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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

Raistlin, crisol de magia (11 page)

BOOK: Raistlin, crisol de magia
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Raistlin le explicó la situación con más detalle y en términos coherentes. El semielfo estuvo de acuerdo tanto con el diagnóstico como con el tratamiento. Haciendo caso omiso de las vehementes protestas del enano (y quitándole ante todo a la fuerza el atizador), lo frotaron con el ungüento al tiempo que le daban masajes en los músculos de las piernas y los brazos hasta que finalmente pudo enderezar la espalda lo suficiente para tumbarse.

Flint insistió en todo momento en que no pensaba acostarse, que iba a emprender viaje como cada verano para vender sus mercancías y que no podrían hacer nada para impedírselo.

Siguió con la misma retahíla mientras Tanis lo ayudaba a llegar a la cama, cojeando; siguió insistiendo aunque tuvo que apretar los dientes para aguantar el dolor que, según él, era como una daga goblin envenenada que le hubieran clavado en la parte posterior de la pierna. Y siguió rezongando y protestando hasta que Raistlin le dijo a Tas que

corriera a la posada y le pidiera a Otik un jarro de brandy.

—¿Y eso para qué es? —preguntó Flint, desconfiado—.

Vas a darme friegas con eso también?

—No. Vas a tomar una dosis cada hora, para el dolor —contestó Raistlin—. Mientras permanezcas en la cama.

—¿Cada hora? —El rostro del enano se animó. Buscó una postura más cómoda sobre las almohadas—. Bueno, quizá me tome el día libre. Aplazaré la partida hasta mañana Asegúrate de que Otik te da un brandy de buena calidad! —le gritó.

—Mañana no irá a ninguna parte —le dijo Raistlin al semielfo—.

Ni pasado mañana ni en fecha próxima. Tiene que estar en cama hasta que desaparezca el dolor y pueda caminar bien. Si no lo hace así, podría quedar lisiado de por vida.

—¿Estás seguro? —Tanis parecía escéptico—. Flint se ha quejado de dolores y achaques desde que lo conozco.

—Esto es diferente. Es algo serio. Tiene que ver con la columna vertebral y los nervios que llegan a la pierna. Meggin la Arpía trató en una ocasión a una persona que sufría síntomas similares a éstos y yo la ayudé. Me lo explicó utilizando un esqueleto humano que tiene. Si me acompañas a su casa, puedo enseñártelo.

—¡No, no! ¡No hace falta! —se apresuró a contestar Tanis—.

Me fío de tu palabra. —Se frotó la barbilla y sacudió la cabeza—. Pero, en nombre del Forjador del Mundo, no sé cómo vamos a conseguir que ese viejo enano irascible guarde cama si no lo atamos a ella.

El brandy los ayudó en este cometido dejando calmado al paciente, aunque no callado, y con un relativo buen humor.

De hecho hizo lo que le dijeron y se quedó tumbado voluntariamente.

Para todos fue una agradable sorpresa. Tanis alabó a Flint por ser un paciente modelo.

Lo que ninguno sabía era que Flint había hecho un intento de levantarse la primera noche del tratamiento. El dolor fue muy intenso y la pierna le falló. Este incidente amedrentó muchísimo al enano, que empezó a pensar que quizá Raistlin sabía lo que decía. Regresó arrastrándose a la cama y decidió para sus adentros que permanecería en reposo todo el tiempo que tardara en curarse. Entre tanto, se lo pasó en grande dando órdenes a todo el mundo y haciendo que Caramon se sintiera terriblemente mal por haber sido el culpable de todo.

A Tanis, ni que decir tiene, no le importó quedarse en Solace en lugar de viajar por Abanasinia. También Kitiara permaneció en la ciudad, para gran asombro de sus hermanos.

—Jamás pensé que vería a Kitiara enamorada de ningún hombre —dijo Caramon a su gemelo mientras cenaban una noche—. No parece una persona afectiva.

