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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (75 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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El agente de la SI que se había llevado mi carné se acercó sin prisa al hombre que tenía delante.

—Hola, Ralph. Has llegado muy rápido. —Se volvió hacia mí, había camaradería en los ojos del brujo cuando me devolvió el carné—. Señorita Morgan, ¿qué está haciendo tan lejos de los Hollows?

—¿Cincinnati? —Ralph me miró, sorprendido—. ¿Quiere decir que es Rachel Morgan? —S u mirada se posó en Ivy—. Usted es la chica de Piscary. ¿Qué está haciendo tan al norte?

—Pues conseguir que maten al novio de mi socia —dijo Ivy y el hombre se tomó su mirada asesina como humor negro. El agente Ralph ya había sacado la llave de las esposas y se las estaba quitando, frunció el ceño cuando se dio cuenta que Jenks no llevaba las suyas; yo levanté la muñeca con mi pequeña cinta negra y él la cortó con un cortaúñas especial que llevaba en el llavero. Yo quería uno de esos.

—¿Dónde se aloja? —preguntó Ralph mientras Ivy se frotaba las muñecas ya liberadas—. Voy a querer hablar con usted antes de que se vaya a casa.

Ivy se lo explicó mientras yo me quedaba mirando al agua. Nick no estaba muerto y la conmoción de verlo caer por el puente estaba evolucionando y convirtiéndose en una desagradable sensación de satisfacción. Le había vencido. Había vencido a Nick en su propio juego. Con las rodillas temblorosas, me alejé tambaleándome. Ivy se apresuró a terminar con Ralph y con ella a un lado y Jenks al otro, empecé a reír. No sabía cómo íbamos a volver a la habitación. Los tres no cabíamos en el Corvette de Kisten.

—Por las margaritas de Campanilla —le susurró Jenks a Ivy a mis espaldas—. Ha perdido la chaveta.

—Estoy bien —dije, mientras me maldecía y reía a la vez—. Y él también. Ese cabrón chiflado está bien.

Jenks intercambió una mirada apenada con Ivy.

—Rache —me dijo en voz baja—. Ya has oído al tío. Y yo leí la placa que dice cuántas personas perdieron la vida construyendo el puente. No sobreviviría al impacto contra el agua, e incluso si sobreviviera, estaría inconsciente y se ahogaría. Nick se ha ido.

Pasamos junto a los periodistas y cogí aire, aunque sin respirar hondo; era un consuelo que me dolieran las costillas. Estaba viva e iba a seguir estándolo.

—Nick también lo sabía —admití bajo la luz cada vez más tenue—. Y, sí, se ha ido, pero no está muerto.

Jenks cogió aire para protestar, pero lo interrumpí.

—Jax estaba aquí —dije, y Jenks nos detuvo a todos en medio del carril cerrado del norte. La gente giraba a nuestro alrededor pero ya nos habían olvidado.

—¡Jax! —exclamó Jenks, al que Ivy hizo callar con un tirón.

—¡Cállate! —le gruñó de golpe.

—Tenía un amuleto de inercia —le expliqué y la cara de Jenks pasó de la esperanza a una expresión desgarradora de comprensión—. Jax estaba aquí para bajar volando hasta el agua antes de que la grúa chocara contra el agua.

»Y los tanques de nitrógeno —continué mientras Jenks empalidecía— no explotaron. Usó las cargas para volar las llantas, sabía que el camión era lo bastante pesado como para atravesar el quitamiedos temporal.

La cara de Ivy carecía de expresión, pero sus ojos comenzaban a oscurecerse de furia.

Sacudí la cabeza y aparté la mirada antes de que me asustara.

—Le haré una llamada a Marshal, pero apuesto que a su equipo le falta algo. Nunca me puse a mirar qué había metido Nick en esa taquilla que tenía en la camioneta. Mi ex está nadando ahí fuera y apuesto que Jax está con él.

