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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (73 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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—No me toques —casi siseé, me dolía pero estaba dispuesta a darle un buen puñetazo a Nick—. Es cosa tuya, ¿verdad? Crees que vas a coger ese artefacto vacío para vendérselo. Tú estarás escondido así que vendrán a por mí cuando averigüen que no es real. No va a pasar. No te lo permitiré. Es mi vida la que estás jodiendo, no solo la tuya.

Nick sacudió la cabeza.

—No es eso. Tienes que creerme, Ray-Ray.

Temblaba por culpa de la adrenalina y me giré de lado. No me gustaba darle la espalda a la camioneta con el foco vacío dentro. Ivy la había estado vigilando (además de a Nick), pero para mi gusto había demasiados hombres lobo acechando como si fueran testigos del accidente.

—Que tengas una buena vida, Nick —dije—. No me incluyas en ella. —Ivy y Jenks me flanquearon y empezamos a alejarnos. ¿Qué iba a hacer?

—Espero que seas feliz como sombra de Ivy —dijo Nick en voz muy alta, su tono estaba repleto de un odio corrosivo que seguramente había estado negando desde la primera vez que Ivy me pidió que fuera su sucesora.

Me giré con la mano vendada en el cuello para ocultar los puntos.

—No somos… No soy… —El tío acababa de cargarse nuestra tapadera. Sería hijo de puta…

Tres coches de aspecto oficial se acercaban utilizando el carril del norte, todavía sin abrir, las luces de las ventanas traseras destellaban con tonos ámbar y azul; dos eran de la AFI y uno de la SI. La camioneta todavía no estaba ardiendo.
Mierda puta
, ¿
podían ir peor las cosas
?

Nick se derrumbó contra el panel del camión Mack blanco y se sujetó la rodilla ensangrentada, era él mismo a pesar incluso del disfraz. Su mirada burlona se posó en los coches que teníamos detrás, las puertas se cerraban con portazos y se gritaban órdenes para que se protegiera el vehículo e hicieran circulara los mirones. Tres agentes se dirigían hacia nosotros.

—Eres puro pis de rata —le dijo Jenks de repente a Nick—. No, eres el tío que pone pis de rata en los cereales del desayuno. Te salvamos ese indigno culo humano que tienes ¿y así se lo agradeces? Si vuelves, te mataré yo mismo. Eres un puto montón de mierda de hadas incapaz de producir ni piedras siquiera.

En el rostro de Nick se dibujó una expresión desagradable.

—Yo robé una estatua —dijo—. Ella mató a alguien y revertió una maldición demoníaca para ocultar que todavía la tiene. Yo diría que soy algo mejor que una bruja repugnante marcada por los demonios.

Balbuceé, el pulso se me había disparado y tuve la sensación de que me mareaba. ¡Maldito fuera mil veces!

Ivy se lanzó sobre Nick. Jenks la apartó de un tirón y utilizó el impulso de Ivy al cambiar de postura para abalanzarse él sobre Nick. Con los puños apretados, Jenks le dio un puñetazo sólido en toda la mandíbula.

Yo ahogué un grito y los tíos de la SI pasaron de andar a correr. Enfadada pero con un mínimo de contención comparada con Jenks, me encaré con Nick.

—¡Eres patético, cabrón! —Grité mientras escupía el pelo que se me había metido en la boca—. ¡Te estrellaste contra nosotros!

Quería decir más, pero Nick vino hacia mí. Jenks todavía estaba sujetándolo y caímos los tres. El instinto me hizo poner las manos delante de la cara y las vendas que me cubrían las palmas fueron lo único que me salvó la piel. El dolor me atravesó las costillas y las manos cuando me golpeé contra la rejilla. El metal frío me presionó la pierna donde me habían rasgado los vaqueros.

