Peter no se movió cuando tiré del mando. Me incliné sobre el asiento y me quedé fría cuando el salpicadero continuó a oscuras. Apreté el mando y volvía tirar de él.
—No funcionan —dije mientras un coche pasaba junto a nosotros. Lo apreté y volvía tirar—. ¿Por qué no funcionan, maldita sea?
—Le pedía Jenks que las desconectara.
—¡Hijo de puta! —grité, golpeé el salpicadero y me lastimé la mano a pesar del amuleto para el dolor—. ¡Ese maldito hijo de puta! —Empezaron a caerme las lágrimas y me giré en el asiento, desesperada por poner fin a aquello.
Peter me cogió por el hombro y me pellizcó.
—¡Rachel! —exclamó, su expresión, invadida por la culpa, me miró desde la cara de Nick y me desgarró el corazón—. Por favor —me rogó—. Quería terminar así porque así ayudaría a alguien. Espero que si te ayudo a ti, Dios me acepte incluso sin mi alma. Por favor… no pares.
Me había echado a llorar. No podía evitarlo. No quité el pie en el acelerador y mantuve la misma distancia de cinco metros con el coche de delante. Peter quería morir y yo iba a ayudarlo, estuviera de acuerdo o no.
—No funciona así, Peter —dije, tenía la voz chillona—. Hicieron un estudio sobre eso. Sin la mente para acompañarla, el alma no tiene nada que la sostenga y se derrumba. Peter, no quedará nada. Será como si nunca hubieras existido…
El vampiro miró la carretera. Su rostro empalideció bajo la luz ambarina.
—Oh, Dios. Ahí está.
Respiré hondo y contuve el aire.
—Peter —dije, desesperada. No podía dar la vuelta. No podía frenar. Tenía que hacerlo. Las sombras de las vigas parecieron pasar más rápido—. ¡Peter!
—Tengo miedo.
Miré por encima de los coches hacia el camión blanco que venía a por nosotros. Vi a Nick, el disfraz del doble de Peter había desaparecido y el legal ocupaba su lugar. Tanteé y encontré la mano de Peter. La tenía húmeda de sudor y se aferró a la mía con la fuerza de un niño asustado.
—Estaré ahí —dije sin aliento e incapaz de apartar los ojos del camión que se cernía sobre nosotros. ¿Qué estaba haciendo?
—Por favor, no dejes que me queme cuando exploten los tanques. ¿Por favor, Rachel?
Me dolía la cabeza. No podía respirar.
—No dejaré que te quemes —dije, las lágrimas me enfriaban la cara—. Me quedaré contigo, Peter. Te lo prometo. Te daré la mano. Me quedaré hasta que te vayas, estaré ahí cuando te vayas para que nadie te olvide. —Estaba farfullando pero me daba igual—. No te olvidaré, Peter. Te recordaré.
—Dile a Audrey que la quiero, aunque no recuerde por qué.
El último coche que quedaba entre nosotros había desaparecido. Respiré hondo y contuve el aire. Tenía los ojos clavados en las llantas del camión. Que giraron.
—¡Peter!
Pasó muy rápido.
El camión atravesó la línea temporal. Clavé los pies en los frenos, el instinto de supervivencia se hizo con el control. Tensé el brazo y me aferré al volante ya la mano de Peter a la vez.
El camión de Nick viró. Se cernió sobre nosotros, el panel plano del lateral fue de pronto lo único que podía ver. Estaba intentando cruzar el carril entero y no darme a mí. Giré el volante con los dientes apretados, aterrada. Iba a intentar no darme a mí. Estaba intentando golpear solo el lado del pasajero.
El camión se estrelló contra nosotros como la bola de una demoledora. Una sacudida me echó la cabeza hacia delante y ahogué un grito antes de que la maldición de inercia hiciera efecto. No podía respirar cuando el airbag me golpeó en la cara como una almohada mojada y me hizo daño. Me invadió una sensación de alivio y después de culpa al pensar que estaba a salvo mientras que Peter.