A Jenks se le escapó un gemido de dolor y pensé que ojalá pudiera haber dicho que no era cierto. Al sentir su dolor lo miré a los ojos. Mostraban una traición profunda de la que nunca hablaría. Jenks le había enseñado a Jax todo lo que había podido en los últimos días con la idea de que el pequeño pixie ocupara su lugar. Y Jax lo había cogido todo y lo había usado para engañarnos. Con Nick.

—Lo siento, Jenks —dije, pero mi amigo se dio la vuelta con los hombros encorvados, parecía muy viejo.

Ivy intentó meterse un mechón de cabello demasiado corto tras la oreja.

—Yo también lo siento, Jenks, pero tenemos un gran problema. En cuanto Nick se instale y se sienta seguro como un don nadie cualquiera, va a vender esa cosa y se va a montar una buena entre los vampiros y los hombres lobo.

Algo en mí se endureció y murieron los últimos sentimientos que pudiera tener por Nick. Después le sonreía Ivy sin enseñar los dientes y me subí más el bolso por el hombro, ya bastante magullado.

—No lo va a vender.

—¿Y por qué no? —me preguntó ella con tono irritado.

—Porque no tiene el auténtico. —Busqué el Corvette de Kisten y lo encontré junto a una torre eléctrica. Quizá pudiéramos hacer un exceso y mudarnos al Holiday Inn esa noche. No me iría mal un bañito caliente—. No pasé la maldición a la estatua del lobo —añadí y recordé que todavía no había explicado la idea entera—. La pasé al tótem que Jenks le iba a regalara Matalina.

Ivy se nos quedó mirando y leyó en la falta de respuesta de Jenks que ella era la única que no lo sabía. El pixie estaba mirando a la nada, en su postura todavía estaba grabado el dolor que le había producido su hijo, que acababa de enterrar en el barro todo lo que a él le importaba.

—¿Cuándo ibais a decírmelo? —nos acusó; un sofoco le coloreaba las mejillas. Se ponía guapa cuando se enfadaba y sonreí. Esa vez de verdad.

—¿Qué? —dije—. ¿Y arriesgarme a pasarme los dos días siguientes intentando convencerte para que cambiaras el plan? —Ivy resopló y yo le toqué el brazo—. Intenté decírtelo —dije—. Pero tú saliste hecha una furia como si fueras un ángel vengador.

Ivy me miró los dedos, todavía en su brazo y yo los quité tras dudar apenas un instante.

—Nick es un imbécil —dije—. Pero es listo. Si te lo hubiera dicho, habrías actuado de modo diferente y él lo habría sabido.

—Pero se lo dijiste a Jenks —dijo.

—¡Está escondido entre sus calzoncillos! —contesté, exasperada, no quería seguir hablando del tema—. Por Dios, Ivy. No voy a enredar con la ropa interior de Jenks a menos que él lo sepa.

Ivy hizo un mohín. Aquella vampira sexi de metro ochenta vestida de cuero negro arañado se cruzó de brazo se hizo un mohín.

—Seguramente voy a tener que hacer más servicios a la comunidad por pegarles a todos esos agentes de la SI —gruñó—. Pues muchas putas gracias.

Yo me hundí de repente al oír el perdón en sus palabras.

—Al menos no se lo llevó —sugerí. Ivy lanzó una mano al airee intentó parecer indignada pero yo noté que estaba aliviada.

Jenks consiguió esbozar una débil sonrisa y su mirada se posó en el Corvette de Kisten.

—¿Puedo conducir yo? —preguntó. Ivy frunció el ceño y apretó los labios.

—No vamos a caber todos en eso. Quizá pueda llevarnos Ralph. Dadme un momento, ¿vale?

—Cabemos —dijo Jenks—. Puedo mover el asiento hacia atrás y Rachel puede sentarse en mi regazo.