—¡Suéltala! —gruñó Ivy. Levantó a Nick de un fuerte tirón y lo apartó. De repente pude respirar otra vez y levanté la cabeza a tiempo de ver que chocaba girando contra Jenks. Como en un baile coreografiado, Jenks dobló el puño y esa vez lo golpeó justo debajo de la mandíbula. Nick puso los ojos en blanco y se derrumbó.

—¡Joder, qué gusto! —dijo el pixie mientras sacudía la mano y un grueso agente de la SI lo cogía por los hombros—. ¿Sabes cuánto tiempo llevo queriendo hacer eso? —comentó, al tiempo que dejaba que los hombres se lo llevaran—. Ser grande está muy bien.

Yo estaba temblando tanto que temí partirme en mil pedazos pero me levanté, asentí ante las preguntas del agente de la AFI, preguntas que ni siquiera oía, y me dirigí como una niña buena donde me mandaba, pero perdí los papeles cuando una mano me cogió el brazo.

—¡Rachel, no! —gritó Ivy, y yo convertí el giro y patada en giro y sacudida de pelo. La adrenalina aclaró mis pensamientos y tomé una profunda y dolorosa bocanada de aire. El hombre me soltó, era consciente que había estado a punto de arrearle un buen trompazo. Arrugó el bigote y levantó las cejas con un montón de preguntas que quería hacerme mientras me miraba con ojos nuevos.

—¡Lo mató él! —grité para que lo oyeran los hombres lobo que estaban mirando y empecé a llorar como una novia afligida—. ¡Lo mató! ¡Está muerto!

La triste realidad era que las lágrimas que derramaba no eran tan difíciles de fingir. ¿Cómo podía Nick decirme eso incluso aunque estuviera enfadado?

«Una bruja repugnante marcada por los demonios». La sensación de traición siguió aumentando y cimentó todavía más mi cólera.

Jenks se contoneó para soltarse de los dos hombres que lo tenían cogido y mientras ellos gritaban e intentaban atraparlo, él salió disparado a por mi bolso, que había caído al asfalto. Con una gran sonrisa, metió mi teléfono y la cartera dentro antes de darle una buena sacudida. No estaba muy segura, pero me pareció que el control remoto había caído por la rejilla y respiré un poco mejor.

Un agente de la SI cogió a Jenks y lo esposó antes de empujarlo hacia nuestro pequeño grupo. El hombre revolvió en mi bolso antes de devolvérmelo. Me pareció mejor dejar que el tío de la cara pétrea hiciera lo que quisiera que sacar a relucir mis derechos.

—Gracias —le murmuré a Jenks, me dolieron las costillas cuando me colgué la correa al hombro. Miré la camioneta destrozada de Nick al pasar. El artefacto seguía allí dentro gracias a un emocionado tío de la AFI con un traje marrón que no dejaba acercarse a nadie.

—Ha sido un placer —dijo, cojeaba un poco.

—Lo decía por darle un puñetazo.

—Yo también.

El agente de la sí que llevaba yo al lado frunció el ceño pero cuando vio el cuerpo cubierto pareció tranquilizarse. Jenks le había dado un puñetazo a Nick, no había hecho nada permanente.
Como matarlo
.

—Señorita —dijo el agente—, le pediría que no se acercase a la otra parte interesada hasta que aclaremos esto.

Parte interesada. Sí, menudo chiste.

—Sí, señor —dije, y después me puse rígida cuando me deslizó por la muñeca una de esas tiras de plata embrujada recubierta de plástico y la apretó con un solo movimiento.

Maldita sea, coño.

—¡Eh! —protesté; me sentía insultada, Jenks e Ivy intercambiaron miradas cansadas—. ¡Estoy bien! No voy a hacerle daño a nadie. Ni siquiera puedo hacer magia de líneas luminosas. —
Por lo menos en este puente, en cualquier caso
. El agente sacudió la cabeza y yo me sentí atrapada, con el peso del brazalete de Kisten inmóvil entre mi piel y la cinta restrictiva—. ¿Puedo sentarme con… con mi novio? —Conseguí lanzar un hipido y el hombretón me puso una mano en el hombro a modo de consuelo.

