionaron el comercio de favores sexuales a cambio de donaciones de carne de los machos cazadores. También hay una teoría de un científico varón acerca de mejores-genes-mediante-infidelidad, que razona que la mujer de las cavernas que tenía la desgracia de haber sido casada por su clan con un hombre incapaz, podía utilizar su constante receptividad para atraer a (y quedar embarazada extramatrimonialmente de) un hombre de las cavernas del vecindario con genes superiores.
Está después la teoría anticonceptiva propuesta por una científica mujer, muy consciente de que el parto es doloroso y peligroso de manera única en la especie humana debido al gran tamaño del humano recién nacido comparado con su madre, y comparado con esa proporción en nuestros parientes simios. Una mujer que pesa cincuenta kilos da típicamente a luz a un bebé de tres kilos de peso, mientras que una gorila hembra del doble de su tamaño (cien kilos) da a luz a una cría sólo la mitad de grande (kilo y medio). En consecuencia, las madres humanas morían frecuentemente en el parto antes de la aparición de la atención médica moderna, y todavía las mujeres son atendidas en el parto por personas que las ayudan (tocólogos y enfermeras en las sociedades modernas del Primer mundo, comadronas o parteras, o mujeres mucho mayores en las sociedades tradicionales), mientras que las hembras de gorila dan a luz sin atención y nunca ha sido registrado que muriesen en el parto. De ahí que, de acuerdo con la teoría anticonceptiva, las mujeres de las cavernas conscientes del dolor y del peligro del parto, y también conscientes de su día de ovulación, utilizaran mal ese conocimiento para evitar el sexo exactamente en ese momento. Esas mujeres no consiguieron transmitir sus genes, dejando el mundo poblado de mujeres ignorantes de su momento de ovulación, y, por tanto, incapaces de evitar tener relaciones sexuales mientras eran fértiles.
De esta plétora; de hipótesis para explicar la ovulación oculta, dos, a las que me referiré como la teoría «papá-en-casa» y la teoría «muchos-padres», han sobrevivido como las más plausibles. Resulta interesante que las dos hipótesis sean virtualmente opuestas. La teoría papá-en-casa propone que la ovulación oculta evolucionó para promover la monogamia, para forzar al hombre a quedarse en casa y reafirmar así su seguridad acerca de la paternidad de los hijos de su esposa. En cambio, la teoría muchos padres propone que la ovulación oculta evolucionó para dar a la mujer acceso a muchos compañeros sexuales y dejar así a muchos hombres con la incertidumbre de la paternidad de sus hijos.
Tomemos primero la teoría de papá-en-casa, desarrollada por los biólogos Richard Alexander y Katharine Noonan de la Universidad de Michigan. Para entender su teoría imaginemos lo que sería la vida de casado si realmente las mujeres
anunciaran
sus ovulaciones con traseros de color rojo brillante como las hembras de babuino. Un marido reconocería infaliblemente, por el color del trasero de su esposa, el día en el que ella está ovulando. Ese día se quedaría en casa y haría el amor con ella asiduamente para fertilizarla y transmitir sus genes. El resto de los días se daría cuenta por el pálido trasero de su esposa, de que hacer el amor con ella sería inútil. En vez de ello, vagaría en busca de otras señoras de trasero rojo no vigiladas, de manera que pudiera fertilizarlas también a ellas, transmitiendo de este modo aún más cantidad de sus genes. Se sentiría seguro dejando a su mujer en casa en ese momento, porque sabría que ella no es ya sexualmente receptiva a los hombres, y que de todas formas no podría ser fertilizada. Esto es lo que hacen de hecho los gansos, las gaviotas y los papamoscas macho.
Para los humanos, el resultado de tales matrimonios con ovulaciones anunciadas sería terrible. Los padres raramente estarían en casa, las madres serían incapaces de criar, a sus hijos sin ayuda, y los bebés morirían a montones. Esto sería nefasto para madres y padres, porque ninguno de ellos tendría éxito en la propagación de sus genes.