Ivy se fue por un lado y Jenks por el otro. Mi protesta se quedó en el aire cuando encontré un punto de quietud entre el torbellino caótico de reporteros, agentes y mirones. Separé los labios. Era Brett, de pie sobre una barrera de cemento para poder ver por encima de la multitud. Me estaba observando y cuando se encontraron nuestros ojos, él se llevó la mano al borde de la gorra a modo de saludo. Había un desgarro en la tela, allí donde alguien había arrancado el emblema, y con un movimiento muy significativo se la quitó y la dejó caer. Después se giró y echó a andar hacia el extremo del puente que llevaba a Mackinaw. Y desapareció.

Me di cuenta que pensaba que lo había hecho yo y me quedé inmóvil. Creía que yo había reventado las llantas del camión grúa y que había matado a Nick por intentar ganarme por la mano, e iban dos veces. Maldita fuera. No sabía si esa clase de reputación me salvaría la vida o haría que me mataran.

—¿Rache? —Jenks volvió tras echar hacia atrás el asiento del pasajero tanto como había podido—. ¿Qué pasa?

Me llevé una mano a la cara fría y me encontré con los ojos preocupados de mi amigo.

—Nada. —Decidida a resolverlo más tarde, me puse a pensar en su lugar en el baño que pensaba darme. Había vencido a Nick en su propio juego. La pregunta era, ¿sobreviviría a la victoria?

35.

Resbalé con el tacón de la bota en la acera irregular y el ruido que hice al recuperar el equilibrio se oyó apagado en el aire denso tras la lluvia de esa noche. La leve punzada que me dio la pierna me recordó que no estaba bien del todo. Ya hacía rato que se había puesto el sol y las nubes hacían la noche más oscura de lo que debería ser, cerrada y cálida. Chapoteé en un charco, de demasiado buen humor como para que me importara si se me mojaban los tobillos. Tenía una masa de pizza subiendo en la cocina y una bolsa de la compra llena de ingredientes para ponerle.

Esa noche íbamos a comer temprano; Ivy tenía un trabajo y Kisten me iba a llevar al cine y yo no quería atiborrarme de palomitas. Al pasar bajo un arce atrofiado por la contaminación e iluminado por las farolas, estiré el brazo para tocarle las hojas y sonreí al sentir la suavidad verde que me rozaba la piel. Estaban húmedas y dejé que me quedara la mano húmeda y fresca bajo el aire nocturno. La calle estaba muy tranquila. La única familia humana que vivía allí estaba en casa, viendo la tele, y todos los demás estaban trabajando o en la escuela. El murmullo de Cincinnati era un sonido lejano y remoto, el rumor sordo de unos leones dormidos.

Ajusté la correa de mi nueva bolsa de la compra de lona y pensé que mientras habíamos estado fuera, la primavera había metido la directa. Ya había pasado casi un año desde que había dejado la SI.

—Y estoy viva —le susurré al mundo. Estaba viva y me iba bien. No, me iba genial.

Oí el carraspeo suave de una garganta cerca de mí pero me las arreglé para no dar una sacudida ni alterar el paso. Provenía de la acera de enfrente y busqué entre las sombras hasta que encontré a un hombre lobo con buenos músculos, vaqueros y una camisa de vestir. Llevaba siguiéndome toda la semana. Era Brett.

Me obligué a aflojar la mandíbula y asentí con gesto respetuoso, a cambio recibí un saludo rápido y enérgico. Seguí bajando por la calle balanceando el brazo libre y chapoteando en los charcos que encontraba en mi camino. Brett no me iba a molestar. Se me había ocurrido que estaba buscando el foco (o bien quería confirmar que había desaparecido de verdad o quería utilizarlo para volver a congraciarse con Walter si no había desaparecido) pero no creí que fuera eso. Cuando había dejado caer la gorra en el puente del Mackinac y se había ido me había parecido que se había convertido en un lobo solitario. Pero de momento solo estaba observando. David había hecho lo mismo durante meses antes de dar a conocer por fin su presencia. Cuando no estaban seguros de su rango, los hombres lobo eran pacientes y cautos. Acudiría a mí cuando estuviese listo.