—Sí, señorita —dijo, su voz se había suavizado—. Se lo van a llevar al hospital para dictaminar su muerte. Puede ir con él si lo desea. Lo siento. Parecía un buen tipo.

Plana para sacar a la bruja chiflada de la escena del accidente. Como sacado del manual.

—Gracias —dije mientras me secaba los ojos.

—¿Conducía usted, señorita? —preguntó mientras caminábamos y cuando asentí, añadió—: ¿Me permite ver su carné?

Oh, mierda.

—Sí, —dije, y revolví en el bolso para sacarlo. En cinco minutos la oficina de Cincinnati de la SI se lo estaría contando todo sobre mí. Nos detuvimos junto a la parte de atrás de un todo terreno negro de la SI, tenía la puerta trasera bajada y se veía una perrera abierta. ¿
Había un perro por allí
? Detrás de mí, oía Ivy ya Jenks que les decían a los agentes que estaban con ellos que eran mis compañeros de piso.
Oh, Dios. El azufre de Ivy. Seguro que olía igual que una adicta. Accidente. Puntos
. ¿
Y si me quitaban el carné
?

El agente que tenía delante entrecerró los ojos al ver mi carné bajo la luz moribunda y sonrió cuando levantó la cabeza.

—Se lo devuelvo enseguida, señorita Morgan. Después podrá irse con su novio y que le echen un vistazo a usted también. —Con las cejas alzadas me miró las manos vendadas y los vaqueros rasgados, después les hizo un gesto a Jenks e Ivy, salió trotando y nos dejó con dos agentes.

—Gracias —le dije a nadie en concreto. Agotada, me apoyé en el todo terreno a Jenks lo habían esposado al coche y los dos tíos de la AFI se movían a escasa distancia, lo bastante cerca como para intervenir si era necesario pero estaba claro que estaban esperando a más personal de la SI para que se ocupara de nuestros interrogatorios. Me sujeté los codos con las manos arañadas y observé mientras mi vida se iba escapando por el váter.

Los mirones pasaban con una lentitud exasperante, con las caras apretadas contra las ventanillas para ver algo con la caída de la tarde. Tenía los vaqueros nuevos rasgados casi hasta la rodilla. La camioneta se negaba a quemarse. Una cuarta manada de hombres lobo con uniformes militares de gala se habían unido a las otras tres que ya estaban allí, todos ellos acercándose a los límites que habían impuesto los agentes de la AFI y la SI que los contenían. ¿Se me olvidaba algo? Ah, sí. Había ayudado a matar a alguien y eso iba a darse la vuelta ya morderme en el culo. No quería ir a la cárcel. Al contrario que a Takata, a mí el naranja me sentaba fatal.

—Maldita sea —dijo Ivy, se chupó el pulgar e intentó quitarse el arañazo nuevo en los pantalones de cuero—. Era mi par favorito.

Posé la mirada en la camioneta. El nudo que tenía en el estómago creció un poco más. Me ladeé y me recliné contra la puerta trasera del todo terreno oficial y empecé a echar pestes en silencio mientras iba clasificando a los inframundanos que llegaban según su trabajo, arrancados de sus diferentes ubicaciones.

La bruja rubia y esbelta era seguramente su especialista en extracciones, no solo sacaba información reconfortante de las afligidas víctimas sino también de machitos cargados de testosterona que no hablaban con nadie a menos que tuvieran la posibilidad de meterla en la cama con ellos. Luego estaba el tío que era demasiado gordo para hacer auténtico trabajo de campo pero que tenía bigote, así que tenía que ser importante. Se le daría bien separara la gente enfadada y me diría que podía conseguirme un trato si estaba dispuesta a cantar. El equipo canino estaba con el camión Mack, ya que era el que había cruzado la línea amarilla, pero estaba segura que no tardaría en dirigirse a la camioneta y luego nos harían a nosotros una pequeña visita.