Oh, Dios, Peter
…
Con el corazón martilleándome en el pecho me sentí como si estuviera envuelta en un algodón confuso. No podía moverme. No veía. Pero sí que oía. El sonido del quejido de las ruedas lo ahogó el chirrido aterrador del metal retorcido. Conseguí aspirar una bocanada de aire, un jadeo entrecortado en la garganta. Me dio un vuelco el estómago y el mundo empezó a dar vueltas cuando el impulso nos hizo girar.
Empujé el plástico con olor a aceite y lo aparté. Seguíamos girando y me atravesó el terror cuando el camión Mack se hundió en el quitamiedos temporal y se metió en los carriles vacíos del norte. Nuestro vehículo se agitó cuando chocamos con algo y se detuvo con una sacudida que casi nos arranca la espalda.
Bajé de un empujón el airbag, luchaba contra él, temblaba y parpadeaba en medio del silencio. El plástico estaba manchado de rojo y me miré las manos.
Estaban rojas. Estaba sangrando. La sangre las hacía resbaladizas allí donde me había clavado las uñas en las palmas.
Sí
, pensé, embotada, al ver el cielo gris y el agua oscura.
Ese es el aspecto que deberían tener las manos de una asesina
.
Me bañó el calor del motor, empujado por la brisa que soplaba en el puente.
El cristal de seguridad cubría el asiento y también a mí. Parpadeé y me asomé por el parabrisas destrozado. El lado de Peter de la camioneta se había estrellado contra una torre de alta tensión. No habría forma de sacarlo por allí. El golpe nos había metido con un golpe limpio en el carril vacío del norte. Vi las islas más allá de Peter y el quitamiedos que estaban reparando. Algo… algo había arrancado el capó de la camioneta azul de Nick. Vi el motor, retorcido y humeante. Mierda, estaba casi en el asiento de delante, conmigo, junto con el parabrisas.
Había un hombre gritando. Pude oír gente y puertas de coches que se cerraban. Me volví hacia Peter.
Oh, joder
.
Intenté moverme, me asusté cuando se me quedó pegado un pie y empezó a invadirme el pánico hasta que decidí que no se movía porque estaba atrapado, no porque estuviese roto. Estaba encajado entre la consola y la parte de delante del asiento. Los vaqueros se me estaban poniendo de un color rojo húmedo de la pantorrilla hacia abajo. Supuse que tenía un corte por alguna parte. Paseé la mirada con aire entumecido por la pierna. Era la pantorrilla. Me pareció que me había cortado la pantorrilla.
—¡Señorita! —dijo un hombre que llegó corriendo a mi ventanilla y se aferró al marco vacío con una mano gruesa, llevaba una alianza de casado en el dedo—. Señorita, ¿se encuentra bien?
Mejor, imposible
, pensé mientras lo miraba con un parpadeo. Intenté decir algo pero no me funcionaba la boca. Emití un sonido horrendo, escalofriante.
—No se mueva. Ya he llamado a la ambulancia. Creo que se supone que no debe moverse. —Sus ojos se posaron en Peter, que seguía a mi lado, y se dio la vuelta. Oí el sonido de unas arcadas.
—Peter —susurré, me dolía el pecho. No podía respirar hondo así que cogí breves bocanadas de aire. Luché con el cinturón, que por fin se soltó y mientras la gente gritaba y se reunía como hormigas sobre una oruga, me liberé el pie de un tirón. Todavía no me dolía nada, pero estaba segura que eso iba a cambiar.
—Peter —dije otra vez mientras le tocaba la cara. Tenía los ojos cerrados pero respiraba. Sangraba un poco por un corte desigual que tenía encima de una ceja. Le desabroché el cinturón y abrió los ojos con un suave parpadeo.
—¿Rachel? —dijo, se le arrugó la cara de dolor—. ¿Estoy muerto ya?