Y yo estaba de muy buen humor como para preocuparme por eso. Estaba tan contenta de estar en casa… Me habían quitado los puntos y las cicatrices eran unas líneas finas fáciles de esconder. Se me estaba quitando la cojera y gracias a la maldición que había utilizado para transformarme en lobo, no tenía ninguna peca. El aire suave salía y entraba con facilidad de mis pulmones mientras andaba, y me sentía atrevida. Atrevida y estupenda con mis botas hechas por vampiros y la cazadora de aviador de Jenks. Me había puesto la gorra que Jenks les había robado a los hombres lobo de la isla, que añadía un bonito toque de chica mala. El tío de la tienda de la esquina había pensado que yo era muy mona.

Pasé junto a mi coche tapado en el garaje abierto y mi buen humor peligro un poco. La SI me había suspendido el carné. No era justo, hombre. Les había ahorrado una tonelada de problemas políticos y ¿me lo agradecieron siquiera? No. Me quitaron el carné.

No quería perder el buen humor, y me obligué a dejar de fruncir el ceño. La SI había hecho un anuncio público, en la última página del periódico, en la sección de la comunidad, donde me comunicaban que me habían absuelto de toda sospecha y que no había ningún indicio de delito en las muertes accidentales que se habían producido en el puente. Pero a puerta cerrada, un vampiro no muerto me había apretado las tuercas por intentar ocuparme de un artefacto tan poderoso en lugar de llevárselo a ellos. El tipo no dio marcha atrás hasta que Jenks amenazó con cortarle los huevos y dármelos para que hiciera una bola mágica a amigos como esos ha y que adorarlos.

El vampiro no muerto no consiguió que confesara que mi intención había sido matara Peter y eso lo cabreó como un mono. Era tan guapo como peligroso, con el cabello blanco como la nieve y rasgos marcados, y aunque me dio caña hasta tal punto que habría estado dispuesta a tener un hijo suyo, no pudo asustarme lo suficiente como para que olvidara que tenía derechos. No después de haber sobrevivido a Piscary, al que esos derechos le daban igual. Toda la SI nacional estaba cabreada conmigo, creían que el foco se había caído por el puente, con Nick, en lugar de entregárselo a ellos.

Se estaba haciendo una búsqueda continua, veinticuatro horas al día, con el fin de encontrar el artefacto en el fondo de los estrechos a los nativos les parecía una estupidez, ya que la corriente lo habría dejado en el lago Hurón poco después de que el camión chocara contra el agua, y yo pensaba que era una estupidez porque el verdadero artefacto estaba escondido en el salón de Jenks. Dada la postura oficial que había adoptado la SI, no podían encerrarme, pero con los puntos añadidos tras el accidente con Peter, lo que sí podían hacer era suspenderme el carné. Las alternativas que tenía eran coger el autobús durante seis meses o apretar los dientes e ira clases en la autoescuela. Dios, no. Sería la más vieja de toda la clase.

Con el humor un poco más apagado, subí los escalones de la iglesia de dos en dos y sentí que me protestaba la pierna. Tiré de la pesada puerta de madera para abrirla, me colé en el interior y respiré hondo para disfrutar del aroma a salsa de tomate y beicon. La masa de la pizza seguramente ya estaría lista y la salsa de Kisten había estado cocinándose a fuego lento casi todo el día. Mi vampiro había estado haciéndome compañía toda la tarde mientras yo terminaba de reabastecer mi armario de hechizos. Incluso me había ayudado a limpiar el desastre que había montado.

Cerré la puerta sin casi golpearla. Todas las ventanas de la iglesia estaban abiertas para dejar entrar la noche húmeda. Estaba deseando meterme en el jardín al día siguiente y hasta tenía unas cuantas semillas que quería probar. Ivy se reía de mí y de la pila de catálogos de semillas que me habían encontrado de algún modo a pesar del cambio de dirección, pero yo la había sorprendido hojeando uno.

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