Imaginemos ahora el argumento contrario, en el que un marido no tiene pista alguna de los días fértiles de su esposa. Tiene entonces que quedarse en casa y hacer el amor con ella tantos días del mes como sea posible si quiere contar con muchas oportunidades de fertilizarla. Otro motivo para permanecer en su casa es vigilarla constantemente ante otros hombres puesto que ella podría resultar ser fértil cualquier día en el que él estuviese fuera. Si el marido infiel tiene la mala suerte de estar en la cama con otra mujer el día en que da la casualidad de que su mujer esta ovulando, algún otro hombre podría estar en la cama del tenorio fertilizando a su mujer mientras el propio tenorio está desperdiciando su esperma adúltero en una amante que, de todas formas, es poco probable que esté ovulando. Según este argumento opuesto, un hombre tiene menos razones para vagar puesto que no puede identificar cuáles de las mujeres de sus vecinos son fértiles. El final feliz: tos padres se quedan cerca y comparten el cuidado de los bebés, con el resultado de que los bebés sobreviven. Esto es bueno para las madres tanto como para los padres, los cuales tendrán ahora éxito en la transmisión de sus genes.
En efecto, Alexander y Noonan sostienen que la peculiar fisiología de la hembra humana fuerza a los maridos a quedarse en casa (por lo menos más de lo que lo harían de otra manera). La mujer gana reclutando un coprogenitor activo. Pero el hombre también gana,
siempre y cuando
coopere y juegue según las normas del cuerpo de su mujer. Permaneciendo en casa adquiere confianza en que los hijos que él está ayudando a criar realmente llevan sus genes. No necesita sentirse temeroso de que, mientras él ha salido a cazar, su mujer (como una hembra de babuino) pueda empezar a hacer ostentación de su trasero de color rojo intenso como anuncio de su inminente ovulación, atrayendo así a enjambres de pretendientes y apareándose públicamente con todos los hombres de los alrededores. Los hombres aceptan estas reglas básicas hasta tal punto que continúan teniendo relaciones sexuales con sus mujeres durante el embarazo y después de la menopausia, incluso cuando saben que la fertilización es imposible. De esta forma, bajo el punto de vista de Alexander y Noonan, la ovulación oculta de las mujeres y la constante receptividad evolucionaron para promover la monogamia, el cuidado paternal y la confianza del padre en su paternidad.
Compitiendo con esta visión está la teoría muchos-padres desarrollada por la antropóloga Sarah Hrdy, de la Universidad de California en Davis. Hace ya mucho que los antropólogos han reconocido que el infanticidio solía ser común en muchas sociedades tradicionales humanas, aunque los estados modernos tienen ahora leyes opuestas al mismo. Sin embargo, hasta los recientes estudios de campo llevados a cabo por Hrdy y otros, los zoólogos no valoraban lo frecuente que es el infanticidio también entre los animales. Las especies en las que ha sido documentado incluyen a nuestros parientes animales más cercanos, los chimpancés y los gorilas, además de a un amplio espectro de otras especies, desde leones hasta perros cazadores africanos. Es especialmente probable que el infanticidio sea cometido por machos adultos contra los cachorros de hembras con las cuales nunca han copulado; por ejemplo, cuando los machos intrusos intentan derrocar a los machos residentes y adquirir su harén de hembras. De este modo, el usurpador «sabe» que las crías asesinadas no son las suyas.
Naturalmente, el infanticidio nos horroriza y nos hace preguntarnos por qué los animales (y antiguamente los humanos) lo practican con tanta frecuencia. Reflexionando, advertimos que el asesino obtiene una espeluznante ventaja genética. No es probable que una hembra ovule mientras esté amamantando a una cría. Pero un intruso asesino no está genéticamente relacionado con las crías de un grupo que acaba de conquistar. Asesinando a esa cría, finaliza la producción de leche de la madre, con lo que la estimula para retomar el ciclo estral. En muchos o en la mayoría de los casos de infanticidio animal y toma del poder, el asesino procede a fertilizar a la afligida madre, que gesta así una cría que lleva los genes del asesino.