—Bah —resopló Raistlin—. «Enamorada» no es la palabra, hermano. Estar enamorado implica cariño, interés, respeto. Yo calificaría de «pasión» o, tal vez, «lujuria» lo que une a nuestra hermana con el semielfo. Imagino, por lo que nos contaba nuestra madre, que Kitiara se parece mucho a su padre en ese aspecto.

—Supongo —respondió Caramon, que parecía incómodo.

No le gustaba hablar de su madre si podía evitarlo.

Los recuerdos que guardaba de ella no eran agradables.

—El amor de Gregor por Rosamund fue extremadamente apasionado... mientras duró —dijo Raistlin poniendo un énfasis irónico en la última parte de la frase—. La encontró distinta de las otras mujeres, le divertía. Estoy seguro de que existe cierto factor divertido en la relación de Kitiara con el semielfo. E, indudablemente, es muy distinto de los otros hombres que ha conocido.

—A mí me cae bien Tanis —manifestó Caramon a la defensiva, creyendo que el comentario de su hermano menospreciaba a su amigo—. Es un gran tipo. Me ha estado dando lecciones de esgrima, y estoy progresando mucho. Lo dice él. En algún momento te lo mostraré.

—Pues claro que te gusta Tanis. Nos gusta a todos —abundó Raistlin, encogiéndose de hombros—. Es honrado, sincero, leal, digno de confianza. Como he dicho, es muy distinto de todos los hombres que ha amado nuestra hermana.

—Eso no lo sabes con certeza —protestó Caramon.

—Oh , sí que lo sé, hermano. Lo sé.

Caramon quería saber cómo, pero Raistlin rehusó contestar.

Los gemelos acabaron de cenar en silencio. Caramon comía con voracidad, devorando todo lo que había en su plato, y después miraba alrededor buscando más. Sólo tenía que esperar. Raistlin picoteaba de su comida, tomando sólo unos pocos bocados escogidos, apartando todos los trozos de carne que tuvieran el más ligero rastro de cartílago o cualquier parte que estuviera poco hecha. Caramon no puso pega alguna a acabar con las sobras.

Se llevó los platos de madera para lavarlos. Raistlin dio de comer a sus ratones y limpió la jaula; después fue a la cocina a ayudar a su hermano.

—No querría que le ocurriera nada malo a Tanis, Raist —dijo Caramon sin levantar la vista de su tarea.

—Mi querido hermano, hay más agua en el suelo que en el balde. ¡No! Acaba con lo que estás haciendo. Yo lo limpiaré.

—Cogió la bayeta, se agachó y la pasó sobre las baldosas de piedra—. En cuanto a Tanis, es bastante mayor para cuidar de sí mismo, Caramon. Tiene, creo, casi cien años.

—Puede que sea mayor en cuanto a la edad, Raist, pero en ciertos aspectos no es mayor que tú o yo —dijo Caramon.

Amontonó los platos y los cubiertos húmedos, escurrió el paño, y se sacudió el agua de las manos, que se enjugó en la pechera de la camisa.

Raistlin resopló manifestando su incredulidad por el comentario de su hermano.

—Como es sincero —intentó Caramon explicar su razonamiento—, cree que todo el mundo es sincero también. Y leal y honrado. Pero tú y yo... Sabemos que eso no es verdad.

Sobre todo no lo es en el caso de Kit.

—¿Qué quieres decir? —Raistlin había levantado la cabeza rápidamente.

—Le mintió a Tanis sobre ese dinero, Raist. —El mocetón enrojeció, avergonzado de su hermana—. Sobre las monedas de Sanction. Le dijo a Tanis que había ganado el dinero jugando a los dados con un marinero. Bueno, pues estuve con ella hace unos cuantos días cuando me vino a buscar por si quería practicar con la espada. Cuando iba a marcharse, me mandó a recogerle su capa, que había dejado sobre el arcón del dormitorio. Cuando cogí la capa se cayó la bolsa del dinero y las monedas se desparramaron por el suelo. Miré una de ellas porque nunca había visto otra igual.