—No, cielo —dije mientras le acariciaba la cara a veces la transición de la vida a la muerte se hace en un instante, pero no cuando ha y tanto daño y no con el sol todavía en el cielo. Peter iba a dormir una larga siesta para despertar muerto de hambre y entero. Conseguí esbozar una sonrisa, me quité el amuleto del dolor y lo cubrí con él. Me dolía el pecho pero no sentía nada, estaba entumecida por dentro y por fuera.
Peter estaba muy pálido y la sangre se le iba acumulando en el regazo.
—Escucha —dije, le coloqué bien el abrigo con los dedos rojos para no tener que ver los destrozos de su pecho—. Parece que tienes las piernas bien y los brazos también. Tienes un corte encima del ojo. Creo que tienes el pecho aplastado. Dentro de una semana, más o menos, podrás llevarme a bailar.
—Fuera —susurró—. Sal y haz volar la camioneta. Maldita sea, ni siquiera puedo morir bien. No quería quemarme. —Empezó a llorar y las lágrimas dejaron un rastro claro por su rostro ensangrentado—. No quería tener que quemarme…
No me parecía que Peter fuera a sobrevivir a aquello ni aunque la ambulancia llegara a tiempo.
—No voy a quemarte, te lo prometo.
—Voy a vomitar. Esto es todo, no hay más.
—Tengo miedo —gimoteó, se oía un borboteo cuando respiraba, los pulmones se le estaban encharcando de sangre. Recé para que no empezara a toser.
Deslicé unos trozos rotos del cristal de seguridad, me acerqué un poco más y sostuve con suavidad su cuerpo contra el mío.
—Está brillando el sol —dije, cerré los ojos con fuerza y me invadieron los recuerdos de mi padre—. Como tú querías. ¿Lo sientes? Ya no tardará mucho. Y yo estaré aquí.
—Gracias —dijo, en sus palabras había un sonido líquido aterrador—. Gracias por intentar encender las luces. Eso como si mereciera la pena salvarme.
Se me cerró la garganta.
—Merece la pena salvarte —dije, empezaron a caérseme las lágrimas mientras lo acunaba con suavidad. Intentó respirar, no sonaba nada bien. Era dolor al que se le había dado voz y me golpeó con fuerza. El cuerpo de Peter se estremeció y lo estreché contra mí aunque estaba segura que le estaba haciendo daño. Me cayeron más lágrimas, calientes, que me aterrizaron en el brazo. Había mucho ruido a nuestro alrededor pero no podía tocarnos nadie. Estábamos aislados para siempre.
El cuerpo de Peter se dio cuenta de repente que se moría y con una fuerza inducida por la adrenalina, luchó por conservar la vida. Le apreté la cabeza contra mi pecho y lo sostuve con firmeza para defenderlo del temblor gigantesco que sabía que lo invadiría. Sollocé cuando el espasmo lo sacudió como si estuviera intentando separarle el cuerpo del alma. Odiaba aquello. Lo odiaba. Ya lo había vivido antes. ¿Por qué tenía que vivirlo otra vez?
Peter dejó de moverse y se quedó muy quieto.
Empecé a mecerlo pero esta vez por mí, no por él, y me sacudí con sollozos que me lastimaron las costillas.
Por favor, por favor, que esto haya sido lo correcto, lo que había que hacer
.
Pero a mí no me lo parecía.
—¡Rachel! —exclamó Jenks, entonces me di cuenta de que estaba conmigo. Tenía las manos cálidas y limpias, no pegajosas como las mías, y después de pelearse con la puerta de la camioneta, las metió por la ventanilla para quitar el seguro. Solté poco a poco a Peter cuando se abrió la puerta. La pierna, torcida detrás de mí, estaba como fría y al mirarla me mareé un poco. Tenía una mancha oscura y húmeda en los vaqueros y mis deportivas nuevas, o en una al menos, tenía una franja roja. ¿
Quizá me haya hecho más daño en la pierna de lo que pensaba
?