Busqué y por fin encontré al agente que estaba un poco apartado y que se tomaba su trabajo demasiado en serio para estar a salvo. Era el tío en el que nadie confiaba y que no le caía bien a casi nadie, por lo general un brujo o un hombre lobo, demasiado joven para ser el hombre gordo de bigote pero de gatillo demasiado fácil para ser el tío que recoge datos. Se paseaba alrededor de la camioneta destrozada mientras se subía el cinturón con el arma y miraba las vigas como si pudieran ocultar un francotirador listo para acabar con todos nosotros.
Y no te olvides del detective de la SI
, pensé aunque no veía al tipo o tipa, pero puesto que había muerto una persona, no tardaría en aparecer uno.

Había agentes de la AFI por todas partes, tomando medidas y haciendo fotos. Me desconcertó un poco verlos al mando del sitio del accidente pero al recordar la cantidad de datos que la AFI de Cincinnati había compartido conmigo durante una investigación de asesinato, supuse que no debería sorprenderme tanto.

Ivy se hundió contra el lateral del vehículo de la SI, con los brazos cruzados y muy cabreada. Se quedó mirando la ambulancia en la que estaba Nick como si pudiera matarlo solo con la mirada. ¿Y yo? a mí me preocupaba más cómo íbamos a prenderle fuego a aquella camioneta. Estaba empezando a tener la sensación de que no iba a pasar jamás. Un pesado camión grúa estaba colocándose poco a poco, moviendo las ruedas centímetro a centímetro con una pereza serena. Al parecer, querían sacar la camioneta del puente antes de que aparecieran los de las noticias.

Jenks se desprendió de las esposas y se fue bajando hasta sentarse a mi lado en la puerta trasera con un gemido de dolor.

—¿Estás bien? —le pregunté, aunque era obvio que no lo estaba.

—Magullado —dijo con los ojos clavados en la camioneta azul de Nick. Con un pitido aborrecible, el camión grúa iba acercándose marcha atrás a ella.

—Toma —dije, cogí el bolso que llevaba al hombro y empecé a revolver—. Tengo un amuleto. Ivy nunca coge ninguno de mis amuletos y no estoy acostumbrada a que tú seas lo bastante grande como para usarlos.

—¿Por qué no lo estás usando tú? —me dijo Jenks mientras estiraba el hombro con expresión dolorida.

—No tengo derecho —dije, y se me cerró la garganta cuando miré a Peter. Me alegré de que no intentara convencerme de lo contrario y apenas sentí el pinchazo de la barrita para sacarme la sangre que necesitaba para invocarlo. Ivy cambió de postura, lo que me indicó que había percibido la sangre fresca a pesar del viento, pero ella era el último vampiro que podía preocuparme. Por lo general.

—Gracias —dijo mientras se lo ponía por la cabeza con una expresión obvia de alivio—. ¿Me pregunto si ha y algún modo de que puedas hacer amuletos pequeñitos? Voy a echarlos de menos.

—Merece la pena intentarlo —contesté, pensé que a menos que aquella camioneta entrara en combustión espontánea con la mirada de Ivy, tendría más o menos una semana para averiguarlo. Una vez que los hombres lobo se dieran cuenta que el artefacto era falso, vendrían a llamar a mi puerta. Suponiendo que no terminara en la cárcel. Me sentía como si fuéramos tres críos esperando a la puerta del director del colegio. Y no es que yo tuviera experiencia en ese campo, o no mucha.

La camioneta de Nick terminó encima del camión grúa entre el ruido estridente de los chirridos del torno y las quejas de la maquinaria hidráulica. El tío del garaje se movía despacio, con el mono azul sucio y la gorra muy bajada, mientras apretaba palancas y botones al parecer al azar. El metódico tío de la SI le estaba diciendo que se diera prisa y sacara el vehículo del medio antes de que llegaran los primeros periodistas.

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