Le pregunté de dónde las había sacado.

—¿Y qué contestó?

—Que era la paga que se había ganado por un trabajo que había hecho en el norte. Dijo que había montones de dinero más de donde había salido ése y que me podía ganar parte de ello y tú también si te olvidabas de esa tontería de la magia y te venías con nosotros. Dijo que todavía no estaba preparada para volver al norte, que lo estaba pasando muy bien aquí y que, de todos modos, yo necesitaba practicar más y que a ti había que convencerte de que eras... —Caramon vaciló.

—¿Que era qué? —instó Raistlin.

—Un fracasado en la magia. Es lo que dijo ella, Raist, no yo, así que no te enfades.

—No me enfado. ¿Por qué diría algo así?

—Porque nunca te ha visto hacer magia, Raist. Le contesté que eras realmente bueno en ello, pero se echó a reír y

lijo que yo era tan candido que me tragaba cualquier truco

de feria barato. Sin embargo, no soy un necio. Tú me has

enseñado a no serlo —manifestó con énfasis el mocetón.

—Y por lo visto lo he hecho mejor de lo que creía —contestó Raistlin, que observaba a su gemelo con cierta admiración—.

¿Sabías todo esto y aun así te lo callaste?

• —Me advirtió que no dijera nada, ni siquiera a ti, y no pensaba hacerlo, pero no me gusta que mintiera sobre lo del dinero, Raist. ¿Quién sabe de dónde lo ha sacado? Y tampoco me gusta ese dinero. —Se estremeció—. Me da mala espina.

—Empero, a ti no intentó engañarte —comentó su gemelo, pensativo.

—¿Eh? —Caramon estaba sorprendido—. ¿Cómo lo sabes? —Una corazonada —respondió evasivamente—. Ya había hablado antes de trabajar para gente del norte.

—Pues yo no quiero ir allí, Raist. Lo he decidido. Prefiero ser un caballero, como Sturm. A lo mejor te permiten ser un mago guerrero, como Magius.

—Me gustaría adiestrarme como tal —repuso Raistlin—.

Pero sospecho que los caballeros no me admitirían y creo que a ti tampoco. Aun así, podemos trabajar juntos, tal vez como mercenarios, combinando la hechicería y el acero. Los magos guerreros no abundan, y la gente pagaría bien por ese tipo de servicio.

—¡Qué gran idea Raistlin! —Caramon no cabía en sí de gozo—. ¿Cuándo crees que podríamos empezar? —Por su actitud, él estaba dispuesto a salir corriendo por la puerta en ese mismo momento.

—No durante cierto tiempo todavía —contestó Raistlin, conteniendo la impaciencia de su hermano—. Tendría que abandonar la escuela, y maese Theobald sufriría una apoplejía sólo con que le mencionara tal cosa. A su entender, la magia tiene que utilizarse exclusivamente en situaciones tan apuradas como prender las hogueras de campamentos si la madera está mojada. No debemos actuar con precipitación, hermano —lo reprendió, viendo que su gemelo se pondría a lustrar la espada si no lo frenaba—. Nos hace falta dinero. Tú necesitas experiencia. Y yo, más conjuros en mi libro de hechizos.

—Claro, Raist. Creo que es una gran idea, y me propongo estar bien preparado. —Caramon dejó la tarea que tenía entre manos y alzó la vista con una expresión solemne y preocupada—. ¿Qué le diremos a Kit?

—Nada. No hasta que llegue el momento —contestó Raistlin. Hizo una pausa y luego añadió, sonriendo sombríamente—: Dejemos que siga pensando que no tengo talento para la magia.

—Claro, Raist, si es eso lo que quieres. —Caramon no entendía la razón de aquello pero, imaginando que su hermano sabía lo que hacía, se amoldó a sus deseos, como siempre—.

¿Y qué hacemos con Tanis?

—Nada —repuso Raistlin quedamente—. No podemos hacer nada. No nos creería si le contáramos algo malo sobre Kit porque no querría creernos. Tú no me habrías creído si te hubiera contado algo malo sobre Miranda, ¿verdad? —preguntó con un atisbo de amargura.