—Saca a Peter —susurré—. Ay. ¡Ay, eh! —exclamé cuando Jenks me arrastró por el asiento y me alejó de Peter. Me rodeó con los brazos, como en una cuna, y mientras lo manchaba entero con la sangre de Peter, me llevó a un espacio despejado en el asfalto frío.
—Arriba —susurré, tenía frío y estaba mareada—. No me poses en el suelo. No aprietes el botón antes de sacarlo. ¿Me oyes, Jenks? ¡Sácalo de ahí!
Mi amigo asintió.
—¿Dónde está el conductor? —le pregunté después, y recordé que no debía llamarlo Nick.
—Lo está mirando una señora con una bata.
Tanteé hasta que me quité mi mitad de la maldición de inercia de alrededor del cuello. Se la pasé a Jenks y él la sustituyó por el control remoto para incendiar los tanques de nitrógeno. Me lo guardé en la palma de la mano y vi a Jenks empujar el amuleto por la cercana rejilla de la carretera, así destruyó la mitad de las pruebas que demostraban que estábamos estafando al seguro, a David le iba a dar algo.
—Espera hasta que vuelva antes de darle a eso, ¿vale? —murmuró y sus ojos salieron disparados a mi mano cerrada. Sin esperar respuesta, se fue trotando hasta la camioneta y les gritó a dos hombres de la multitud que lo ayudaran; entre tanto, una mujer descendió sobre mí.
—¡Déjeme en paz! —exclamé, le di un empujón y la mujer de la cara estrecha y la bata de laboratorio violeta se echó hacia atrás. ¿Cómo había llegado allí tan rápido? La ambulancia que habían avisado ni siquiera era un ruido todavía.
—Soy la doctora Lynch —dijo ella con voz tensa, y frunció el ceño al ver la sangre con la que le había manchado la bata—. Lo que me faltaba. Pareces un caso más grave de GEC que yo, que ya es decir.
—¿GEC? —pregunté, le di una palmada cuando me cogió por los hombro se intentó echarme en el suelo.
La mujer se echó hacia atrás y frunció otra vez el ceño.
—Grano en el culo —explicó—. Tengo que tomarte la tensión y el pulso en posición supina, pero después ya puedes sentarte hasta que te desmayes, a mí me la trae floja.
Intenté mirar por detrás de ella para ver si veía a Jenks, pero mi amigo estaba dentro de la camioneta con Peter.
—Hecho —dije.
Posó los ojos en mi pierna, húmeda de la pantorrilla hacia abajo.
—¿Crees que puedes poner presión en eso?
Asentí, estaba empezando a ponerme mala. Aquello iba a doler. Aguanté la respiración contra la oleada de dolor y dejé que me cogiera por los hombros y me echara con suavidad. Con la rodilla doblada, me apreté con la mano la parte de la pierna que más me dolía, lo que hizo que me doliera incluso más. Mientras ella se tomaba todo el tiempo del mundo, por Dios, yo escuché los sonidos del pánico y me quedé mirando el cielo cada vez más oscuro enmarcado por los cables del puente mientras me sujetaba las costillas e intentaba fingir que no me dolían por si también se le ocurría hurgar en ellas. Pensé en mi amuleto del dolor y recé para que hubiera aliviado a Peter cuando nada más lo había hecho. Yo me merecía sufrir.
La mujer me murmuró que me estuviera quieta cuando giré la cabeza para mirar el tráfico que pasaba. Había un descapotable negro aparcado justo en el interior del carril cerrado al norte. ¿
De aquella mujer
?
Di una sacudida al oír una tela que se rasgaba con un sonido horrendo y al notar la brisa repentina en la pierna.
—¡Eh! —grité, apoyé las palmas heridas en el asfalto y me incorporé. Contuve el aliento y se me nubló la vista al sentir el dolor, después me cabreé cuando noté que me había cortado los vaqueros por la costura hasta la rodilla.