—No, supongo que no. —Caramon soltó un borrascoso suspiro. Seguía afirmando que tenía roto el corazón, aunque en ese momento sostenía relaciones con, al menos, tres chicas—.

¿No hay nada que podamos hacer respecto a Kit?

—La vigilaremos, hermano. La vigilaremos con mucha atención.

8

Los días de verano fueron pasando en una bruma de humo de las lumbres de cocina, el polvo levantado por los pies de los viajeros que transitaban por la calzada de Solace y las neblinas matinales que se enroscaban en los troncos de los vallenwoods cual fantasmas.

Flint guardó cama, comportándose sorprendentemente como un paciente ejemplar, aunque rezongaba tanto como treinta enanos juntos, a decir de Tasslehoff, y protestaba porque se estaba perdiendo toda la diversión. En realidad, llevaba una vida regalada. El kender lo complacía hasta en sus más mínimos deseos. Caramon y Sturm se turnaban para visitarlo cada tarde después de sus prácticas de esgrima para demostrar sus recién adquiridas habilidades. Raistlin iba a diario para frotarle con el ungüento de gaulteria los músculos de las piernas, y hasta Kit se dejaba caer por allí de vez en cuando para entretener al enano con relatos de luchas contra goblins y ogros.

Flint estaba tan cómodo que a Tanis empezó a preocuparle que el enano estuviera disfrutando demasiado de su ociosidad. El dolor de la espalda y el de la pierna casi habían desaparecido, pero empezaba a dar la impresión de que Flint nunca iba a volver a caminar.

Tanis reunió a sus amigos para tramar un ardid que sacara al enano de la cama «sin tener que recurrir al polvo explosivo de los gnomos», como dijo textualmente el semielfo.

—Me han contado que hay un nuevo artesano del metal que va a instalarse en Solace —anunció Tasslehoff Burrfoot una mañana mientras ahuecaba las almohadas al enano.

—¿Cómo has dicho? —Flint parecía alarmado.

—Que viene un nuevo artesano del metal —repitió el kender—. Bueno, no es de extrañar. Se ha corrido la voz de que te has retirado.

—¡Yo no me he retirado! —gritó Flint, indignado—. Sólo

me estoy tomando un pequeño descanso. Por razones de salud.

—Al parecer se trata de un enano. Alguien procedente de Thorbardin.

Dejando el envenenado dardo en la herida, donde con seguridad se enconaría, Tas se marchó a hacer su recorrido diario por Solace para ver quién había llegado a la ciudad y, lo más importante, qué objetos interesantes encontraban el camino a sus bolsas y saquillos.

Sturm fue el siguiente en llegar con un cazo de sopa caliente que enviaba su madre. En cuanto a las anhelantes preguntas del enano, respondió que «había oído algo sobre un nuevo artesano del metal que venía a la ciudad», pero añadió que nunca prestaba oídos a las habladurías y por lo tanto no podía darle más pormenores.

Raistlin se mostró mucho más locuaz y le proporcionó gran cantidad de detalles sobre el metalúrgico de Thorbardin, desde el clan al que pertenecía hasta la longitud y el color de su barba, añadiendo asimismo que la principal razón de que el enano de Thorbardin hubiera elegido Solace para instalar su negocio eran «los comentarios que le habían llegado respecto a que en esta ciudad no se realizaba un buen trabajo metalúrgico desde hacía mucho, mucho tiempo».

Para cuando Tanis llegó a la casa esa tarde, lo complació, aunque no lo sorprendió demasiado, encontrar a Flint en su taller encendiendo la forja que había estado apagada todo el verano. El enano todavía cojeaba un poco al caminar (cuando se acordaba de hacerlo) y aún se quejaba de dolor en la espalda (sobre todo cuando tenía que rescatar a Tasslehoff de ciertos desastres de poca importancia). Pero no volvió a guardar cama.

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